Un investigador estadounidense publicó un trabajo en que sostiene que el Josephoartigasia monesi, el roedor más grande de todos los tiempos, que fue encontrado en Kiyú, habría pesado cerca de 500 kilos, casi la mitad del promedio estimado anteriormente. Lejos de empequeñecer al animal, el artículo no hace más que agrandar la espectacularidad del roedor cuyo nombre homenajea a José Artigas.
El 15 de enero de 2008 no fue un día más en la Tierra. Dos investigadores de un pequeño país, uno del Instituto de Física de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República y el otro encargado de la colección de paleontología del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), reportaban desde Montevideo que hace entre tres y cuatro millones de años vivió en este planeta un roedor de tamaño inusitado. El cráneo del animal, encontrado en la década de 1980 en los barrancos de Kiyú, en San José, estaba casi completo y medía 53 centímetros de largo. Para comunicar el hallazgo a la comunidad científica mundial, eligieron un título con gancho: “El roedor fósil más grande”. El 15 de enero conocimos al roedor más grande de todos los tiempos.
Este mamífero gigante resultó ser una especie nueva. Así que el biomecánico Ernesto Blanco y el paleontólogo Andrés Rinderknecht tuvieron que bautizarlo. El nombre del género ya había sido acuñado anteriormente por Álvaro Mones para denominar a otro roedor de gran tamaño: Josephoartigasia, en homenaje a José Artigas. Reconociendo el trabajo del propio Mones con roedores extintos, Ernesto y Andrés acuñaron el monesi. Y en aquel artículo de 2008, tratando de aportar más detalles para que nos imaginemos cómo habría sido este mamífero, calcularon su masa.
¿Cómo se estima la masa de un animal que ya no está y del que apenas se tiene un cráneo? Recurriendo a ecuaciones que relacionan las medidas de características que sí tenés con la masa de animales de los que se conocen ambas cosas. Parece sencillo, pero en el caso de animales extintos sin parientes similares vivos, los investigadores deben aguzar su ingenio y obtienen números que siempre son aproximaciones.
En el trabajo de 2008, Ernesto y Andrés comunicaban que aplicando diversas ecuaciones, que tenían en cuenta el largo del cráneo, medidas de dientes y otras del Josefo –así le decimos los amigos– obtuvieron siete estimaciones de masa distintas. El promedio de todas daba 1.211 kilos. ¡Un roedor de una tonelada!
La estimación más pequeña, tomada con base en la medida del arco cigomático, arrojaba 468 kilos, lo que de todas formas es descomunal si tenemos en cuenta que el roedor vivo más grande del mundo, el carpincho, ronda los 60 kilos, con ejemplares que han alcanzado excepcionalmente los 90. Por su parte, la mayor estimación, basada en el ancho de los incisivos, les arrojó que el Josefo podría haber pesado 2.586 kilos. Eso ya era demasiado, pero las ecuaciones son las ecuaciones.
Hasta 2008 el roedor más grande conocido era el Phoberomys, cuya masa se había estimado entre 400 y 700 kilos. Su cráneo, sin embargo, palidecía al lado de los 53 centímetros de largo del cráneo del Josefo. Si bien no hay un cráneo completo de la especie más grande de Phoberomys, se calcula que ronda no más de 60% del cráneo maragato. Por eso Andrés y Ernesto, en el resumen de su trabajo, escribieron sin tapujos que la “nueva especie, con una masa corporal estimada de casi 1.000 kilos, es la más grande registrada hasta ahora”. Desde entonces el registro fósil no los ha desmentido y Uruguay cuenta con el doble orgullo de tener al roedor vivo más grande del mundo, el carpincho, y al roedor más grande que jamás haya vivido en la Tierra, el Josefo.
El 14 de junio de 2022 tampoco fue un día más en la Tierra. Al menos para los que nos fascinamos con la paleontología. Un artículo de The New York Times llevaba por título algo así como “Los roedores más grandes de la Tierra eran más pequeños de lo que alguna vez pensamos”. No hace falta ser árbitro para ver que un titular así era como lo que Jara le hizo a Cavani. Allí, reportando un artículo científico, se metían con nuestro Josefo.
