Imagínense un mamífero de cerca de una tonelada de peso y de unos dos metros y medio de alto y casi cuatro de largo. Es un herbívoro impactante, que no se vería muy empequeñecido si lo colocáramos al lado de un elefante africano actual. Pero animales terrestres grandes hay y ha habido muchos, eso no es tan llamativo. El asunto es que la Macrauchenia patachonica, que vivió en Sudamérica desde hace unas decenas de millones de años hasta el final del Pleistoceno, hace unos 12.000 años, es un animal que parece armado a partir de características de muchas especies distintas. Como no hay un animal similar actual, no nos queda más remedio que recurrir a partes de unos y otros como para lograr hacernos una idea.
La macrauquenia de la Patagonia, cuyos restos fósiles se han encontrado en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, tenía el cuello largo, por lo que para hacernos una idea tenemos que recurrir a las jirafas y camellos. Su hocico, se presume, era alargado, y frecuentemente se lo compara con el de un tapir o un alce. Su cráneo es único entre todos los mamíferos terrestres conocidos: tiene las fosas nasales extremadamente retrasadas, al punto que están detrás de las órbitas oculares. Al buscar algo similar nos quedamos sin animales terrestres análogos, y tenemos que sumergirnos en el mar para encontrar algo similar en los cetáceos como las ballenas y delfines. Sus patas siempre llamaron la atención: además de ser largas, las delanteras y las traseras parecen provenir de animales distintos. Por su forma de pararse, no haríamos mal en recurrir a la pose de una hiena, y en cierta medida, también a la de las jirafas. Salvo para un diseñador de bestias para la saga La Guerra de las Galaxias, las macrauquenias son algo realmente fuera de lo común.
El asunto es que, dado que todas las especies animales se originan mediante la evolución, no podemos abandonar la idea de que semejante menjunje de caracteres, esa condición de animal quimérico, esos rasgos distintivos inusuales, deben tener su razón de ser. Sus características, que dejan perplejos a los naturalistas ‒Charles Darwin recolectó fósiles en Argentina en 1833 que luego fueron descritos en Inglaterra como pertenecientes a un nuevo animal, la Macrauchenia o “llama gigante”‒, deben haber sido una ventaja para la supervivencia del animal, ya que su extinción al mismo tiempo que el resto de la megafauna americana, abundante en gliptodontes, perezosos gigantes, tigres dientes de sable, entre otros, sugiere que más que un error propio hubo una serie de factores externos complejos para que ya no esté entre nosotros.
La macrauquenia es entonces un enigma, un rompecabezas que espera una solución. Y a no pocos científicos estos problemas los atraen más que una luz led a una polilla. Es el caso del físico y biomecánico Ernesto Blanco, que no una, sino dos veces, buscó desentrañar algunos de los aspectos más curiosos de este intrigante animal. Resultado de esto es el artículo “Macrauchenia patachonica: morfología de los huesos de las extremidades, biomecánica locomotora e inferencias paleobiológicas”, publicado recientemente en la revista Geobios en coautoría con Washington Jones, Lara Yorio y Andrés Rinderknecht.
Después de leer el trabajo elaborado a partir de la física de la locomoción y otras evidencias de lo que se sabe del animal, se puede concluir que a la licuadora de la que parece haber salido la macrauquenia hay que sumarle, además de los tapires, alces, jirafas, camellos, llamas y cetáceos, la saiga, las hienas y hasta los canguros. Así que salimos hacia el Instituto de Física de la Facultad de Ciencias para hablar con Ernesto Blanco sobre macrauquenias y el complejo arte de traer a la vida animales que ya no están entre nosotros.
Un misterio de larga data
“La macrauquenia era un gran debe para mí”, reconoce Blanco. Habiendo hecho su doctorado sobre la biomecánica de los mamíferos, siempre le fascinaron los animales extintos, por lo que ha hecho variadas investigaciones sobre perezosos gigantes, tigres dientes de sable, dinosaurios terópodos, gliptodontes, aves del terror, por mencionar algunas, frecuentemente con sus compinches Andrés Rinderknecht y Washington Jones, del Museo Nacional de Historia Natural. Pero aun así, la macrauquenia es para él un bicho especial.
