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Enrique González junto a murciélagos de la colección del MNHN.

Foto: Alessandro Maradei

Uruguay registra una nueva especie de mamífero, con una historia digna de tiempos de la Guerra Fría

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¿Cómo pudo una expedición en territorio uruguayo, financiada por las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en los años sesenta, culminar en el descubrimiento reciente de una nueva especie endémica de Uruguay? La respuesta aletea en el viento.

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A finales de 1962, la Guerra de Vietnam asomaba ya en el horizonte para el ejército de Estados Unidos, en preparación permanente por los vaivenes de una Guerra Fría que estaba en su punto más álgido por la crisis de los misiles de Cuba. No le faltaban conflictos para prepararse: estaba involucrado en la guerra civil de Laos y participaría poco después del conflicto civil en República Dominicana.

En diciembre de 1962, también, una expedición estadounidense se abría paso en los campos uruguayos. Durante varios meses sus miembros acamparon en territorio de Uruguay, donde –según una colorida descripción del New York Times escrita a finales de los ochenta– pasaron por un “largo desfile de dificultades, entre las que los parches de arbustos espinosos, enjambres de abejas y las pirañas fueron sólo el comienzo”.

Esta expedición no pretendía erradicar el comunismo de nuestra región y no estaba integrada por miembros del ejército estadounidense, sin embargo, sino por estudiantes e investigadores del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. Los acompañaban también dos uruguayos, integrantes de nuestro Museo Nacional de Historia Natural (MNHN): Alfredo Ximénez y Alfredo Langguth, que sin dudas sacaron provecho del conocimiento y las técnicas de los extranjeros. El objetivo principal de estos expedicionarios era recolectar roedores junto a sus ectoparásitos, y es allí donde dos historias aparentemente tan distintas –la bélica y la biológica– se unen.

Si uno acude a la información oficial del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, esta expedición a Uruguay duró desde diciembre de 1962 a mayo de 1963 y tenía como objetivo “recolectar mamíferos para el estudio de enfermedades”. Al escarbar en la fuente de financiación, sin embargo, queda claro que había otros propósitos ulteriores.

En el capítulo dedicado a Uruguay en el libro Historia de la mastozoología en Latinoamérica, las Guayanas y el Caribe, redactado por Enrique González, actual encargado del Departamento de Mamíferos del MNHN, y el biólogo Enrique Lessa, actual director del Laboratorio de Evolución de Facultad de Ciencias, se aporta un dato significativo. Aquella expedición fue financiada por el US Army Medical Research and Development Command, departamento encargado de las investigaciones biomédicas de las Fuerzas Armadas estadounidenses.

“¿Por qué financiar este tipo de expediciones?”, se pregunta hoy Enrique González para responder inmediatamente: “porque es de valor estratégico ante una eventual invasión. En Uruguay estuvieron seis meses y se llevaron 1.200 mamíferos”. El número es muy grande, pero palidece al lado de lo ocurrido con el Smithsonian Venezuelan Project, que estuvo de 1965 a 1968 en Venezuela (coincidiendo con el inicio de las acciones bélicas en Vietnam): colectaron oficialmente 38.213 mamíferos, aunque según González la cifra total de animales se acerca a los 60.000.

Mientras cientos de miles de pacifistas protestaban en el mundo ante los peligros de una guerra nuclear, las Fuerzas Armadas de Estados Unidos financiaban expediciones a países como Uruguay cuyos fines no eran, como cabía esperar, exclusivamente científicos y desinteresados.

Ejemplos de investigación científica puesta al servicio de intereses bélicos estadounidenses sobran en la historia, con características bastante más extravagantes que el estudio de enfermedades: desde la posibilidad de hacer llover sobre el enemigo bombardeando yoduro de plata en las nubes, al uso de murciélagos para diseminar bombas incendiarias.

El ejército estadounidense “sabe que al introducirse en zonas selváticas, parte de las bajas que sufre se deben a los problemas causados por enfermedades tropicales; en esa época se entendió que los estudios zoológicos básicos debían apuntar a grupos como los roedores y sus parásitos, porque muchas enfermedades pueden ser transmitidas no por las ratas sino por pulgas, por ejemplo. Por eso se financió a investigadores para que salieran a buscarlos, junto con otros mamíferos”, agrega González. Y es cuando hablamos de “otros mamíferos” que la historia comienza a ponerse aún más interesante.

