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Pingüinos papúa en las proximidades de la base uruguaya. Foto: Ana Machado

Investigaciones sobre fauna marina inician convenio de colaboración científica entre Udelar e instituto británico de las Malvinas

18 minutos de lectura
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Investigadores de la Universidad de la República trabajan junto a colega del Instituto de Investigaciones Ambientales del Atlántico Sur, ubicado en las Falkland/Malvinas, sobre uso del mar y forrajeo de pingüinos y lobos marinos, generando aportes para la conservación y el manejo de recursos.

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En un mundo sacudido por las disputas territoriales y la violencia, aquí vamos a hablar de cooperación y colaboración. Es cierto, el convenio que se firmó en julio de 2023 entre nuestra principal casa de estudios y el Instituto de Investigaciones Ambientales del Atlántico Sur (Saeri), ubicado en las islas Malvinas o Falkland, es imposible que no nos traiga a la memoria a uno de los episodios más tristes de la historia reciente sudamericana, en el que, justamente, una disputa territorial se resolvió de la peor manera posible.

Nuestra próxima Argentina reclama la soberanía sobre estas islas, a las que llama Malvinas, que están a 500 kilómetros de sus costas. En 1982 el gobierno de facto argentino quiso reclamarlas por la fuerza, dando lugar a sangrientos combates y a una inentendible y evitable pérdida de vidas. Por su parte, Reino Unido considera que tiene derechos sobre el territorio que administra y entiende británicos a sus habitantes. Una consulta popular realizada en las islas en 2013 arrojó que prácticamente la totalidad de sus pobladores –llamados kelpers– prefería seguir bajo la administración británica. Si bien el plebiscito no impidió que Argentina siguiera reclamando su soberanía sobre las islas, al menos hoy no está en la cabeza de nadie saldar el asunto por la vía bélica.

Podría pensarse que todo este trasfondo no tiene nada que ver con la ciencia, pero sí. Y tiene que ver por las mismas razones que la Antártida es, por ahora, el único continente del planeta en el que no se ha librado ni una sola batalla ni hay ejércitos apostados. El Tratado Antártico estableció que aquel sería un lugar consagrado a la investigación científica y la cooperación internacional. Al menos mientras tenga vigencia, se suspendieron todos los reclamos territoriales y la explotación de algunos de sus recursos. Obviamente no es un mundo ideal, y podría debatirse largo y tendido sobre los motivos que unos y otros tienen para que esto sea así, pero la Antártida es por ahora el único lugar en la Tierra donde los humanos logramos aplicar otra lógica. Y allí la ciencia, y la cooperación científica, tienen un lugar destacadísimo (algo que, por ejemplo, no pasa con el espacio, porque el emprendedurismo desenfrenado de multimillonarios extravagantes ha convertido la exploración espacial en el nuevo Lejano Oeste).

Este convenio, entonces, tiene mucho que ver con lo mejor de la ciencia. Si en lugar de fortalecer vínculos entre dos instituciones de investigación, el acuerdo fuera de cooperación militar, es probable que hubiera habido algún chisporrotazo diplomático con nuestros vecinos. Pero al tratarse de colaboración científica, la cosa es distinta. Y así se lo hicieron saber a nuestros investigadores, cuando comenzaba a forjarse este convenio, tanto sus pares de Argentina como funcionarios de cancillería que tratan los temas antárticos. “Si es ciencia, no pasa nada”, fue más o menos la respuesta que obtuvieron y que allanó el camino para firmar el convenio.

Esa cooperación en marcha, sin importar nacionalidades ni otras cosas, era lo que se respiraba en la habitación del Campus Universitario Luisi Janicki de la Udelar, que funciona donde antes estaba la Facultad de Veterinaria, y en el que me esperaban Ana Laura Machado y Álvaro Soutullo, del Departamento de Ecología y Gestión Ambiental del Centro Universitario Regional del Este (CURE), y Javed Riaz, investigador del Saeri nacido en Reino Unido y que llega tras vivir años en Tasmania, Australia, país del que también es ciudadano. Miraban en la computadora del británico un mapa de la Península Antártica lleno de rayas de distintos colores. Cada una indicaba el movimiento de un pingüino estudiado por nuestros dos investigadores. Los tres estaban extasiados... hasta que debieron interrumpir su fructífera colaboración para hacer esta nota. Me disculpo por ser el aguafiestas, pero les digo que esto merece ser contado. Así que allá vamos.