El artículo en cuestión, escrito por Russell Engelman, del Departamento de Biología de la Universidad Western Reserve, de Estados Unidos, se titulaba “Ajustando el tamaño de los roedores extintos más grandes conocidos usando el ancho del cóndilo occipital” y se acababa de publicar. Como dice el título, emplea una nueva forma de estimar la masa de estos grandes roedores ‒usando medidas de la parte del cráneo que articula con la columna‒, y obteniendo distintas estimaciones, que van desde 248 kilos a 1.334, concluye que “las estimaciones de masa corporal para Josephoartigasia monesi y Phoberomys pattersoni son mucho más bajas que en estudios anteriores”, estableciendo finalmente unos “480 o 500 kilos” para nuestro Josefo.
Así que para conocer cómo esta nueva estimación les cayó a los padres de la criatura ‒al menos en sentido figurado, ya que le pusieron el nombre‒, así como para ver cómo a veces al comunicar la ciencia se propician ciertos errores, vamos al encuentro de Ernesto Blanco, quien desde poco después de publicar el artículo del Josefo forma parte del Instituto de Física de la Facultad de Ciencias, y de Andrés Rinderknecht, que sigue entre los fósiles de la colección del MNHN.
Un artículo bienvenido
Recuerdo que Ernesto y Andrés, durante la filmación del episodio dedicado al Josefo de la serie televisiva Paleodetectives, ya tenían dudas sobre los posibles 1.000 kilos del Josefo. Al hablar de sus cálculos en la serie, dirigida más que nada para niñas y niños, Ernesto decía: “El resultado que me dio es de unos 500 kilos, e incluso podría haber llegado a una tonelada”. El trabajo que publica ahora Engelman, mediante otras medias, estima un peso más acorde al que tenían en mente.
“Un animal de 1.000 kilos es una bestialidad. Los roedores en general son cabezones, y si ves la reconstrucción que hizo Gustavo Lecuona que salió en el artículo de 2008, que tomó como base a una pacarana, su pariente actual más cercano, cuando lo comparás con el tamaño de una persona ves que no tendría el tamaño de un toro. Más de 500 kilos parecía demasiado”, dice hoy Ernesto. Andrés coincide: “Para mí es una buena noticia que la estimación de masa dé menos, porque siempre me resultó difícil aceptar que el bicho pesara una tonelada”.
Sucede que las ecuaciones dan lo que las ecuaciones dan, no le interesan demasiado nuestras conjeturas. Y las de nuestros paleodetectives indicaban un rango que iba de los 468 a los 2.586 kilos, con un promedio de 1.211. “No podíamos decir que para nosotros pesaba menos si las ecuaciones daban otra cosa”, dice Andrés, y agrega que “es una buena noticia, entonces, que haya un método que pueda dar un valor que se aproxima un poquito más a lo que pensábamos”.
Al bajar la masa del Josefo, Engelman podría haber herido de alguna manera el orgullo de Andrés y Ernesto. Pero nada más lejano de la realidad. “El artículo no nos genera ninguna incomodidad, entre otras cosas porque Russell tuvo la deferencia de mandarme un mail antes de enviar el trabajo a publicar como avisándome por si yo me podía molestar, porque decía que yo había sido muy amable con él y que lo había ayudado dándole datos durante un buen tiempo”, señala Andrés.
Es que el único fósil de este gigantesco roedor está en nuestro país. Para estudiarlo, o hay que venir a medirlo, recurrir a los trabajos publicados ‒por eso es importante publicar en ciencia‒, o solicitar información a la institución donde el fósil se encuentra. Engelman entró en contacto con Andrés hace un par de años, pidiéndole medidas del cráneo, en especial de los cóndilos y los paracóndilos occipitales, la región del cráneo que articula con la columna, así como fotos, entre ellas, las que aparecen en el artículo publicado. “Yo sabía desde hace tiempo que el artículo iba a salir y le dije que no se preocupara, que ni me tenía que escribir como pidiéndome disculpas porque las estimaciones de masa le dieron un poco menores que las nuestras”, dice Andrés con esa sonrisa que pone siempre que habla de lo que le gusta.