Trucos de Merlin

Entre los integrantes de aquella expedición que llegó a Uruguay (y presente luego también en Venezuela, donde según cuenta fue capturado brevemente por una “guerrilla comunista”) se encontraba un joven estudiante llamado Merlin Tuttle, que con el tiempo se convertiría en una autoridad a nivel mundial en materia de murciélagos y fundador de la organización Bat Conservation International en 1982. Quizá su entusiasmo por los quirópteros hizo que en enero de 1963, en lugar de limitarse a la búsqueda de roedores, decidiera echar sus redes de niebla sobre algunos cursos de agua en Artigas y Tacuarembó.

Entre los animales que atrapó se encontraban 15 ejemplares de un pequeño murciélago de color marrón a negruzco. “Tenía 22 años cuando los colecté. Me habían contratado porque ya tenía reputación de encontrar animales raramente vistos. Además, ¡siempre estaba más interesado en los murciélagos que los demás”, cuenta Tuttle hoy a la diaria. Ejemplares de esa especie, examinados posteriormente por el experto en quirópteros Richard LaVal, fueron identificados como pertenecientes a la especie Myotis riparius (por entonces considerada una subespecie), descripta en 1960 en base a un ejemplar de Panamá y cuya distribución conocida alcanzaba Centroamérica y buena parte de Sudamérica.

Murciélagos de la colección del Museo Nacional de Historia Natural de la nueva especie Myotis pampa.

Foto: Alessandro Maradei

No era la primera vez que especímenes de Myotis riparius eran hallados en nuestro país, aunque eso no se sabía entonces. Los primeros ejemplares fueron recolectados por la Sociedad Taguató de Ciencias Naturales en 1957, un hallazgo que se mantuvo inédito hasta que Ximénez, Langguth y Ricardo Praderi publicaron en 1972 la Lista Sistemática de Mamíferos del Uruguay, casi diez años después de la expedición estadounidense.

La historia nos obliga ahora a saltar prácticamente hasta el presente. Los ejemplares de murciélagos recolectados por Tuttle y compañía en Uruguay viajaron con ellos de regreso al Museo Americano de Historia Natural y durmieron en un cajón hasta 2020. Como en el argumento de una película clase B de vampiros, resucitarían de su lugar de reposo a raíz de la intervención de un nuevo personaje.

Parecido no es lo mismo

El biólogo brasileño Ricardo Moratelli, que llevaba tiempo dedicándose a examinar murciélagos del género Myotis en colecciones de América, dio con los 15 ejemplares uruguayos cuando arribó al Museo Americano de Historia Natural de Nueva York.

Este género es uno de los más complicados en cuanto a biodiversidad en murciélagos, en particular los americanos, asegura Enrique González. A pesar de su gran diversidad, las especies tienen pocas variaciones físicas, lo que vuelve complejo identificarlas solamente a través de análisis morfológicos.

Es en eso, justamente, en lo que se especializa Moratelli, algo que ya le permitió describir nuevas especies del género Myotis en trabajos con otras colecciones. En el caso de los murciélagos uruguayos exiliados en Nueva York, además, no contaba con tejido fresco para realizar un análisis de ADN. Junto con su colega Roberto Leonan y el estadounidense Don Wilson, hizo un minucioso examen morfológico de los ejemplares y se percató de que correspondían a una especie nueva para la ciencia. No eran Myotis riparius, como se creía hasta ahora, ya que poseían algunas características distintivas y propias. Por ejemplo, diferencias craneanas y varios detalles en la coloración del pelaje, entre otros aspectos. Sus pelos ventrales tienen tres colores, una característica única entre las especies de Myotis de América.

Entre los expertos que revisaron el trabajo de Moratelli y compañía, para que fuera aceptado como artículo científico validado en la publicación arbitrada Vertebrate Zoology, estuvo Enrique González, que quedó sorprendido ante la noticia. “Me llamó mucho la atención, porque del título ya se desprendía la existencia de una nueva especie para la ciencia, endémica de Uruguay. Y de un organismo volador, algo absolutamente inverosímil”, cuenta.

