Ciencia Ingresá
Ciencia

Una mamífera multituberculada y su camada.

Ilustración: Andrey Atuchin

Reportan la evidencia más antigua de mamíferos en nuestro territorio... ¡y comían dinosaurios!

15 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

Fósiles de titanosaurios del Cretácico de Paysandú presentan marcas de haber sido carroñados por escarabajos y también por pequeños mamíferos multituberculados, parientes nuestros por la rama mamífera, que vivieron discretamente cuando el mundo era dominado por los dinosaurios.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

El mundo está lleno de bestias enormes. Gigantescos herbívoros cuadrúpedos que rebasan la tonelada y los 12 metros de largo hacen temblar el suelo. Cuando viajan en grupos se te sacude todo el nido. Y para peor, atraen a otros gigantes llenos de dientes asesinos. Sin embargo, andar entre tales colosos no es lo más complicado. También está lleno de unos emplumados pequeños y veloces que no dejan títere con cabeza. Así que de día, si no se quiere ver cómo es el tracto digestivo de un dinosaurio por dentro, más vale ocultarse. Ahora, de noche la cosa es distinta.

Nuestros pequeños cuerpitos nos permiten movernos sigilosamente. Nuestro pelo nos protege del frío de la noche. Y entonces, el momento de la venganza. Un saurópodo, uno de esos dinos enormes con cuello y colas largas, yace inerte hace unos días. La fetidez de su carne atrajo a múltiples alimañas. Queda poca cosa, pero nuestros incisivos son capaces de roer lo que sea. Así que mientras la camada espera en la madriguera, raspamos el hueso y nos damos un banquete de minerales que escasean en la zona y que mejorarán la calidad de nuestra leche. Ah, porque amamantamos a nuestras crías, ese es otro de los trucos que estos gigantes ignoran. Va a caer. Este reinado reptiliano va a caer. Y si tenemos paciencia, algún día seremos nosotros, los peludos y amamantadores mamíferos, los que heredemos todo esto.

***

Una escena así bien podría haber sucedido en el Cretácico Tardío, hace entre 90 y 80 millones de años, donde hoy es Uruguay, más concretamente en el departamento de Paysandú (salvando algunas libertades literarias, obviamente). O al menos es posible imaginarla tras leer el artículo Estructuras de bioerosión en huesos de dinosaurios probablemente realizadas por mamíferos multituberculados y escarabajos derméstidos (Formación Guichón, Cretácico Superior de Uruguay) recientemente publicado.

Con la firma de Daniel Perea, Mariano Verde, Valeria Mesa, Matías Soto y Felipe Montenegro, todos del Departamento de Paleontología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, el trabajo maravilla. Gracias a unas pequeñas marcas dejadas por los incisivos de un animal hace entre 90 y 80 millones de años, este equipo de paleontólogos reporta el registro más antiguo de la presencia de mamíferos para nuestro país. Más aún, se trata de uno de los pocos casos reportados en el hemisferio sur que muestran que mamíferos terrestres carroñaron dinosaurios.

Ya iremos al encuentro de algunos de los autores de este formidable trabajo. Pero antes hagamos una pequeña aclaración que viene a cuento. Que los dinosaurios dominaron el planeta durante el Jurásico, y luego durante el Cretácico, no es tan así. Como tampoco lo es que luego de la extinción de los grandes dinosaurios, hace 66 millones de años, los mamíferos pasaron a reinar en este planeta. La apabullante evidencia nos indica que tanto ayer como hoy, y probablemente mañana, las formas de vida predominantes en nuestro planeta son y serán minúsculas. Los microorganismos —bacterias, arqueas, hongos— superan ampliamente en número a cualquier otro tipo de vida. Y si nos vamos a una escala un poco mayor, los artrópodos —insectos, arácnidos, crustáceos— le pasan el trapo en cantidad a todo el resto de los animales que hoy respiramos en la Tierra. ¿Qué es dominar entonces?

En el artículo también se reportan por primera vez para nuestro país las trazas de insectos en huesos de dinosaurios. Pero como son insectos, el titular se lo robaron los mamíferos. Sí, uno también cae en la trampa. Pido disculpas por eso y ahora sí, zambullámonos en esta atrapante investigación de la mano de los paleontólogos Daniel Perea, Mariano Verde, Matías Soto y Felipe Montenegro.

