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Liceo 30 (archivo, setiembre de 2017).

Foto: Andrés Cuenca

El desempeño de los liceales se ve afectado por su cronotipo y la hora de entrada al liceo

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Trabajo publicado por investigadores argentinos confirma y amplía lo observado por biólogos de Uruguay en investigaciones en el liceo 10 y la Base Científica Antártica Artigas.

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Pretender listar todas las cosas que tenemos en común con nuestros hermanos argentinos se llevaría casi todas las páginas del diario u obligaría a que quienes leen la versión digital tuvieran que hacer un scroll interminable. Así que vayamos directamente a algunas de las cosas que tenemos en común en cuanto a la cronobiología, la disciplina científica que estudia el reloj biológico, los ritmos circadianos y cómo ambos tienen que ver con la vida de los seres vivos.

Uruguay y Argentina, santuario de jóvenes búhos

Los jóvenes de Uruguay ostentan un récord mundial insospechado hasta hace relativamente poco. En 2017 las biólogas Bettina Tassino y Ana Silva publicaron los resultados de una investigación llevada a cabo con estudiantes de Facultad de Ciencias en la Base Científica Antártica Artigas (BACA). Allí daban cuenta de que los estudiantes de ciencia –que en esta ocasión no fueron los investigadores, sino los investigados– tenían los cronotipos más tardíos reportados en el mundo. “No les creímos a nuestros propios datos. No podía ser que el valor de preferencia circadiana nos estuviera dando más alto que el valor más alto reportado”, decía a la diaria Tassino en aquel entonces. ¿Qué quiere decir eso de cronotipos tardíos? Que su reloj biológico los llevaba a acostarse y, por ende, a levantarse bastante tarde.

El hallazgo fue confirmado cuando, al año siguiente, las investigadoras volvieron a hacer mediciones en la Antártida y también cuando, junto con Ignacio Estevan, investigaron los cronotipos de estudiantes del liceo 10 de Malvín. Los valores que obtuvieron arrojan que los jóvenes uruguayos son los más nocturnos jamás reportados para la ciencia. Esta tendencia de nuestros jóvenes a ser búhos –en contraposición a las alondras, que tienen cronotipos mañaneros– se corroboró con datos obtenidos por el Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República (Udelar) en 1.800 jóvenes de 18 años de Montevideo y el interior.

Ese carácter extremadamente tardío de nuestros jóvenes es, desde la cronobiología, algo que tenemos en común con nuestros vecinos de Argentina. “Nosotros tenemos horas de cena muy tardías, chiquilines que reportan estar cenando a las 23.00 o 23.30. Eso es bastante atípico en el mundo”, decía Estevan. Agregaba que sabían que “en Argentina están encontrando resultados no tan extremos pero bastante parecidos, y tal vez haya algún factor rioplatense relacionado con la noche, que puede estar mediando”.

Otra cosa que las cronobiologías en ambas orillas del Plata tienen en común es la participación activa de Diego Golombek, investigador y divulgador argentino que se ha dedicado al tema y que tiene, junto con su equipo, una larga tradición de colaboración académica con Uruguay.

Por toda esta proximidad, la publicación del artículo “Interacción entre cronotipo y el horario escolar predice el rendimiento escolar” en la revista Nature Human Behavior por parte de un equipo de cronobiólogos argentinos, en el que Golombek colaboró en la conceptualización e interpretación de los datos, es recibida con casi la misma alegría y expectativa que una publicación de investigadores locales.

Sudamérica y los turnos

El trabajo del equipo argentino observó cómo incidía el cronotipo en relación con el horario en el que los jóvenes iban a clase gracias a que, como en Uruguay, los liceos públicos funcionan en varios turnos para poder atender a todos los jóvenes. Esto, que no sucede en los países del norte, les permitió trabajar con una muestra de 753 estudiantes de un liceo de Buenos Aires a los que, por sorteo y de forma completamente aleatoria, se distribuyó en tres turnos: matutino (de 7.45 a 12.05), intermedio (de 12.40 a 17.00) y vespertino (de 17.20 a 21.40). En el artículo los autores señalan que “esta asignación aleatoria implica que sea altamente improbable que se introduzcan sesgos en la selección de turno basados en los logros académicos previos” de los alumnos.

