El ser humano sin dudas se diferencia del resto de las especies por dos condiciones básicas: la racionalidad y la inteligencia. Simplificando los elementos necesarios para calificar a un individuo como inteligente, digamos que su mochila debería contar, entre otras cosas, con la capacidad de pensar, asimilar, entender lo que sucede en su entorno, elaborar información y utilizarla para resolver problemas. Si sumamos el concepto de racionalidad, es lógico pensar que ni el más apto de los animales, exceptuando al ser humano, pasaría del preescolar.
Desde Aristóteles hasta acá, aparentemente la capacidad de juzgar es una condición necesaria para calificar como animal racional. Eso se basa en la aptitud para realizar inferencias que respondan a modelos lógicos. Por ejemplo, si quiero llegar a Europa, debo viajar en avión; por ende, compraré un pasaje. De igual modo, para que un animal sea considerado racional, debe poder elaborar contenidos estructurados y al mismo tiempo, que puedan relacionarse de acuerdo a procedimientos lógicos.
Para calificar como ser racional, se considera la evidencia lingüística. Un animal racional no sólo debe elaborar pensamientos sino que, además, estos deben respaldarse verbalmente. Entonces, si el rótulo depende de tales facultades, es natural pensar que ese atributo es exclusivo del ser humano (adulto). El lenguaje y el pensamiento nos distinguen de otros bichos.
Pero la información que hoy existe sobre los procesos cognitivos de determinadas especies abre la cancha sobre estos conceptos. En este marco, no somos los únicos capaces de evaluar, entender y actuar de acuerdo a la mejor conclusión posible para llegar a un objetivo.
El debate no se centra en cuestionar la racionalidad humana sobre el resto de las especies, sino que busca explicarla por medio de un proceso de corte evolutivo. Algunas vertientes de la biología, la psicología y el lenguaje han planteado que existen dos tipos de racionalidad: una de carácter práctico, que involucra a humanos y animales, y una teórica, exclusiva del ser humano.
A grandes rasgos, la primera de ellas requiere básicamente que el animal pueda percibir su entorno inmediato mediante el uso de sus sentidos, logrando así relacionarse y sopesar las oportunidades que ofrece. Por ejemplo, de manera práctica un animal puede reconocer un escondite útil en base a que este, en algún momento, funcionó para evitar ser capturado.
Eso no es todo, ya que algunos animales son capaces de crear representaciones independientes de su entorno, gracias al razonamiento instrumental. El uso de herramientas que no necesariamente se encuentran a su alrededor o que no son percibidas indicaría un razonamiento más complejo. Un ejemplo de esto son ciertos chimpancés que trasladan piedras con el fin de romper nueces para alimentarse. El razonamiento teórico, a diferencia del anterior, carece de una incidencia práctica o lo que es más complejo aun, lo trasciende. Nosotros somos capaces de pensar e inferir a partir de proposiciones (entiéndase, la parte del lenguaje que habilita a decir que algo es verdadero o falso). Podemos representar hechos, objetos y planes independientemente del entorno familiar o inmediato, o sea, lo que no está presente.
Daniel Dennet, filósofo de la ciencia cognitiva, elaboró un nuevo modelo conceptual sobre las distintas fases o estructuras cerebrales que existen dentro del mundo animal que ayudan a enmarcar estas ideas de acuerdo a la complejidad estructural y cognitiva a la que correspondan.
En la primera y la más simple de todas se inscriben las “criaturas darwinianas”, cuyo comportamiento responde a cerebros simples. La predisposición genética del animal será responsable de que el individuo viva o fracase y, por ende, se extinga.
La segunda fase la integran las “criaturas skinnerianas”, cuya gama de comportamientos es bastante amplia, pero son generados al azar. Burrhus Frederic Skinner fue un psicólogo y filósofo estadounidense destacado en materia de conductismo animal. Es el padre del condicionamiento operante, un tipo de comportamiento más complejo que el condicionamiento clásico descrito por Pavlov.
Los comportamientos que emite el animal se prolongarán en el tiempo si funcionan de forma adecuada en una situación dada, haciendo que las demás conductas se supriman. Pero si la situación cambia, a diferencia de la primera fase, en la cual se extinguirían, el animal vuelve a desplegar al azar su batería de respuestas posibles hasta que una funcione y anule a las demás.
Y la tercera fase la componen las “criaturas popperianas”. Como decía el filósofo austríaco-británico Karl Popper, en estos animales “nuestras teorías (conjeturas), mueren en lugar nuestro”. Simplificando la cosa, este tipo de cerebros logra enfrentar determinadas situaciones y emitir conductas previamente evaluadas y probadas dentro de su cerebro, no emitidas al azar. En lugar de ponerse a prueba ellos mismos, primero testean un curso de acciones posibles mediante representaciones mentales antes de hacerlo en el mundo real. Cuando llegan a una conclusión viable, la llevarán a cabo sin que eso signifique que la volverán a utilizar frente a un escenario similar.
Con base en estas últimas criaturas es que la inteligencia y la racionalidad han dejado de ser un patrimonio exclusivo de la humanidad, al menos en parte.