Marcas en fósiles de dinosaurios

Matías Soto y Felipe Montenegro nos esperan en el espacio cultural Negro Mate. Están rodeados de esculturas de personajes de cómics y de sagas fantásticas, algunas incluso realizadas por el propio Felipe. Pero lo que nos convoca es más fantástico que todo lo que los rodea. ¿Cómo dieron con estas marcas de animales devoradores de huesos de dinosaurios?

“Felipe no lo va a decir porque es humilde, pero hace muchos años, en un hueso de dinosaurio que no salió en este trabajo porque no tiene procedencia, él ya decía que había trazas de insectos”, rompe el hielo Matías. Por humilde que sea, lo quedo mirando con cara de Condorito cuando dice “Exijo una explicación”. Así que cuenta.

“Creo que fue entre 2010 y 2012. Entro a clase de Geología y había un hueso arriba de una mesada. No sabemos quién lo dejó ahí, pero al mirarlo me di cuenta de que era un hueso de dinosaurio. Y al mirarlo con más atención, vi que tenía unas galerías. Ahí lo llevé al laboratorio y se lo mostré a Daniel. Ese material quedó años en el laboratorio de paleo arriba de una vitrina”, narra Felipe. Un nuevo descubrimiento volvería entonces a traer el tema.

“Cuando describimos los materiales de Udelartitan celeste, le dije a Matías que tenían también trazas de insectos por todos lados, algunas más gruesas, otras más finitas”, retoma Felipe. ¡Listo! Tenían un lindo tema para un trabajo entre manos. Sin embargo, en paralelo, también se estaban agitando aguas similares.

A principios de 2024 el paleontólogo Daniel Perea estaba analizando junto a su colega Mariano Verde un par de fósiles. “Esos huesos nos los donó Juan Bandera, un docente de cerámica de Bellas Artes”, cuenta Perea, y uno ya teme que haya alguna conexión entre gente que moldea materiales con el raro hecho de encontrar trazas de animales en huesos de dinosaurios. “Casualmente él invitó a un geólogo amigo nuestro, Héctor de Santa Ana, a dar unas clases sobre arcillas. Entonces le comenta que él es de Quebracho y que de botija encontró unos huesos, bien duros, como fósiles, en el pueblito de Arroyo Malo. Le dijo también que desde entonces los tenía en su casa. Héctor le pidió que se los mostrara y luego me envió unas fotos”, prosigue Daniel. Y entonces, ¡de nuevo! “En la foto ya veo que había icnofósiles de insectos”, comenta Daniel.

Matias Soto y Felipe Montelongo

Foto: Alessandro Maradei

Por icnofósiles se denomina a todo rastro de actividad de un organismo. A diferencia de los fósiles de cuerpo, los icnofósiles no forman parte del animal, planta o lo que sea. Icnofósiles son, por ejemplo, las huellas dejadas por animales, las galerías excavadas o los excrementos. Así que Daniel Perea se entusiasmó porque aquel hueso de dinosaurio, encontrado en la Formación Guichón, que tiene una antigüedad del Cretácico Tardío, tenía trazas de actividad de insectos. Así que le dijo a su amigo geólogo que lo contactara con el ceramista. Juan Bandera —monumento para él— gentilmente donó los dos fósiles que tenía a la Facultad de Ciencias.

Daniel y Mariano Verde comenzaron entonces a lavar y preparar los materiales. Y entonces, lo inesperado. “Como estos huesos de dinosaurio tenían unas perforaciones que corresponden a algunos insectos que se alimentan de hueso y que también pueden perforarlo para que las larvas pupen allí, estábamos por hacer unos moldes de látex, que permiten ver mejor esas trazas”, cuenta Mariano Verde, que se ha especializado justamente en icnofósiles de insectos y otros invertebrados. Y entonces las vio. “Antes de hacer los moldes de látex, noté esas marcas de raspado que corresponden a dientes de vertebrados, lo que fue toda una sorpresa”, relata Mariano. Y no sólo eso: ni bien las vio, le dijo a Daniel que eran del icnogénero Machichnus. Una de las ventajas de ser el docente del curso sobre icnofósiles: pese a especializarse en trazas de insectos, en la cabeza de Mariano hay un gran catálogo de parataxones, es decir, de icnogéneros e icnoespecies que se utilizan para describir a los fósiles que no son de cuerpo.

