Hay lugares de Uruguay en los que es muy fácil sentirse un explorador. Si uno avanza en ellos con atención, puede toparse con una sorpresa distinta metro a metro, literalmente. A la izquierda, por ejemplo, un tucán aguarda con expresión sorprendida entre las sombras. Más adelante sale al encuentro un guácharo, una extraña ave que ecolocaliza igual que un murciélago. Escondido por allí está también el jabirú, la cigüeña más grande de América, eclipsando con su tamaño a los guacamayos escarlata y los guacamayos macao que aprovechan las sombras para pasar inadvertidos. Puede que incluso se oculte en alguna parte una especie desconocida, a la espera de un análisis minucioso.
Solemos asociar este tipo de aventuras con largas jornadas en la naturaleza, como las que protagonizaron tantos exploradores e investigadores en tierras sudamericanas en los siglos pasados, pero hay otras formas de registrar y descubrir especies. La descripción del primer párrafo no corresponde a una selva tropical sino a la colección de ornitología del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), donde los animales no están perchados en ramas sino guardados en cajones, y donde no predomina el olor a tierra húmeda sino el persistente paradicloro que ayuda a mantenerlos conservados.
Puede parecer menos emocionante o romántico que atravesar junglas, montes y ríos, pero es otra clase de exploración, también necesaria y muy efectiva, considerando que hay guardados allí 7.000 ejemplares acumulados durante casi dos siglos. Y menos peligrosa también. Pregúntenle si no a Alfred Wallace, coautor de la teoría de la evolución, que pasó cuatro años colectando especímenes en el Amazonas y en ese lapso enfermó gravemente, vio morir a su hermano de fiebre amarilla y para peor perdió todo el fruto de sus esfuerzos en el incendio de su barco. O piensen sino en las decenas de naturalistas caídos durante sus investigaciones.
Explorar los cajones de las colecciones no es la única forma de complementar el trabajo de campo. Los tiempos modernos nos brindaron una herramienta tecnológica que multiplicó el alcance de los investigadores gracias a los ojos de un ejército de observadores: las plataformas colaborativas en línea, que ofrecen un flujo constante de fotografías de fauna.
El biólogo Washington Jones, encargado de la sección Ornitología del MNHN, conoce bien las bondades de las colecciones y del esfuerzo colaborativo de las plataformas. Trabajando con ellas, pocos meses atrás publicó los primeros registros de una nueva subespecie de gavilán de patas largas (Geranospiza caerulescens gracilis) para el país y ahora vuelve a demostrar su utilidad con otra ave rapaz elegante, que venía pasando inadvertida en nuestras tierras.
Azorados
Jones está elaborando una guía ilustrada de aves del Uruguay junto al guardaparques Carlos Calimares, actividad que los ha llevado a revisar ejemplares en las colecciones locales y toparse con alguna sorpresa, como ocurrió con el gavilán de patas largas. En aquella ocasión, descubrieron un ejemplar (con el nombre mal asignado) de una subespecie que debía hallarse al menos a 2.500 kilómetros de distancia de Uruguay, y corroboraron, mediante una intensa búsqueda en las plataformas de imágenes, que efectivamente se trataba de un animal que surcaba cielos uruguayos. En el caso que nos ocupa esta vez, el proceso fue prácticamente al revés.
Mientras Jones y Calimares avanzaban en la elaboración de la guía, se toparon con unas fotografías tomadas por aficionados brasileños en Río Negro, cerca de Las Cañas, que les llamaron la atención. Las imágenes correspondían al gavilán bicolor (Accipiter bicolor), un ave esbelta y paciente a la hora de cazar. La Lista Roja de Aves del Uruguay menciona que a finales de 1990 se lo consideraba raro “pero los numerosos registros recientes sugieren que es más abundante de lo que se pensaba e incluso podría estar en expansión”, uno de los motivos por los que su estatus pasó de “vulnerable” (VU) a “menor preocupación” (LC).
“A mí me gusta decir que son nuestros azores, que son rapaces del viejo mundo (de Europa, África, y Asia)”, dice Jones, mientras muestra el ejemplar de gavilán bicolor perteneciente a la colección del MNHN, ya un poco descolorido por el tiempo. “En realidad estos gavilanes o esparveros son mucho más grandes, pero al igual que los azores, son grandes cazadores de bosques, tienen las alas medio cortas y redondeadas, lo que les permite maniobrar y meterse entre las ramas buscando pajaritos”, agrega.
En las fotos tomadas por los brasileños en Río Negro notaron que los gavilanes tenían una coloración mucho más rojiza en el pecho, característica que no posee la subespecie Accipiter bicolor pileatus, la única registrada en Uruguay. Al igual que hicieron en su anterior trabajo, se contactaron con el brasileño Frederick Pallinger, gran especialista en rapaces que acababa de editar el libro Aves de Rapina do Brasil 2021, en el que se da una detallada descripción de las cinco subespecies del gavilán bicolor.
