Estamos cerca de conmemorar los 100 años de una muy mala idea, cuyas consecuencias siguen siendo difíciles de cuantificar en Uruguay. Entre 1927 y 1928, el estanciero y aventurero Aarón de Anchorena introdujo en sus campos de Colonia ejemplares de jabalíes (Sus scrofa) para practicar la caza deportiva en la región. Hizo lo mismo con otras especies exóticas como los ciervos axis y los canguros, aunque al menos estos últimos no prosperaron en territorio nacional.
Una crónica de la revista Anales, de 1942, recordaba alegremente que en la estancia de Anchorena corrían “millares de ciervos, canguros, antílopes, carpinchos, y, alternando con estos animales, varios centenares de jabalíes cuyos planteles originales fueron importados expresamente desde el Cáucaso”.
Los jabalíes se mostraron poco proclives a dejarse atrapar por Anchorena y sus amigos, o, en todo caso, se reprodujeron con más velocidad que la que demostraron las armas de los cazadores. Muy pronto escaparon de los confines de la estancia y encontraron un ambiente propicio para prosperar. Sin depredadores naturales que los obstaculizaran y con la ventaja que les confería su alta tasa reproductiva, fueron cruzándose con cerdos domésticos y se expandieron por nuestro país y también por el sur de Brasil.
Los daños que los jabalíes ocasionan a los cultivos y también a los animales de producción (en especial a los ovinos, según reportan los productores) motivaron que en 1982 se los declarara plaga nacional. Los jabalíes no parecen haberse enterado, porque 42 años después siguen tan o más campantes en tierras uruguayas.
Para hacerle justicia a Anchorena, hay que reconocer que se dio cuenta de su error poco tiempo después. Cuando el historiador y gestor Horacio Arredondo desarrolló los parques nacionales de Santa Teresa y San Miguel, en la década de 1930, se planteó introducir algunas especies de fauna en ellos.
Según escribió en 1956, pensó en pedirle algunos jabalíes a Anchorena, pero los “notorios perjuicios” que la especie había provocado en los cultivos y los caminos linderos de los campos del estanciero lo “llamaron a la realidad” y le hicieron desistir de la idea. “Para consolarlo, suelo enviarle cazadores interesados en su captura, con armas de fuego”, explicaba Arredondo, en referencia a un Anchorena que parecía arrepentido.
No de nuevo, decía
Faltaba mucho aún para que se generara conciencia global sobre las invasiones biológicas, una de las mayores amenazas para la biodiversidad, pero algo intuía ya Arredondo al respecto.
Él mismo reconocía que había dispersado en Santa Teresa ejemplares del ciervo asiático sámbar “con bastante crítica de algunas personas” (por suerte esta especie tampoco prosperó), pero se abstuvo de hacer lo mismo con los enormes uápitis (ciervos canadienses), en vistas de “los destrozos que solían hacer en los tubos de hierro del corral que los circuía en Villa Dolores”.
Por cauto que haya sido su “llamado a la realidad” con el jabalí, era ya demasiado tarde. La especie no necesitaba ningún empujoncito extra para extenderse por todo el país y causar problemas.
Mucho se ha hablado en los últimos años sobre la presencia del jabalí en Uruguay y los métodos adecuados para controlarlo, sobre todo luego de la firma de dos decretos por parte del presidente Luis Lacalle Pou. Aprobados a instancias de la Asociación Nacional de Cazadores del Uruguay, permitieron la caza nocturna del ciervo axis y el jabalí con el argumento de que esta práctica “contribuye al control” de ambas especies invasoras.
Sin embargo, en Uruguay no se ha aplicado hasta ahora ningún método sistemático de remoción del jabalí, excepto declararlo de libre caza, algo que no ha evitado que la “población y dispersión en el territorio” de esta especie haya “aumentado significativamente”, como el propio decreto gubernamental de 2024 reconoce.