“De una Mariano tiró el icnogénero”, dice Daniel. Cuando fueron a repasar la bibliografía, efectivamente eran de Machichnus bohemicus. Ya iremos a eso. Pero antes redondeamos el cuento del trabajo que acaban de publicar.

“Cuando Daniel le dice a Matías que este hueso que le habían donado tenía marcas de insectos y marcas de dientes, ahí Matías le dice a Daniel que en los materiales de Udelartitan hay marcas de insectos. Fuimos al laboratorio, sacamos la caja del holotipo, empezamos a separar y de los 100 huesos que tenemos, más de 30 tenían marcas que son presumiblemente hechas por insectos”, señala Felipe. Listo: había suficientes materiales de dinosaurios con marcas como para publicar un lindo artículo.

¿Quién dejó la marca de dientes en un hueso de dinosaurio?

El fósil de dinosaurio donado por Juan Bandera en el que están las marcas de insectos y además de unos dientes de animal es “un posible fragmento de metacarpo de saurópodo” (los metacarpos son los huesos que están entre la muñeca —carpo— y las falanges de los dedos) que fue ingresado a la colección de paleontología de la Facultad de Ciencias con el código FC-DPI-9924. “A ese hueso le entraron por todos lados, los mamíferos y los insectos”, bromea Matías.

En el trabajo reportan que ese fósil de dinosaurio presenta “dos grupos de raspaduras superficiales, subparalelas y convergentes en el fondo, y tres raspaduras similares aisladas”. Entrando en más detalle, agregan que de las tres rayaduras “una forma una especie de ‘ramo’ o ‘crochet’ de unos 0,5 cm² de superficie; la más grande, de cerca de 1 cm² de superficie, presenta rayaduras paralelas; y cerca de ellas, tres marcas curvas de cerca de 0,5 cm de largo aisladas pero no alejadas una de otra”. Todo esto entonces los llevó a asignar estas trazas a la icnoespecie Machichnus bohemicus, que “podría interpretarse como una huella de roedura (raspado)”.

Otro dato curioso que hace este trabajo más fascinante es que lo que luce como un fragmento de metacarpo podría pertenecer a Udelartitan celeste, por ahora la única especie de dinosaurio descrita a partir de fósiles de Uruguay. Si bien el fragmento no permite decir a qué animal pertenecía, como el fósil está asociado a una vértebra de cola (FC-DPI-9925) que tiene características de esa especie, en el trabajo dicen que el material “también podría asignarse tentativamente a Udelartitan celeste”.

Así las cosas, ¿quién hizo esas marcas con sus dientes en el hueso de dinosaurio, ya sea de Udelartitan celeste o de alguna otra? “En la icnología pasa que un mismo animal puede dejar distintas trazas, al tiempo que una misma traza puede ser producida por diferentes animales”, adelanta Matías.

“Por las dimensiones descartamos que las marcas las haya producido un invertebrado”, dice Mariano. “Hay marcas similares, que parecen arañazos de dientes, producidas por algunos insectos, como algunos tipos de coleópteros, escarabajos derméstidos, algunas termitas, pero son mucho más pequeñas, por eso nuestra inferencia fue para otro lado”, complementa. ¿Para qué otro lado? ¡Para el de los mamíferos!

Machichnus está definido como icnogénero por un investigador de República Checa, Radek Mikuláš, que la describe para marcas de vertebrados en huesos de mamíferos del Cenozoico. Pero él no las asigna a mamíferos multituberculados”, explica Daniel, que agrega que quienes dieron ese paso fueron unos investigadores que trabajaron sobre fósiles de dinosaurios y otros vertebrados de Utah, Estados Unidos.

En efecto, en el artículo de 2010 Marcas de dientes de mamíferos en los huesos de dinosaurios y otros vertebrados del Cretácico Tardío, el paleontólogo Nicholas Longrich y sus colegas analizan marcas de la icnoespecie Machichnus bohemicus y se las atribuyen a mamíferos pequeños carroñeros que tenían “pares de dientes opuestos”, probablemente un grupo conocido como los “multituberculados” por las formas de las cúspides de sus molares. ¿Por qué sospechan de ellos?

Porque, como dicen, “de los animales conocidos para el Cretácico Tardío de Norteamérica, sólo los mamíferos eran capaces de dejar marcas de dientes así” y, en particular, “los multituberculados, que tienen incisivos superiores e inferiores apareados, son los candidatos más probables para ser los creadores de estas huellas”, agregan.

