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Carpa común. Foto de Pedro Ramalho (iNaturalist)

Una especie “imperialista” depreda animales nativos en los humedales protegidos de Santa Lucía

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Un trabajo realizado en la cuenca baja del Santa Lucía revela que la carpa, una especie invasora con 2.000 años de experiencia conquistando nuevos ambientes, está depredando a especies prioritarias para la conservación e importantes para el ecosistema.

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Leído por Abril Mederos.
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Solemos verlas en el fondo de los estanques o fuentes que embellecen algunos parques, embajadas o jardines. A veces les tiramos unas migas de pan o restos de comida, como si fueran palomas. O se acercan con voracidad a cualquier fuente de alimento, como si fueran ratas. Las comparaciones, como veremos más adelante, no son gratuitas.

Son tan coloridas y tienen diseños tan vistosos, producto de mutaciones y una cuidada selección artificial que lleva un par de siglos de perfeccionamiento, que es fácil entender su popularidad. Se les llama “flores flotantes” o “nadadoras” y son símbolo de prosperidad, amor y amistad en Asia, pero no hay que dejarse engañar por las apariencias. Son sólo versiones domesticadas de un temible invasor que lleva miles de años conquistando el globo, acompañando expansiones imperialistas que dieron forma al mundo que conocemos y prosperando ahora en nuestros ríos, no sólo decorando los estanques.

La culpa no es en realidad de los peces koi, como se llama a estas variedades tan populares que apasionan a millones de personas, ni tampoco de la especie propiamente dicha, que es la carpa común (Cyprinus carpio). Su extraordinaria resistencia y su adaptabilidad le permitieron salir por sus propios medios del mar Caspio y llegar hasta el río Danubio en Europa, pero a partir de allí se expandió a todos los continentes (excepto la Antártida) gracias a la ayuda inicial de unos auténticos especialistas en invasiones: los antiguos romanos.

Hace unos 2.000 años los romanos decidieron controlar la amenaza de las tribus celtas y germánicas, asentadas al norte del río Danubio, mediante la construcción de varios fuertes en las cercanías de lo que es hoy Viena y Budapest. Pudieron lograrlo gracias al abundante alimento proporcionado por las carpas del Danubio, pero no satisfechos con eso se llevaron una buena cantidad a los estanques de Roma. Con el tiempo, algunos ejemplares escaparon a ríos locales, prosperaron y comenzaron un proceso de expansión que resultó más amplio y duradero que el del propio Imperio Romano. Los europeos se encargaron de que llegaran incluso a Sudamérica y de que, para finales del siglo XIX, ya hubiera algunas invasoras en la cuenca del Plata.

No de nuevo, decía

La carpa común podría protagonizar algunos de los tantos programas sensacionalistas de fauna que pululan en la TV cable, al estilo de Los 100 más venenosos o Los 72 más peligrosos, pero centrado en su capacidad invasora. Por algo integra la lista de las 100 peores especies invasoras del mundo, realizada por la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN), y es la tercera especie introducida con más frecuencia en todo el planeta. Sus 2.000 años de historia demostrándolo no evitaron que llegara a los ríos uruguayos gracias a una serie de errores tan lamentables como comunes.

La introducción de esta especie con motivos comerciales en Argentina y Brasil hizo lo suyo para que la carpa invadiera nuestros ríos, pero el gobierno uruguayo tampoco ayudó mucho. Entre los años 1993 y 2008 la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara), dependiente del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), promovió la “siembra” de juveniles de esta especie (y de su prima, la carpa herbívora Ctenopharyngodon idella). Este plan fue realizado sin una evaluación de los riesgos potenciales de los escapes de estas especies a ambientes naturales, pese a que ya existían antecedentes al respecto (Estados Unidos la introdujo en la década de 1970 por los mismos motivos que Uruguay, con resultados desastrosos).

¿Por qué se tomó una decisión tan mala? “Todos nos preguntamos lo mismo”, suspira el biólogo Marcelo Loureiro, investigador del Laboratorio de Zoología de Vertebrados de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República. Si fuera por él, no volvería a cruzarse nuevamente con ninguna carpa. De hecho, en su laboratorio puede verse una tarrina con el nombre Proyecto Carpa que no contiene carpa alguna en su interior, sino otras especies a estudio.