Otro punto importante del diseño de la investigación fue el haber trabajado con dos grupos de estudiantes: uno de entre 13 y 14 años y el otro de entre 17 y 18 años. La importancia de esta separación radica en que ya se ha observado que cuanto más edad tienen los jóvenes más tienden a retrasarse sus cronotipos, por lo que el diseño experimental permitió ver, además de la relación entre el horario y el cronotipo, cómo esta variaba de acuerdo con la edad de los estudiantes.

En el fondo los investigadores buscaban poner a prueba observaciones realizadas en países en los que los liceos tienen un único turno y que muestran que los alumnos con cronotipos más tardíos tienen un peor desempeño liceal que aquellos con cronotipos más tempraneros. Esto ya había sido echado por tierra en el trabajo de Estevan, Silva y Tassino en el liceo 10, pero con una limitante: en aquel caso sólo pudieron tener datos de los turnos matutino e intermedio. En su trabajo, publicado en 2018, los investigadores compatriotas afirmaban que en el turno de la tarde las preferencias matutinas o nocturnas “no tuvieron influencia en el desempeño liceal”, por lo que sostenían que sus resultados indicaban que “la nocturnidad en sí misma no tiene poder predictivo sobre el rendimiento escolar”.

Nuestros investigadores incluso hipotetizaban que sus resultados les permitían “predecir que, si se evalúan incluso en turnos más tardíos, los estudiantes orientados a la noche deberían tener un mejor desempeño que los orientados a la mañana”. Justamente esto es lo que los cronobiólogos argentinos, que vieron lo que sucedía en el turno que iba de las 17.20 a las 21.40, lograron observar tras un exhaustivo análisis. “Encontramos que los estudiantes con cronotipos más tempraneros que iban al liceo de mañana tenían un mejor desempeño que aquellos estudiantes con cronotipos más tardíos”, pero también que en el turno vespertino esta tendencia “casi se invierte”, por lo que afirman que “los alumnos de cronotipo tardío se benefician con las clases nocturnas”, y observaron que “los estudiantes con cronotipos más tardíos tuvieron un desempeño ligeramente mejor en lenguaje que los cronotipos más tempraneros”. Y allí, como de pasada, radica otro de los grandes hallazgos de este trabajo.

Glosario de cronobiología

Alondra. Persona que tiene un cronotipo temprano. Se levanta temprano (a veces antes de que suene el despertador), prefiere la mañana para desarrollar actividades que impliquen pensar o prestar atención, y su batería se agota cuando la noche lleva unas pocas horas.

Búho. Persona que tiene un cronotipo tardío. Por más que el sol le inunde el dormitorio, prefiere dormir de mañana y eligen la tarde o la noche para las actividades que implican pensar o prestar atención. Obviamente, se acuestan muy tarde.

Cronotipo. Marca nuestras preferencias circadianas, es decir, en qué momentos del ciclo de 24 horas nos sentimos más cómodos porque estamos acompasados con nuestro reloj biológico.

Jet lag social. Desfasaje entre los horarios que impone la agenda social-laboral y los horarios que dictamina el reloj biológico. El jet lag social genera una deuda de sueño, un déficit de horas dormidas que puede afectar el desempeño y la salud.

Reloj biológico. Podemos pensar que el tiempo es subjetivo, pero casi todos los organismos tenemos un reloj interno regulado por la cantidad de luz que recibimos. Hay genes involucrados en la expresión de proteínas en ciclos cercanos a las 24 horas, que a su vez pautan el ritmo de las actividades de los seres vivos. Sobre esto descansa el campo de la cronobiología.

Ritmo circadiano. Ciclo fisiológico que abarca el sueño y la vigilia, con una duración cercana a las 24 horas, es decir, de un día.

Mañanas matemáticas, noches literarias

El trabajo de los argentinos, que tiene como primera autora a Andrea Goldin, no sólo es el primero en reportar que los alumnos búhos –es decir, aquellos con cronotipos más tardíos– tienen mejor desempeño que los alondras –aquellos con cronotipos tempraneros– en el turno de la noche, sino que son los primeros en reportar que ese mejor desempeño se da en las materias relacionadas con el lenguaje.

Mientras la literatura científica ya había mostrado que los alumnos con cronotipos tempraneros tenían mejor desempeño en matemáticas que aquellos con cronotipos tardíos al ser evaluados en la mañana, nada decía sobre el desempeño en lenguaje más cerca de la noche. La falta de estudios que incluyan turnos nocturnos en la cronobiología hecha en el norte había enmascarado este aspecto –y quién sabe cuántos otros–, que cuestiona el tonto “al que madruga, Dios lo ayuda”.

