Si más punks se dedicaran a la biología, existiría seguramente una banda llamada Los Killis que tendría el orgullo de ostentar el nombre más adecuado para un grupo de rock en todo el planeta. Lo más parecido es la banda de punk brasileña Killi, cuyo nombre lamentablemente viene de Kilimanjaro y no de los peces más rockeros y sorprendentes de toda la ictiofauna neotropical. Aquí en Uruguay, los peces a los que en lenguaje coloquial los gringos llaman killis están representados hasta el momento por 22 especies.
Una vez que uno los conoce, es imposible no volverse fan de los killis (los peces, no la hipotética banda de rock). Tal cual repetimos desde estas páginas cada vez que podemos, los representantes locales de este grupo de peces anuales (nacen, se desarrollan y mueren en el transcurso de un año) siguen los estereotipos más trillados del punk: viven con frenesí, mueren pronto, tienen una desconexión generacional con sus padres, practican sexo desenfrenado y cumplen con la vieja consigna que popularizó James Dean, aunque no fuera suya: “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”.
Lo de “hermoso cadáver” es mucho más justificado en el caso de nuestros peces anuales que de los músicos Sid Vicious o Ian Curtis. Sus colores y patrones de manchas llamativos los han convertido en animales codiciados por los acuaristas, que pagan una buena cantidad de dinero por algunas especies. Toda esa belleza, además, está escondida en el menos conspicuo de los paisajes, lo que los vuelve aún más enigmáticos y fascinantes. Viven en charcos temporales, a menudo turbios y de aspecto insignificante, donde su belleza no puede lucirse.
Es ahí, con frecuencia al costado de una ruta o entre plantaciones que amenazan su supervivencia, donde ocurre su magia. Antes de morir, nuestros killis depositan en el fondo de estos charcos sus huevos, que están protegidos por una cáscara muy resistente llamada corión. Cuando llega la temporada de bajas lluvias y los charcos se secan, los embriones aguardan enterrados en un estado latente, llamado diapausa, que puede durar meses. Precisan de estas diapausas para poder desarrollarse, lo que los convierte en peces que necesitan que no haya agua para reproducirse, tan sólo una de las aparentes paradojas que nos ha regalado su estudio. Con el regreso de las lluvias y las temperaturas adecuadas, esos embriones madurarán rápidamente y tendrán sexo desenfrenado hasta morir, no sin antes depositar los huevos que reiniciarán el ciclo.
No es sólo su belleza o la poesía de las leyendas antiguas, que les adjudicaban un origen celestial porque aparecían “milagrosamente” con las lluvias, lo que ha convertido a estos peces sudamericanos en un imán de biólogos. Son modelos de investigación excelentes para trabajos de envejecimiento, genética y ecología, entre otras áreas, y además son un rompecabezas evolutivo que atrae a genetistas y taxónomos acicateados por el desafío de resolverlo.
A los killis locales se los conocía también hasta ahora como austrolebias debido a que tal era su género (Austrolebias). Pero si pensabas bautizar a una banda punk con ese nombre, te convendría consultar antes a un grupo de investigadores de Argentina y Uruguay, que acaba de poner patas arriba la nomenclatura de las especies que hasta ahora se agrupaban bajo ese nombre.
Ya no sos igual
La historia de cómo y por qué la mayoría de las especies de Austrolebias cambiaron de nombre comienza en un charco poco llamativo, como no podía ser de otra manera. Lo que ocurrió allí metió a un grupo de investigadores en un camino largo y sorprendente que acaba de fructificar en un trabajo atinadamente titulado “Del barro al árbol: filogenia de las Austrolebias, nueva estructura genérica y descripción de una nueva especie”, publicado por el Zoological Journal of the Linnean Society. El nombre de esta publicación puede sonarle a varios: fue su precursora, llamada Journal of the Proceedings of the Linnean Society, la que editó hace 165 años los artículos fundacionales de Charles Darwin y Alfred Wallace sobre la evolución por selección natural.