“Se fomentó la carpa supuestamente para ‘limpiar’ tajamares de plantas acuáticas y turbidez en general, pero sin ningún fundamento; fue un error de gestión traerla y promoverla porque además no queda claro que cumpliera eficientemente esas funciones. Las carpas son omnívoras, comen de todo, no sólo plantas acuáticas”, señala. Cuando le tocó salir a dar una mano en la búsqueda de otra especie invasora emblemática, la rana toro (cuya experiencia comercial igualmente nefasta bien podría haber servido como advertencia), Loureiro encontró tajamares llenos de carpas, probablemente introducidas en el contexto de este plan de “limpieza”.

Al generarse en los últimos años una mayor conciencia de los problemas causados por las especies invasoras, aquella experiencia se terminó, pero para entonces las carpas –ya fueran las que llegaron de Argentina y de Brasil a través de la cuenca del río Uruguay y el Río de la Plata, o las que escaparon de tajamares locales– estaban cómodamente instaladas. Sin embargo, aún sabiendo todo esto, hay quienes siguen proponiendo el uso de la carpa para controlar floraciones en reservorios de aguas, como fue el caso de la consultora israelí Mekorot, que las recomendó para OSE hace unos meses.

Los mismos motivos que hacen popular a la carpa para estanques o que permitieron que los romanos las trasladaran para “cultivarlas” en Roma son los que explican su éxito como invasora. Por ejemplo, la resistencia a cualquier condición ambiental. “Sobreviven a ambientes con poco oxígeno o con grandes cambios de salinidad. Tienen amplia tolerancia a muchos factores y se adaptan fácilmente a cualquier condición”, apunta Loureiro. Son también resistentes a la contaminación y colonizan lugares antropizados a los que otros peces no se adaptan.

Carpa en el Río de la Plata. Foto Nicolas Olejnik (NaturalistaUY)

Como el grunge y el neoliberalismo

La explosión demográfica de la carpa en Uruguay se produjo en la década de 1990. “Cuando yo era adolescente y pescaba con mis amigos en Santiago Vázquez no existían las carpas”, recuerda Loureiro. Pero ahora, aclara, es uno de los sitios donde la gente va específicamente a pescarlas; no por su gran sabor, ya que la carpa no es precisamente una delicia gastronómica para nosotros, pero sí por su abundancia, muy útil en tiempos de escasez.

Desde sus primeras apariciones en Uruguay hasta los registros copiosos de finales de los 90 hay poca información concreta. “¿Cómo llegamos a esto? ¿De dónde salieron todos estos ejemplares?”, se pregunta Loureiro, pero admite que no hay una respuesta cien por ciento certera.

Motivos sobran para preocuparse por la presencia de la carpa, el único pez invasor confirmado en Uruguay hoy en día. No sólo es un voraz omnívoro que compite con especies nativas y potencialmente las desplaza. Al alimentarse, remueve el fondo y aumenta la turbidez del medio, lo que altera la visibilidad y calidad del agua, la disponibilidad de luz y favorece el crecimiento de fitoplancton y la eutrofización del ambiente, con posibles efectos ecológicos adversos en la comunidad de invertebrados. En su “barrida” del fondo es probable que se alimente también de huevos de otros peces.

En las últimas décadas, la carpa se extendió por toda la cuenca del Plata, el río Negro y el río Uruguay. Su presencia es abundante incluso en áreas protegidas como los humedales de Santa Lucía, lugar al que Loureiro volvió para investigar qué está ocurriendo ahora con esta especie que le era desconocida en sus épocas de pescador aficionado.

Lo que importa es lo de adentro

La idea de estudiar la alimentación de las carpas en los humedales de Santa Lucía fue en realidad del biólogo Diego Díaz, que realizaba su pasantía de grado. Él, Loureiro y el biólogo Iván González, del Centro Universitario Litoral Norte (Cenur), contaron con la ayuda de pescadores recreativos y de subsistencia para adivinar la dieta leyendo en las entrañas de los pescados, al mejor estilo de los arúspices (adivinos) romanos.

“Nos pareció que valía la pena estudiar y empezar a mostrar qué está ocurriendo con las carpas en un área protegida con alto valor para la conservación”, cuenta Loureiro.

Para lograrlo, hicieron un muestro a lo largo de todo un año en un trecho de 25 kilómetros de la cuenca baja del Santa Lucía. La primera fase del procedimiento consistía en acercarse a grupos de pescadores para ver si habían capturado carpas, para luego medirlas, pesarlas y solicitar que les “cedieran” sus estómagos. “Básicamente les limpiábamos los pescados”, se ríe Loureiro, lo que quizá explique la buena disposición de todos los pescadores a colaborar con el proyecto. La mayoría de ellos desconocían los efectos perjudiciales de las carpas, pero se mostraban abiertos e interesados tras conocer su historia “delictiva”.