“Curiosamente, el primer trabajo que hice sobre paleobiomecánica fue sobre la macrauquenia, a mediados de la década de 1990”, recuerda. Fue su trabajo final para el curso Introducción a la Biomecánica. “Todavía era estudiante de grado y la Facultad de Ciencias aún estaba en Tristán Narvaja”, señala para ubicarnos en el espacio-tiempo.
“En ese entonces apliqué una técnica desarrollada por Robert Alexander para ver si los dinosaurios podían correr o no, el estudio de lo que él llamó la capacidad atlética, que toma medidas de la robustez de los huesos largos de las extremidades en comparación con el peso que el animal tiene que sostener en esas extremidades”, explica. “Como trabajo de aprobación del curso, lo que había hecho fue utilizar ese índice de capacidad atlética en la macrauquenia”.
Uno podría pensar, entonces, que estos animales lo intrigaban desde pequeño. Pero no. No es que Blanco tuviera pesadillas biomecánicas con todas las características extrañas de la macrauquenia. “Simplemente fue lo que me ofrecieron en el curso. De los materiales existentes era el que había con el que se podía hacer algo”, confiesa. En aquel entonces trabajó también con las medidas de la replica de un esqueleto completo de Macrauchenia patachonica del Museo de La Plata, en Argentina. En el nuevo trabajo, usaría otra replica del mismo ejemplar, que ahora está en el hall de entrada de la Facultad de Ciencias, en Malvín Norte.
Durante su trabajo como estudiante, Blanco vio que la macrauquenia era un animal que razonablemente podía correr. Pero algo raro le llamó la atención: “Los huesos de las patas eran más resistentes a fuerzas ejercidas hacia los costados que hacia adelante, lo que no es lo esperable para un animal que corre rápido hacia adelante. Uno esperaría que los esfuerzos más grandes se den en la dirección antero-posterior y no hacia los costados”, dice zarandeando sus manos hacia adelante y hacia atrás.
A partir de esa constatación, Blanco comenzó a pensar sobre el asunto y a buscar si en los animales actuales se daban casos similares. Pero no: la macrauquenia, una vez más, defendía su condición de rara. “Entonces, con el mismo entusiasmo de ahora, pero con una ingenuidad muy grande, porque realmente estaba empezando en todo este mundo, empecé a buscar explicaciones muy simplistas y directas. Si lo que veía era así debía ser por algo, y con ingenuidad pensé que el algo que se me ocurriera probablemente fuera así”, se autocritica Ernesto con la claridad que permiten casi dos décadas de perspectiva.
“En ese entonces la hipótesis que surgió fue que el animal cambiaba bruscamente de dirección para esquivar a los depredadores, algo que por ejemplo hoy las gacelas hacen al escapar de los guepardos. A cualquier animal, cuando se ve superado en velocidad, la estrategia que le queda es esperar a último momento y hacer un cambio brusco de dirección”, dice. Y entonces se dejó llevar. “Me armé todo un escenario, pensando que el depredador podría haber sido el tigre dientes de sable, porque era uno de los carnívoros más grandes que había en esta región por esa época. A su vez, pensé que si la macrauquenia era tan buena cambiando de dirección y estaba tan adaptada para ello, entonces debería ser la presa favorita del dientes de sable, justificando así que tuviera una presión evolutiva tan grande. A su vez, el tigre dientes de sable algo tendría que hacer para contrarrestar esto en esa carrera armamentista, por lo que ahí se me ocurrió que la persecución en grupo podría ser una solución. Si varios dientes de sable persiguen a una macrauquenia, si unos van más lejos y otros más cerca, con el cambio brusco de dirección de la macrauquenia el que va más cerca se ve burlado, pero el que va más atrás ve favorecida su persecución y tiene más chances de capturarla”.
“Ese fue el primer trabajo que hice, lo presenté en algún congreso y lo miraron con respeto, tal vez demasiado para mí gusto”, dice. “En aquel momento esa propuesta era un enfoque nuevo sobre todos estos temas, tal vez la gente no quiso ser muy dura”, reflexiona. El trabajo de Ernesto llegó lejos, tal vez más lejos de lo que se esperaba.