Enrique hizo algunas sugerencias para mejorar el trabajo, pero en líneas generales le pareció bien hecho. Por ejemplo, les aclaró que no se trata de una especie de áreas abiertas, un error probablemente inducido por las escasas notas de campo que acompañaban los ejemplares. Estos murciélagos fueron colectados en los densos montes ribereños y en las quebradas húmedas con vegetación subtropical del norte uruguayo. “No son bichos que andan volando por la pampa”, acota Enrique González, sino que están asociados a los cursos de agua y su vegetación.

Pese a ello, el nombre elegido para la nueva especie fue Myotis pampa. No Myotis uruguayensis, o Myotis gardeli o Myotis charrua o Myotis artiguensis, como quizá nos hubiera gustado, tratándose de una especie endémica de Uruguay. “Están en su derecho”, dice Enrique González. Sin compatriotas entre los autores del trabajo, era difícil que alguien brindara una perspectiva nacionalista para nombrar a la especie.

“Habríamos aportado importante información de la especie, pero hicieron bien lo que hicieron y no hay nada que reclamarles. No tenían obligación de invitar a un uruguayo a ser coautor del trabajo”, acota el especialista. El nombre, sin embargo, “elegido por la ecorregión de las Pampas, el principal hábitat de esta especie”, probablemente se justificará cuando se profundicen los trabajos sobre este quiróptero.

Murciélago de los pueblos libres

Pretender que esta especie se encuentre sólo en nuestro territorio, como si reconociera los límites políticos u obedeciera a los cierres de frontera, es ciertamente una ilusión. Bajo el nombre Myotis riparius ya estaba registrada en la Mesopotamia argentina y Río Grande do Sul. González cree que cuando se revisen las colecciones de Argentina y Brasil se comprobará que corresponden en realidad a la especie recientemente descrita, Myotis pampa, que podrá ser citada también en los territorios cercanos y no sólo en Uruguay. Los autores del trabajo también lo anuncian en el artículo y agregan que si la hipótesis es correcta, es probable que Myotis riparius no se encuentre ni siquiera presente en ninguna parte de la región de las pampas. Es su primo recién descrito el que se esconde en los montes subtropicales de la zona.

En nuestro país ocurre otro tanto. Tenemos ejemplares de Myotis riparius en nuestras colecciones, que casi con certeza pasarán a ser renombrados como Myotis pampa. Los registros corresponden a los departamentos de Artigas y Tacuarembó, más algunos puntos aislados en Río Negro, Rocha y Colonia. Por lo tanto, es lógico suponer que si Moratelli, el especialista en Myotis, hubiera optado por venir a Uruguay en lugar de visitar Nueva York (algo de lo que no lo culparemos), podría haber descrito la especie nueva en base a nuestros ejemplares, que también aguardaban en la oscuridad de un cajón.

Myotis riparius de Brasil, probable Myotis pampa. Foto: Roberto Leonan Morim Novaes

El especialista brasileño, además, arrebató por poco el honor a otros investigadores locales. Gracias a un proyecto del Programa de Conservación de Murciélagos del Uruguay (PCMU), en conjunto con el Museo de Historia Natural de París, ya se había analizado el ADN de una buena cantidad de quirópteros uruguayos y se había descubierto que existían al menos tres ramas que diferían de los Myotis riparius estudiados en otros países. Es decir, Uruguay había avanzado a través del análisis genético en la misma dirección que Moratelli y colegas con sus análisis morfológicos.

Esa es, a juicio de González, una de las líneas a profundizar de ahora en adelante en nuestro país: la confirmación de la validez de esta nueva especie a través de estudios de ADN de los ejemplares de nuestras colecciones.

Este tipo de estudios, además, permitirá reunir material para evaluar el estatus de conservación de la especie en Uruguay, cincuenta años después del hallazgo que culminó en su reciente descripción.

González aclara que se trata de murciélagos pequeños y de vuelo acrobático, que se mueven generalmente en el interior de los montes, por lo que no se ven afectados por los molinos de viento, por ejemplo. Esta es una amenaza que sí enfrentan los murciélagos que vuelan alto en áreas abiertas.

En cuanto a su abundancia, de acuerdo a los datos que tenemos hasta el momento, se trata del Myotis más raro que hay en el país (sacando al inusual Myotis nigricans). Aparece muy asociado al monte subtropical, característica que sí implicaría algunas presiones para su conservación.