“Empezamos entonces a ver que evidentemente se trataba de una subespecie diferente a la citada en Uruguay, porque pileatus tiene el pecho bien gris plomizo. Ese es el rasgo más notorio, pero las franjas de la cola también son distintas; en pileatus son más anchas y menos numerosas”, cuenta Jones.
Aunque las rapaces tienen una variación gigante en su plumaje dentro de una misma especie, dependiendo de si son adultas o juveniles, la descripción de estos gavilanes de pecho colorido se ajustaba perfecto a la subespecie Accipiter bicolor guttifer. Esto resultaba curioso, ya que los registros más cercanos de guttifer se encontraban a más de 700 kilómetros de distancia, en Corrientes.
Jones y Calimares, entonces, descolgaron la lupa de investigadores de la pared y se metieron a explorar las colecciones en busca de evidencias de la presencia de esta subespecie en Uruguay. Tenían ya la foto de los sospechosos; lo que faltaba ahora era un cuerpo.
Con la lupa en las colecciones
Lo más sencillo para Jones fue revisar primero la colección de aves del MNHN, que está justamente a su cuidado. Allí hay un solo ejemplar de gavilán bicolor, citado como pileatus por los ornitólogos Juan Cuello y Eugenio Gerzenstein en un trabajo de 1962. Sin embargo, cuando Jones revisó el ejemplar se dio cuenta de que se trataba de un juvenil.
“Como bien habíamos visto con Pallinger, es casi imposible darse cuenta de qué subespecie se trata analizando ejemplares juveniles, porque tienen mucha variación de plumaje”, explica Jones al lado del sujeto de estudio en cuestión.
¿Por qué estaba asignado como pileatus si no había elementos suficientes para determinar la subespecie? “El argumento fue la cercanía geográfica, pero seguramente tampoco había un consenso en las obras disponibles sobre la distribución geográfica de las diferentes subespecies”, agrega.
Pero la labor de Jones no podía culminar allí, sin pistas suficientes para dirimir el caso. Hablaría muy mal de su energía como detective si se hubiera limitado a investigar únicamente lo que tiene a cinco metros. Al revisar toda la bibliografía pertinente a esta especie en Uruguay se topó con un trabajo de Mario Huertas de 1985 que mencionaba un ejemplar guardado en la colección de vertebrados de la Facultad de Ciencias.
Este ejemplar también estaba asignado como pileatus, reforzando la idea de que era la única subespecie presente en Uruguay, tal cual fue repetido luego en varias obras de referencia locales. Jones pudo observar ese espécimen que estaba medio momificado y bastante reseco, pero contaba con la evidencia que estaban buscando.
“El rojo del pecho era muy evidente. El trabajo de Huertas lo cita como pileatus, pero para nosotros está mal asignado, porque el color rojo ocupa toda la zona del pecho y el abdomen, y además tiene el patrón de las banditas en la cola”, dice Jones. Bingo. Se trataba de un ejemplar de Accipiter bicolor guttifer recolectado en Artigas a comienzos de los 80, primera prueba tangible de que la subespecie se encontraba en territorio nacional. Resuelto esto, era hora de llevar las pesquisas a otro lado.
Con la lupa en la nube
Tras revisar las colecciones locales, Jones y Calimares (gran nombre para una agencia de detectives) consultaron exhaustivamente las plataformas electrónicas eBird, Wikiaves, Ecoregistros y ArgentiNat durante el período 2015-2021, en busca de imágenes del gavilán bicolor en diferentes departamentos de Uruguay.
Confirmaron que la subespecie guttifer aparecía varias veces, tal cual habían notado en las fotos captadas por los aficionados brasileños en Río Negro. Tras descartar las imágenes de ejemplares juveniles (que como dijimos son poco útiles para la diferenciación subespecífica) y las que eran poco claras, validaron siete registros de guttifer para Uruguay, todos en Río Negro. Esto no significa que la subespecie tenga una obsesión especial por esta zona, como algunos turistas argentinos de Gualeguaychú. Tal cual aclara Jones, hay un sesgo importante por la gran cantidad de fotos tomadas en ese departamento.
“En la zona límite litoral con Argentina, Corrientes y sobre todo Entre Ríos, hay una influencia de guttifer, que anda por allí. La población que viene de Brasil hacia el este, baja por la Mata Atlántica y se mete en parte en Paraguay y llega también a Uruguay, es pileatus”, ilustra Jones a grandes rasgos.
La mayor parte de los registros documentados de los ejemplares de esta subespecie, además, están fuera del rango temporal mencionado por el libro Aves del Uruguay, de Eduardo Arballo y Jorge Cravino, que citaban sólo a pileatus de diciembre a abril. En este caso van de julio a noviembre.