Carpa común. Foto de Diogo Sebastião (iNaturalist)

En total obtuvieron 32 ejemplares para análisis (18 hembras y 14 machos), cuyos estómagos fueron trasladados al laboratorio para un diligente estudio. Analizaron el contenido del tracto digestivo de cada individuo y calcularon la importancia relativa de cada ítem para “develar aspectos de la estrategia de alimentación y amplitud de nicho trófico de la carpa”. En otras palabras, saber qué lugar ocupa la especie en la cadena alimenticia y en cuántos de sus eslabones influye.

La dieta de las carpas analizadas consistió en 16 ítems (sin contar fibras de microplástico), con uno solo de ellos ocupando 40% del volumen relativo, para sorpresa de nadie: detrito. Como reza el refrán, el que se alimenta en el barro amanece con materia orgánica en el estómago.

El análisis del resto de los componentes arrojó algunos datos interesantes. Entre los macroinvertebrados, el segundo elemento de mayor importancia (casi 19% del volumen relativo) fue la almeja nativa Erodona mactroides, especie prioritaria para la conservación. Con mucha menos incidencia en la dieta, pero igualmente presentes, hallaron otras dos especies prioritarias: el caracolito Helobia australis y el cangrejo del barro (Neohelice granulata). Esta preferencia, que veremos luego con más atención, es tan preocupante como las conclusiones generales a las que llegaron los investigadores.

Muerde en todos lados

Del análisis de dieta de los ejemplares recolectados puede concluirse que la carpa tiene un nicho trófico amplio, que le permitió predar hasta 13 taxones de invertebrados acuáticos, incluyendo crustáceos, insectos y moluscos. Es “multitrófica”, por definirla en una sola palabra.

“Se alimenta de presas que están en diferentes niveles y de este modo afecta la trama trófica en varios lugares, algo a lo que hay que prestarle especial atención”, señala Loureiro.

Dentro del menú de la carpa hay también dos componentes que a priori _parecen ser buenas noticias. El elemento más abundante en el interior de 20% de las carpas analizadas fue el mejillón dorado (Limnoperma fortunei_) y un muy pequeño porcentaje consumió también almeja asiática (Corbicula fluminea), otras dos especies invasoras muy perjudiciales que desplazan a especies nativas, provocan desequilibrios en el ecosistema y pueden generar perjuicios económicos al obstruir cañerías de agua.

Podríamos pensar que es una buena cosa dejar que una especie invasora se encargue de otra, como en una versión de Alien versus Depredador de nuestros ríos, pero en la naturaleza las cosas no funcionan con la misma conveniencia que en los blockbusters.

“Ese es un tema complejo. Si bien podría pensarse que la carpa ayudaría a controlar un poco el mejillón dorado o la almeja asiática, también puede haber efectos negativos, porque las carpas podrían ayudar a dispersar algunas de estas especies invasoras. Hay una sinergia medio ambigua cuya mecánica aún no conocemos bien”, dice Loureiro. En este caso, la presencia del mejillón dorado y la almeja asiática podría estar favoreciendo la prosperidad y abundancia de la carpa, al brindarle alimento abundante.

Los autores del trabajo señalan también que la carpa tiene comportamientos alimenticios similares a los de especies nativas como el bagre amarillo, la boga o el bagre trompudo. “En este sentido, la superposición de nicho de especies nativas y la carpa común debe ser considerada en nuevas investigaciones para tener un panorama más completo de los efectos de esta especie invasora en las comunidades y ecosistemas de agua dulce”, aseguran.

En resumen, la carpa podría modificar la cadena alimenticia de los ambientes que habita al “alterar las interacciones de la comunidad por arriba y por debajo de su posición trófica”, y “competir por recursos con especies nativas de peces omnívoros o detritívoros e incluso introducir patógenos exóticos”.

Por si fuera poco, la confirmación de que la carpa también preda sobre el cangrejo de barro o estuarino es preocupante porque la especie tiene ya problemas de conservación. Este esforzado bioingeniero, auténtico obrero del fondo del río, cumple un rol ecológico clave en los estuarios al drenar y airear el suelo con sus elaboradas construcciones, que ayudan a retener sedimentos, detritos e incluso pesticidas. Lo que hace o deja de hacer tiene una gran importancia para otros organismos del ecosistema.

“Este cangrejo es justamente foco de conservación y tiene la amenaza de que se lo usa como carnada para los palangres de corvina. Se hace una especie de cosecha con esos fines. Si a eso se suma la posible presión de la carpa hay que prestar mucha atención”, dice Loureiro.