“Personalmente me quedé más tranquilo con los 500 kilos. Pero antes nos había dado lo que nos había dado, no había mucho que pudiéramos hacer”, dice también riendo Ernesto, que además reconoce que es “muy saludable que exista gente como Russell” que vuelven a calcular estimaciones o, en otros casos, ideas de cómo eran los animales extintos. De hecho el propio Ernesto se dedicó a superar lo que él mismo había estimado sobre la rara anatomía y cómo la usaría un animal extraño como la macrauquenia. En la construcción social de la ciencia no hay demasiado lugar para los necios que desdeñan nueva evidencia, sea esta propia o ajena.
“Esto nunca es algo personal”, insiste Ernesto alejando cualquier idea de resquemor. “Por otro lado, la estimación de masa no era el centro de nuestro interés. Lo grave sería que nos dijeran que, por ejemplo, Josephoartigasia no es un nombre válido, o algo así. Incluso si mañana se encuentra un roedor más grande que este va a estar genial, va a ser algo espectacular, va a generar un montón de reflexión y la posibilidad de hacer trabajos y de interpretarlo”, agrega entusiasmado.
Jugando a las bochas
Es que esto de pensar cómo eran los animales extintos es un poco como jugar a las bochas. Uno se arrima todo lo que puede. Las estimaciones son siempre útiles, pero siempre pueden ser superadas, o al menos puestas en duda. De hecho, el mismo año 2008, meses después de que reportaran sobre el Josephoartigasia y su masa del entorno de los 1.000 kilos, salió un comentario en la misma revista impugnando el valor estimado. La autora, Virginie Millien, proponía que nuestro roedor gigante no pasaba de los 350 kilos. Pegarle a la baja al Josefo parece ser un pasatiempo entretenido.
“Nosotros ya estamos acostumbrados a que aparezcan titulares que dicen que se desbancó la masa, que está todo mal lo que hicimos y que el Josephoartigasia no era tan grande”, dice riendo Ernesto. “Ella marcó algo que tenía razón, nuestra muestra era muy reducida y se trataba de una primera aproximación”, reconoce Ernesto, que en 2008 publicó una nota aceptando las mejoras de Millien a sus estimaciones y aclarando algunas otras cosas que no eran tan acertadas. “La importancia de nuestro trabajo de 2008 era el bicho en sí y lo de la masa era una cuestión lateral como para mostrar qué tan grande era el animal, para complementar la medida objetiva que teníamos, que era la longitud del cráneo. Queríamos mostrar qué tan inmenso era el animal y nos parecía interesante dar una estimación de masa”, justifica.
“El trabajo de Millien estaba bueno porque tomaba una muestra más grande de roedores, y marcaba algunas cuestiones metodológicas que nosotros habíamos descuidado un poquito”, comenta Ernesto. “En su momento salió un titular que era algo así como que ‘en lugar de una tonelada pesaba 300 kilos’. ¡Pero 300 kilos también pesaba para nosotros, ese era uno de los valores de algunas ecuaciones que manejamos!”, se queja por el manejo periodístico de estas cuestiones.
La mayor puntualización de Millien, del Museo Redpath de la Universidad McGill, estaba en la medida máxima de los 2.000 kilos. “Seguramente ahí cometimos algún error, por tanto, su promedio era un poco menor, pero en los cálculos de Millien los 1.000 kilos seguían estando. Ahora sí, con este trabajo de Russell cambia algo”, agrega Ernesto.
Lo que no se conoce no se extraña. Si en lugar de decir en su primer trabajo que el roedor más grande del mundo pesaba casi 500 kilos y no una tonelada, ¿qué hubiera sido distinto? El roedor actual más grande apenas alcanza los 90. Que pese 500 o 1.000 kilos no cambia nada la fascinación por tratar de entender cómo era un roedor tan grande, por qué alcanzó ese tamaño, qué nos dice eso del mundo en que vivía.
