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Hay un café que tiene un teatro debajo o hay un teatro con un café arriba; no importa. Es en Durazno y Convención; la entrada es por Durazno. La sala, con un pequeño escenario y sillas por tres costados, se va llenando lentamente. Va a suceder algo.

“Una lectura como las de antes”, me dice un amigo. Algo así. En el escenario, con una pose parecida a la del Juan Carlos Muñoz del retrato de Carlos Federico Sáez, está Roberto Appratto. Sobre varias alfombras hay dos butacas robustas, señoriales, una mesita llena de papeles. Un teclado. La luz es roja. Entra Leo Maslíah, se sienta y empieza a tocar.

“Juan Rilla, el dueño del lugar, quería hacer algo, y yo también”, cuenta Appratto, poeta, narrador, ensayista. “Primero pensé en un taller o una lectura”, pero luego, y tras saber que Maslíah también estaba interesado en hacer algo en la sala, pensó este espectáculo en tándem, que los une por primera vez en público. El compositor, músico y escritor decidió tocar sin leer obra suya y le pidió a Appratto una lista de poemas ordenados. Consultado por la diaria, Maslíah cuenta que eligió las obras para piano que integran el repertorio (hay piezas suyas y ajenas) “como fondo musical para las lecturas de Roberto”, en una selección que tuvo en cuenta lo que le pareció más adecuado para cada texto.

De este modo, Appratto lee, con una voz que llena la sala aun cuando está casi de espaldas al público, sin micrófono. Camina por el escenario, que es un cuadrado, trazando una diagonal, de una butaca a la otra. Se queda parado en el medio, va ganando confianza con cada verso. Tiene un fajo grande de hojas del que va seleccionando (a algunos les dice “no” con el dedo).

Tiene mucho de dónde elegir. Editados por Yaugurú, los dos tomos de sus poesías completas (escribí el prólogo del segundo) suman más de 400 páginas. De ahí Appratto seleccionó lo que más le gusta, algo así como una antología que combina cosas publicadas e inéditas, tal vez privilegiando por momentos lo más cercano a cierta parte de la obra de Maslíah, un costado experimental y lúdico que a veces se acerca al humor. El resultado, entre la música, que acompaña pero nunca como burdo énfasis sentimental, y los poemas, muchos de ellos (como “Escribir para alguien…”) ejercicios de virtuosismo que se refuerzan en su duración o, como “Las últimas palabras de mi madre...”, de una emotividad contenida, es un espectáculo único.

Miércoles 30 de mayo a las 20.30. En Ducón (Durazno y Convención). Entrada gratuita.

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