Así como en el fútbol la pelota busca al jugador, podría decirse que en paleontología el fósil busca al investigador. O al menos esto sucedió con el pequeño fragmento de mandíbula, que incluye un molar, que hoy lleva el número 2.695 en la colección paleontológica del Museo Nacional de Historia Natural. Andrés Rinderknecht, el paleontólogo encargado de esa colección, que fue quien encontró el fósil, se encontraba en la playa Arazatí, en San José, realizando unas fotografías para el libro Gigantes bajo tierra, por lo que estaba acompañado por Silvia Soler y su hijo Renzo, Moira Sotelo y Sebastián Santana, coautores de la obra. Su presencia allí no era nada casual: los sedimentos de Arazatí, junto con los de Kiyú, han sido prolíficos en fósiles de interés. Mientras recorrían la zona, un pequeño fósil que sobresalía del sedimento llamó la atención de Rinderknecht. Al acercarse, supo que se trataba de algo no muy corriente. El fósil y el investigador, tras diez millones de año, por fin se habían encontrado.
Un hallazgo llamativo
“Apareció un pedacito de hueso que tenía un diente que conservaba su esmalte. Me llamó la atención, porque no era un diente de un mamífero herbívoro, y un fósil que sea del Mioceno que no sea de un mamífero herbívoro es raro”, dice Rinderknecht sobre aquel día. El paleontólogo sabía que el fósil era del Mioceno, época que va aproximadamente de los 23 a los cinco millones de años antes de presente, porque estaba en sedimentos de la Formación Camacho, que ronda los diez millones de años, donde ya ha encontrado otros restos con los que ha trabajado. “Como era muy chico y parecía de un carnívoro, lo primero que pensé es que se trataba de un tigre dientes de sable marsupial, que también son rarísimos de encontrar”, dice Rinderknecht volviendo sobre sus pasos. Pero el paleontólogo se equivocó: “Por suerte no era un diente de un tigre dientes de sable marsupial, porque ya habíamos encontrado fósiles de ellos”.
El error del investigador tenía su lógica: hace diez millones de años, época en la que vivía el animal que nos legó parte de su mandíbula, no había muchos animales terrestres carnívoros en Sudamérica. Los tigres dientes de sable marsupiales eran de los pocos mamíferos que podrían tener un molar de carnívoro como el que había encontrado. Con el paso de los días, y examinando el fósil en detalle, descartó que se tratara del marsupial. “Si era un carnívoro y no era el tigre dientes de sable marsupial, entonces no quedaba otra que fuera un Carnivora, y entonces tenía que ser una especie de coatí”, confiesa. “Y en caso de que fuera un coatí, todo apuntaba a que se tratara de un Cyonasua”. Esta vez Rinderknecht dio en el clavo.
El hallazgo sirvió de base para un trabajo científico recientemente publicado en el que, junto con colegas de Argentina y Chile, hace un aporte importante a la historia de la vida en nuestro continente. “Este es el primer registro de Cyonasua para Uruguay, por tanto es el primer registro de un prociónido fósil para Uruguay”, dice Rinderknecht con una sonrisa que le surca el rostro todo a lo largo. Pero además agrega otro dato sobre el pequeño fósil: “Se trata del primer Carnivora que habitó Sudamérica”, señala acentuando la “a” de “Carnivora”. Y la distinción es importante: carnívoro es todo ser que se alimenta de carne, trátese de un mamífero como el león, un ave como el carancho o un reptil como el lagarto overo. Sin embargo, “Carnivora” refiere a un orden de animales que están incluidos en la clase Mammalia. Los mamíferos Carnivora hoy están representados por osos, felinos, perros, lobos, lobos marinos y, entre muchos otros, prociónidos como los coatíes y los manos peladas que viven hoy en nuestro país. En el pasado, la familia de los prociónidos incluyó animales que hoy están extintos, como es el caso del Cyonasua encontrado por Rinderknecht en Arazatí.
Los fósiles de prociónidos son muy escasos en Sudamérica, y hasta 2014, dice el artículo científico, sólo habían aparecido en Argentina. Luego de ese año, aparecieron registros también en Colombia y en Venezuela. La mandíbula de San José aportaba entonces un dato más para conocer la presencia del grupo en nuestro continente.