No podemos pedirle al artículo de los 11 investigadores rioplatenses (diez son de Argentina) que cause la misma conmoción que los de sus famosos antecesores, pero armó de todos modos un lío interesante y bienvenido, admiten los biólogos Felipe Alonso, Martín Montes y Wilson Serra. Los dos primeros son argentinos e integran el Instituto de Bio y Geociencias del Noroeste Argentino (Ibigeo) y el Centro Científico Tecnológico Conicet de La Plata, respectivamente. El tercero es uruguayo y forma parte del Museo Nacional de Historia Natural, de Montevideo, y del Centro Universitario Regional del Este (CURE), sede Rocha, de la Universidad de la República. Los tres son miembros de la Fundación Killisfish, como corresponde a buenos fans de los killis.
Ninguno tenía previsto cambiar de tal modo el árbol filogenético de las Austrolebias, pero el magnetismo que ejercen estos peces es poderoso y lleva por sendas inesperadas. La historia comienza por el hallazgo de una nueva especie en Misiones, Argentina, por parte de Martín Montes y sus colegas Jorge Casciotta y Adriana Almirón. No buscaban allí killis sino cíclidos, otros peces coloridos e interesantes. A Casciotta, de hecho, los killis no le impresionaban gran cosa, pero fue Felipe Alonso quien le insistió en que se metiera en los charcos más modestos que viera, red en mano.
“Le dije que tenía que meterse en esos charquitos de Misiones, que iba a sacar una nueva especie de killi. Y dicho y hecho”, cuenta Felipe. Testigo y protagonista central de esos hechos fue Martín Montes. “Yo sabía que en Misiones no había ninguno registrado, y la localidad estaba tan lejos de otras que cuando pescaron ese pececito lo reconocí inmediatamente como un killi y les dije que era una especie nueva”, acota Martín.
Cuando intentaron ver de qué forma se relacionaba evolutivamente esa nueva especie con las otras, el asunto empezó a complicarse. “Nos dimos cuenta de que había una serie de problemas con las filogenias de especies que ya teníamos, y decidimos corregir y mejorar los datos. Así se fue armando una bola de nieve, porque con lo hiperultraobsesivos que somos terminamos haciendo un trabajo mucho más grande y creando un nuevo árbol de las especies que antes estaban agrupadas bajo el género Austrolebias. Fue como ponerse a limpiar una manchita de grasa en el espejo del auto y darse cuenta luego de que terminaste desarmando el motor”, explica Felipe.
Luego de desarmar el motor, por seguir con la analogía, fueron más allá: se dieron cuenta de que tenían que cambiar el nombre de varias piezas del coche.
God save the fish
Para su trabajo, los investigadores hicieron el análisis filogenético más completo sobre este grupo de peces hasta el momento. Para ello estudiaron diez genes y 191 caracteres morfológicos de 47 de las 52 especies incluidas hasta entonces en el género Austrolebias. Es decir, combinaron genética y morfología para agrupar las especies por parentesco en forma más precisa y, de paso, discernir dónde debían colocar a la nueva especie hallada en Misiones.
Los killis nunca fueron fáciles de clasificar, tanto por su compleja historia evolutiva como por el hecho simple de que hasta hace relativamente poco no se los estudiaba mucho. “En estos animales, los aislamientos de los ambientes restringidos en los que viven van generando variantes locales, pero luego se conectan con otras especies, se vuelven a mezclar, los ríos van cambiando y los arrastran de un lado a otro, y todo eso hace que reconocer la historia que hay detrás sea particularmente complejo”, apunta Wilson.
Eso llevó a que, en los primeros años de estudio, se crearan géneros en que se agrupaban especies de killis muy distintas, a veces ni siquiera emparentadas. “Cuando hicimos este análisis empezamos a encontrar que algunos de los grupos de especies postulados anteriormente por otros investigadores se mantenían, pero había otros que no, que eran totalmente diferentes, se desarmaban”, prosigue Felipe.
Cuando habla de investigaciones anteriores se refiere a trabajos pioneros que ayudaron mucho a clarificar la situación de los killis, como los realizados por el brasileño Wilson Costa, el uruguayo Marcelo Loureiro y la uruguaya Graciela García, entre muchos otros.
Aun así, al armar el nuevo árbol filogenético de las especies descubrieron no sólo que era necesario realizar cambios, sino que un solo paraguas –en este caso el del género Austrolebias– no podía cubrir tantas especies y tan diversas. “Teníamos grupos de peces muy bien apoyados por evidencia genética y morfológica, y cada uno de estos grupos de especies empezó a tener muchas características particulares muy definidas y bastante diferentes a los otros”, dice Felipe.
