Luis Carro no es ajeno a los mundos del tango. En su primer poemario Instrucciones en caso de alegría (1994), ya puede percibirse una atmósfera tanguera en varios textos. En el prólogo de Tangos del subsuelo, su reciente libro, José Arenas, experto en temas tangueros, sostiene que Luis Carro “canta desde el pozo hondo de una orilla oscura”. Y apelando a un “verso sencillo pero con seducciones de aljibe, aparece un mapeo de recordación que hace a la esencia del verso tanguero; el ubi sunt, correr detrás de lo perdido que no se trata de una nostalgia regresiva necesariamente”. Sin embargo, reflexiona Arenas, “toda nostalgia tiene un profundo dolor metafísico y dulce que impugna el sentido de la vida. Así funciona el tango y así lo hacen estos versos, con una saudade de arrabal”. Elementos ya presentes en la poética de Carro, pero potenciados en estos poemas.
En el poemario se combinan dos elementos que marcan el tono o el estilo de Carro: una apuesta por la poesía popular, en este caso vinculada al tango y a la milonga, y una recreación de la historia y/o la memoria de Colonia del Sacramento, en relación a cierta bohemia artística y musical que el poeta supo frecuentar en su juventud. La melancolía y la infancia, aunadas al ubi sunt barroco, ya son señas de identidad reiteradas en su poética.
El poemario se compone de cinco partes –De inicio, Visitantes, Tangos del subsuelo, Última vuelta y De despedida– integradas, en casos, por un solo poema. No es de extrañar, con base en este tono compositivo, que se apueste por un discurso fragmentario o de esbozo. El breve poema “De inicio”, así lo pauta: “Sus palabras armaron/ esta farra/ Sume/ y asuma/ lo que dicen/ o callan”. Como resulta evidente a lo largo del poemario, tanto el secreto como el goce lúdico y festivo se posicionan y respiran en este decir trunco. Las palabras, bien lo sabe el poeta, arman “farra” o “callan”.
“Tangos del subsuelo” y “Última vuelta” son las secciones medulares del libro, la primera más inclinada a lo histórico y memorialístico, mientras que la segunda con una veta lírica y melancólica.
Del conjunto “Tangos del subsuelo”, destacamos dos poemas. En “Coplas para Lalo” aparece una estrategia desplegada en otros poemas, en cuanto la precisión informativa es requisito para resaltar la pérdida: “En el bar ‘La Cucaracha’,/ mostrador del Barrio Sur,/ Lalo Quintana y su fueye,/ con error y virtud”. Y este certero boceto, en la estrofa final es desarmado: “el tiempo lo invitó a irse/ y el bandoneón/ dijo: ‘Abur’”. El hacerse y deshacerse de las cosas, esa concepción del mundo tan tanguera y a la vez tan barroca, se pone en escena en “Baile de Solos”, donde el cambalache da la tónica: “Un bandoneón quedó solo/ en la casa de remates. […] Se fueron, bien lo recuerdo, / martillos, rollos de alambre, / roperos, mesas, tornillos… / y el bandoneón: ¡inmutable!”.
El humor, en este como en otros textos, intenta conjurar la desesperanza. El vacío es lo que ronda, siempre ronda, pero desde lo festivo se lo puede reducir a una intrascendencia molesta y nada más.
En “Última vuelta” se insinúa de manera manifiesta el ubi sunt, apelando a la interrogación como recurso expresivo. En “Preguntas sin respuestas” se interpela al pasado: “¿Qué fue del contrabajo de Albornoz?/ ¿La orquesta Centenario dónde está?/ ¿Y el cantor Ángel Poppa, recia voz?/ ¿Y los hermanos Díaz? ¡Vuelvan ya!”. Pero de ese misterio, secreto o subsuelo nada parece volver…
El poema final “De despedida” cierra/abre el poemario: “Pasa la luna/ sobre los techos/ amarillentos/ de soledad. […] Y un tango queda/ sin empezar”.
En su prólogo, Arenas había señalado que: “La poesía de este vate coloniense canta después de leído el verso; ahí suena un fueye en lo hondo”. En ese silencio de los versos finales, en ese silencio abierto a los grillos y la noche, es como si el libro tomara aire para recomenzar. Y empezar, ¿desde dónde? Cuando la palabra y la memoria eligen el fragmento, cualquier punto es bueno para empezar…
Luis Carro, Tangos del subsuelo, Colonia del Sacramento, Hurí Arte y Edición, 2025, 78 páginas.