Durante estos dos años de pandemia muchos escritores, y sobre todo poetas, se reconcentraron en su creación, explorando su entorno más inmediato y personal. Así, en varios libros, la circunstancia pandémica se encuentra presente, tanto de manera manifiesta como implícita. Este sería el caso de estos poemarios, en los cuales, ante el interregno de la reclusión, sus autoras reflexionan sobre sus vivencias personales y sus lugares en el mundo. En ambos libros, a través de una enunciación que tiende a lo sintético y prioriza la imagen visual, en cada texto y en su conjunto se construyen historias íntimas, que convocan a la infancia, la familia o las urgencias del presente.
La poeta argentina Inés Barrio, vinculada desde hace años a Colonia del Sacramento, titula de forma oportuna a su poemario como Caída libre. Esta caída es la de la propia poesía, que al azar o en la aventura, se desparrama por las cosas y el mundo. La poesía, en el caer, se asemeja a la flecha invocada por Paul Valéry en El cementerio marino (“¡Zenón, cruel Zenón, Zenón de Elea!/ Me has traspasado con la flecha alada/ Que vibra y vuela, pero nunca vuela”). Por eso “Hacer poesía” es “Inventar una lengua/ para lamer los bordes del vacío” o “volver la cabeza como Orfeo/ y ver caer en el infierno/ lo amado, lo vivido”.
La poesía, haciéndose eco del yo lírico, habita en el viaje, en el exilio, en la “ciudad sitiada”, en los sueños, en la soledad. Estos tópicos recorren el libro y a veces se concentran en algunos textos. En “Razones” los poemas son quienes “delatan” a “La sed/ La fe/ Las donaciones del viaje/ Una brújula marcando el sur/ El derroche de verbos encendiendo/ mis noches más oscuras/ Los pájaros y el río en cada gesto/ El desvelo y los sueños”. Pero, sobre todo, la poesía habla sobre lo otro, lo extranjero. Esa circunstancia del “río-mar” abierto entre dos patrias, y el yo lírico que lo recorre y lo navega, en un periplo a veces trunco, a veces imposible. Porque una “frontera cerrada deshace el tiempo”, “duplica la tristeza de los exiliados”.
Y esta negación del viaje conduce al encierro, a la “ciudad sitiada”, trasunto de esa Buenos Aires donde, manes pandémicos, desapareció toda vida humana por sus calles. (“En la ciudad sitiada, apenas recordamos la vida que/ llevamos, los gestos que habitamos, los pasos, el/ tiempo que como una sábana de hilo limpiamente/ extendida, se abría cada mañana a la escritura”).
La literatura, ante este nuevo escenario, apenas puede transmitir el derrumbe, ya que “no hay metáfora que cubra este real/ que dibuje un reparo/ una rama”. La poesía, en última instancia, para la autora, es incapaz de detener “tanta caída libre”. Por eso el libro abre una puerta, un punto de fuga, hacia la utopía, que aquí se identifica con el recuerdo, el sueño y el propio acto de la escritura.
Sonia Calcagno en Noche de salamandras – que mereció una mención, categoría inéditos, en el reciente concurso literario del MEC– retoma estilos y temas de su libro anterior Velas de leves barcos (2020). El escritor Rafael Courtoisie, desde un comentario de contratapa, refiere que en este poemario se “convoca al encuentro con el misterio, lo vela y lo devela en una dialéctica vital y honda”. Este encuentro con el misterio, mediante historias presentidas, pero nunca del todo enunciadas, se obtiene gracias a las sinestesias. Al igual que Barrio, Calcagno prioriza sensaciones visuales y auditivas para darle “carnadura” al texto, sin sacrificar su ambigüedad y hermetismo. Porque la poesía en su mayor potencialidad, según sugirió el poeta y crítico Roberto Ibáñez, vela y revela.
El poemario se divide en tres apartados, siendo el primero, que le da nombre al libro, el más extenso. Aquí vuelven a aparecer los motivos de la infancia y la circunstancia familiar. Desde un prisma casi onírico surgen las memorias de “El último verano” en que “Somnolienta hora de siesta sin siesta/ bromas y risas, música de insectos y pájaros./ Eternos los mismos juegos de mesa/ avanzan casilleros:/ tíos, hijos, primos, padres, hermanos/ hay guerra entre cuñados”.
La naturaleza recibe un tratamiento especial, porque en relación con ella se mueven estos personajes familiares (“Calor tibio matinal, esplendorosa luz/ hojas que crujen por debajo de mis zapatos”, en el poema “Nada”; o “En invierno gritos del chancho/ muerto en la madrugada/ cuando el gélido sol apenas asoma”, en el poema “La grieta”).
Algunos textos adquieren una enunciación presurosa, pautando las angustias del yo lírico. La serie “Sueño”, de cuatro poemas, muestra ese “Miedo de no dormir/ -dormir y soñar pesadillas-“, ya que el sueño se vivencia como un viaje, en que aguarda lo desconocido (“Océano de negras aguas espesas/ maga invisible fantasma:/ la muerte.”)
La segunda parte, “escenas rusas”, presenta motivos de la literatura rusa y elementos de su historia. Tanto aparecen las “mujeres apasionadas” de la novelística decimonónica como la figura de Lou Andreas Salomé, esa extraña intelectual que tanto fascinó a Nietzsche.
En “perros azules”, última parte, los temas y las historias se disparan como en un caleidoscopio. Las imágenes se presentan revestidas de una cualidad fílmica. (“Sueño/ Al despertar/ imágenes de película/ oscura pantalla animada/ recuerdos en trozos/ lo demás es olvido”). Emerge allí fantasmal el hotel Overlook, por el cual Stanley Kubrick hizo desfilar -glacial, muda como el vacío- a la propia locura.
Como espectros, asimismo, aparecen esos “brillantes perros azules callejeros”, expuestos a los desechos químicos, vagando “perdidos en la nieve”, a “trescientos kilómetros de Moscú”. Esos perros arrancados de las pesadillas, a su vez trasunto de una absurda realidad, son el mejor emblema de esta sección y de todo el poemario. Sus historias mínimas, cotidianas, toman el signo de la tragedia y casi no pueden contarse.
Inés Barrio, Caída libre, Buenos Aires, Artepoética Editorial, 2021, 60 páginas.
Sonia Calcagno, Noche de salamandras, Montevideo, Yaugurú, 2022, 93 páginas.