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Papeles suizos, de José Arenas.

José Arenas y el revuelo que provocó Papeles suizos, una novela removedora sobre Nueva Helvecia

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El prolífico escritor, nacido en Montevideo y criado en Nueva Helvecia, aborda el camino recorrido en la literatura y la música, y afirma que “la enorme mayoría” de las canciones de “nuestra música popular uruguaya son malas”

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El creador, a través de diversos emprendimientos, viene renovando el panorama de la cultura uruguaya. Músico, performer, poeta y narrador, su obra transcurre en una transgresión y fusión de géneros y registros. En la poesía puede emplear metros clásicos y un tono tanguero para dar cabida a un nuevo arrabal posmoderno (donde los cuerpos se burlan y evitan los discursos heteronormativos), mientras que en la narración puede articular un discurso pesadillesco acerca de la, en apariencia, ingenua siesta pueblerina de algún rincón del interior, en su caso, Nueva Helvecia.

José Arenas (1989) nació en Montevideo y se crio en Nueva Helvecia. Es tallerista, letrista de tangos y escritor. Colabora con El País Cultural, Delicatessen.uy e Infobae. También tiene sus columnas en la radio argentina Doble A y en el programa Música de dos orillas de Radio Cultura. Ha publicado las novelas Los rotos, Con un hilo de voz, Papeles suizos, Maricas muertas y Tangos chinos. En poesía es autor de Fueye hembra, Sofía, el tango y otros desaciertos y Teoría de la milonga. En no ficción publicó el trabajo de investigación El favorito de los hados: un perfil de Gustavo Nocetti.

En entrevista con la diaria, nos permitió adentrarnos en su obra y sus preocupaciones.

¿Cómo empezaste a escribir?

Empecé a escribir porque era un gran lector. De niño, mi madre iba casi todos los sábados a la Biblioteca Popular Dámaso Antonio Larrañaga, y veía que sacaba libros. Un día le pregunté si yo también podía hacer eso y me dijo que sí. Laura Larrama, que aún trabaja allí, me llevó al sector de niños. Ahí empecé a leer los primeros títulos. Un día, siendo preadolescente, me di cuenta de que quería participar de eso que yo mismo leía, que quería contar mis historias. Ensayaba cuentos, poemas y demás. Sin embargo, lo que empecé a escribir primero, con seriedad de oficio, fueron letras de canciones, principalmente de tangos, pero, siendo más joven, hace casi 12 años, escribí letras para bandas de rock, para murgas barriales y para solistas. Nunca dejé de escribir letras y, personalmente, creo que es en lo que mejor me desempeño. Tengo técnica, soy como un buen cirujano escribiendo canciones. En la narrativa, la poesía o el ensayo ando a los tumbos. En las letras no. Podría enseñar el proceso por el cual una letra de canción es buena y por qué la enorme mayoría de las que escuchamos en nuestra música popular uruguaya son malas.

¿Cuál fue tu incursión en la narrativa? ¿Podrías explicar la polémica generada por la novela Papeles suizos?

Desde 2007 intenté escribir narrativa. Pero, tan metido en la poética, no me salía nada que tuviera el injusto tamaño de lo narrativo. Sin embargo, lo primero que empecé a escribir de forma narrativa (aunque fuera no ficción) fueron artículos y ponencias. En la narrativa del ensayo encontré mi primera forma de extenderme y escribir sobre algo que me gustaba, donde las letras fluían y fluían. En algún momento pensé que ese iba a ser mi único vínculo con el género narrativo. Pero luego, leyendo mucho más, encontré novelas que daban respuesta a mi problemática, desde Juan Rulfo hasta Felipe Polleri, pasando por Mario Bellatin o Nelson Díaz y Lalo Barrubia. La narrativa, sobre todo regional, contemporánea tenía un desparpajo a la hora del ABCDE con el que se escriben la mayoría de las novelas. Lo cual es un problema; el lector promedio, más o menos culto, espera que se le dé todo digerido en un ABCDE, si se encuentra con un CBDA# ya le parece “difícil”. La idea de que la literatura trabajada estéticamente requiere un rato de pensamiento se ha ido perdiendo. Hasta los best sellers más o menos bien escritos son de una simplicidad espeluznante. Volviendo al inicio: ahora desde que edité mi primera novela, Los rotos, en 2017, escribo lo que tengo ganas y con el estilo que demanda la historia. Un policial, una novela rara, una novela tradicional. No me ato a nada, siempre que esté dando toda la belleza que pueda.

