Hay muchas razones que podrían explicar por qué nos resulta más sencillo imaginarnos a una persona con conciencia ambiental que se encadena a un árbol como señal de protesta que representarnos a esa misma persona protestando encadenada a unos pastos. Es obvio que encadenarse a un pasto es tan difícil como tonto. Menos obvio es que en nuestro país, si bien los bosques nativos continúan siendo talados pese a estar protegidos por ley, son los pastizales los ecosistemas que más han visto reducida su extensión debido a la expansión de la agricultura y la forestación.
Nuestros pastizales forman parte de lo que se conoce como Bioma Pampa, un área que compartimos con el sur de Brasil y parte de Argentina. En una evaluación realizada en 2019 entre los tres países, se estimó que entre 2000 y 2019 “el Bioma Pampa sudamericano tuvo una pérdida neta de vegetación nativa de 84.701 km²”, lo que implicó una disminución de 16,3% en casi un par de décadas. En ese trabajo, publicado por investigadores de la Facultad de Agronomía, Facultad de Ciencias, el Ministerio de Ambiente y el Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (INIA) en la revista INIA de junio de 2021, se decía que “en Uruguay hubo una pérdida de vegetación nativa de 12.102 km² (10%) debido a un efecto combinado del avance de la agricultura y la silvicultura”.
Con tales guarismos, bien que podríamos pensar en encadenarnos a algunas de las múltiples especies de vegetales que conforman los pastizales nativos. Sin embargo, algo falla. O mejor dicho, algo nos falla. Tendemos a percibir los pastizales como lugares donde no hay nada. Pero como nos decía Alejandro Brazeiro, del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias en una nota previa, los pastizales “son como nuestras selvas tropicales, es donde habría que poner el foco de conservación y por lo general no se les da mucho corte. Hay gente que define los pastizales como un lugar sin árboles y no por los atributos que tienen”.
Por si a alguien le quedaran dudas, los pastizales no sólo representan un ecosistema de alta biodiversidad vegetal que bien haríamos en conservar, sino que allí vive 62,67% de las 351 especies de aves del país, 74,32% de las 74 especies de mamíferos, 55,3% de las 65 especies de reptiles, 8,33% de las 48 de anfibios y 36,19% de las 315 especies de plantas leñosas. El trabajo no lo analiza, pero si a esta biodiversidad sumamos a los insectos, arácnidos, plantas no leñosas, hongos y microorganismos, el pastizal, lejos de ser ese “lugar sin árboles”, se convierte en un lugar donde la vida abunda en todo su esplendor.
A diferencia de los bosques, que cuentan con protección legal, y de los cursos de agua y algunos humedales, que están contemplados por distintas normativas, los pastizales están huérfanos de todo tipo de norma y disposiciones que los defiendan. De hecho, al pensar dónde colocar las escasas e insuficientes áreas protegidas que tenemos en el país, hay un sesgo hacia otro tipo de ambientes, y la inclusión de pastizales se da únicamente cuando comparten la zona con bosques, quebradas u otros paisajes de interés. ¿Qué había donde hoy hay grandes extensiones de pinos y eucaliptus? En la mayor parte, pastizales. ¿Qué había donde hoy hay grandes extensiones de soja? En algunas partes, otros cultivos, pero cuando esa expansión implicó un cambio de uso del suelo, en la mayoría de los casos había pastizales. ¿Que hay hoy donde mañana habrá nuevos cultivos y nuevas hectáreas destinadas a forestación? Ya se imaginan la respuesta.
Este problema de percepción del valor del pastizal y el grado de amenaza que enfrenta no se da sólo en nuestro país. De ello buena muestra es el artículo “Colocando a los pastizales y las sabanas de Brasil en el mapa de la ciencia y la conservación”, publicado en avance por la revista Perspectives in Plant Ecology, Evolution and Systematics. De hecho, el problema tal vez sea aún más grave en un país que tiene ecosistemas como el Amazonas, que atrae todos los focos de la conservación del mundo entero y deja a la sombra justamente un ecosistema en el que la vegetación no crece a la sombra.