“Nosotros nos basamos en ese trabajo para asimilar nuestras marcas a esa morfología y decir que estamos de acuerdo en que pueden haber sido hechas por algo parecido a un mamífero multituberculado”, dice entonces Daniel. “Sí, Machichnus bohemicus , por ese tipo de configuración espacial de las marcas paralelas, se asigna a este tipo de productores”, enfatiza Mariano. Y entonces, llega el momento de tirar toda la pirotecnia.

Machichnus bohemicus podría representar un pequeño reptil o mamífero terrestre, probablemente un multituberculado dada la morfología de las trazas atribuidas al efecto de la roedura y el contexto de su edad geológica”, dicen en el trabajo. Pero la cosa es mucho más atractiva: ¡acaban de reportar la evidencia más antigua de la presencia de mamíferos para Uruguay! ¡Hace entre 90 y 80 millones de años, en el Cretácico Tardío, había aquí pequeños mamíferos tuberculados que se andaban alimentando de restos de dinosaurios!

Esquema de marcas dejadas en hueso por un mamífero multituberculado. Imagen de Nicholas Longrich et al, 2010.

“Cuando Mariano dijo que esas eran marcas de mamíferos, quedé flasheado. Los mamíferos más antiguos que conocemos por fósiles de cuerpo en Uruguay son del Oligoceno, tienen entre 34 y 23 millones de años. Son fósiles de marsupiales, notoungulados y xenartros, la fauna antigua de Sudamérica. Esto tira el registro de mamíferos de Uruguay unos cuantos millones de años para atrás”, confiesa Felipe. “Con Daniel tenemos la esperanza de encontrar algún mamífero en el Jurásico”, dice.

Daniel lleva años en la paleontología. Y como ya hablamos en varias ocasiones, una cosa que le falta y ansía es encontrar fósiles de un mamífero antiguo en Uruguay. Le pregunto entonces si este trabajo cumple con ese anhelo. “¿Qué te parece?”, contesta con una sonrisa que no se le borra del rostro. “Cuando vi el artículo de los investigadores que definían a esas marcas como muy probables multituberculados en otros fósiles de Estados Unidos, dije ‘a la flauta, la pegamos acá’, porque eran muy parecidas”, exclama. “La verdad es que considero este trabajo como una cosa importante en mi carrera, porque fíjate que es hallar una cosa que indirectamente está marcando la presencia de los primeros mamíferos mesozoicos de Uruguay”, redondea.

La alegría de unos...

Como paleontólogo dedicado a invertebrados, le pregunto a Mariano si no vivió como una maldición ver estas marcas de mamíferos. Su presencia opacaría, como es el caso de esta nota, los icnofósiles de insectos en huesos de dinosaurios cretácicos de Uruguay. Mariano ríe. “Un poco es con lo que cargamos los paleontólogos de invertebrados. Cualquier hallazgo de vertebrado ya tiene prensa, y los que trabajamos en invertebrados somos como las cenicientas de la película”, dice.

Le preguntó si no se le pasó por la cabeza ocultar que allí había marcas de Machichnus. Ahora Mariano se ríe más. “No, no, la verdad que cuando la vimos con Daniel, nos sorprendió y quedamos muy contentos. Pero las cosas son un poco así, es un poco cómico, pero sucede que si alguien encuentra el quincuagésimo gliptodonte, igual sale en los diarios. Y a veces se publican cosas súper novedosas en trazas fósiles de invertebrados y la prensa no da bolilla. Pero bueno, así es el juego”, dice con cierta resignación. “Es un hallazgo importante para Uruguay, ya que no tenemos restos de mamíferos tan antiguos. Digamos que es como una punta de la madeja para seguir tirando”.

Haciendo justicia con los insectos, que son mucho más abundantes que los mamíferos, en el trabajo reportan que tanto en estos huesos donados de Arroyo Malo como en los propios huesos con los que se describió el udelartitán, hay evidencia de los icnogéneros Cubiculum (“excavaciones ovoides o elipsoidales con morfología general de cámara, moderadamente profundas [entre 4 y 8 milímetros], con base redondeada”) y Osteocallis(“surcos poco profundos en el hueso”). Al respecto de los responsables, sostienen que “se considera que Cubiculum representa cámaras pupales de insectos carroñeros u osteófagos, probablemente escarabajos derméstidos”, mientras que “Osteocallis probablemente corresponde a los trazos de alimentación de los insectos”. Y ya veremos que, aunque pequeños, estos insectos nos ayudan a comprender la escena.