Un convenio para ampliar la escala

Cuando le pregunto a Álvaro Soutullo, que fuera director científico del Instituto Antártico Uruguayo en la etapa en la que nuestra investigación allí dio un gran salto, cuál es la importancia de este convenio entre la Udelar y este Instituto de Investigación de las Falkland/Malvinas, su respuesta abarca tanto la investigación que vienen realizando allá con pingüinos desde hace cinco años como un panorama más general.

“La razón por la que trabajamos con pingüinos, y en el caso de Javed ahora con lobos marinos, más allá de entender sobre la biología y la ecología de estas especies, tiene que ver con entender cómo están respondiendo los ecosistemas marinos, en el caso nuestro el antártico, a procesos de escala más local, como los asociados a la actividad humana y a procesos de escala más global, como los asociados al cambio climático. Eso nos obliga a tener una mirada que involucra escalas espaciales grandes”, dice Álvaro.

“Si bien nosotros trabajamos en colonias que están ubicadas en sitios específicos, los movimientos de esos animales obligan además a esa mirada más amplia”, afirma Álvaro, que cuenta que según sus investigaciones, que están por publicar en breve, los pingüinos de las islas Shetland del Sur, donde se encuentra la Isla Rey Jorge sobre la que está la Base Científica Antártica Artigas, durante el verano se alejan para alimentarse hasta a unos 40 kilómetros de la zona, pero en invierno algunos individuos se desplazan hasta 5.000 o 6.000 kilómetros. Nuevamente, para entender mejor la ecología de una especie viajera, contar con información de más puntos en el mapa mejora la resolución de la película que podemos hacernos sobre lo que pasa.

Por ahora Álvaro y Ana Laura, junto a otros colegas, se han centrado en dos especies, los pingüinos Adelia (Pygoscelis adeliae), que son aves que no se alejan de la Antártida, y los papúa (Pygoscelis papua), que si bien andan por la Antártida también se encuentran en regiones subantárticas, como las Falkland/Malvinas, donde tienen una de sus principales colonias. “No es que los papúa con los que trabajamos migren y salgan hacia las Malvinas, sino que se trata de poblaciones distintas”, dice Ana Laura. De hecho se los considera dos subespecies distintas: el más grande es el Pygoscelis papua papua, que se reproduce en las Falkland/Malvinas y otras islas subantárticas, mientras que el Pygoscelis papua ellsworthii es de menor tamaño y es el que se reproduce en la Península Antártica. En tiempos recientes Ana Laura y Álvaro han empezado también a estudiar a otra especie antártica, el Pygoscelis antarcticus o pingüino de barbijo.

“Los Adelia, pese a que son animales antárticos, son los que hacen los desplazamientos más largos”, comenta Álvaro. ¿Cómo es entonces que los que son antárticos se desplazan más y los que andan por una zona más amplia no llegan a las Malvinas? Sencillo: porque una cosa es salir a buscar alimento durante el invierno (o a pasear para cambiar de aire y contactos) y otra es formar una colonia. Por ejemplo, es frecuente que en nuestras costas aparezcan pingüinos de Magallanes (Spheniscus magellanicus), pero se trata de viajeros ocasionales que no se reproducen ni anidan aquí.

“Los papúa, por su lado, están en un proceso de expansión territorial, empiezan a ser más abundantes en el norte de la Península Antártica y es la especie que se comparte con las Malvinas y con otras regiones del sur de América del Sur”, agrega Álvaro. “El trabajo con especies que tienen estas grandes áreas de acción requiere articular entre múltiples actores. No alcanza con trabajar con animales que vemos en nuestras costas o en las costas de donde está nuestra base antártica. La escala de los procesos que se analizan es grande en términos de extensión del área. En ese sentido, trabajar con las Malvinas mejora nuestra mirada del fenómeno”, dice entonces con toda lógica.