Firmado por investigadores de instituciones de Brasil, Alemania, Estados Unidos, Canadá y Uruguay -dentro de los autores figuran Santiago Baeza, del Departamento de Sistemas Ambientales de la Facultad de Agronomía, y Anaclara Guido, del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias, ambos de la Universidad de la República-, el trabajo hace contribuciones relevantes que, más que extrapolar, podemos extender a lo que sucede aquí de la misma manera que el Bioma Pampa se extiende entre los tres países sin andarse fijando en fronteras políticas.
Casi un tercio ninguneado
El artículo comienza poniéndonos en contexto. “Brasil es el país con mayor riqueza de especies vegetales del mundo”, dice, y agrega que “tanto los científicos como el público en general tienden a atribuir esta diversidad a los bosques tropicales húmedos de la región amazónica y la costa atlántica. Recordando que la cuenca del Amazonas es hogar de unas 10.000 especies de árboles, los autores, liderados por Gerhard Overbeck, del Departamento de Botánica de la Universidad Federal de Río Grande del Sur, Porto Alegre, nos recuerdan que no todo son árboles: “Los árboles y los bosques son sólo un aspecto de la inmensa biodiversidad de Brasil”.
Y entonces disparan: “Los ecosistemas herbáceos, que ocupan 27% del país, han sido históricamente desatendidos tanto por la conservación como por el abordaje científico”. Según los investigadores e investigadoras firmantes, esto se debe a “conceptos erróneos sobre las características y dinámicas de estos ecosistemas, así como una terminología inconsistente o restringida regionalmente que impidió una comunicación más adecuada sobre las sabanas y pastizales de Brasil, tanto dentro del país como internacionalmente”, entre otras cosas.
Llamar la atención a la sombra del voluptuoso Amazonas no es sencillo, menos aún para un ecosistema que no se lleva bien con la sombra: como definición los autores sostienen que “los ecosistemas herbáceos de Brasil albergan una gran cantidad de plantas intolerantes a la sombra, típicamente (pero no siempre) con un alto predominio de pastos perennes y una capa relativamente continua de plantas herbáceas, incluidas muchas hierbas y subarbustos”. No hace falta que nos lo expliquen demasiado: la mayoría aquí tenemos una idea de cómo son los campos cuando no se plantan ni forestan.
También reseñan que las especies de estos ecosistemas herbáceos “evolucionaron y se mantienen” gracias a diversos factores, entre los que mencionan los incendios frecuentes, la presencia de megafauna herbívora en el pasado, propiedades de los suelos y restricciones climáticas, “o una combinación de estos factores que limitan el crecimiento de los árboles”. Estos aspectos son relevantes, ya que si no se conoce la importancia relativa de cada uno de estos factores que mantienen estos ecosistemas, difícilmente pueda encararse su conservación y restauración.
“A pesar de su gran importancia en términos de biodiversidad y servicios ecosistémicos, en todo el mundo, las sabanas y los pastizales tienen altos riesgos de conservación debido a los altos niveles de conversión de la tierra y los bajos niveles de protección”. Overbeck et al.
Ecosistemas bajo amenaza
Para los autores, pese a que hay suficiente y creciente evidencia acumulada sobre la alta biodiversidad de estos ecosistemas, “hasta la fecha no existe una síntesis completa que describa las sabanas y pastizales de Brasil”, lo que conforma una “brecha de conocimiento” que obstaculiza “los esfuerzos nacionales e internacionales para conservar y restaurar de manera eficiente los ecosistemas herbáceos de Brasil”. El problema no se da sólo allí (o aquí).
En ese sentido, afirman que “a pesar de su gran importancia en términos de biodiversidad y servicios ecosistémicos, en todo el mundo, las sabanas y los pastizales tienen altos riesgos de conservación debido a los altos niveles de conversión de la tierra y los bajos niveles de protección”. Como veíamos en la introducción, el tema es casi el mismo en esta parte sur de Bioma Pampa. En la siguiente frase se podría cambiar perfectamente el nombre del país por el nuestro y la frase seguiría siendo válida: “En Brasil, donde los ecosistemas de pastizales reciben poca atención pública y son infravalorados por las iniciativas de conservación, los impactos antropogénicos en los ecosistemas herbáceos, especialmente la conversión a tierras de cultivo y plantaciones de árboles, continúan siendo muy altos”.