¿Quiénes eran nuestros lejanos parientes, los mamíferos multituberculados?

“Estamos hablando de bichos que no tenían un gran tamaño, ya que los mamíferos en el Mesozoico eran muy pequeños, los había de tamaños más pequeños que un ratón, llegando los más grandes a tener el tamaño de un perro grande”, señala Matías.

Los mamíferos multituberculados fueron un grupo que podríamos considerar exitoso. Aparecieron en el Jurásico Medio y su linaje se extinguió unos 100 millones de años después. Según dice el paleontólogo Steve Brussate en su libro Auge y reinado de los mamíferos, fueron “la quintaesencia de los mamíferos cretácicos”. Señala que si bien podrían parecer roedores, no lo eran, ya que estaban a medio camino entre los mamíferos monotremas, los mamíferos placentarios y los mamíferos marsupiales. Brusatte señala que el éxito de los multituberculados se debió justamente a sus dientes, capaces de roer y triturar cualquier alimento. El hueso de dinosaurio de Arroyo Malo lo atestigua.

De hecho, en el trabajo nuestros paleontólogos señalan que “la actividad de roedura inferida para Machichnus bohemicus tal vez estuviera relacionada con la obtención de materia orgánica seca o minerales a partir de los huesos”. Es que, como decían Longrich y sus colegas en 2010, dado que estas “marcas de dientes a menudo penetran profundamente en las densas cortezas del hueso”, es posible pensar que “de forma muy similar a como los mamíferos actuales roen huesos y astas, algunos mamíferos del Cretácico pueden haber consumido los huesos de los dinosaurios y otros vertebrados como fuentes de minerales”. Y eso nos lleva a pensar un poco en nuestra escena.

Restos de un banquete fétido

Lo que vieron en el trabajo confirmó un poco lo que pensaban sobre cómo habría sido el ambiente en la época que hoy nos muestra la Formación Guichón. Al respecto, dicen que “todos los insectos trazadores sugeridos deberían tener un mejor desarrollo en un ambiente terrestre cálido y seco”.

Ahora imaginemos la escena. Enormes saurópodos. Un posible udelartitán. Uno lo que tiende a pensar es que estos dinosaurios enormes, al morir, estaban mucho tiempo ahí pudriéndose al aire. La cosa sería bastante intensa. “Prácticamente es lo que pasa cuando aparece una ballena muerta en la costa. Estamos hablando de un bicho de diez o 12 metros, en el caso de Udelartitan, y de unas cuantas toneladas de peso, era un montón de carne pudriéndose. Debe haber sido bravo andar por ahí”, concuerda Felipe.

Ya sabemos que los mamíferos multituberculados llegaron al cadáver de titanosaurio cuando ya había estado descomponiéndose o siendo carroñado hacía tiempo, pues royeron el hueso pelado buscando minerales (tal vez hayan comido carne antes, pero de ser así no dejaron marcas que nos lo cuenten). ¿Qué pasó con los escarabajos derméstidos y los otros posibles insectos que dejaron sus marcas en los fósiles de dinosaurio?

A) Fósil de dinosaurio con marcas de insectos y mamíferos. B) Detalle C) Molde de látex. Imagen de Perea et al, 2025.

“En lo que es la sucesión necroentomológica, el derméstido llega a comer cuando queda hueso y piel seca”, enfatiza Felipe. “Tanto estos mamíferos como los derméstidos habrían ido a comer lo último que quedaba de nutritivo en el hueso. Fueron como los últimos en llegar al banquete”, sostiene.

“De hecho, se dice que los derméstidos comen el hueso cuando se dan condiciones en las que ya no queda más nada que se puedan comer y necesitan comer para seguir su metamorfosis. Ahí es cuando comen hueso, además de que perforan el hueso para hacer la cámara pupal donde se convierten en escarabajos”, agrega. “Y todo eso que vemos entonces está asociado a condiciones de aridez, de pocos nutrientes en el ambiente. Y eso coincide con lo que las rocas nos hablan de esos ambientes donde se depositaron los huesos. Condiciones áridas, bastante secas, con períodos de lluvia grandes que arrastraron esos conglomerados y esas arenas que forman parte de lo que hoy conocemos como la Formación Guichón”, señala Felipe.

