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Foto: María Fernández Russomagno

Estreno en la Alianza Uruguay-Estados Unidos de La tortuga de Darwin

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“No vi nada; sé que hay varias versiones en Youtube, pero nunca vi la obra en escena. Me compré en Madrid un libro con 20 textos de Juan Mayorga y me gustó mucho La tortuga de Darwin. Estaba buscando una obra para hacer con Ana Rosa ―una crack a la que ya dirigí en La duda― y nos había quedado pendiente un trabajo que habíamos interrumpido. Así empezó un poco el viaje”, resume Mariana Wainstein.

Es cierto: en internet se pueden ver otras puestas de la obra de Mayorga. Está, por ejemplo, Carmen Machi, la de Ocho apellidos vascos (y Ocho apellidos catalanes, vamos), la de Juicio a una zorra, revoleando las patas sobre una mesa, esta vez panza arriba, como un quelonio en apuros, en una producción de Teatro de la Abadía. La elipsis de un tortugo que pasó de Galápagos a Inglaterra. Pero vaya uno a saber cómo es exactamente el montaje de Wainstein de La tortuga de Darwin, que estrena esta noche en el Teatro Alianza. La música, compuesta especial y casualmente por otra española, Queyi, la delicada cantautora que se radicó en Montevideo y ya va para diez años acá. Las proyecciones, a cargo de Lucas Carrier, sobre obra concebida para la ocasión por un artista uruguayo afincado en Nueva York: Marco Maggi, viejo amigo de la directora, que hizo un dibujo en siete capas. Todo esto en función de un montaje que recalca que “evolución no significa progreso”.

En febrero Wainstein conoció al autor de esta historia, Juan Mayorga (Madrid, 1965), durante una vuelta por la capital española. Él la invitó a una clase de su Máster de Dramaturgia en la Universidad Carlos III, y fueron a tomar un café. “Es un tipo muy valioso, encantador como persona, y es un gran maestro para dramaturgos que vienen de todas partes del mundo a tomar esos cursos. Aproveché esos días para ver dos espectáculos, uno dirigido por él, su texto El cartógrafo, y otro, su obra Himmelweg (camino al cielo), y le pregunté sobre la génesis de La tortuga. Me contó que no era la primera obra en la que aparecía un animal. Tiene otra sobre un mono albino que está en el zoológico, Últimas palabras de Copito de Nieve”.

Además de lo de darle la palabra al animal, que salta en el libreto, a Wainstein la compran varios temas que se cruzan en la dramaturgia de Mayorga: “Por el ejemplo, en El cartógrafo, cómo uno crea una puesta en escena que, por más que el tema sea histórico, no es una fotografía. Tú creás un mapa y decidís qué sacás y qué ponés. En El cartógrafo habla específicamente de eso: alguien está tratando de hacer el mapa del gueto de Varsovia. Y por supuesto el Holocausto aparece en varias de sus obras, la historia de Europa. Tiene un compromiso desde el teatro con la historia de su territorio, y reflexiones sobre las cosas que parecen incomprensibles que hayan ocurrido, y busca un camino elíptico para tocarlas. El hecho de que aparezca una mujer que dice ser la tortuga de Darwin te habla de una visión, de que determinados temas no hay que tratarlos frontalmente, como en un documental. Muchas veces es mejor mirar desde abajo la historia”.

¿Qué registro darle a este discurso en el que esta señora, Harriet, dice que recuerda haber nacido en 1808 y que calcula estar llegando a su cumpleaños 200? “Es, sin duda, una comedia, en el sentido aristotélico, es decir que a gente común le pasa algo fuera de lo común, y tiene humor, tiene ironía, y a la misma vez toca temas políticos serios. Uno de los núcleos temáticos de la obra es que ella se ha adaptado a lo largo de estos siglos. Si escuchó a Hitler, se sintió nazi, si escuchó a Stalin, sintió que tenía que matar a todos los que estaban en contra de sus ideas. En fin, hay determinados momentos en los que la adaptación se transforma en un tema muy grave y muy cruel. Otro es si el ser humano siempre busca cómo explotar al otro. También está el profesor de historia que se encuentra con un archivo viviente, el médico, con la posibilidad de descubrir el secreto de la longevidad”.

A Mayorga se lo emparenta usualmente con la densidad filosófica de Walter Benjamin, un autor a medida de Wainstein, que el año pasado montó, también en la Alianza, De algún tiempo a esta parte, de Max Aub. “En el medio hice Mecánica, un texto cubano, en el Circular. Lo que pasa es que el proceso de De algún tiempo lo empecé hace dos años. No es que tengan una continuidad para mí. No es que busqué otro texto que tuviera que ver con el Holocausto, pero se dio así. Y por otro lado, es un tema con el cual siento un compromiso y una curiosidad. Para un Mayorga o un Walter Benjamin es hasta pornográfico mostrar directamente a las víctimas. En el caso de De algún tiempo tenías a una mujer que estaba sola en Viena, y a mí lo que me sensibilizó en esa obra fue la falta de humanidad de esa ciudad, donde se supone que eran todos tan cultos y cuando llegó el momento de la barbarie, la cultura no parece haber servido para nada. Los vecinos dejaron a su vecina sola, o aprovecharon para sacarle lo que podían. La tortuga pasa por 200 años y va contando algunas instancias. Creo que Mayorga, como ese cartógrafo que es, puso algunas cosas y dejó otras afuera. Dejó momentos que para él son significativos, como el arte de vanguardia en París en los años 30. Y hay una dimensión misteriosa como espectadora: ¿será verdad? Esa fábula presente viene un poco por ese lado, te distorsiona el enfoque, porque no es tan simple; la mujer dice ser una tortuga, el médico mira una radiografía, hay cosas hasta diría de ciencia ficción. De última, es una metáfora de otros temas”.

La tortuga de Darwin, de Juan Mayorga, con dirección de Mariana Wainstein, estrena el 12 de agosto. Con Ana Rosa (Harriet), Sergio Pereira (profesor), Fernando Amaral (médico) y Carla Moscatelli (Beti). Funciones: sábados a las 21.00 y domingos a las 19.30 en el Teatro Alianza (Paraguay 1217).

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