Luego dan un ejemplo local que pinta claro el panorama: en 1934 se adoptó en el país norteño el Código Forestal, que era hasta hace poco su “principal herramienta legal de conservación de la naturaleza”. En 2012 el código fue reemplazado por la Ley de Protección de la Vegetación Nativa. “A pesar de que el término vegetación nativa es más inclusivo, la nueva ley es conocida como ‘el nuevo Código Forestal’, reforzando la noción de que los bosques son más relevantes que otros tipos de vegetación en la prestación de servicios ecosistémicos”, denuncian. A ello suman que “la tensión causada por la valoración de los bosques, pero no de los pastizales, representa una amenaza particular para la conservación en regiones con mosaicos naturales de bosques y pastizales”. Que el bosque nativo esté protegido por ley podría hacernos perder de vista lo desprotegidos que están otros ecosistemas.
Impactos impactantes
Luego de clasificar los distintos ecosistemas herbáceos de Brasil (entre ellos, los “Campos del Sur” en los que están los pastizales de la Pampa que compartimos), el trabajo analiza los impactos antropogénicos en ellos.
“Para 2019 Brasil perdió 46% de la distribución original de sus ecosistemas herbáceos”, consigna la publicación. En Uruguay, hasta 2015, se había reportado que se había perdido 25% de la superficie de pastizales que había previo a la llegada de los europeos. En los pastizales restantes de nuestro país tampoco hay una gran fiesta: según comentaba el ya mencionado Alejandro Brazeiro, buena parte de los pastizales remanentes ya no tienen su vegetación nativa intacta, o bien porque han sido “mejorados” con especies exóticas para forrajeo, o están afectados por el sobrepastoreo y por la invasión de otras especies. Volvamos a Brasil.
“Vastas áreas de los ecosistemas herbáceos han sido convertidas a tierras agrícolas o a plantaciones de árboles no nativos”, reportan. Al hablar de las principales regiones de pastizales y sabanas de Brasil, señalan que “la vegetación nativa ha sido reemplazada extensamente por pasturas plantadas con especies de pastos no nativos y, a menudo, invasivos”. En lo que respecta a la zona de Campos del Sur, informan que “la agricultura intensiva también está invadiendo rápidamente” los pastizales, “aun cuando los ecosistemas herbáceos todavía son la base para la producción ganadera”. A ello hay que sumar la presencia de especies exóticas invasoras.
“La distinción entre pastizales primarios y secundarios resaltaría más claramente el valor de conservación y la necesidad de restauración”. Overbeck et al.
Incluso señalan que el “debate sobre la conservación y restauración” de estos ecosistemas se facilitaría “si se usaran términos más claros que dejaran más en evidencia los impactos humanos sobre los pastizales”. Sobre eso, señalan que el término pastura se usa “comúnmente para referirse a praderas artificiales” así como para aludir “a los pastizales nativos donde pasta el ganado”. Al respecto afirman que “si bien los pastos plantados pueden ser importantes para evitar una mayor conversión de la tierra y mantener el pastoreo de ganado, generalmente se trata de monocultivos de especies comerciales y no nativas y deben denominarse tierras agrícolas”. Tomá.
¿Podemos volver atrás?
En el artículo también hacen otro aporte a tener en cuenta. “La distinción entre pastizales primarios y secundarios resaltaría más claramente el valor de conservación y la necesidad de restauración”, sostienen. Por pastizales primarios se entiende aquellos que siempre fueron pastizales y que nunca fueron reemplazados para destinar la tierra a otro uso. Los secundarios, en cambio, son pastizales “que se desarrollan luego de que otros usos de la tierra fueron abandonados”. El asunto es: ¿podemos volver atrás? ¿Un pastizal perdido puede regenerarse?
En su artículo dan dos ejemplos no del todo alentadores. En el Cerrado, una región más al norte del Bioma Pampa, reportan que “después del uso para pastoreo de ganado o forestación hay una recuperación exitosa del componente leñoso, pero la capa herbácea nativa no se recupera. En el caso de los Campos del Sur, los más parecidos a los de aquí, dicen que “se ha demostrado que los pastizales secundarios difieren de los primarios en términos de composición de especies de plantas y procesos del ecosistema”.