“Desde hace 300 años se hace una tala selectiva de monte, cortándose los árboles más grandes, además de la tala rasa que probablemente redujo la superficie de bosques naturales del país, que ha deteriorado la calidad ecológica de los bosques autóctonos. Para un murciélago de monte como este, Uruguay representa un ecosistema bastante deteriorado por falta de árboles añosos con huecos donde refugiarse, pero en los últimos años probablemente no cambió mucho la situación en Artigas y Tacuarembó, donde están la mayoría de los registros”, explica.

La polémica de los repatriados

La descripción de esta nueva especie deja en entredicho también otro asunto candente en aquellos convulsos años 60: el de nuestra soberanía. Una expedición estadounidense vino y se llevó 1.200 mamíferos sin que se firmara absolutamente nada.

“En esa época Uruguay era un país medio bananero, no había barreras. Fuimos muy dados siempre a que vengan extranjeros a llevarse cosas. Hoy no podría darse algo así, fuera de un acuerdo que implique que todo quede acá o se lo lleven, pero luego lo devuelvan”, comenta Enrique González.

Para añadir insulto a la herida, encima, dentro de esos ejemplares están ahora el holotipo y los paratipos de esta nueva especie. En taxonomía, el holotipo es el ejemplar original con el que se realizó la descripción de la especie; en este caso una hembra colectada por Tuttle en Belén, Artigas. Los paratipos son los que pertenecen a la serie de material citado en la publicación original; en este caso, los otros 14 ejemplares recolectados por los expedicionarios.

Como ocurre con tantos uruguayos que se fueron a Nueva York en los agitados años sesenta, quizá llegó la hora de que nuestros Myotis pampa regresen a su lugar de origen. Desde el punto de vista científico, para Uruguay es importante contar con el holotipo –o al menos algún paratipo– de una especie endémica. Por eso, Enrique González le pedirá al director del Museo Nacional de Historia Natural, Javier González, que se contacte con las autoridades del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York para solicitarle al menos un macho y una hembra de estos ejemplares. La repatriación, aunque justificada, no es una tarea sencilla.

Los venezolanos, por ejemplo, recuperaron cerca de un tercio de los mamíferos recolectados por el Smithsonian en los años 60. “¿Vivos?”, preguntaría una conocida conductora de televisión. Por supuesto que no, pero aun así una colección de casi 20.000 animales es una fuente invalorable de conocimiento para la biodiversidad de ese país.

Esta descripción de una nueva especie, hecha fuera de fronteras, también obliga a reflexionar sobre el déficit de investigación en nuestro país. “Indudablemente podemos tener más sorpresas ocultas en nuestra naturaleza”, ilustra González. Tuttle, pese a que transcurrieron ya 50 años desde su visita, cree lo mismo. “Al igual que esta nueva especie, muchos de los animales que recolecté a mis 20 años no fueron identificados hasta mucho más tarde. En base a mi experiencia allí, me sorprendería que no hubiera otras especies de murciélagos aún por descubrir en Uruguay”, acota. Aun así, cuando hablamos de murciélagos no estamos en un vacío completo en el país, aunque claramente falte más investigación.

En los últimos años, el PCMU realizó varios proyectos y salidas de campo. En cada ocasión hizo un descubrimiento importante, ya fuera el hallazgo de una nueva especie para el país o la ampliación de la distribución de otras. “Hay que seguir saliendo para continuar encontrando especies nuevas. En murciélagos en particular, la curva de acumulación de especies permite predecir nuevos hallazgos”, dice González, responsable de haber agregado un puñado de ellas en los últimos veinte años.

Hacerlo es valioso para ampliar el conocimiento de nuestra biodiversidad y evaluar el estatus de conservación de las especies que la integran. Si no fuera suficiente, siempre queda la opción de tocarle la puerta al ministro de Defensa y preguntarle si las Fuerzas Armadas quieren financiar una expedición zoológica en el país, antes de que lo hagan las potencias extranjeras.

Artículo: “A new species of Myotis (Chiroptera, Vespertilionidae) from Uruguay”
Publicación: Vertebrate Zoology (noviembre 2021)
Autores: Roberto Leonan Novaes, Don Wilson, Ricardo Moratelli.

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