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El silencio de los conejos: “La favorita”, de Yorgos Lanthimos

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Para los que se formaron en la cinematografía del griego Yorgos Lanthimos con películas pequeñas y bizarras como Kinetta (2005), Canino (2009) y Alpeis (2011), la eventualidad de un gigantesco costume drama con destellos de Barry Lyndon (1975) parece algo altamente impensable, cuando no una traición. Sin embargo, la opción resulta mucho más lógica de lo que aparenta: en el esquema de acciones que se ven en las películas del griego, sus personajes, más que expresar una interioridad, suelen llevar a una literalidad maquinal el ejercicio de un rol. Un ejemplo de esto se da en Alpeis, con una agencia de acompañantes para familiares que se encuentran de duelo y se dedican a reproducir escenas, acciones o movimientos de los finados. No es que se conviertan en sus seres queridos: hay espacios de repeticiones que actúan como una danza metonímica que calman por un tiempo al doliente. Tirando de este hilo conceptual y técnico/estético –pese a la diferencia de escenario–, la ambientación de La favorita como un drama del siglo XVIII se ofrece como anillo al dedo, porque las formas cortesanas, en las que la galantería y la beligerancia son llevadas a cabo como otra suerte de danza, tienen mucho de este curioso vaciamiento subjetivo de las acciones. La vida de la nobleza es el festín de las formas, en la que esta supuesta interioridad puede ser sepultada tras un montón de ritos y convenciones; un espacio en el que podríamos ver los movimientos, más que a las personas, establecer relaciones de acción y reacción.

A pesar de esta premisa, La favorita es la película más convencionalmente actuada en la filmografía de Lanthimos. Casi no vemos resabios del estilo antinaturalista y de la inexpresividad casi bressoniana de sus primeros films, con las protagonistas profiriendo anacrónicos “Fuck!” cuando algo no sale bien y con una colisión de pasiones completamente impensada.

La película se construye alrededor del triángulo amoroso entre Anne Stuart (reina de Inglaterra, Escocia e Irlanda después de la muerte del rey William III en 1702), Sarah Churchill, duquesa de Marlborough y principal consejera de la corona (y amante de la reina) y Abigail Masham, una noble desclasada por los problemas de juego de su padre, que es contratada como criada pero pronto va escalando posiciones.

La atención de la reina

No cuesta mucho darse cuenta de que el funcionamiento de la película se dará en clave Eva al desnudo (Joseph L Mankiewicz, 1950) y El sirviente (Joseph Losey, 1963), con un personaje ambiguo que va avanzando posiciones por medio de pequeñas intrigas y artimañas, dislocando el circuito de poder desde dentro, al punto de invertir los roles. En un comienzo, el vínculo de amantazgo entre Anne y Sarah parece plenamente aceitado, pero Abigail comienza a hacer un trabajo de hormiga sembrando dudas, sacando ventaja de actuar de una forma mucho más devota y fascinada con la reina que el estilo franco –y a la vez duro– de la anterior favorita de la corona.

Así, el centro de la cuestión, el deleite principal del espectador, estará en esta guerra armamentista entre las dos mujeres que ansían –por diversos motivos– la atención de la reina. Es así de sencillo; la historia podría trasladarse perfectamente a una intriga entre porristas al mejor estilo Mean Girls (Mark Waters, 2004) y no quedaría ningún detalle afuera en la traducción.

Quizá lo que diferencia a La favorita del resto de esta suerte de historia arquetípica de las luchas de poder femeninas es lo bien distribuidos que están los pesos. En la mayoría de las películas de este casi subgénero, la manipulación y principal unidad de acción se establece entre las dos pretendientes, mientras que la persona anhelada –el vértice del triángulo– queda como mero señuelo, una posición más transparente sobre la que la película hará pivot. En La favorita, por el contrario, la reina Anne es tan compleja, contradictoria, mañosa e intrincada como quienes se la disputan. Olivia Collman no podría estar mejor en ese papel entre patético, infantil y malicioso de una reina que se rodea de conejos que suplantan a los 17 hijos que perdió (la mayoría sin llegar a sobrevivir el embarazo), que puede fingir un desmayo para no enfrentar las presiones de una disputa política, que no tolera que la vean a los ojos y que suele vomitar en un jarrón para seguir comiendo.

A La favorita la rodea un ambiente infecto, un aire a fin de una era, que se puede ver tanto en los excesos y el derroche de los cortesanos (la escena de la carrera de patos y la de varios hombres arrojándole fruta a un noble desnudo son imágenes contundentes de esta decadencia circense) como en las enfermedades que aquejan a la reina. Hay en este punto un interesante comentario sobre el poder: lejos de ser una reina magnánima y atractiva, Anne es un ser rodeado de pústulas, laceraciones y –eventualmente– una hemiplegia que será anticipo de su eventual muerte (que no ocurre durante el film). Es decir, el poder circula y no es presentado como algo bello, sino algo frente a lo que uno tiene que estar dispuesto a jugar su juego, aunque lo que le toque sea masajear eróticamente una pierna afectada por la gota.

El otro punto interesante que se desprende de todo esto es la idea del encierro y el intruso (y, entre ellos dos, la enfermedad) que comparten todos los films de Lanthimos. En Canino el encierro corría por parte de una familia que mantenía a sus hijos completamente por fuera del mundo exterior, con lo que indirectamente promovía una situación incestuosa. En Alpeis (2011) una de las actrices, que reproducía escenas de la vida de una adolescente muerta, terminaba sobreidentificándose, al punto de invadir violentamente la intimidad de la familia. En The Lobster (2015) el personaje interpretado por Colin Farrell es doblemente intruso frente a dos sistemas cerrados: el del mundo de las parejas y el de un grupo insurgente que obliga a no mantener vínculos íntimos. En El sacrificio del ciervo sagrado (2017) el intruso es el hijo de un ex paciente del protagonista, cuya presencia desata una enfermedad sobre su descendencia que guarda mucho de la tragedia griega de Ifigenia. En todos hay una relación alrededor de un circuito cerrado y un intruso que toma la forma de un virus que se mete rápidamente en el ADN. En La favorita es difícil precisar si Abigail es ese virus (habría que ver si hay un comentario político alrededor del viraje a favor de los tories por encima de los whigs, los dos protopartidos políticos de Inglaterra) o si, por el contrario, la enfermedad proviene de antes, si es parte de un sistema cerrado que se enfermó a sí mismo.

Lo efectivo en La favorita es esta manera de ofrecerse al espectador de dos maneras diferentes: puede ser simplemente una buena película sobre la despiadada competencia femenina, o puede ser un placer desmontable en muchos niveles para estudiosos o teóricos. Un costume drama aggiornado que puede meterte un tema de Elton John sin que parezca excesivamente posmo o banal, y que puede ser sensual y atrevido aun entre densas intrigas políticas y piernas infectas.

La favorita. De Yorgos Lanthimos. Con Olivia Colman y Emma Stone. En varias salas.

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