“Desde un punto de vista de la ciencia antártica, Las Malvinas/Falkland son como la parte norte del área en la que nosotros trabajamos. Pero si tenemos una mirada regional más amplia, a su vez esas islas están a mitad de camino entre Uruguay y el norte de la Península Antártica. Entonces, cuando uno empieza a mirar procesos que tienen que ver con la gestión del océano Atlántico Sudoccidental y la parte del océano Austral que tiene que ver con el sur de América del Sur, poder mirar esos procesos desde tres lugares distribuidos a lo largo de ese gradiente latitudinal es bien interesante”, enfatiza Álvaro. Y en ese gradiente todos se benefician.

“Trabajar con una institución que trabaja en estos temas en las Malvinas era una manera ideal de articular la investigación que se está realizando acá, por ejemplo sobre lobos marinos, o mañana puede asociarse al estudio de los skúas o de animales migradores que van hacia el sur, o visto desde la Antártida, también nos da la oportunidad de ver los movimientos de especies que van hacia el norte pero no llegan a nuestro país”, dice Álvaro.

“Javed vino ahora para trabajar con nosotros sobre pingüinos, pero él está trabajando con lobos marinos, entonces eso genera otros espacios de trabajo y de conversación con investigadores de acá que también trabajan con lobos marinos, como Federico Riet o Valentina Franco Trecu, o gente de la Dinara [Dirección Nacional de Recursos Acuáticos]. Tras este paso es más fácil en una segunda etapa de colaboración, ya que acabamos de pasar de un convenio marco a una actividad de cooperación concreta”, señala, confiado en que de aquí ya se generaron contactos que habilitan a otras colaboraciones.

A modo de resumen, Álvaro señala que “de la intención de estudiar procesos ecológicos en ecosistemas marinos de América del Sur y del norte de la Península Antártica, surge el interés de trabajar con el Saeri”, y agrega además que “por otro lado, el Saeri tiene otra serie de áreas de trabajo que se superponen con otras áreas de investigación de la Universidad de la República”, y menciona, por ejemplo, trabajos que se centran en la producción lanera. “Se trata entonces de un convenio marco que establece un espacio de trabajo que favorece la movilidad, el intercambio de docentes, investigadores, y arma un marco para después elaborar líneas de trabajo más específicas”, anuda Álvaro.

“Por otro lado, este tipo de acuerdos es una forma de ir construyendo más colaboración en la investigación de temas ambientales con Reino Unido, ya que Saeri no deja de ser un centro de investigación vinculado con el sistema de ciencia de Reino Unido”, apunta Álvaro, que dice además que el convenio “abre las posibilidades de cooperación no sólo con investigadores de Saeri sino también con otros investigadores británicos en temas vinculados a esto, como por ejemplo, el tema de la pesquería y su manejo”, señala.

Allí está la CCRVMA, la Convención para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos. “De hecho, esa es la razón de fondo para el proyecto nuestro con pingüinos: tratar de generar información para apoyar algunas discusiones que hay sobre cómo regular o cómo mejorar la gestión de la pesca en el océano Austral”, sostiene Álvaro.

Recordemos que se ha debatido, por ahora sin éxito, la instalación de Áreas Marinas protegidas en la Antártida, y una de las propuestas está justamente en la Península Antártica en la que está nuestra base, zona que concentra cerca de 70% del krill antártico del mundo. “Parte de lo que hacemos es ver durante varios años dónde los barcos capturaron krill entre enero y diciembre, y cruzar eso con la distribución de los pingüinos de esta colonia específica que estamos trabajando. A partir de eso podemos ver si hay solapamientos, en qué zonas, en qué meses, cuándo sería más crítico, cuándo no. A su vez, vemos qué pasa con esas dos variables, pesquería y alimentación de los pingüinos como indicadores ambientales, en dos de las áreas marinas protegidas propuestas para esa zona”, dice Álvaro. En definitiva, se trata de generar evidencia para asesorar en la toma de decisiones sobre recursos de pesca y el patrimonio de la biodiversidad sobre este planeta.