“No sólo este dinosaurio se murió y estuvo tiempo pudriéndose, sino que las condiciones climáticas obligaron a estos otros bichos a comer esos huesos para poder sobrevivir. Entonces esto nos habla de cómo fue esa historia de supervivencia de los mamíferos que estaban ahí remando a la sombra de los dinosaurios”, reflexiona Felipe.

Tras contar que la extinción de los dinosaurios fue un proceso largo que comenzó antes de que cayera el meteorito hace 66 millones de años, Felipe nos regala una última reflexión: “Entonces, cuando los dinosaurios se terminan de extinguir, los mamíferos explotan en tamaño, forma, diversidad, conquistan el agua, los cielos, todo. Los mamíferos se ganan en todo el terreno e incluso en ciertos ambientes hasta desplazan a las grandes aves de sus roles ecológicos. Y así llegamos hasta el día de hoy”.

Y entonces así, en esas pequeñas marquitas en un fragmento de hueso de dinosaurio, tenemos la señal más antigua dejada en nuestro territorio de un pariente nuestro haciendo lo imposible para vivir un día más. Pasaron 90 millones de años y aún aquí estamos. ¡Gracias, paleontólogas y paleontólogos por tanto!

Artículo: Bioerosion structures on dinosaur bones probably made by multituberculate mammals and dermestid beetles (Guichón Formation, Late Cretaceous of Uruguay)
Publicación: Fossil Studies (2024)
Autores: Daniel Perea, Mariano Verde, Valeria Mesa, Matías Soto y Felipe Montenegro.

Artículo: Mammalian tooth marks on the bones of dinosaurs and other Late CRetaceous vertebrates
Publicación: Palaeontology (2010)
Autores: Nicholas Longrich y Michael Ryan.

Experto en icnofósiles

Mariano Verde se ha especializado en el estudio de este tipo de fósiles de la actividad de los animales. Uno se ve tentado a preguntarle qué lo llevó a eso. “Soy un poco de la generación Cousteau. Muchos fuimos influenciados por sus documentales y yo fui uno de esos que entró a la Facultad de Ciencias con la idea de hacer Oceanografía. Pero justo ese año se suspendió la Licenciatura en Oceanografía, dejó de existir como tal, así que empecé Biología”, dice Mariano.

“Cuando avancé en la carrera, empecé con la paleontología, y no arranqué con icnofósiles, sino con vertebrados. Daniel Perea fue uno de mis profesores y empecé a trabajar con él. Después con Sergio Martínez, que fue otro de mis profesores, trabajé un poco con fósiles de cuerpo de invertebrados. Y finalmente, cuando vi las trazas fósiles, eso captó mi atención y me quedé con eso”, cuenta.

“Me parece una temática súper interesante, porque a partir de fósiles que no tienen nada orgánico, uno puede reconstruir qué hacía un organismo, qué organismo era, a veces, así como algunas características del ambiente”, sostiene.

También los icnofósiles permiten revelar una biodiversidad oscura, es decir, organismos de los que no se sabe mucho porque no suelen dejar fósiles de cuerpo. Es el caso de los insectos. “Sí, prácticamente no hay fósiles de cuerpo de insectos en nuestro país. Solamente se han descrito aquí tres especies, y dos las describimos con una colega, Graciela Piñeiro, y un colega brasileño, en el año 2000. Ella luego describió una tercera, la cucaracha Barona arcuata , y ahí se termina el registro de fósiles de cuerpo de insectos”, señala Mariano.

“Pero si uno se pone a mirar los icnofósiles de insectos en Uruguay, que es lo que hice en mi tesis de doctorado, la diversidad estimada de insectos que vivieron acá asciende a algunas decenas de abejas, varios escarabajos, polillas y posiblemente algunas avispas. Si mirás todas las trazas fósiles que dejaron, la diversidad de insectos es alta, pero si mirás los fósiles de cuerpo, la película es otra. Siempre les digo a los estudiantes que para tener la película completa hay que mirar fósiles de cuerpo, pero también las trazas fósiles”, redondea Mariano. Y claro que sí. Si él no hubiera estado mirando esas pequeñas trazas en un hueso de dinosaurio, nos hubiéramos perdido toda esta gran aventura.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesa la ciencia?
Suscribite y recibí la newsletter de Ciencia en tu email.
Suscribite
¿Te interesa la ciencia?
Recibí la newsletter de Ciencia en tu email cada dos viernes.
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura