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Diciembre de 2024.

Foto: Laura Benvenuto, difusión

Campo Sucio: un jardín que pone en primer plano plantas nativas relegadas

4 minutos de lectura
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El proyecto colectivo liderado por Teresa Puppo y Alejandro O’Neill se inaugura este viernes en el Espacio de Arte Contemporáneo.

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La artista visual y escritora Teresa Puppo se caracteriza por explorar disciplinas de acuerdo con los temas que le van interesando. Desde hace por lo menos 20 años, en una veta decolonial, los asuntos de la ancestralidad indígena resuenan en su obra con distintos resultados. El viernes dará a conocer cómo esa búsqueda se materializó en un particular jardín, denominado Campo Sucio. Sembrado hace ya un año, el 12 de diciembre, a las 19.00, será la primera instancia para que el público se acerque al Espacio de Arte Contemporáneo (EAC, Arenal Grande 1930), en el marco de la jornada Museos en la Noche, y conozca de primera mano los motivos que tuvieron Puppo y su hijo, el paisajista y también artista Alejandro O’Neill, para reunir este conjunto vegetal y dar forma, colectivamente, a lo que se llama hardscape, esto es, un diseño en un entorno “duro”, como son las estructuras de la excárcel de Miguelete. Los niños de la escuela del barrio están especialmente invitados.

El objetivo de Campo Sucio es “transformar la percepción de la flora local del Uruguay y reinsertar culturalmente las denominadas malezas, cuestionando la narrativa hegemónica en torno al paisaje natural y los criterios tradicionales de orden, belleza y productividad asociados a él”. El jardín naturalista ocupa ahora el patio oeste del EAC gracias a la beca Fundación Amalia Amoedo 2023.

Construcción de Campo Sucio.

Foto: Difusión

Recrea un modelo de chircal: una comunidad de plantas comúnmente categorizadas como campo sucio. Se trata de especies de bajo mantenimiento, sin necesidad de riego, adaptadas al clima local y generalmente excluidas del imaginario dominante. En este proceso, acompañado por el EAC, se implantaron aproximadamente 450 m² de canteros, con unas 1.800 plantas nativas de distintas especies. En el desarrollo de la propuesta colaboraron Tatú Arquitectura, a cargo del diseño, con tramos de madera que permiten recorrer los sectores, y el Estudio Paula Rial – Paisajismo, responsable de la gestión del proyecto.

Los trabajos empezaron dos meses antes de sembrar, por la necesidad de remover el suelo, llevar arena y tierra para hacer los canteros. Además participaron voluntarios y estudiantes de arte y paisajismo, que se involucraron activamente en la implantación y el mantenimiento del jardín. Puppo y O’Neill recibieron el apoyo también de Vivero del Chajá, Curcio Capital, Magma Futura y de donantes anónimos que aportaron a la concreción del proyecto.

En 2024, Campo Sucio recibió la Mención de Diseño y Ciudad en la Bienal Iberoamericana de Diseño (BID24), en reconocimiento a su aporte como intervención urbana colaborativa que propone una nueva mirada sobre la flora local en Montevideo.

Foto: Difusión

Rascar el árbol

“Desde el año 2000 trabajo con las ancestrías indígenas”, cuenta Puppo, quien recién en 2016 accedió a un examen de ADN que le permitió confirmar sus sospechas. Los rasgos de su abuela materna, llegada de “algún lugar remoto” de Argentina, que utilizaba algunas palabras inusuales y preparaba ollas con humita, habían quedado como un rastro en su memoria, ese tipo de información que traspasa las generaciones pero no se suele analizar, porque deviene en traumas, como heridas encriptadas.

En paralelo a sus pesquisas, empezó a incorporar el asunto en su obra. Llegó a hacer un video, titulado Tomar la palabra, para el que entrevistó a personas que, como ella, tenían esa sensación de no tener tener clara su ascendencia, hasta que en 2022 montó la exposición Lo innombrable, en el museo Blanes: “Reunió un montón de trabajos que había hecho con anterioridad, y algunos nuevos, relacionados con el tema indígena, con lo que no se puede decir en la familia, con toda la violencia epistémica que hay con relación a esos temas”, explica. Esa reflexión sobre el desprecio por los cuerpos indígenas la llevó a relacionarlo con el relegamiento de las lenguas y de las plantas endémicas. “Con respecto a las plantas nativas, está todo este concepto de campo sucio, de qué es lo sucio, qué es lo limpio y qué es lo lindo, así como los cuerpos blancos y europeos son los que nos parecen lindos”, apunta, antes de recalcar el eurocentrismo que implica olvidar que “hasta el siglo XIX en Uruguay se habló guaraní, en el interior se entendía, y tenemos toponimia guaraní a rolete por todo el país, aunque no tenemos ni idea de lo que quiere decir. Tengo un proyecto que cuestionaba eso también”.

Varias condicionantes influyeron en este Campo Sucio: que un hermano de Puppo tenga un vivero en Maldonado, que su hijo Alejandro, su socio en el proyecto, fuera paisajista, y que ella misma se reconociera aficionada a las plantas, un aspecto que en algún momento le hizo pensar que podía estudiar silvicultura, es decir, técnicas de cultivo de árboles y montes. “Pero el concepto de Campo Sucio lo empecé a trabajar con mi hijo, que además vivió mucho tiempo en Francia trabajando con las plantas mediterráneas, con jardines para suelos secos, y cuando vino acá empezó con las plantas nativas de estos territorios. Entonces, charlando del desprecio por las plantas, empecé a valorar esa vegetación nativa de otra forma, porque, más allá de que vas al campo y decís qué divino todo, entendía, como le dicen, como ese mugrero, todo lo que es la vegetación nativa, los chircales, las plantas que no sirven para alimento para el ganado y que también molestan para la agricultura extensiva, para la explotación extractivista del suelo”.

Foto: Difusión

Incluso cuando, como este año, fue parte de la muestra Vivir en las fronteras, en el museo Gurvich, junto con el chileno Danilo Espinoza, la artista puso de manifiesto los incendios forestales, pero más allá del cambio climático, poniendo el foco en que “muchas veces son provocados para expulsar a las comunidades nativas de sus territorios ancestrales y tener más campo para plantar praderas o para alimentar ganado”.

Llevar a cabo el proyecto de jardín naturista implicó dar con cantidad de romerillo, carqueja, cola de zorro, pajabrava, chirca, petunia nativa, calaguala (un tipo de helecho). “Se nos complicó para hacer las plantas, porque no hay muchos viveros que trabajen con ellas. Entonces Alejandro tuvo que buscar semillar, conseguir las plantas, esperamos que crecieran, porque todo esto se desarrolla como quiere, no se puede apurar. Depende del tiempo, de un montón de cosas. Lo que intentamos fue no darle agua porque, en realidad, son jardines autosustentables. Va a estar más lindo dentro de dos años, pero ya está lindo”, asegura Puppo. Es una obra viva que permanecerá lo que permita el propio devenir del espacio de arte.

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