“Se dio una obsesión por recalcular la masa, incluso acá. Creo que porque fue un trabajo que tuvo mucha notoriedad y porque pensar en un roedor de 1.000 kilos parecía increíble. Tanto que a mí también me parecía difícil de creer”, admite Ernesto. “Pero una cosa en la que insistimos desde el principio era que podíamos olvidarnos de la masa, reportábamos un cráneo de más de medio metro, y el siguiente, Phoberomys, tiene casi la mitad de esa longitud. Entonces es absolutamente indiscutible que se trata del roedor más grande del mundo”, puntualiza. “Aunque mañana alguien diga que la masa era de diez kilos, ponés el cráneo del Josephoartigasia al lado de uno de Phoberomys o de un carpincho, y es un gigante, es una monstruosidad. La estimación de masa es un detalle técnico que tiene cierto interés, que genera cierta especulación, pero muchas de las especulaciones ecológicas son las mismas con un bicho de 500 que con uno de 1.000 kilos” sostiene.
“Seguramente tenía una única cría por camada, seguramente tenía una cría cada un año y medio, seguramente tenía una tasa de mortalidad más o menos similar, seguramente los recursos que consumía eran más o menos los mismos, capaz que menos si pesaba 500 kilos, pero capaz que era una población un poquito más grande. Muchos de esos parámetros fisiológicos y ecológicos no cambian tanto si pesaba 1.000, 800 o 500 kilos. Seguramente era un bicho que tenía un impacto considerable en su ecosistema”, explica.
Tu también, New York Times mío
La nota de The New York Times sobre el Josefo se centra en el tamaño: “Los roedores más grandes de la Tierra eran más pequeños de lo que alguna vez pensamos”, titula. Pero tal vez “pequeños” no es la mejor forma de expresarlo. El cráneo del Josefo sigue midiendo lo mismo: 53 centímetros de puro hueso fosilizado. La masa es lo que, por ahora, sólo nos permite tener aproximaciones, pero los huesos no se encogen por efecto de publicaciones científicas (salvo que se constaten que estuvieron mal medidos).
“¿Qué quiere decir que este roedor no era tan grande como se pensaba? Es un titular incorrecto. El Josephoartigasia es igual de grande, el cráneo no se achicó”, dice Ernesto mientras sus manos dibujan en el aire una cabeza de medio metro de largo. “Simplemente la masa corporal en vida estimada podría ser más chica. Pero tampoco, porque los 480 kilos que propone Engelman están dentro de los rangos estimados por nosotros y luego por Millien”.
Sin embargo, en la nota del periódico estadounidense no se deja constancia de este amplio rango, sino que “se creía que Josephoartigasia monesi andaba por las 2.000 libras, tan grande como un bisonte”. Y entonces cuenta que la estimación de Engelman es de 480 kilos, tomando el límite más bajo del artículo. Pero dado que ese valor está dentro de los valores reportados por nuestros investigadores –definitivamente 480 es un número comprendido entre 468 y 2.586– parece que a Ernesto y Andrés les están pegando más que a un gobernante que establece un rango meta para la inflación y, a diferencia de este caso, luego el valor real de la inflación no entra en ese rango.
“Este trabajo me parece que está genial, y está bueno ir en esa dirección de ajustar las estimaciones y tratar de entender cuáles son las riquezas metodológicas que hay en pensar buenos estimadores de masa para un problema concreto”, dice Ernesto, pero tiene un pero. “Hay algo que hay que aceptar en estos temas: no es sano dar un número, lo que vos tenés que dar siempre es un rango de error, incluso hacia la prensa. Es decir, hablar de los 1.000 kilos como el valor probable, o decir ‘alrededor de 1.000 kilos’, o dar el rango directamente”, comenta. Tanto en los trabajos de Andrés y Ernesto como en el de Engelman, los rangos de masa estimados no están en la letra chica de los artículos y cualquiera puede verlos. Pero sí es cierto que en los resúmenes, el del primero dice 480 y el de los segundos “cercano a los 1.000 kilos”.
