Si alguno de nosotros escucha por ahí que en Estados Unidos existe una estatua de bronce que homenajea a un perro por su valentía y contribución en cuestiones militares seguramente se le venga a la cabeza la imagen de un megaperro, una especie de GI Joe canino al estilo norteamericano. Sin embargo, el belicoso país rinde honores de guerra (¡de guerra!) a una perra de tan sólo 1,800 kilos de peso y menos de 20 centímetros de altura llamada Smoky.
De raza yorkshire terrier, esta heroína nacida en Nueva Guinea fue encontrada en febrero de 1944 merodeando por la selva isleña y refugiándose en una cueva de zorro, cuando los americanos incursionaban por el Pacífico durante su conflicto con Japón. Una vez capturada, al principio se la trató como a una “prisionera de guerra”, pero al ver que no respondía a ninguna orden emitida en japonés, decidieron liberarla y poco más. Tras pasar al servicio del cabo William A Wynne en un juego de póker, esta se alistó, sin estar lista, a la Quinta Fuerza Aérea del Pacífico Sur, más precisamente al 26° Escuadrón de Reconocimiento Fotográfico.
A esta minúscula perra se le atribuyen 12 misiones de combate, haber sobrevivido a 150 ataques aéreos, haber atravesado con éxito un tifón en Okinawa e incluso saltos en paracaídas (confeccionado para su talle). Su protector, el cabo Wynne, también reconoció que la nueva integrante de la familia militar le salvó la vida al advertirle del inminente impacto de proyectiles en un barco de transporte yanqui. Por eso le dio el apodo de “ángel de un agujero de zorro”, ya que además de avisar, la pichicha guio a su dueño dentro del barco mientras se hundía.
Entre combate y combate, la perra tenía otros oficios. Uno se relacionaba con el vínculo que generan los perros con todo o casi todo el mundo. Hacía trucos, jugaba y acompañaba a las tropas a sobreponerse a los vaivenes que genera una guerra. El otro oficio fue quizás el que logró despertar el reconocimiento no sólo de las tropas sino de los altos mandos, ya que fue clave en términos logísticos, económicos y prácticos.
Gracias a este bicho se pudo construir una base aérea en la zona caliente. Sí, señor. Para eso se necesitaba conectar un telégrafo de 22 metros de largo entre dos puntos. Tal conexión significaba unos tres días de trabajo, cientos de hombres y contar con la suerte de no ser descubiertos por las filas niponas. Wynne no dudó en ofrecer a su perra para esa tarea y así fue que, luego de atar el cable en el collar de Smoky, esta recorrió el área necesaria para unir los dos puntos en media hora, dando luz verde a la construcción de la base. Con ayuda de esta cuzca que no llegaba a los tres kilos los tipos se ahorraron el movimiento de 250 soldados de la Fuerza Aérea estadounidense y el uso de 40 aviones de combate o reconocimiento necesarios para defender la zona mientras se completaba el trabajo.
Por esta y otras incursiones en batalla la perra fue condecorada con ocho estrellas militares y recibida, ya en suelo estadounidense, como heroína de guerra. Sin embargo, no siempre fueron rosas para la nueva incorporación. Durante su servicio, parece que a Smoky se la ninguneaba un poco y no accedía a los beneficios en materia de alimentación y salud que tenían los perros de guerra “oficiales”.
En febrero de 1957 Smoky murió, a los 14 años de edad, en Cleveland, Ohio, lugar de donde procedía su dueño y compañero de batalla. Casi medio siglo después, en el Día de los Veteranos de 2005, se la homenajeó colocando en su sepultura una escultura de bronce tamaño real, que la representa sentada sobre un casco de soldado. En ella se puede leer: “Monumento dedicado a Smoky, el yorkshire ayudante, y a todos los perros de todas las guerras”.