“La serie Caminando entre las bestias representó esa escena que me había imaginado de la cacería de tigres dientes de sable de unas macrauquenias que eran excelentes haciendo cambios bruscos de dirección”, señala. La serie de 2001 de la cadena BBC inglesa, retransmitida aquí en el cable por la señal Discovery, lo tomó por sorpresa. El capítulo seis, titulado Felinos ancestrales, estaba dedicado a los tigres dientes de sable.
“En ese momento, estas conjeturas mías habían sido presentadas sólo en algún congreso y había intentado publicarlas en alguna revista, pero el artículo había sido rechazado en reiteradas ocasiones. Pero a los creadores de Caminando entre las bestias, cuando se enteraron de esta idea, les pareció que era algo digno de ser representado. Y hay una escena que es casi tal cual lo que yo me había imaginado. Cuando eso se estrenó fue un momento de emoción increíble, ver el estreno mundial y encima escuchar a Kenneth Branagh narrando lo que yo me había imaginado”, afirma.
Recalculando
Pero a pesar de la alegría de ver su escena catapultada a todas partes por la serie, Ernesto estaba incómodo. “Más allá de todo lo mediático y todo lo contento que pueda haber estado, desde el punto de vista científico las cosas cada vez me cerraban menos. Cada rechazo del artículo me convencía más de que la idea no podía ser correcta”, dice.
“Lo que sucedió con esta idea llevada a ese programa es parte de la responsabilidad de trabajar en estas cosas, aunque no son temas en los que hacer algo mal vaya a tener consecuencias muy graves. Todo el mundo sabe que en el fondo hay un punto de especulación”, sostiene Blanco. “Hay muy poca cosa de paleobiomecánica; entonces si uno, a partir de dos o tres cosas, tira una idea y la publica, probablemente no haya mucha discusión o refutación sobre eso. En el mundo, y en Sudamérica, hay muchos animales y es poca la gente que trabaja con este enfoque. Entonces si uno propone algo, probablemente eso va a quedar circulando por mucho tiempo”. Y así sucedió con su viejo trabajo acerca de la macrauquenia.
El asunto es que entre que propuso su idea y el lanzamiento de la serie de la BBC, las distintas negativas a publicar el artículo le habían hecho ver algo que para él, lejos de ser menor, era central. “Hubo un punto, que nos dijo el propio Alexander, que puede parecer un poco técnico, pero es clarísimo. Cuando un animal dobla en curva, en realidad no aparecen grandes tensiones hacia los costados como para quebrar los huesos, porque como hace alguien que anda en bicicleta, el animal se inclina al doblar”. Y entonces reconoce: “Ese argumento es destructivo, destruye la base misma de lo que planteábamos”.
“La que tuvimos había sido una linda idea. En principio sigue siendo una historia posible, pero el argumento físico de base, que es lo que me interesaba, no era correcto. De hecho, cuando uno mira animales actuales, ni las gacelas ni ningún otro de los que hacen esos cambios bruscos de dirección tienen esas adaptaciones. ¿Por qué entonces las tiene la macrauquenia? Habría que comenzar a buscar argumentos ad hoc para tratar de defender una idea que ya estaba herida de muerte, por lo menos desde el punto de vista de la física”, apunta. Pero sus coautores insistieron en publicar de todos modos un artículo.
El trabajo de estudiante de Blanco había sido hecho a mediados de los 90. El documental salió en 2001. El artículo finalmente se publicó en la revista Ameghiniana en 2005, bajo el título “Desviarse bruscamente como estrategia de escape de Macrauchenia patachonica”. Pero Ernesto no quedó conforme con esa publicación.
“La publicación siempre me dejó una sensación fea. Aún hoy todos dicen que la macrauquenia era excelente esquivando predadores. Cada documental, cada corto en Youtube de alguien que habla de este animal. Pero yo ya sabía que el argumento científico para eso era muy frágil”.