El malestar de Ernesto, si se quiere, tiene como centro la nota periodística y no el artículo científico de su colega. “En el artículo del New York Times hay una imagen de un Phoberomys nadando. Y la leyenda dice que ‘probablemente era más pequeño de lo que se muestra’. Pero en realidad sí era tan grande como se muestra si el autor empleó una escala definida, porque los huesos del cráneo y de las patas de Phoberomys están. Y esos tamaños son lo que usan los paleoartistas para hacer sus dibujos. Es como pensar que porque alguien hizo unas cuentas en algún lado los huesos se achicaron”, expresa.
“El cráneo de Josephoartigasia no sólo es más largo que el de Phoberomys, sino que también es mucho más robusto. Es un cráneo de roedor muy raro, tiene desproporcionadamente grandes los incisivos. Y como es un cráneo raro, las ecuaciones para estimar su masa dan distinto de acuerdo a las medidas que tomes”, comenta Andrés. “El rango que a nosotros nos daba, que iba desde los 300 hasta los 2.000 kilos, no es que esté mal, sino que es el reflejo de que el bicho está haciendo cosas raras y que tiene desproporcionadamente grandes o desproporcionadamente chicas algunas medidas. Y eso es información valiosa. Si aplicás las ecuaciones para el tamaño de los incisivos, te da que pesaría dos toneladas. Y eso no es lo más probable, sino que te indica que el bicho tiene algo raro que hay que descubrir”, agrega, mostrando que allí donde las cosas no se dan como se esperan, hay un desafío para la ciencia.
Y en el trabajo de Engelman, que propone una masa del entorno de los 500 kilos, lo raro del Josefo pasa a ser más notorio aún.
Una disminución que agranda
Luego de su artículo de 2008, Andrés y Ernesto no dejaron al Josefo tirado. Siguieron estudiándolo y en 2015 volvieron a la carga publicando un artículo, ahora en colaboración con el británico Philip Cox, de la Universidad de York, estimando su fuerza de mordida y la biomecánica de sus enormes incisivos. Reportaron entonces que habría tenido, de pesar 1.000 kilos, que era lo que las ecuaciones le daban entonces, una mordida bastante fuerte, cercana a los 1.400 newtons en sus incisivos, similar a la que tiene el jaguar, el felino con la mordida más fuerte en relación con su peso y que le alcanza para romper un cráneo con facilidad.
Pero la cosa no terminaba allí: tomando medidas y ecuaciones de los incisivos del Josefo, extremadamente anchos, reportaron que “podrían resistir fuerzas mucho mayores que las que podrían generar los músculos masticatorios”, por lo que estaban “sobrediseñados” respecto de las fuerzas implicadas en su alimentación. La naturaleza, al contrario del despilfarrador ser humano, suele ser bastante tacaña. Los organismos por lo general no invierten más energía en las cosas que la que necesitan para sobrevivir. Un incisivo que soporta fuerzas mucho mayores que las que implican la masticación nos habla de que seguramente se usaba para algo más.
“Cuando en ese trabajo tomamos la masa estimada de 1.000 kilos nos daba una fuerza de mordida importante pero esperada para un animal de ese tamaño. Desde el punto de vista paleobiológico eso no es demasiado interesante, el bicho es lo que se espera que sea”, confiesa Ernesto. Pero si el Josefo pesaba menos... su mordida pasaría a ser más extraordinaria.
“Ahora, con este nuevo resultado, podríamos decir que si realmente el valor de 500 kilos es el más probable, o incluso menos, entonces genial, tenemos algo nuevo, Josephoartigasia tenía una fuerza de mordida más grande de lo esperado para su masa. Y si tiene una fuerza de mordida excepcional, hay paleobiología para pensar”, dice contento Ernesto. Lejos de perjudicarlos, Engelman parece estarles dando una mano. “Sí, esto les da vida a las especulaciones que hicimos después sobre la mordida”, reconoce.