Para poner en práctica un método de control efectivo del jabalí, hay que generar primero información y entender mejor qué factores influyen en su distribución en el territorio. Básicamente, contar con evidencia científica y una estrategia definida a nivel país, algo que no ha ocurrido hasta ahora.
En este sentido apunta -no literalmente- un trabajo de reciente publicación, firmado por Rodolfo Ungerfeld, de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de la República, y Noelia Zambra, de la misma institución y también del Centro Universitario Regional Noreste (Cenur) de Tacuarembó. En él, usaron encuestas y métodos estadísticos para comenzar a desenredar qué factores influyen en la probabilidad de presencia de esta especie invasora cerca de los establecimientos productivos del país.
No me llames cerdo
El interés principal de Noelia Zambra -y el tema de su doctorado- era en realidad la predación de ovinos en Uruguay, en la que el jabalí juega sólo una parte. Cuando se metió de lleno en el tema, con la orientación de Rodolfo, descubrió que había poca bibliografía científica reportada en los últimos años y que por lo tanto era necesario conseguir primero datos básicos.
Como al mismo tiempo se discutía intensamente en nuestro país el rol de los cazadores en el control del jabalí y surgió la posibilidad de contar con la colaboración del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) para hacer una encuesta a productores sobre esta especie en particular, Noelia y Rodolfo decidieron aventurarse primero por ese camino.
Existe en el país una convicción de que hay que desarrollar programas de control del jabalí, pero tal cual aclaran ambos en el artículo, para eso es necesario tener un conocimiento más profundo del hábitat, distribución y factores ambientales que influyen en su presencia, información que hoy no se ha sistematizado.
La colaboración del Ministerio les permitió llegar a miles de productores de todo el país y preguntarles sobre la presencia del jabalí en sus predios. Esta metodología, obviamente, tiene ventajas y desventajas. Entre las primeras, la más evidente es que permite cubrir gran parte del país con “una cantidad de datos y puntos muy completos”, tal cual señala Rodolfo, algo que sería imposible de hacer con cámaras trampa porque implica mucho esfuerzo de muestreo, dinero y recursos humanos.
La contra principal es que está basada en la percepción y visión de los productores, lo que la expone a sesgos. Sin embargo, como su objetivo es recabar información básica (más que nada el reporte de la presencia del jabalí y no datos específicos de predación), sus resultados valen como una primera aproximación, aseguran los investigadores. “La idea era tener una base y entender dónde estamos parados, por lo menos para saber dónde ir y dónde focalizar más estudios”, explica Noelia.
El cuestionario consistió en cinco preguntas entregadas a 2.360 productores de diez departamentos, en un área que cubre bien las zonas de producción ovina extensiva en el país. Se les preguntó si habían visto jabalíes, zorros de campo y perros sueltos y sin dueño en sus predios (otros dos predadores reportados de corderos), si habían visto jabalíes en otros predios o zonas cercanas, si utilizaban algún método de control para esta especie, si consideraban que los jabalíes les provocan algún tipo de daño económico y, para aquellos que contestaron que no usan método alguno de control, si estarían dispuestos a dejar entrar a su propiedad a cazadores autorizados de jabalíes.
Además, el formulario recabó datos de cada predio, como su tamaño, número de ovejas y el tipo de paisaje con el que cuenta, además de pastizales (con las opciones de montes nativos, plantaciones de pinos, plantaciones de eucaliptos y bosques de refugio para el ganado).
Para realizar el análisis, los predios fueron divididos en tres zonas que acompañan la regionalización productiva del país que hace el MGAP (Noreste, Norte y Centro-Sur) y en ocho categorías de acuerdo a su tamaño.
¿Qué datos valiosos surgieron de toda esa información? Con ayuda de herramientas estadísticas, los investigadores mostraron que, si bien los jabalíes se han extendido por todo el territorio, hay algunos factores que parecen favorecer especialmente su presencia.