Como un coatí
¿Cómo era el Cyonasua? ¿Qué aspecto tendría? El paleontólogo relata que eran animales bastante parecidos a los coatíes actuales, con rostro prolongado y cola larga. “Si bien no estimamos la masa, se sabe que los Cyonasua eran bastante más grandes que un coatí actual. Por el tamaño de la mandíbula y el molar que encontramos, podría pensarse que tendría más o menos el tamaño de un zorro”, aventura. Ese parecido con los coatíes actuales también explica por qué el hallazgo es tan raro y por qué no pensó enseguida en un Cyonasua al ver el molar: el hecho de que estos animales tuvieran hábitos similares a los de los coatíes de hoy en día, con una vida arborícola, complica las probabilidades de encontrar sus fósiles. “Es algo que sucede con este animal y otros prociónidos que viven en zonas boscosas en las que los suelos son ácidos y tienen mucha vegetación. Son zonas donde es difícil que se preserve el registro fósil. Puede haber un sesgo preservacional, y tal vez fueran más abundantes de lo que el registro está mostrando”, reflexiona Rinderknecht.
“De hecho, no hay un solo prociónido que haya dejado registro fósil en el Pleistoceno de nuestro país, ni coatí ni mano pelada”, dice el paleontólogo, y el dato es relevante: el Pleistoceno terminó hace poco más de 10.000 años. “Este es el único fósil de prociónido en todo Uruguay, y justo vino a ser del Mioceno. Es rarísimo, es el primero y el único”, dice extrañado, y agrega: “Obviamente que en el Pleistoceno nuestro país estaba lleno de coatís y manos peladas, pues si están ahora es lógico que estuvieran entonces. Pero no aparecen fósiles porque vivían en un ambiente en el que los restos no se conservan con facilidad”. Rinderknecht cuenta que si bien hay registros en Argentina, y pese a su gran tamaño y la gran cantidad de yacimientos paleontológicos, aun allí los fósiles de prociónidos son raros. “Es mucho más probable encontrar el fósil de un perezoso gigante que el de un coatí, cuando los coatís eran mucho más abundantes”.
Un adelantado... pero no pariente
Lo curioso es que estos Cyonasua llegaron de América del Norte mucho antes de que ambos continentes se unieran con el istmo de Panamá, hace unos 2,8 millones de años, así que este coatí antiguo debió cruzar de un continente a otro, por ejemplo, ayudado por troncos y vegetación a la deriva. “Si los roedores llegaron desde África ayudados por vegetación flotante, esta migración no sería una hazaña que desafíe lo que conocemos”, responde Rinderknecht.
Estos prociónidos que llegaron del norte fueron los primeros representantes del orden Carnivora que se pasearon por nuestro continente. En aquel entonces –nuestro Cyonasua está datado en unos diez millones de años– en Sudamérica quienes comían carne no eran mamíferos placentarios, sino las aves del terror, algunas aves rapaces y el tigre dientes de sable marsupial. “Las aves del terror eran como un carancho disfrazado de Tyrannosaurus rex, y los tigres dientes de sable marsupial, los Thylacosmilus; eran como una comadreja disfrazada de felino”, ilustra gráficamente Rinderknecht sobre los dos grandes comedores de carne que asolaban al resto de los animales en nuestro continente cuando llegaron los Cyonasua. “En todo el continente sudamericano no había felinos, no había perros, no había zorros, no había mapaches, no había osos, no había hurones. Cualquier bicho que fuera carnívoro terrestre no era Carnivora, eran o aves o marsupiales”.
A su llegada había entonces una gran abundancia de herbívoros, algunos de tamaños inmensos, como los gliptodontes, las macrauquenias o los perezosos, y esta especie de coatí fósil no habría tenido mucha competencia. “Este bicho era un generalista, no era un gran cazador. Su diente es pequeño, es como perro, se adapta a todo”, ataja Rinderknecht antes de que uno se imagine a un coatí grande, del tamaño de un perro, tratando de cazar a una bestia como el toxodonte, que podría describirse como una mezcla de hipopótamo con rinoceronte.
“En el Mioceno, en el registro fósil, hay un desfasaje enorme entre los megaherbívoros y los carnívoros”, explica Rinderknecht. Sin embargo, todo aquello cambió con la formación del istmo de Panamá, hace tres millones de años, momento en el que llegaron a nuestro continente los felinos, los cánidos y los osos, producto de lo que se conoce como el Gran Intercambio Biótico Americano; desde nuestro continente exportamos al norte los gliptodontes, los perezosos gigantes y las aves del terror, entre otros. Para algunos autores el desfasaje continuó en el Pleistoceno, pero Rinderknecht, junto con otros paleontólogos e investigadores, vienen trabajando fuerte completando el panorama de la fauna de nuestro pasado, en la que han aparecido cóndores, caranchos gigantes y otras aves carnívoras y carroñeras que ocuparían ese lugar en la red trófica.
