Al igual que ocurre con la nomenclatura de las calles, que obligan a compartir esquina a algunas figuras que jamás se tomarían unos mates juntos, como Bulevar Artigas y Rivera, por ejemplo, algo similar ocurre con el monumento al cimarrón, un homenaje impensado 100 años atrás. La obra fue diseñada nada menos que por Ignacio Iturria, en el marco de los festejos por el bicentenario de la nación. Tras dar a conocer su trabajo, el 21 de octubre de 2016, junto a autoridades y empresas privadas, el artista destacó: “Cuando se concretó la idea de poner algo en esta plaza recordando el bicentenario de Uruguay, consulté sobre la historia de este lugar, encuentro de tres cruces de caminos, de llegada y de salida, y sobre todo un lugar emblemático donde nació nuestra nacionalidad. Pensé entonces en tres aberturas y en la última ventana al futuro y a la esperanza. Allí estaría un perro cuidando este lugar para que nunca desaparezca. El perro fue un cimarrón, símbolo de resistencia hasta el final, como Artigas. Los otros perros he querido que simbolicen la vigilancia constante a las instituciones. Y por dentro de las formas pasan vientos y las luces dando múltiples visiones”.
En el monumento, situado en la plaza Crottogini, pegada al shopping Tres Cruces, sobre Bulevar Artigas, se puede leer, además de una dedicatoria al prócer de la patria, la respuesta sumamente conocida que el general le dio a Carlos Federico Lecor (conde de la Laguna y gobernador de la Provincia Cisplatina), en la que expresó que si se quedaba sin soldados para luchar, pelearía con perros cimarrones.
El conjunto escultórico tiene una altura de 6,12 metros y “el hecho de que el perro cimarrón se ubique en el centro de esta suerte de espejo que se multiplica en varios niveles constituye también un mensaje vivo de nuestra memoria histórica, que se hace presente a partir de hoy y que se proyecta marcadamente hacia el futuro”, explicaron en el acto.
Sin embargo, no siempre el cimarrón fue motivo de orgullo nacional o posible postulante para la mismísima tropa de don José. Estos cuzcos llegaron tras la conquista, allá por 1600, y, sin mucho control sobre su linaje ni selectividad en la reproducción, se adentraron cual gaucho en el territorio, dedicándose a las tareas del campo, a su modo. Muchos cimarrones pillos se olvidaron de la famosa domesticación y comenzaron a agruparse en jaurías cazadoras de ganado, la joyita del emergente país.
Unos 30 años antes de que naciera el prócer de la patria, como ya hemos visto, a estos perros se los detestaba, al punto tal de planificar el exterminio de la raza. Las autoridades de turno fueron las encargadas de difundir y fomentar esta actitud a través de un estímulo económico: se pagaba por presentar la quijada o el par de orejas del animal eliminado. Fue tal la matanza de perros –hoy en día homenajeados– que en 1788 se contabilizaban más de 300.000 ejemplares eliminados.
En donde realmente deberían erguirse monumentos al cimarrón uruguayo es en los departamentos de Cerro Largo y Treinta y Tres. En medio de esa especie de inquisición del cimarrón, algunas hembras zafaron y se ocultaron en la sierra de Otazo, en los montes del Olimar, entre otros “achiques”, y lograron evitar desaparecer del planeta.
Recién hacia 1960 estos perros semiabandonados y semisalvajes fueron redescubiertos por un colectivo de personas de la zona. Cimarrón se entendía como todo lo que, habiendo sido doméstico o civilizado, volvía al estado silvestre.
Pero no demoraron mucho en intentar reinsertar en los pobres perros nuestros hábitos: fueron domesticados por los paisanos, sobre todo para el laburo ganadero, pero también para defender la propiedad.
Desde su estandarización, esta raza despertó un creciente interés tanto dentro de Uruguay como fuera de fronteras, desde Estados Unidos a Argentina. Otro de los pasos dados camino al perfeccionamiento genético del cimarrón fue la suscripción de un acuerdo entre la Facultad de Veterinaria de la Universidad de la República con la Sociedad de Criadores de Cimarrones para el estudio de la situación zootécnica del animal y de la consanguinidad de los ejemplares inscriptos en sus padrones.
El cimarrón es actualmente símbolo y mascota del Ejército Nacional, y ocupa como tal un lugar preferencial en los desfiles del 18 de julio. En esa fecha, un soldado del Batallón de Blandengues (la compañía que en su momento lideró Artigas) encabeza el desfile cabalgando y llevando por la brida a un corcel moro sin jinete, junto al cual va un perro cimarrón.