“Este resultado deja abierta la posibilidad de que haya una influencia de la carpa común sobre la conservación de esta especie y resalta la necesidad de hacer nuevas investigaciones para evaluar la importancia actual que tiene sobre sus poblaciones”, destaca el trabajo.

Marcelo Loureiro.

Foto: Alessandro Maradei

Carpocalipsis Now

A los efectos potenciales negativos de la carpa hay que sumarle uno anímico: saber que se trata de un error que ya no podemos subsanar. “La carpa ya está establecida, hay que darle la mano y admitir que viviremos juntos”, admite Loureiro.

No es una peculiaridad de la carpa. Como toda especie invasora, una vez instalada es casi imposible de erradicar. Tal cual admite el libro Especies exóticas invasoras en Uruguay: distribución, impactos socioambientales y estrategias de gestión, recientemente editado y que tiene a la carpa como protagonista de uno de sus capítulos, de las 42 especies consideradas invasoras en el país sólo sería posible erradicar hoy a la rana toro.

El libro aclara que para la carpa sí podrían plantearse medidas de control o contención en “zonas de la costa sensibles para la reproducción de especies estuarinas o de especial interés para la conservación, como los humedales del río Santa Lucía o la desembocadura del arroyo Solís Grande”.

No detalla cuáles son pero alude a algunas propuestas argentinas, como elegir artes de pesca destinadas a especies de peces de tallas muy grandes (para minimizar la captura accidental de la ictiofauna nativa) o actuar en los períodos de grandes congregaciones de individuos.

Para Loureiro, es importante evitar que avance en lugares sensibles como los humedales de Santa Lucía y sería ideal retirar el mayor número posible de ejemplares, algo más fácil de decir que de hacer.

Una opción es hacer concursos de pesca de carpa u ofrecer estímulos para los pescadores de la zona, una solución compleja en un lugar donde se prohíbe la pesca artesanal como parte de manejo del área. Loureiro cree que hay que pensar estos esfuerzos de tal modo que no atenten contra las especies nativas, algo riesgoso cuando se captura mediante redes, incluso las destinadas a especies grandes.

El libro Especies exóticas invasoras de Uruguay recuerda también que “para la mayoría de las invasiones la prevención es la única medida realmente efectiva, y por tanto se debe desestimular o prohibir su introducción intencional”. Si bien la carpa común ya está introducida, promover su uso, así como el de otras especies de carpas o de cualquier otra especie exótica, para mantener la salud de reservorios de agua es una mala idea.

“Las otras dos carpas que dan muchos motivos de preocupación son la carpa cabezona (Hypophthalmichthys nobilis) y la plateada (Hypophthalmichthys molitrix). Hay información de presencia esporádica en Uruguay, con registros muy puntuales de algunos ejemplares gigantescos. Y sabemos que hay reportes en Brasil. Ojalá quede en eso porque son muy invasoras”, cuenta Loureiro.

No hay advertencia más efectiva que ver algunos videos de la situación en el río Misisipi, en Estados Unidos, donde la carpa plateada se ha vuelto un problema acuciante. Las imágenes parecen salidas de una de las tantas películas de “terror animal” de los 80 (Carpocalipsis, tituló la revista Vice). Cuando se ven amenazadas –por ejemplo, por sonidos fuertes o la pesca mediante corriente eléctrica– saltan en masa en un cardumen volante de dos metros de altura, capaz de provocar serias lesiones en los seres humanos que navegan en los ríos. Imaginen su efecto en las especies nativas.

“Es más peligrosa que la carpa común porque es filtradora; también consume plancton y puede generar problemas más graves en la trama trófica”, dice Loureiro. Por eso llama a estar muy atentos a los registros de estas otras especies y encender la luz de alarma. “De dónde han salido no lo sabemos, porque estas especies nunca se promocionaron, pero sin embargo por ahí andan algunas. Todo lo que podemos hacer es avisar si hay reportes para que los gestores se encarguen de actuar a tiempo”, dice.

Si las carpas coloridas de nuestros estanques pudieran dar un salto de dos metros para llamar la atención de los tomadores de decisiones el asunto sería más fácil, pero sólo cumplen funciones decorativas. Al menos nos recuerdan que la prosperidad y la abundancia que supuestamente representan son un mal presagio para nuestros ecosistemas acuáticos.

Artículo: “Diet and trophic niche of common carp Cyprinus carpio in the Lower Santa Lucía River, Uruguay”
Publicación: Pan-American Journal of Aquatic Sciences (agosto de 2022)
Autores: Diego Díaz Angeriz, Marcelo Loureiro e Iván González Bergonzoni.

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