La revancha
Blanco se dijo entonces que si alguien tenía que reparar el error, tenía que ser él mismo. Pero además de eso, había otra razón para volver a estudiar la biomecánica de este animal. “Al principio trabajé en la macrauquenia porque fue el animal que me asignaron. Pero desde entonces, me empezó a interesar muchísimo. Tenía la sensación de que era un rompecabezas en el que había que hacer coincidir todas las piezas, que no bastaba con un hueso y ver si era resistente para adelante o para las costados para ver su conducta o explicar sus rarezas”. Y vaya si es rara la macrauquenia.
En el trabajo que publicaron ahora señalan que el tren delantero de la macrauquenia tiene características de un animal más corredor, mientras que el trasero es más de un animal con eficiencia para acelerar en un tiempo breve. Es como que las patas delanteras no corresponden al mismo animal que las traseras.
“En algunas ocasiones le llamé a eso ‘el efecto hipogrifo’”, dice en referencia al animal mítico que era mitad caballo mitad ave de presa. “En algún momento, incluso, fantaseé con llamarle Indicador de Hipogrifo al índice entre las patas traseras y delanteras que calculamos en este trabajo”. Al final se llama apenas IDFH, siglas en inglés para índice de diferencia entre miembros anteriores y posteriores al respecto de la eficiencia para correr. Cuanto más alto el índice, más raras las proporciones entre uno y otro. “Luego me pareció que llamarle así al índice en el paper era muy arriesgado y no quise dejarlo para que el paper no fuera rechazado por una tontería”, admite.
Pero es cierto, la macrauquenia parece una quimera. El asunto es que al no tener un símil viviente, hay que apelar a distintas criaturas para imaginarla. “Es un bicho precioso para las cosas que hacemos nosotros. Un animal que tiene un montón de rarezas y que no tiene un análogo vivo es una situación ideal para ir con la biomecánica, con la física, y ver qué podía y qué no podía hacer, o qué podría haber hecho mejor”, dice entusiasmado.
Blanco no pudo retomar su pendiente con la macrauquenia de inmediato. Había otras cosas para hacer y los años fueron pasando. “Tenía capaz, también, un poco el temor de volver a la macrauquenia y no lograr resolver el problema”, dice con risa franca.
Cuando en 2020 se tomó el año sabático, llegó el momento de volver al quimérico herbívoro cuelludo de Sudamérica. “La idea fue aplicar todo lo que había aprendido como científico, es decir, más metodología, más conocimiento y más lectura al haber terminado mi maestría y mi doctorado en Biomecánica, lo que me dio mucho más conocimiento sobre la locomoción. También había aprendido que en este tipo de trabajo es bueno pensar en todas las alternativas”. Y eso es lo que puede leerse en el artículo de la revista Geobios.
Una forma de correr
En el trabajo publicado, las diferencias que hay desde el punto de vista biomecánico entre las patas delanteras y traseras del animal podrían explicarse si el centro de gravedad se trasladara hacia adelante, exigiendo entonces más a las patas delanteras y permitiendo otra especialización para las traseras. ¿Cómo podría hacer la macrauquenia para trasladar su centro de gravedad hacia adelante? Con fórmulas, análisis y cálculos, el trabajo lo explica de forma sencilla: si corriera con el largo cuello estirado horizontalmente. De hecho, encuentra en la saiga (Saiga tatarica) un animal viviente que corre de forma similar, algo que siempre es bueno para hacernos una idea. Pero tal vez por la “ingenuidad” de aquel viejo trabajo, el artículo es brillante porque no sólo se queda con este hallazgo, sino que trata de ver cómo eso podría acoplarse con otras de las rarezas del animal.
“Una de las cosas que aprendí es que uno no puede ignorar evidencia. Si estás diciendo algo, por más que tu modelo sea limitado, que vea sólo un aspecto, en este caso la locomoción a través de las diferencias de los huesos de las patas traseras y delanteras, no implica que ignore el cráneo que tiene el animal, o el cuello, ni el tipo de hábitat en el que vivía o la dieta. Al contrario, si puedo usar esas características a favor de lo que propongo, mejor. De alguna manera, toda la evidencia que haya sobre las macrauquenias tiene que al menos no ser contradictoria con la solución que uno propone”. Y entonces la postura del cuello horizontal al correr es una pieza clave del rompecabezas, de esas que luego permiten acomodar el resto.