¿Cómo quedó bajo el radar tanto tiempo esta subespecie? “Obviamente Uruguay no tiene un ejército de ornitólogos como Brasil o como Argentina, que están en todo. Esto probablemente podría haber salido 15 o 20 años antes, pero hay pocos ornitólogos en comparación con los especialistas en cualquier otro grupo de vertebrados en Uruguay. Supongo que es un tema tradicional de dedicación a otros grupos. Lo que sí tenemos es un ejército importante de fotógrafos que sale al campo y saca fotos, que es un aporte excelente de ciencia ciudadana”, reconoce Jones.
La ciencia ciudadana fue esencial para la confirmación de estos registros de una nueva subespecie, pero no sólo permitió eso. Hay otra particularidad que notaron gracias a las imágenes.
Que se acostó con él, que se acostó con ella
Además de los siete registros de guttifer, el examen de los investigadores permitió observar dos ejemplares con características mixtas de pileatus y guttifer, que según el trabajo publicado, “indicarían hibridación intraespecífica”.
“Observando los registros de plataformas electrónicas queda claro que ambas subespecies conviven en la región litoral del Uruguay. La distribución de A.b. pileatus y A.b. guttifer en la región sur de Sudamérica puede estar indicando una región de solapamiento geográfico de ambas subespecies en la región litoral del río Uruguay”, indica el artículo.
Huertas ya proponía en su trabajo de 1985, aludiendo a un rango geográfico más amplio, que podría estar ocurriendo “un proceso (probablemente reciente) de diferenciación de las subespecies guttifer y pileatus”. Esto “debe ser confirmado con base en un análisis más profundo y exhaustivo de los registros de Uruguay, Argentina y Brasil”, aclaran en la publicación.
“Huertas hablaba de una zona de hibridación cerca del río Uruguay y nosotros confirmamos, con base en las fotografías de las plataformas, que claramente hay ejemplares que tienen una mezcla de características de guttifer y pileatus, y que podrían ser posibles híbridos. Para establecer esto habría que hacer todo un estudio de las poblaciones, que aparentemente confluyen ahí en el litoral, algo que excede ya a nuestro artículo”, reconoce Jones.
No es clara la función que cumplen en esta especie las diferencias de plumaje, si es que la hay, pero aparentemente “no les pone freno para reproducirse entre sí”, agrega. Es claro que el gavilán bicolor no discrimina por el plumaje a la hora de la acción (“haz el amor sin mirar el color”, podría ser su lema) y que la distancia genética entre las subespecies no es tan grande como para impedirles generar crías viables. “De todos modos sería importante corroborar que esas crías no sean estériles”, acota Jones.
Que el esfuerzo colaborativo de tantos aficionados a las aves haya contribuido a estos nuevos registros, y por lo tanto a enriquecer el conocimiento de nuestra avifauna, es sin dudas un estímulo para que cada vez más observadores salgan al campo con largavistas y cámaras, pero no hay que perder de vista el trabajo que debe acompañar esos registros tan valiosos. Sí deja claro un mensaje: al igual que las subespecies de gavilán bicolor, el conocimiento académico y la curiosidad ciudadana también pueden mezclarse y ser fértiles cuando confluyen en una misma zona.
Volando alto juntos
“Yo pienso que cualquier observador que quiera hacer ornitología puede hacerlo, no tiene que tener ningún título. Tiene que ponerse a estudiar, a seguir las reglas de la ciencia, a usar evidencia tangible y no ambigua, pero no hay ninguna coronita”, dice Jones, aunque aclara que “observar aves y hacer ornitología no es lo mismo”.
“Que los actores puedan ser los mismos, claro que sí. Hay observadores que empiezan a estudiar ornitología y ornitólogos que son observadores. Y en eso los registros electrónicos son fundamentales, pero yo creo que es recomendable utilizar esa información y empezar a analizarla más profundamente en artículos con más exigencia. Las plataformas son excelentes, son un insumo impresionante, pero necesitan ese otro paso”, explica. Dicho en otras palabras: la ciencia no es sólo información, sino especialmente lo que se hace con ella.
Y además de esto, resalta que no hay que dar la espalda a las colecciones, como quedó claro en este caso. “Las aves muchas veces nos dan señales de lo que está pasando con este mundo, que por cierto estamos manejando bastante mal. Saber lo que sucede con ellas, incluso cuando hablamos de diferencias entre subespecies, nos puede dar información sobre qué está ocurriendo. Y en eso las colecciones de museos son como libros, a veces libros tan largos y tan antiguos que en ellas se pierde durante mucho tiempo una piel o un registro, pero son ámbitos de descubrimiento también”, concluye Jones, que camina entre los pasillos de la colección del museo con el mismo entusiasmo y curiosidad que un explorador del siglo XIX entre los bosques sudamericanos.
Artículo: “Revisión de las subespecies del esparvero variado (Accipiter bicolor) en Uruguay”
Publicación: Historia Natural (setiembre 2022)
Autores: Washington Jones, Carlos Calimares, Frederick Pallinger, Paulo Fernando Bertagnolli y Cláudio Timm.