Costumbres argentinas

Les pregunto si hablaron con sus colegas argentinos sobre este convenio. Y es obvio que lo hicieron. Más aún cuando Álvaro y Ana están colaborando en sus investigaciones sobre los pingüinos con pares argentinos apostados a unos diez kilómetros, que trabajan con otra colonia de las mismas especies, y con otra base Argentina ubicada ya en la parte continental de la Península Antártica, cerca de la otra base uruguaya (a la que se va poco y gracias al apoyo de otros países).

“Nuestro proyecto es junto a investigadores argentinos. Y esa es una de las cosas lindas de la ciencia: la ciencia permite colaborar en estas cosas. Si lo pasás al tema político, las cosas se complican enseguida”, reflexiona Álvaro. Hay aquí como un intento de contagiar el espíritu de la Antártida, le digo. “La idea es la misma, que desde la ciencia podamos colaborar en temas que nos parecen de interés común, sabiendo que la ciencia no es neutra y a pesar de que en otras áreas las cosas estén paralizadas”, contesta.

Ciencia pingüinística potenciada

La llegada de Javed Riaz no sólo permite responder a algunas de las preguntas que Ana Laura y Álvaro se han planteado sobre los desplazamientos de los pingüinos, sino que, al hacerlo, acerca todo su know-how de interpretación de datos. De hecho, ese conocimiento que Javed había desarrollado procesando datos de forrajeo de animales, antes de llegar a las Falkland y trabajando incluso con pingüinos Adelia, fue lo que hizo que Álvaro y Ana Laura lo invitaran a esta cooperación a un mes de firmado el convenio entre la Udelar y Saeri. “No es un simple intercambio de datos o de análisis entre investigadores, sino que esta colaboración inicia un contacto con los demás investigadores del Saeri que genera las bases para después hacer otras cosas”, afirma Ana Laura. Pero vayamos a los pingüinos.

“A los pingüinos papúa en la Península Antártica les está yendo muy bien, se están expandiendo hacia el sur y su colonias están creciendo. Pero en la región subantártica, por ejemplo en Malvinas, no les va nada bien”, explica Ana Laura. “Esta colaboración nos permite preguntarnos por qué en un lado le está yendo muy bien y se está expandiendo y en el otro lado no, si es una especie que explota el lugar y los recursos de la misma manera”, plantea.

Javed Riaz muestreando lobo marino en las Malvinas. Foto: gentileza Javed Riaz

Mientras que en las islas Shetland sólo hay bases científicas, en las Falkland/Malvinas hay población permanente y con una mayor densidad. En ambos lados hay distinta actividad pesquera. “Entender las respuestas diferenciales del mismo organismo a esas condiciones distintas te permite entender qué aspectos de las cosas que están cambiando están teniendo un efecto en estas poblaciones, y así ver cuáles son los problemas o factores que tendríamos que gestionar”, dice Álvaro mostrando que siempre piensa en escala ecológica. “Hay distintas hipótesis de por qué a los papúa les está yendo bien en la Península Antártica. Este tipo de colaboraciones nos podría permitir testear estas hipótesis, al saber bajo qué presiones están en otro lado y que están respondiendo de la forma opuesta”, complementa Ana Laura.

Les pregunto si a los pingüinos papúa les está yendo peligrosamente mejor en la isla Rey Jorge. “Allí se da algo que se potencia. Las poblaciones de pingüinos Adelia, no sólo en esta colonia, sino en general en la región oeste de la Península Antártica, están disminuyendo. Sumado a eso, las poblaciones de pingüinos papúa está creciendo”, dice Ana Laura. “Si eso está siendo un problema grave o no, es de las cosas que hay que mirar”, la releva Álvaro. “Por ejemplo, hay una cosa que sería súper interesante ver y que rompe un poco los ojos a simple vista, que es el espacio. Cada vez hay más papúas”, toma la posta Ana Laura. Es como la Ciudad Vieja a las dos de la tarde, cuando prácticamente no existen lugares para estacionar. Sin espacio libre para anidar, a los Adelia se les podría complicar el panorama. “Igual no hay una relación completamente directa o lineal, no es que porque hay más papúas hay menos Adelia, pero sin duda la mayor presencia de los papúa genera presión para los Adelia, porque son más bichos para comer, y todos comen el mismo recurso”, dice Ana Laura. Pero eso es algo para ver a futuro. Ahora, en cambio, están trabajando con Javed en algo concreto sobre los Adelia.