Con respecto al conflicto generado por Papeles suizos, creo que no hay una sola variante para ese revuelo. En principio admito una culpa mía, que fue la de no cambiar el nombre de algunas personas y lastimar a gente a la que no quería lastimar. Eso fue un error enteramente mío. De todas maneras, de ese morbo se agarraron muchos, no con compasión, sino con baba amarillenta de chusmas. Después, el hecho de que la novela fuera la primera de una serie de “novelas históricas”, bautizadas así de manera irónica desnudó la incapacidad de mucha gente de leer un chiste. Un poco por lo que hablábamos al principio, la novela cayó en manos de mucha gente que no está acostumbrada al ejercicio estético. Y luego, lo que hubiera pasado con cualquier otra cosa que es correr la historia de bronce de lugar. En la escuela decir que Artigas se cogía a las primas era el pánico de las maestras. No tanto por las primas, sino porque sexualizar al héroe era humanizarlo. Bueno. Contar que no nos fundaron Adonis ni cueros griegos de ojos celestes y cabello rubio al sol parece que no conviene al relato marmóreo.

¿Cómo es la relación entre música y poesía?

Es inseparable. Leer poesía es antinatural. La poesía nació para ser cantada. Pero te digo más: la literatura y la música son inseparables. La estética de un texto narrativo tiene que tener ritmo, música, ser cantable; si no, bueno, es como una mula, se pone un poco parca. En mi caso particular, la música es casi la excusa para la escritura; escribo letras de tango, escribo sobre música, escribo sobre tango uruguayo, en mis novelas hay música, frases de canciones. Tiene que sonar música en la literatura, si no, estoy leyendo una lápida.

Particularmente, ahora, junto a un guitarrista argentino, estamos terminando una cantata, que es una obra para recitado, canto e instrumentos, sobre la figura femenina en la historia de Colonia –la zona–, desde la época originaria, las españolas, las portuguesas, las criollas, las gringas, las prostitutas, las negras, las obreras. Es un proyecto que nos tiene muy contentos. Mi idea es que pueda hacerse en Colonia, con elenco de ahí y con entrada gratis. Veremos si hay apoyos.

¿Qué te parece el panorama literario actual de Uruguay?

Hasta hace un par de años me parecía que pasaba por un momento realmente extraordinario. Pero de un tiempo a esta parte, la encuentro bastante estancada. Por muchas razones, a veces ajenas a ella, cuestiones editoriales y demás. Pero sobre todo está más que nada estancada por la pandemia de la literatura de autoficción donde los escritores nos cuentan sus vidas, que nos importan tres carajos, la verdad. Salvo que seas Raúl González Tuñón, ponele. No me interesa si de camino a tu clase de yoga te cruzaste con Mauricio y tomaron un café. Eso es una verdadera enfermedad. No es solamente uruguaya, ojo. Pero bueno. Parece aquel cine uruguayo de los 2.000 donde había una escena de 15 minutos de un tipo preparándose una tostada. Esa es la estética que maneja la mayoría de la literatura actual de acá. Otra cosa es el realismo plano. Que es un término que creo que le robé a alguien y viene de la plástica. Es la literatura realista –que no tendría nada de malo– pero contada sin un solo vericueto poético, sin una metáfora, sin un jueguito estético, nada. Me da herpes eso. La verdad es que hace tiempo estoy más interesado en la poesía y en la no ficción: Alfredo Fressia, María Moreno, Leila Guerriero, Pedro Lemebel, Luis Pereira, Maca, los Hermanos Tuñón, y ahora descubrí a Enrique Amorim –bastante olvidado, por cierto- que es una joya.

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