Fuenteovejuna
32,5% de los productores reportaron la presencia de jabalíes en sus establecimientos. Entre ellos, 69,5% consideró que la especie le provoca daños económicos y 26,6% respondió que practicaba algún tipo de control. Con respecto a qué tipo de control, el 75,4% aclaró que permitía que cazadores de jabalíes entren a su predio (el resto no respondió).
Del análisis estadístico surgieron algunas novedades interesantes. El factor que más incidió en la probabilidad de reportes de jabalíes fue la región. Los predios ubicados en el noreste tenían muchas más posibilidades de reporte de jabalíes que los de las otras dos.
El tipo de paisaje también influyó mucho. “Los bosques nativos y las plantaciones de pinos favorecieron los reportes de presencia del jabalí, pero las plantaciones de eucaliptos no tuvieron una incidencia significativa. Esto último me sorprendió”, cuenta Noelia, aunque tanto ella como Rodolfo aclaran que hay que tomar con cautela estos resultados, ya que este tipo de trabajos basados en percepciones no permiten hilar muy fino en algunos aspectos.
Que los bosques nativos y las plantaciones de pinos favorezcan la presencia del jabalí tendría su lógica, según explica el artículo. La bibliografía global muestra que la presencia de jabalíes se incrementa en las áreas con más cobertura de bosques y en los establecimientos cercanos a parches de montes nativos. “Los montes nativos proveen de abundancia y diversidad de comida, heterogeneidad de composición vegetal y cobertura para descanso y protección”, entre otros elementos, señala el artículo.
Las plantaciones de pinos también han mostrado su importancia para los jabalíes, según otros trabajos. Estos animales consumen y mastican las raíces laterales y se frotan contra ellas, por ejemplo, y también se alimentan de las semillas de los pinos y los hongos que crecen en ellos. Además, el color y densidad de la vegetación proporcionan camuflaje a sus crías.
¿El comienzo de una hermosa amistad?
Para Rodolfo, otro dato interesante del trabajo es que no hay incidencia de la distancia de los predios respecto a centros poblados. “En definitiva son animales que hacen lo que quieren. Consumen todo lo que pueden, son bastante dominantes en el ambiente y muy invasivos, independientemente de la presencia humana”, apunta.
Esto parece ser así en todas las regiones que habita el jabalí en el mundo. La semana pasada, los noticieros españoles hicieron el seguimiento de un jabalí que causó caos en un barrio de las afueras de Madrid y debió ser perseguido por varios patrulleros. Mordió a un policía, resultó inmune a los dardos tranquilizantes y fue abatido cuando se metió en una terminal de ómnibus, como si fuera un criminal buscado por las fuerzas del orden.
Esa tolerancia a los factores antrópicos quizá explique otra variable significativa en el trabajo. Los reportes de jabalíes aumentaron significativamente en asociación con la presencia de zorros de campo, aunque aquí también puede haber incidido el sesgo de aquellos productores que consideran a ambos como depredadores importantes de las ovejas.
“Este resultado es una interrogante y abre un montón de otras preguntas, pero una de las posibles interpretaciones es que justamente son dos especies generalistas y oportunistas, en las que los factores antrópicos influyen de forma similar. Quizá por eso encontramos a ambos coincidiendo en los mismos sitios”, explica Noelia.
En resumen, el trabajo muestra que hay más probabilidad de reportar la presencia del jabalí en establecimientos del noreste del país, con montes nativos y/o plantaciones de pinos, y en asociación a la presencia de zorros de campo.
“Esta información sirve como punto de partida para futuras investigaciones que analicen otras características ecológicas y de los establecimientos, así como el manejo de estrategias para detectar, evitar, disuadir y/o controlar esta especie predatoria con base en su comportamiento y preferencias ambientales”, señala el trabajo. Para eso hace falta un plan y una estrategia que vayan más allá de la declaración de libre caza, que es lo que Uruguay viene probando con total falta de éxito de 1982.