“Trabajando con los pingüinos descubrimos algo curioso. En la zona de las Shetland del Sur no estaba tan descrito el comportamiento de forrajeo de Adelia durante la época reproductiva, y eso que es una especie que está súper impactada, que las poblaciones en el norte de la Península Antártica, en el oeste y en las Shetland del Sur, están disminuyendo muchísimo”, señala Ana Laura. “Como no había nada publicado, al menos en los últimos 30 años, sobre el comportamiento forrajero, decidimos enfocarnos en eso”, dice, comentando que en realidad tomaron muchísima información sobre múltiples aspectos de las colonias de pingüinos, pero que por algo tenían que comenzar.

“Nos propusimos hacer una primera descripción sobre su forrajeo, cómo son los viajes, a dónde van, qué hacen, cómo eso cambia de acuerdo a la mayor disponibilidad o no de krill en los distintos años. Es un trabajo que se está por publicar y que da un panorama general de lo que hace esta especie durante la época reproductiva durante tres años que nosotros estudiamos”, redondea Ana Laura. Pero eso no acaba el tema. “Esos datos tienen 1.000 cosas más para decir y mucho jugo que extraer”, dice mirando a Javed.

“Javed se enfocó en su doctorado en la misma especie, los Adelia, pero del otro lado de la Antártida, describiendo cómo explotan el espacio, sobre todo en la vertical. Nosotros describimos bastante los desplazamientos en el eje horizontal, la duración del viaje, la distancia a la que fueron, dónde comieron. Pero dado que son especies que bucean, en la dimensión vertical hay muchas más cosas para decir”, dice Ana Laura.

En 2021 Javed Riaz, entonces en el Instituto de Estudios Marinos y Antárticos de la Universidad de Tasmania, publicó un artículo sumamente importante que explica esta colaboración. Titulado algo así como Relaciones entre movimientos horizontal-vertical: los pingüinos Adelia se alimentan continuamente durante sus viajes de aprovisionamiento. El trabajo no sólo analiza el comportamiento de forrajeo en ambos ejes, sino que deja en evidencia que cuando se trata de depredadores marinos, como es el caso de los pingüinos y también de los lobos marinos, aplicar algunos conceptos desarrollados en ecología de forrajeo de animales terrestres no es del todo adecuado. Estudiando colonias de pingüinos Adelia de la isla Béchervaise, en la Antártida este, Javed y sus colegas vieron que desplazarse poco en el eje horizontal, a diferencia del modelo de búsqueda de alimento óptimo aplicado en animales terrestres, no implicaba una mayor búsqueda de alimento dentro de un área, sino lo contrario. También vieron que la relación entre ambos ejes de desplazamiento variaba de acuerdo a períodos de vida, ya fuera en los primeros momentos de la crianza de los polluelos o luego de que adquieren independencia térmica pero aún necesitan ser alimentados.

“Nosotros describimos como lo básico, como una línea base, y él tiene la experiencia de los análisis de describir en detalle cómo están explotando el recurso incorporando también la dimensión vertical”, dice Ana Laura. O sea que literalmente Javed les agregó profundidad a sus datos. “Esa es una forma hermosa de describirlo, le agregó profundidad a los datos”, concuerda Ana Laura. Fruto de esta colaboración, esperan, será un nuevo artículo científico. El convenio ya está dando resultados.

Mirando a los lobos marinos

Javed llegó a las islas Falkland a estudiar los lobos marinos de la especie Arctocephalus australis, una de las dos que también viven en nuestro país, tal vez en el peor momento posible, al menos para los lobos, que están viviendo su pandemia propia (aunque como no afecta a los humanos se denomina panzootia). La gripe aviar, que se comenzó en aves silvestres de América del Norte ya en 2021, en América del Sur saltó a mamíferos como los lobos y leones marinos. Tras los primeros casos en Perú y Chile, rápidamente comenzó a afectar a los lobos marinos de la costa de Argentina y llegó a Uruguay a principios de setiembre, cuando se detectaron los primeros cadáveres y lobos con síntomas.

