En el Río de la Plata, durante el siglo XIX, operaron unas difusas “fuerzas de guerra”, que integraron aspectos militares, policiales y de justicia. Los hombres que participaron pueden calificarse de militares-policías-caudillos, con una actuación informal, que tanto se acercaba como se alejaba de la ley y los marcos estatales. En el departamento de Colonia, un ejemplo paradigmático es el representado por Fructuoso Rivera hijo, cuyo periplo vital estaría marcado por lo militar, lo policial y lo caudillesco.
Esta mixtura, que en otros hombres del momento transcurrió sin mayores sobresaltos, le deparó diversos problemas y sinsabores. Si bien su prestigio a nivel local hizo que saliera bastante airoso de estos, no pudo evitar que su imagen se deteriorara y que terminara por representar un escollo para la élite y los actores de la administración estatal.
Fructuoso Rivera nació el 30 de marzo de 1847, hijo natural del general y caudillo del mismo nombre y de Eusebia Pedernera, oriunda de la zona de Víboras. Bernardina Fragoso, legítima esposa de Rivera, lo reconocerá y años más tarde lo ayudará a ingresar al Cuerpo de Blandengues. Cabe pensar, asimismo, que su condición de bastardo haya incidido en su devenir errático.
Su foja de servicios se inicia en 1870, con el ingreso a la División Colonia. Después, y hasta su retiro en 1919, irá alternando actividades en el Ejército y en la Policía. En 1902 y 1903 estará en la policía de Colonia, mientras que en 1904 y 1910 lo encontramos en la Comandancia Militar del Departamento. Este transitar será típico de muchas figuras de la época, como fue el caso de Juan C Monzalvo (1833-1908), otro miembro del partido colorado a nivel local. Estando en el ejército intervino en diversas campañas militares, como la Revolución de las Lanzas, la Revolución Tricolor, la Revolución del Quebracho, los alzamientos saravistas de 1897 y 1904, y la Revolución nacionalista de 1910. En 1904, por ejemplo, participó en la defensa de Carmelo, el 29 de agosto, como coronel graduado de la Comandancia Militar de Colonia. Falleció el 24 de mayo de 1933.
Pese a esta foja de servicios, sin duda promisoria, sus desencuentros con las élites locales y con las diversas autoridades de turno serían constantes. En 1876, en la sección de Nueva Palmira, es apresado por abigeato y condenado a una multa de 350 pesos, procediéndose, no obstante, “con consideraciones muy grandes”, debido a su posición social. Este sería el primero de muchos abusos y desencuentros con la Policía.
En junio de 1888 fue nombrado presidente de la Comisión Auxiliar de Carmelo. Ante esta designación, comentó el periódico El Progresista: “El señor Rivera será un excelente oficial para ponerse al frente de un escuadrón de caballería y combatir valerosamente hasta quemar el último cartucho; pero lo que es para ser miembro de la Comisión Auxiliar, su presidente no reúne ni tiene las condiciones necesarias”. Su condición de militar, para ciertos sectores de la élite local, le vedaba las credenciales para desempeñarse en el medio civil. Pero su actuación discrecional, e incluso ilegal, sin duda tenía un peso no menor en este comentario.
Con la llegada del siglo XX, aumentarían las prevenciones hacia su persona. En 1905 el medio de prensa nacionalista La Reforma, de Carmelo, lo acusa de haber apañado a un guardia civil promotor de un escándalo, actuando de esta manera con negligencia. En el periódico se sostiene: “Es preciso que el comisario Rivera comprenda cabalmente que ha pasado la época del compadrazgo y el apaleamiento, y que hoy sólo pueden ser jefes de policía hombres que tienen desarrollado el sentimiento de moderación y de decencia”. Era claro, sin embargo, que para este militar-policía-caudillo esas épocas no habían pasado.
En 1908 se enfrenta al nuevo comisario Aníbal Giacomazzi por motivos de poder local. El periódico coloniense El Departamento opinó al respecto: “El ex-comisario Rivera y su pequeño círculo tienen pretensiones mayúsculas acerca de la policía local. Quieren monopolizarla, manejar a su antojo al comisario”. Por su parte, La Colonia agregaba: “El coronel Fructuoso Rivera, gran caudillo electoral de aquella zona, y el señor Aníbal Giacomazzi, comisario de policía de la localidad, constituyen las dos potencias cuyas rivalidades –que ya han tenido desgraciados gajes– chocan a diario, podría decirse, produciendo en la población teatro obligado de los sucesos, un ambiente de disgusto que está a un paso de convertirse en intranquilidad”. La autoridad departamental, finalmente, terminaría por privilegiar a Giacomazzi. El poder de Rivera en Carmelo no era indiscutible.
En 1914 lo encontramos como comisario en Cufré. ¿Este alejamiento marcaba su pérdida de influjo en Carmelo? Ese año, pletórico en huelgas obreras, lo volvería a ver en el ojo de la tormenta. El periódico Helvecia, en su edición del 18 de febrero, trae la denuncia de Pedro Oyarzabal, por la que refiere que el comisario de la zona “prendió varios obreros de mis canteras, maltratando brutalmente a uno; demás declarados en huelga. Pido garantías a esta Jefatura”. Al parecer, el ministro del Interior mandó levantar un sumario contra el funcionario díscolo, pero este seguía en su puesto.
A los pocos días, el mismo medio de prensa llama la atención sobre el abigeato, denunciando la inacción de Rivera. “El abigeato se ejecuta en forma descarada, y diariamente es víctima alguno de los hacendados, formando legión el número de perjudicados.[…] Pedimos al comisario Rivera proceda con un poco más de energía y actividad, en el descubrimiento del autor, o autores de los delitos”. Esta queja pareció caer en saco roto, ya que en el mes de mayo era remitido a prisión. Informa Helvecia: “De acuerdo con el dictamen fiscal, el juez letrado departamental decretó la prisión del comisario de Cufré sección La Sierra don Fructuoso Rivera (hijo) comisionando al efecto al comisario don Pedro Borges, que lo condujo a Colonia el martes, de la pasada semana. / Dicha prisión obedece a los sucesos desarrollados en Cufré, en los cuales se acusaba al comisario de desmanes, y abuso de autoridad cometidos contra obreros y vecinos de dicha sección”. Al parecer la buena estrella de Rivera había llegado a su fin. Si bien siguió revistando en el Ejército, tendió a desaparecer del escenario público local.
Las fuerzas de guerra, informes e informales, modelaron la actuación de sujetos como Rivera. Sus desbordes, no obstante, pudieron ser contenidos por su pertenencia al Partido Colorado, partido oficial a nivel departamental. Su conducta, arbitraria e impulsiva, que podía estar normalizada en el 1800, se volvió anacrónica con la democratización que se produjo en el país a partir de 1916. Los sucesos de 1914 fueron un punto sin retorno. Como otros militares-caudillos se replegó hacia los cuarteles, el ámbito que mejor cuadraba con su experiencia de vida.