Con base en la evidencia recogida, decidieron entonces elevar el estatus de algunos subgéneros de Austrolebias reconocidos hasta ahora, al entender que tienen un nivel de diferenciación morfológica y genética que permite considerarlos directamente como géneros. La composición de especies que estaba en cada uno de esos subgéneros, además, también varió un poco.
Este nuevo arreglo taxonómico, entonces, transforma un solo género –Austrolebias, que abarcaba hasta ahora 52 especies– en 11 géneros diferentes, cuatro de ellos creados específicamente por este trabajo para agrupar de forma más correcta a especies de peces muy emparentadas. Los géneros son: Acantholebias, Acrolebias, Argolebias, Austrolebias, Cypholebias, Gymnolebias, Megalebias, Garcialebias, Matilebias, Amatolebias y Titanolebias (estos últimos cuatro son los géneros nuevos).
La nueva especie encontrada, por ejemplo, fue bautizada Argolebias guarani, honrando de este modo a esa población originaria, igual que se ha hecho con los charrúas, wichis o tobas en los nombres de otros peces anuales.
De este modo, especies que son bastante comunes en nuestro país cambian de nombre. Austrolebias nigripinnis pasa a ser Argolebias nigripinnis, Austrolebias reicherti ahora es Garcialebias reicherti y Austrolebias charrua es Garcialebias charrua, por citar sólo tres ejemplos.
Puede que un cambio de nombre parezca algo menor o que más de uno considere que no amerita los años de estudio y discusión minuciosos que llevó este trabajo, pero no es así. Cambiar el nombre científico de un organismo no es nada banal. Es importante por lo que representa y también por lo que puede implicar en materia de conservación.
Killi in the name
Cuando los científicos eligen el nombre de un género o una nueva especie pueden optar por varios criterios: por ejemplo, aludir a un lugar, a un hecho histórico, a características morfológicas o hacer un reconocimiento a una figura o colega, que fue la opción de los investigadores en tres de estos cuatro nuevos géneros.
Hoy en día, el Código Internacional de Nomenclatura Zoológica sólo admite nombres a modo de reconocimiento, jamás para denostar a alguien, aunque a veces el público se confunda un poco. Algo así le pasó a uno de los autores de este trabajo, Martín Montes, en una investigación anterior. Martín, que es un estudioso y apasionado de los parásitos, bautizó a uno de estos minúsculos animales con el nombre Diegoglossidium maradonai y se ganó una andanada de insultos de estilo barrabrava que aún se puede leer online (hombre aficionado al peligro, se apresta ahora a hacer lo mismo con Lionel Messi). En este caso no hay confusión posible, porque los tres investigadores homenajeados (dos de Uruguay y uno de Argentina) dedicaron buena parte de su vida al estudio de los killis.
Garcialebias se eligió para reconocer el trabajo de la investigadora uruguaya Graciela García, especialista en genética de peces neotropicales de la Facultad de Ciencias “que dedicó más de 20 años a resolver asuntos de la taxonomía de estos peces, formó a numerosos estudiantes, publicó una cantidad de trabajos impresionantes y nos ha ayudado además a todos en el estudio de estos grupos”, aclara Wilson.
Amatolebias homenajea al investigador uruguayo Luis Amato, un naturalista entusiasta que falleció en 2019 y que hizo un trabajo fundamental para ampliar el conocimiento sobre estos peces.
Matilebias alude al investigador argentino Matías Pandolfi, que murió en 2021 y que dedicó buena parte de su carrera a estudiar el comportamiento y la fisiología de peces sudamericanos.
El restante género nuevo, Titanolebias, refiere al tamaño de las especies que agrupa, la mayoría ubicadas antes bajo el subgénero Megalebias.
Haber separado las especies antes englobadas en Austrolebias en 11 géneros distintos, cuatro de ellos nuevos, también tiene otras implicancias que pueden ser esenciales para estos peces, que enfrentan serias amenazas de conservación por el desarrollo urbano y agrícola. “¿Por qué es eso importante? Por la misma razón que les ponemos nombres a las cosas para diferenciarlas. Es útil tener nombres que nos permitan identificar rápidamente un montón de características de un animal o de un grupo de organismos”, apunta Felipe.