Javed Riaz, Álvaro Soutullo y Ana Laura Machado en Campus Universitario de la Udelar.

Foto: Leo Lagos

Pero eso no es todo: según un documento del Comité Científico Antártico, es muy probable que la gripe aviar llegue este año a la Antártida. Más aún: el escenario más probable es que arribe a la colonia de lobos de las Falkland/Malvinas antes de que se inicie el verano. Y allí está Javed.

“Sí, da un poco de miedo. Se avecinan tiempos muy inciertos, pero son lo que son”, dice Javed aceptando su destino. “Espero que no afecte demasiado a las poblaciones, pero estoy seguro de que habremos muchas personas que estaremos allí para estudiar los efectos y lo que va a pasar”, agrega. Es que a Javed le fascinan estos animales. Y los verdaderos amigos están en las buenas, y en las malas mucho más. Le pregunto si la gripe aviar ya ha llegado a las islas.

“Hasta donde sé, no se han reportado casos aún, pero eso posiblemente se deba a que en este momento no hay mucha gente investigando a estos animales. Me sorprendería mucho si no llegara, o debería decir, si no estuviera ya allí”, razona Javed. Tiene razones para ser pesimista: “Acabamos de colocar dispositivos en cerca de 20 lobos de la colonia de las Falklands y seguimos sus movimientos en vivo. Al menos la mitad están sobre la costa de América del Sur, por lo que seguramente están interactuando con otras poblaciones de allí que probablemente ya están infectadas. Eso lo vemos en diez de los 20 lobos marinos que hemos rastreado, así que si extrapolamos eso a toda la población, diría que es altamente probable que la gripe aviar llegue o ya haya llegado a las Falklands”, señala con cierta tristeza.

Javed no fue hasta estas islas sudamericanas para estudiar los impactos de la gripe aviar, sino para abordar otro problema que también está costando vidas loberiles: la interacción de los lobos con la pesquería, una actividad que se desarrolla con intensidad allí, representando, según algunos reportes, hasta 60% de su producto interno bruto. “Desde 2017, en la zona de pesca de las islas Falkland, se viene registrando un aumento dramático en las interacciones pesquería-lobos marinos. Estamos hablando de un aumento del 900% en interacciones, muchas de ellas implicando mortalidad, lo que representa un aumento bastante alarmante. Mi investigación se centra en tratar de entender por qué ha comenzado ese aumento repentino”, relata.

Lo obvio, evidentemente, ya ha sido descartado. No se trata simplemente de que desde 2017 se haya incrementado la actividad pesquera. “No ha habido nada dramático en cuanto al esfuerzo pesquero. En todo caso, las pesquerías están capturando más calamares, porque hay más calamares disponibles en el ecosistema, por lo que es un poco desconcertante. Lo que sí sabemos es que las poblaciones de lobos marinos están aumentando y también ha habido cambios realmente dramáticos en la composición y estructura de los peces alrededor de las Falkland, por lo que algo importante ha cambiado en el ecosistema, si bien aún no hemos podido determinar qué. Eso es en lo que estoy trabajando, tratando de descubrir si es algo que tiene que ver con los calamares, con los peces o con los lobos marinos en sí mismos, o si tiene que ver con las temperaturas y el ambiente”, adelanta Javed.

“Mi proyecto Darwin Plus es en asociación con la pesquería y el gobierno de las islas Falkland para tratar de ver si podemos comprender mejor estas interacciones. La intención es tener una pesquería sostenible y que conserve no sólo los recursos, sino también a todos los que dependen de ellos, como son los lobos marinos”, afirma esperanzado.

Mientras llegué a entrevistarlos, Javed, Ana Laura y Álvaro se encontraban trabajando. En uno de los mapas donde se veían los movimientos de los lobos marinos, daba la impresión de que si bien habían venido hasta las costas sudamericanas, no habían llegado hasta Uruguay. “Sí, muchos se encuentran en Tierra del Fuego y también en la costa sur de Argentina”, dice, y algunos, por lo que ha visto, llegaron cerca de nuestras aguas.