“Uno piensa que los animales siempre están, pero no es así. En esa época previa al Gran Intercambio Americano no había ciervos en Sudamérica, no había pecaríes, ni caballos, ni llamas, ni vicuñas ni guanacos. A veces es tan sorprendente lo que falta como lo que había. Puede ser sorprendente que hubiera un tigre dientes de sable marsupial, pero hacer una recorrida por toda Sudamérica y no ver un solo ciervo, un solo caballo, un solo gato ni un zorro es algo que, al menos a mí, me llama poderosamente la atención”, reflexiona Rinderknecht recordándole a uno que el mundo no siempre fue, ni será, como el que conocemos.
Uno podría pensar que el Cyonasua que llegó de Norteamérica cruzando el mar que lo separaba de nuestro continente es el antepasado de los coatíes actuales que aún viven en el norte de nuestro país y que llevan por nombre científico Nasua nasua. Pero no: el árbol genealógico de la vida tiene un sinnúmero de pequeñas ramas y bifurcaciones que se truncan antes de llegar a nuestros días. Rinderknecht explica que nuestros coatíes actuales descienden de otros coatíes que llegaron en una segunda oleada migratoria, luego de la formación del istmo de Panamá. “No podemos decir que este es el abuelo de los coatíes que hoy viven en Uruguay; sí es un pariente lejano de la familia de los prociónidos”, resume.
¿Una nueva especie?
En el trabajo publicado describen al fósil encontrado como perteneciente a un Cyonasua sp., lo que en lenguaje científico quiere decir que se trata de un animal que pertenece al género Cyonasua pero que no se puede saber con certeza que corresponda a una de las diez especies de Cyonasua conocidas. Pese a que el molar encontrado presentaba diferencias en su morfología con los de los especímenes tipo de las especies ya descritas, los investigadores fueron cautos y no quisieron nombrar una nueva especie a partir de un único molar.
“Podría ser una nueva especie o incluso un nuevo género”, dice Rinderknecht, pero eso no es lo que hoy le preocupa: “Lo interesante es que se trata del fósil del primer carnívoro Carnivora que habitó Sudamérica, y este fósil es el que tiene la datación asociada más antigua del continente. Los que se dataron en Argentina andan por los siete millones de años, mientras que el fósil de Arazatí tiene alrededor de diez millones de años. No es que este fósil sea el más antiguo encontrado, hay otros fósiles de Cyonasua que tienen dataciones relativamente similares, sino que es el más antiguo datado de forma absoluta”.
“Los restos de Cyonasua datados absolutamente son muy poquitos”, dice sobre este animal que escasea en el registro fósil sudamericano y que pertenece a un grupo que nunca había sido encontrado antes en nuestro país. Uno entonces comparte su alegría e intuye la del resto del equipo. “Es un fósil muy pequeño, pero que resulta importante por todo lo que dice. No todo lo espectacular en paleontología se trata de fósiles enormes”, sentencia. Si el registro fósil es como un álbum de figuritas, los investigadores acaban de sacar una de las difíciles.
Artículo: First Record of Fossil Procyonid (Mammalia, Carnivora) from Uruguay
Publicación: Journal of South American Earth Sciences (2019)
Autores: Leopoldo Soibelzon, Andrés Rinderknecht, Juliana Tarquini y Raúl Ugalde
Trabajo en equipo
El artículo es el resultado del trabajo en equipo de varios investigadores. Además de Andrés Rinderknecht, que encontró el fósil e hizo aportes sobre su morfología y de la descripción de la zona del hallazgo, participaron dos científicos argentinos y un chileno que hoy hace su maestría en Geociencias en nuestro país.
Leopoldo Soibelzon, del Museo de La Plata, Argentina, lideró el equipo y se centró en el trabajo morfológico y la descripción del material.
Juliana Tarquini, del Laboratorio de Paleontología de Vertebrados de la Universidad de Entre Ríos, aportó a la morfología y a la interpretación paleoambiental.
Raúl Ugalde, chileno que hace su maestría en geología a través del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas en nuestro país y que forma parte de la Escuela de Geología de la Facultad de Ciencias de la Universidad Mayor, Chile, se encargó de la parte estratigráfica y aportó las dataciones geológicas del lugar en base a datos recabados por él para la maestría que está cursando.