Andrés coincide. “Esa nueva estimación de masa nos está indicando que el bicho ahora tiene una fuerza de mordida mucho más desproporcionadamente grande de lo que habíamos supuesto, porque nos parecía grande ya para un bicho de 1.000 kilos. Si encima pesa media tonelada, la fuerza es aún más increíble”, señala más que conforme. “Al bajar la estimación de masa, el bicho queda con cosas aún más extrañas”.
Los incisivos grandes que soportarían fuerzas mayores que las involucradas en la masticación –algo que se calcula con base en las inserciones de los músculos que presentan los cráneos– los llevó a proponer en 2015 algo fantástico. “Salimos con una idea que tiró Phil [Cox], que me parece muy linda, que es que la función de los incisivos sería similar a la de los colmillos de los elefantes”, recuerda Ernesto.
En el trabajo especulaban que el Josefo se podría haberse comportado “de manera similar a un elefante, usando sus incisivos como colmillos”, que “podría procesar una amplia selección de vegetación resistente con la corta fila de dientes molares, mientras usaba sus incisivos inusualmente fuertes como colmillos para defenderse y excavar en busca de raíces”.
“Los elefantes hacen de todo con los colmillos, pelean, escarban la tierra, tiran árboles, inciden en la selección sexual, los colmillos son multiuso. En este caso no son unos incisivos tan desproporcionados como los de los elefantes, pero podría haberse dado una cosa así”, apunta Ernesto. “Pero si a eso además le agregás que la fuerza de mordida es inusual para su tamaño, que ahora es de una masa de 500 kilos, es más interesante”, agrega.
El trabajo publicado, entonces, no desbanca al Josefo como el roedor más grande de todos los tiempos hasta ahora conocido, porque con 480 kilos no hay otro más grande. Pero, además, esto hace que su mordida sea más extraordinaria: no sólo tenemos al roedor más grande del mundo, sino al más mordedor. Al disminuir la masa, Engelman sólo hizo más extraordinario al gigante.
“El problema de la estimación de masa a partir de restos tan fragmentarios siempre es problemático”, dice Ernesto. “La estimación de Russell me parece razonable, porque el cráneo de Josephoartigasia mide de largo algo así como el de un caballo, y un caballo no pesa 1.000 kilos. Entonces a ojo me parece que es una buena estimación, aunque realmente no sabemos cómo era. Sí sabemos que tiene una cabeza monstruosa. La única forma de despejar interrogantes es encontrar un esqueleto más completo, con huesos que no tengan tanta variación como los de la cabeza”, remata Andrés.
Tal vez ahora, con el megaproyecto Neptuno, el Josefo vuelva a hacerle honor a Artigas: en la zona está la formación Camacho, donde apareció su cráneo. Al cavar para hacer la obra podrían aparecer huesos de las patas asociados con cráneos o dientes. Tal vez el roedor de Artigas defienda así a su pueblo y detenga las obras que privatizan el servicio de potabilización de agua. Al menos mientras se extraen los fósiles.
Artículo: “Resizing the largest known extinct rodents (Caviomorpha: Dinomyidae, Neoepiblemidae) using occipital condyle width”
Publicación: Royal Society Open Science (mayo 2022)
Autor: Russell Engelman
Artículo: “Predicting bite force and cranial biomechanics in the largest fossil rodent using finite element analysis ”
Publicación: Journal of Anatomy (2015)
Autor: Philip Cox, Andrés Rinderknecht y Ernesto Blanco
Artículo: “The Uncertainties of the Largest Fossil Rodent”
Publicación: Proceedings of the Royal Society B (2008)
Autor: Ernesto Blanco
Artículo: “The largest among the smallest: the body mass of the giant rodent Josephoartigasia monesi”
Publicación: Proceedings of the Royal Society B (2008)
Autor: Virginie Millien
Artículo: “The largest fossil rodent ”
Publicación: Proceedings of the Royal Society B (2008)
Autor: Andrés Rinderknecht y Ernesto Blanco.