Cuello, patas y comida
Tener un cuello largo sirve para alcanzar alimento con relativo poco esfuerzo. Por ejemplo, en zonas con arbustos un poco espaciados, el cuello serviría para no tener que caminar entre uno y otro. Pero en el trabajo además proponen que esta diferencia entre las patas traseras y delanteras podría tener algo que ver en caso de que el alimento no tuviera una gran densidad en su ecosistema.
“Las características de las piernas, que nos llevan a pensar que las patas delanteras, más de corredor, serían más adecuadas si el centro de gravedad estuviera más adelante al correr con el cuello extendido, también tienen otro giro”, explica. “Si el animal no corriera con el cuello hacia adelante, si olvidáramos ese detalle, podemos ver que las patas traseras, con tendones cortos y gruesos y músculos potentes, están muy bien adaptadas para la aceleración, para generar cambios de velocidad”.
Como si fuera el extremo de un ovillo, en el trabajo Blanco y sus colegas comienzan a tirar de allí. “Se ha estudiado que la eficiencia del forrajeo de los herbívoros depende de su aceleración. Un herbívoro que tiene que moverse de un parche de alimento a otro, tiene que partir de estar quieto, acelerar, y después frenar. Si el alimento está muy esparcido, esos momentos de frenada y aclaración no influyen mucho en los tiempos de forrajeo. Pero si los parches de alimento están relativamente cerca sí influye, porque gran parte del gasto energético y la pérdida de tiempo tiene que ver con esos arranques y frenadas”, explica. Y eso afecta más a los animales grandes que a los pequeños. “Entonces esa es otra posibilidad, que en el ambiente primario de la macrauquenia, en el cual hubieran evolucionado muchas de sus características, los recursos estuvieran relativamente desperdigados pero no a distancias demasiado grandes, de manera que ese potencial de ser bueno acelerando pudiera servir para ser más eficientes en el forrajeo”.
Un asunto mocoso
La forma de locomoción, ese correr con el cuello hacia adelante, también encaja bien con otras piezas del puzle macrauquenia. Y allí la saiga vuelve a hacer aportes.
“La saiga tiene sus similitudes: es un animal que corre con el cuello extendido hacia adelante. Se ha visto que correr de esa forma da una ventaja adicional, pues brinda más libertad al desplazamiento de la escápula ‒del omóplato, digamos‒, lo que le permite al animal dar zancadas más largas y, por tanto, una carrera más económica”, comenta Blanco. “En la saiga esta forma de correr le permite una carrera más económica, sobre todo en las largas migraciones que realiza. Tal vez la macrauquenia hiciera también largas migraciones, cubriendo zonas bastante áridas, por lo tanto, al correr en manada se levantaría polvo y, si además corrieran con la cabeza baja, los animales estarían respirando todo ese polvo, que iría directamente a los pulmones”.
Evidencias sobre el desgaste de los dientes señalan que las macrauquenias, al comer, ingerirían también polvo y partículas abrasivas. El ambiente árido se ha reportado para regiones del continente sudamericano durante los millones de años que vivieron los animales de la familia de la macrauquenia. Y entonces, otra pieza encaja.
“La saiga tiene una trompa con una serie de mecanismos que están muy bien estudiados, para filtrar el polvo gracias a unas mucosidades muy particulares. Las saigas, entonces, resoplan esporádicamente para eliminar ese polvo y las mucosidades. Trasladar eso de la saiga a la macrauquenia suena coherente”, dice Blanco. La trompa rara entonces acompaña el trasladarse con la cabeza cerca del suelo en manadas que levantan polvo. “Llegamos a una explicación conjunta de las características de las patas, del cuello largo, de la posición de las fosas nasales, y de la estructura musculosa que tendría en el hocico para filtrar y expulsar el polvo y mantener la humedad del aire. La propuesta de esa forma de locomoción y de esa posible migración incluye varios aspectos de la anatomía de la macrauquenia en una misma conducta”, resume, satisfecho como un niño que ha logrado colocar una gran cantidad de piezas en un rompecabezas difícil.