Podríamos decir entonces que nuestras colonias de lobos marinos están en cierta manera conectadas con las de las Falkland/Malvinas. “Sí, es sorprendente, particularmente en el caso de los machos, que no tienen que regresar a sus colonias de reproducción como lo hacen las hembras, hay mucha conectividad con todas las poblaciones alrededor de la plataforma patagónica sur. Ahora estamos empezando a comprender que estos lobos marinos son una especie notablemente poco estudiada. Sólo ha habido un par de estudios de seguimiento sobre ellos, y sólo de unos pocos individuos”, relata Javed. “Por tanto, cuanto más investigamos, nos adentramos en campos emocionantes que producen hallazgos nuevos e interesantes, porque realmente no sabemos mucho sobre la especie en términos de sus movimientos o su ecología de alimentación a estas escalas. Así que hay mucha investigación por hacer”, dice motivado.

Le pregunto cómo percibe esta colaboración, qué espera. “La colaboración es emocionante porque, como hablamos, hay mucha conectividad entre las poblaciones de toda América del Sur y las de las islas Falkland. Tener una colaboración entre estas diferentes jurisdicciones nos brinda la oportunidad de participar de manera más efectiva en la conservación de las especies y comprender los impactos de los ecosistemas a mayor escala, así como la resiliencia al cambio climático y cosas así. Por eso, la colaboración siempre es buena, especialmente cuando se establecen lazos entre organizaciones que comparten un interés mutuo en tratar de aprender más sobre los ecosistemas”, dice con genuino interés.

“Con los lobos marinos tenemos esa conectividad, pero también están los pingüinos papúa, los albatros y muchas especies que tienen diferentes niveles de conectividad. De esta manera la colaboración es provechosa y nos brinda la oportunidad de compartir datos e investigaciones e ideas de investigación y, en última instancia, mejorar nuestra comprensión de las poblaciones de especies de distribución regional”, agrega.

Javed llegó al Saeri de las islas a principios de 2023 y estará apostado allí hasta fin de 2024. Y en este tiempo ya se ha dejado cautivar por particularidades de los animales que estudia. “En la investigación que publicamos el mes pasado, rastreamos a unas 20 hembras de lobos marinos. Durante el tiempo de cría, tienen que regresar a sus colonias para alimentar a sus cachorros. Pasan dos o tres semanas en el mar buscando comida o se alejan alrededor de 500 kilómetros de sus colonias. Es realmente impresionante ver lo duro que trabajan estas hembras y el esfuerzo que hacen por sus crías. Ver eso ha sido realmente sorprendente”, afirma. “Los cachorros se quedan entre una y tres semanas esperando a que lleguen sus madres. Así que también es impresionante la resiliencia de los cachorros, no puedo imaginarnos a los humanos haciendo algo así”, dice como sacándose un sombrero imaginario ante estos parientes mamíferos.

“Por otro lado, en los machos que marcamos recientemente vimos que en apenas un par de días llegan a Argentina. Es sorprendente ver las distancias que recorren y cuánto tiempo pasan en el mar. No sólo nadan a lo largo de la superficie, sino que también se sumergen a profundidades de 350 metros. Son unos atletas increíbles”, dice con tanto entusiasmo que uno no puede menos que consolarse al saber que, en el caso de que la gripe aviar llegue hasta los lobos de las islas Falkland/Malvinas, al menos allí tendrán a alguien que conoce sus secretos y empatizará ante su sufrimiento.

Artículo: Horizontal-vertical movement relationships: Adélie penguins forage continuously throughout provisioning trips
Publicación: Movement Ecology (2021)
Autores: Javed Riaz, Sophie Bestley, Simon Wotherspoon y Louise Emmerson

Artículo: Spatial overlap between South American fur seal foraging effort and commercial trawl fisheries in the Falkland Islands
Publicación: Global Ecology and Conservation (2023)
Autores: Javed Riaz, Rachael Orben, Kayleigh Jones, Megan Shapiro, Andreas Winter, Paul Brickle y Alastair Baylis.

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