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Florencia Parentelli: una nueva voz poética

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Con dos libros ya publicados, Florencia Parentelli, de Nueva Palmira y nacida en 2003, se presenta como una poeta de gran interés a nivel departamental y nacional.

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Editar

Su escritura comparte algunos elementos que caracterizan a las recientes generaciones de mujeres poetas, como un lenguaje crudo y directo y una mayor insistencia en lo íntimo y lo existencial.

Su primer libro, El patio de mi casa, apareció en una edición artesanal, realizada por su madre, la también poeta Malena González. En las palabras iniciales se refiere que el poemario recoge poemas escritos desde los 11 años hasta la actualidad. En alusión al título del libro, se comenta: “Todas esas letras mi alma las creó en ese rinconcito de sol que la vida le dio, todos estos poemas los escribí en el patio de mi casa”. Las diferencias de edad quedan patentes en los diversos textos.

Los poemas más maduros y logrados corresponden a la sección “Poemas que adolescen”, en donde la infancia ya se ha vuelto recuerdo y comienzan a emerger las dudas de la adultez. El yo lírico en uno de los textos expresa: “Quiero tener ocho años / Poder refugiarme bajo los acolchados / Cada vez que tengo miedo a enfrentar el mundo”. En el mismo texto se plantea una relación problemática con la creación, rasgo que va a signar su obra: “No quiero que esto sea un poema / Y tener que mirarlos / A todos ustedes”.

Otro recurso que se desarrolla, y se ahondará en el libro siguiente, será la insistencia en imágenes circulares: el paso de las estaciones, predominando el otoño, y el acto de revolver el café. Este impulso cíclico, de la naturaleza y de lo cotidiano, puede entenderse en relación con el tiempo cíclico y las ideas de Mircea Eliade. Para este autor el tiempo cíclico en los pueblos primitivos o arcaicos remite a una vuelta constante al origen, a un momento primigenio sacro y no manchado. En los textos de Parentelli, siguiendo esta concepción, quizás pueda detectarse un rescate del pasado y lo cotidiano a través del señalamiento de estos instantes cíclicos. Estas imágenes circulares, además, hacen que los poemas se reconcentren sobre sí mismos, creando una enunciación particular.

Otoños depurados, publicado este año gracias al incentivo a la edición del llamado Amanda del Instituto Nacional de Letras de la DNC/MEC, es un poemario compacto, evidenciándose una depuración expresiva y de formas sobre el libro anterior.

Todo el poemario está marcado por la carencia, tanto en la vida como en la escritura. Así se abre el libro: “Vomité 14 poemas en dos horas / me dijeron que no era sano / tampoco llorar todos los días”. Sobresale, sin embargo, un recurso a la ironía que reduce los tonos de tragedia.

Vuelve a aparecer el espacio de la infancia, tomando ahora ciertos tonos de extrañeza: “Había una tumba en la escuela / Nadie le llevaba flores. / ¿A quién se le ocurre una tumba en la escuela? / ¿A quién se le ocurre no irle a llorar?”. Porque como no se enseña a crecer, ni los actos de la escritura, tampoco se enseña “a vomitar el cielo”. El yo lírico aún no halla recursos para resemantizar la infancia y superar el presente como despojo. Sólo puede acercarse a las cosas desde el desgarro, desde una expresión que vomita su inmediatez y su dolor en el cuerpo del mundo y de la página. Sirvan de ejemplo estos versos: “Sentí que me podría haber muerto esa noche, / sentí la inmensa necesidad de ser yo / la que se desvanecía hasta dilatarme en algún rincón, / para hacerse de nuevo”.

Y ese desvanecimiento del yo lleva a que se dude del nombre, del instante iniciático en que la palabra simboliza el mundo: “Nadie me preguntó mi nombre./ Llegué a la ciudad sin ventanas/ con los talones sangrando […] y nunca nadie me preguntó mi nombre”. Por eso todo puede devenir un engaño: “Es mentira. / Sí, / un día si se rompe todo. / Y ahí, ahí sí que ya no importa”. El anclaje a la escritura, a lo cotidiano, otorga entonces algunas frágiles certezas. En el mismo poema, unos versos más abajo, se menciona: “yo siempre escribo / escribo poemas / revuelvo mal el café / y lloro, pero lloro lindo / porque no lloro café, lloro poemas”.

Surgen, finalmente, experiencias femeninas y generacionales (“Escribir siendo mujer / escribir sobre escribir siendo mujer / escribir de otras mujeres que escriben”) y otras de preocupación social. Estas últimas se explicitan en el poema Testamento: “Si mis palabras no llegan como piedras / en los zapatos de quienes manchan el camino, / si mis versos no abrazan a quienes tienen frío, / […] si mis poemas no condenan / a quienes se ríen sin dar luz, / no me abran ninguna puerta”. En el texto que cierra el libro, esto se hace aún más evidente: “Ahí, en el medio de la ciudad, hay una palmera/ A los niños pobres les sacaron la comida”.

Con estos dos libros Florencia Parentelli va perfilando una voz personal en la poesía uruguaya. Próximas entregas ahondarán en esta tonalidad expresiva o darán pie a nuevas modulaciones. Queda estar atentos.

Otoños depurados, de Florencia Parentelli. Montevideo, Fardo, 2022, 49 páginas.

El patio de mi casa, de Florencia Parentelli. Nueva Palmira, Ediciones artesanales Oyá, 2021, 45 páginas.

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