El trabajo de los investigadores es firme y cauto al mismo tiempo: “Enfatizamos que se requiere más evidencia antes de hacer fuertes afirmaciones sobre las implicaciones prácticas de este estudio”, dicen, pero agregan: “Sin embargo, nuestros resultados indican que la importancia de la variabilidad biológica en los ritmos circadianos en relación con el rendimiento académico puede haber sido subestimada”.

Tomando medidas

“El desempeño académico se mejora cuando los tiempos del liceo están mejor alineados con los ritmos biológicos de los adolescentes”, resumen en su trabajo los investigadores argentinos, que mostraron tanto los efectos como los perjudiciales sobre esta sincronía entre las exigencias de la vida social y las preferencias circadianas.

Además de tratar de que los más mañaneros vayan de mañana y los más nocturnos lo hagan de día, el trabajo sugiere que, por ejemplo, “las matemáticas se enseñen lo más tarde posible en el turno de la mañana, incluso en los primeros años de liceo”. Dado que también vieron que a medida que crecían los adolescentes atrasaban su sueño, sugieren que “las horas de inicio podrían entonces ser progresivamente retrasadas durante toda la adolescencia”, es decir, que a medida que los alumnos pasan de primero de liceo a sexto, los horarios vayan siendo cada vez más tardíos, en la medida en que se pueda. Los autores reconocen que eso “sería difícil de lograr”, pero señalan que “atrasar el horario de inicio de clases sólo para los adolescentes mayores puede ser una solución intermedia que favorezca a la población más vulnerable de estudiantes”.

Ciencia y cultura rioplatenses

Cuando consultamos a Bettina Tassino, investigadora de la Facultad de Ciencias de la Udelar, lo primero que hace es elogiar el artículo de sus colegas: “Es un trabajo con un análisis exhaustivo de los datos y que salió en una muy buena revista”, señala, al tiempo que dice que de cierta manera echaron mano de los mismos instrumentos que había utilizado su equipo para estudiar el tema en Uruguay.

Tassino destaca el hecho de que la necesidad de los países de América Latina –recuerda que hay trabajos de Brasil y México– de maximizar el uso de la estructura edilicia con la implementación de distintos turnos, “desde el punto de vista cronobiológico es una tremenda ventaja para discernir el efecto cronotipo en sí mismo, si es el ser nocturno lo que genera peores desempeños o si es este efecto que los colegas argentinos llaman ‘sincronía’, de que a los más alondras les va mejor de mañana y a los más búhos les va mejor de noche”.

Sobre lo observado en matemática para las alondras y en lengua para los búhos, Tassino dice que el artículo muestra que “es un hallazgo sumamente importante de este artículo demostar cómo no hay un ritmo parejo en las distintas capacidades cognitivas de procesamiento que se ponen en juego en distintas horas del día”. También sostiene que “muchas veces se habla de que en general los búhos tienen esa cosa más creativa, artística, y las alondras, las más lógicas. Tal vez allí subyace un efecto del cronotipo en los distintos componentes de la cognición que se ponen en juego en distintos momentos del día”. Obviamente, aquí hay una línea de investigación a profundizar. A ese respecto, relata que con su equipo, que ahora trabaja en el liceo 63, hicieron pruebas de atención. “Nos interesa saber si lo que está mediando en las diferencias en el desempeño tiene que ver con la capacidad de atención”, dice, y adelanta que los resultados preliminares serán presentados en marzo, en un congreso de ciencias cognitivas.

“Otro de los temas importantes refiere al déficit de sueño que tienen los adolescentes. Los jóvenes, aun contando los fines de semana, en promedio están muy por debajo de las ocho horas de sueño”, dice Tassino. En el caso de los liceales argentinos, las cifras son peores que las observadas en Uruguay: en el trabajo encontraron que de los 753 liceales porteños, 93,5% dormían menos de la cantidad mínima de horas recomendadas, cuando en el trabajo de nuestros coterráneos en el liceo 10 esa cifra era de 70%. “Este trabajo nos hace pensar qué pasa en nuestras sociedades rioplatenses, cómo los hábitos sociales y culturales juegan en esto de que seamos tan tardíos”, reflexiona Tassino.

Artículo: “Interplay of chronotype and school timing predicts school performance”.
Publicación: Nature Human Behaviour.
Autores: Andrea Goldin , Mariano Sigman , Gisela Braier, Diego Golombek, María Leone.

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