Por eso proponen que “la distinción entre pastizales primarios y secundarios es fundamental desde una perspectiva de conservación” y son enfáticos: si bien “la restauración de los pastizales secundarios es importante” lo que debe hacerse es “evitar la conversión de los pastizales primarios”. Agregan que “para ayudar a los esfuerzos de conservación en un momento en que la extensión de los ecosistemas de pastos está disminuyendo rápidamente se debe adoptar una terminología más clara que enfatice el uso humano”. Y aquí entran todas las trampas de marketing que nos hacemos. Ganado criado a campo no necesariamente nos dice nada si el pastizal allí es nativo o sembrado, si es primario o secundario. Es mejor en muchos aspectos un ganado a pasto que un ganado a feedlot. Pero ¿podríamos también fijarnos en de qué pasto estamos hablando?
Resistir las presiones internacionales
Puede sonar raro, pero hacia el final del artículo se plantea un par de temas que dejan en evidencia que los fenómenos ambientales de cada región no deberían abordarse bajo la óptica de las miradas ambientales imperantes, casi siempre fijadas desde otras latitudes. Uno de ellos, dicen, es el hecho de “reconocer el rol de las perturbaciones endógenas -como el fuego y la herbivoría- en mantener la biodiversidad y el ecosistema funcionando para desarrollar estrategias apropiadas de conservación y restauración” de los ecosistemas herbáceos.
Hablar de que para conservar se necesita fuego y ganado -ante la disminución importante, hasta llegar al punto de la extinción a veces, de varias especies de herbívoros nativos que interactuaban con el ecosistema de pastizal- puede resultar contraintuitivo. Más aún en un país donde los incendios en el Amazonas, así como los discursos incendiarios muy alejados de la conservación del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, captaron y captan la atención. Pero los pastizales no son la selva amazónica.
“Si bien existe una necesidad urgente de administrar los ecosistemas para almacenar más carbono y promover un enfriamiento climático, hacer foco en los árboles continúa amenazando los ecosistemas de pastizal”. Overbeck et al.
Pero además hay otro frente que preocupa a los investigadores del artículo. “La plantación de árboles se promueve en todo el mundo para aumentar las reservas de carbono y mitigar el cambio climático”, lo que obliga a que sea más importante comprender cuáles son las estrategias apropiadas de conservación y restauración de los ecosistemas de pastizal. “Si bien existe una necesidad urgente de administrar los ecosistemas para almacenar más carbono y promover un enfriamiento climático, hacer foco en los árboles continúa amenazando los ecosistemas de pastizal”, señalan. Es más, dicen que “cuando la ‘restauración’ implica la plantación de árboles, en realidad se están degradando los pastizales a bosques”.
Es que en un mundo donde el verde que se ve es el de los bonos -¡y ahora las finanzas verdes!- sin prestar atención a la cobertura vegetal de los ecosistemas, todo indica que vamos por mal camino. “El potencial de los ecosistemas de pastizal para proporcionar servicios ecosistémicos importantes (por ejemplo, suministro de agua o reservas de carbono) es poco reconocido en el debate sobre conservación y restauración”, apuntan los autores, para terminar reconociendo que “aparentemente los ecosistemas de pastizal todavía tienen un problema de imagen en todo el mundo y en Brasil, lo que impide implementar soluciones climáticas naturales y de conservación efectivas”.
La gran mayoría de las líneas de trabajo, dedicadas a los pastizales y sabanas de Brasil, se aplican a nuestro país. Obviamente que tenemos que parar, y revertir, algunas de las cosas que suceden en el Amazonas. Pero mientras nos preocupamos por eso, que no nos arrebaten ecosistemas que necesitamos imperiosamente si en serio queremos proteger nuestra biodiversidad, y la sustentabilidad es más que un recurso discursivo.
Artículo: Placing Brazil’s grasslands and savannas on the map of science and conservation
Publicación: Perspectives in Plant Ecology, Evolution and Systematics (junio 2022)
Autores: Gerhard Overbeck, Eduardo Vélez, Luciana da Silva Menezes, Madhur Anand, Santiago Baeza, Marcos Carlucci, Michele Dechoum, Giselda Durigan, Alessandra Fidelis, Anaclara Guido, Marcelo Freire, Cássi Rodrigues, Marcelo Reginato, Rodrigo Schütz, Milena Rosenfield, Alexandre Sampaio, Fernando Barbosa, Fernando Silveira, Ênio Sosinski, Ingmar Staude, Vicky Temperton, Caroline Turchetto, Joseph Veldman, Pedro Viana, Daniela Zappi y Sandra Müller.