Pumba
Tras la firma del último decreto de flexibilización de la caza, la Asociación Nacional de Cazadores del Uruguay esgrimió como argumento justificativo la necesidad de reducir los daños que causa el jabalí, que “superan los 100 millones de dólares anuales declarados” en Uruguay. Si bien esa cifra no sale de ningún registro sistemático de daños, existe la convicción generalizada en los productores de que los perjuicios económicos son altos. Que sea así es un motivo más para seguir acumulando evidencias que permitan una estrategia de control efectiva.
“Nos falta un mapeo más grande que permita inferir qué consecuencias reales tiene el jabalí o cualquier especie predadora en la mortandad de corderos, que es muy alta en Uruguay (30%). Hoy estamos muy sujetos al grito de productores, lo que no significa que estén equivocados”, opina Rodolfo.
Para eso, “se requiere una metodología específica, que lleva su trabajo, pero sería bueno que a nivel de productores y a nivel país se empiece a tener un poquito más de conciencia, ponerse la camiseta y aportar cada cual su granito de arena para determinar qué predadores hay en cada zona y qué pérdidas produce cada especie”, agrega Noelia.
El jabalí ya no es erradicable en Uruguay. Solo se puede controlar, pero para esto hay que ser consciente de que el proceso es costoso y debe ser permanente. “No funciona si se hace solo dos años; implica un control y un monitoreo continuos, con estrategias y formas de trabajo coordinadas. La caza es solo una herramienta entre tantas, y justamente ha sido la única hasta ahora en Uruguay”, sostiene Rodolfo.
Hay varias técnicas aplicadas ya en otros países para el control de jabalíes. Una de ellas consiste en capturar machos dominantes, practicarles una deferectomía (que es similar a una vasectomía) y soltarlos. Si bien esto puede resultar contraintuitivo, tiene mucho que ver con la biología reproductiva de la especie.
Los machos dominantes controlan el acceso a varias hembras (una frase peligrosísima fuera de este contexto) o al menos lo intentan, ya que las hembras también pueden aparearse con más de un macho. La deferectomía es mejor que retirar o castrar a los dominantes, ya que entonces se corre el riesgo de que machos subordinados formen sus propios grupos de hembras y se produzcan así aumentos poblacionales, en vez de reducciones.
Otras posibles estrategias complementarias incluyen el cebado y rodeo de los jabalíes, una técnica que permite retirar muchos ejemplares en poco tiempo, y la castración química de las hembras. “No es fácil, pero tiene que haber políticas definidas a nivel nacional”, insiste Rodolfo.
Noelia aclara que si la caza es la única forma de control, debe ser constante y planificarse bien, no dejarla librada a impulsos individuales. Por lo general, los concursos de caza del jabalí en Uruguay premian el abatimiento del ejemplar más grande, un potencial tiro por la culata de acuerdo a la biología reproductiva de la especie, tal cual vimos.
Sobre todo, insisten ambos, se necesita que haya una estrategia permanente. “En especies que son generalistas y tienen muchos recursos, como esta, si vos bajás la población pero mantenés su potencial reproductivo, se recupera rápidamente. Entonces, la caza por sí sola no es un mecanismo que permita controlar. Es una herramienta más que debería estar inserta en un plan nacional, lo que implica inversión, dedicación, definición de políticas, de protagonismos y costos”, concluye Rodolfo.
En 1927, el deseo de cazar jabalíes colaboró en meter a Uruguay en un gran problema que le está pasando facturas económicas y ambientales. Casi cien años después, queda claro que esa misma pulsión, por sí sola, no puede solucionar el enredo. La ventaja que el país tiene ahora es que cuenta con algunas evidencias que le indican el camino a seguir. Si lo hace o no, dirá mucho sobre las motivaciones reales detrás de los últimos decretos sobre la caza.
Artículo: Factors affecting wild boar (Sus scrofa) distribution in Uruguay
Publicación: Wildlife Research (junio de 2024)
Autores: Noelia Zambra y Rodolfo Ungerfeld.