Nuevos documentales
Por lo que hablamos con Ernesto sobre el cuello de la macrauquenia y sobre esa nariz filtradora y abultada con fosas nasales muy retrasadas, habrá más novedades para ir completando el puzle. Junto a sus colegas están trabajando en otros artículos que abordan algunas de esas otras cuestiones. De todas formas, varias piezas ya calzan de forma elegante. Le pregunto si está esperando que lo llamen de la BBC para corregir en una nueva serie lo que antes se había recreado con base en su trabajo.
“Si eso ocurriera sería muy bueno. Pero lo de la BBC lo coloco en un lugar diferente. En un momento, tratando de reconstruir como habría vivido el animal, arman una historia. Y más allá de mi desilusión por el trabajo científico, en muchas actividades de divulgación, por ejemplo con niños, recurro a contar la historia vieja de macrauquenia. Porque si bien hoy sé que desde la física no es correcta, tiene algunos elementos interesantes”.
Y entonces rescata cosas que, independientemente de la explicación, ayudan, por ejemplo, “a entender que cuando uno se mueve en círculo hay una fuerza hacia el costado”, o que “una regla, o un objeto plano, es más fácil de partir en una dirección que en otra”. O que cazar en grupo a un animal que es bueno esquivando sigue siendo un concepto interesante.
Mirar para atrás es también señal de que ha avanzado. Pero atención, documentalistas, si quieren hacer una nueva escena sobre las macrauquenias basada en evidencia más sólida, Blanco les tira unas puntas. “Si hoy hiciera una reconstrucción pondría énfasis en otras cosas. En los movimientos migratorios de la macrauquenia, en su corrida con el cuello horizontal, y en su capacidad de filtrar y humectar el aire. Incluso podríamos verla usando el cuello para defender a una cría del ataque de un dientes de sable o de un jaguar, o usándolo para luchar entre los machos, como hacen los guanacos hoy en día. La espectacularidad la buscaría por ese lado y me sentiría un poco más satisfecho”, confiesa.
Tratar de traer a la vida a animales que ya no están tiene sus riesgos. Pero él resalta las bondades. “Es muy valioso todo lo que aprendés y todo lo que enseñás en ese proceso. Para poder llegar a las conclusiones del trabajo viejo tenés que pensar en vigas, en resistencia de materiales, en si los dinosaurios corrían o no, en cómo hacen los animales actuales para escapar de los predadores más rápidos que ellos. Tenés que pensar en gacelas, en guepardos, en palomas y halcones. En este nuevo trabajo, hay que aprender de saigas, de migraciones largas, de polvo entrando por los orificios nasales, de herbívoros haciendo mejor uso de su hábitat para gastar menos energía, si el modo de vida se parecía más al que tienen los canguros hoy en día o al de los ungulados actuales ‒nosotros proponemos que por razones biomecánicas se parecería más al modo de comportamiento social y de utilización del ambiente de los canguros‒, de hienas y, obviamente, de física. Entonces, como forma de divulgación, veo estos trabajos como una linda forma de introducir un montón de cosas, de física, de biología, de química, a partir de intentar armar una historia”.
Le digo entonces que la suya es una ciencia al estilo Tabárez, donde el camino y no necesariamente el llegar a la reconstrucción de comportamiento definitiva es la recompensa. Asiente. “Porque aparte, a lo que llegás difícilmente tenga los niveles de certeza que alcanzás en otras áreas de la ciencia. Uno llega a armar una historia posible que con mucha suerte podrá tener una evidencia dura después, ya sean huellas o de otro tipo de estudios. Pero en general, son cuestiones que siempre van a quedar abiertas, como hipótesis. Como decís, es más lo que obtenés en el camino que lo que terminás entregando al final”.
Artículo: “Macrauchenia patachonica Owen, 1838: Limb bones morphology, locomotory biomechanics, and paleobiological inferences”
Publicación: Geobios (2021)
Autores: Ernesto Blanco, Washington Jones, Lara Yorio, Andrés Rinderknecht.