Hacerlo “facilita el estudio de sus características biológicas en varios campos”, ayuda a que “el público general aprenda y se familiarice con las especies y su biología” y también “permite el reconocimiento de grupos que son notablemente diferentes unos de otros, pero que tienen similitudes generales entre sí”, afirma el trabajo.
Además, tal cual aclara Wilson, no es lo mismo conservar una zona en la que habitan tres especies de Austrolebias, que una que en la que se encuentran una especie de Austrolebias, otra de Argolebias y otra de Titanolebias, como ocurre en una zona bajo estudio en Uruguay. Desde el punto de vista de la gestión territorial y la planificación en áreas protegidas, por ejemplo, comunicar en forma clara que existe una región en la que hay una mayor biodiversidad es importante.
“Con estos peces un problema grave que tenemos es que, lamentablemente, no se pueden conservar todos los lugares; entonces, todo este trabajo de clasificación y de inventario de diversidad tiene derivaciones prácticas a la hora de tomar medidas para evitar pérdidas”, continúa. Y como todo estudioso de los killis sabe, son muchas las cosas que se pierden si desaparecen estos peces anuales.
Sobre el final del trabajo, los investigadores recuerdan que varias especies de killis se han descrito en los últimos años, “lo que enfatiza la importancia de una mayor investigación de estos peces anuales, porque varias especies probablemente no han sido descritas aún, al mismo tiempo que su conservación está particularmente amenazada por la expansión agrícola y muchas quizá se extingan en las próximas décadas”.
Por lo tanto, es urgente hacer visible este grupo de peces tan sorprendente pero tan vulnerable “tanto al público general como a los tomadores de decisiones, así como es necesario financiar y promover investigaciones”, agrega, algo con lo que esta investigación cumple.
Conocer más sobre los killis y protegerlos es conveniente por muchos motivos. Como dijimos, tienen particularidades que los vuelven interesantes como modelo de estudio en un montón de campos, no sólo como especies de interés ornamental. No sabemos qué aplicaciones tendrán en unos años los estudios que se hacen hoy sobre ellos ni qué herramientas útiles nos proporcionarán el día de mañana.
“Hay algunas cuestiones que es importante remarcar en este sentido: por un lado, el valor del conocimiento por el conocimiento en sí; por otro, el valor de conservar la naturaleza por su valor intrínseco, que no tiene que ver con su aplicación: merece ser conservada per se más allá de los beneficios que podamos obtener, por una cuestión de respeto hacia algo impresionante y súper complejo que está ahí desde muchísimo antes de que llegáramos nosotros al planeta”, reflexiona Felipe.
“En cuanto al conocimiento en sí, nos permite, de alguna forma, hacernos una idea de cómo funciona el mundo, ya sea que nos hable de la evolución de los killis, de cómo fue el origen del universo o de lo que pasa en una estrella muy distante. Para las personas curiosas esto es sumamente importante, por más que no cambie en nada nuestra vida cotidiana ni tenga una aplicación inmediata”, concluye.
En ese sentido, el de los killis es uno de esos misterios en los que vale la pena ahondar. A pocos metros de nuestras plantaciones y carreteras, un grupo de peces muy llamativos se sumerge en charcos túrbidos donde paradójicamente no puede lucir sus colores brillantes. Allí, prácticamente oculto, pasa por un ciclo de vida increíble y se entrega a un frenesí de vida, sexo y agonía. Ya no es igual que sean Garcialebias, Matilebias, Titanolebias o cualquiera de los géneros restantes. Cada una tiene ahora sus propios enigmas por descifrar.
Artículo: From the mud to the tree: phylogeny of Austrolebias killifishes, new generic structure and description of a new species (Cyprinodontiformes: Rivulidae)
Publicación: Zoological Journal of the Linnean Society (julio de 2023)
Autores: Felipe Alonso, Guillermo Terán, Wilson Serra, Pablo Calviño, Martín Montes, Ignacio García, Jorge Barneche, Adriana Almirón, Liliana Ciotek, Pablo Giorgis y Jorge Casciotta.