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Ultraman

Somos ultraístas: “Ultraman”, de Kenji Kamiyama y Shinji Aramaki

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Eran tipos con trajes de goma que bailaban alrededor de cajas de cartón, pero nos moríamos de miedo: veíamos una lucha a muerte entre gigantes en medio de modernos edificios. Así son los tokusatsu: films o películas japonesas con actores reales, trama superheroica o terrorífica y muchísimos efectos especiales. Un ejemplo más o menos reciente es Power Rangers, aunque los primeros representantes del género fueron la serie Ultraman y sus continuadoras. Su creador, Eiji Tsuburaya, había sido uno de los responsables de las películas de Godzilla en la década de 1950, y se dice que de ellas recicló material para filmar las primeras entregas de Ultraman.

Los protagonistas de la aventura, los Ultra, eran una raza benigna de otra galaxia, cuyo primer enviado a la Tierra debió fusionarse con un científico humano para salvar al planeta de una invasión de monstruos extraterrestres. Rápidamente nos familiarizamos con la pequeña mitología de la serie: la Patrulla Científica que enfrenta a los alienígenas hasta que llega el Ultra, las habilidades para la coreografía oriental del héroe, sus poderes especiales (como el rayo specium, que brotaba de un corte de mangas), sus debilidades (la batería se agota), su trágico destino (la estadía en nuestro planeta le acorta la vida).

Éxito instantáneo en la televisión japonesa desde principios de los años 60, en la década siguiente Ultraman y Ultraseven arribaron, vía Estados Unidos, a América Latina. Aunque en nuestro continente las emisiones se interrumpieron hacia los años 80, en Japón la saga continúa hasta nuestros días, con una cosmogonía ampliada, múltiples héroes Ultra y, obviamente, efectos especiales más sofisticados.

Lo que Neflix estrenó hace unos días no pertenece estrictamente a esa saga, pero se relaciona con ella de una manera muy inteligente. Es una creación de la misma compañía, Tsuburaya Productions, pero se trata claramente de otra cosa; para empezar, porque no utiliza actores, sino animación. Sin embargo, la nueva Ultraman da cuenta de toda la historia anterior, especialmente la de las primeras entregas de la serie, y la integra a su trama.

Estamos todos

Shinjiro Hayata es un liceal que un buen día nota que tiene resistencia y fuerza por encima de las normales. Pronto descubre que su padre, Shin, estuvo fusionado muchos años con la entidad extraterrestre que liberó a la Tierra de monstruosos invasores (también extraterrestres). Es decir, descubre que es el hijo de Ultraman, un héroe reverenciado y misteriosamente desaparecido casi medio siglo antes, y ha heredado de él fabulosas cualidades físicas. Pero no tiene tiempo de pensarlo mucho: enseguida aparece una flamante amenaza y debe utilizar sus recién estrenados poderes para combatirla.

La nueva Ultraman tiene mucho de historia de crecimiento (si el término alemán Bildungsroman” apunta a las novelas, acá podríamos proponer “Bildungsanimé”), y no sólo porque su protagonista debe ahondar en el autoconocimiento y superar múltiples pruebas para convertirse en un adulto, sino también porque en ese proceso advierte que no todo es lo que parece. Como en tantas ficciones japonesas, abundan los desdobles identitarios, los matices que se vuelven relevantes y las vueltas de tuerca que impiden clasificar a los personajes en “buenos” y “malos”, a pesar de las infaltables escenas de lucha cuerpo a cuerpo, en las que se mantiene la antigua preferencia Ultra por cortar brazos enemigos.

Con todo, estos Ultramanes no son los de antes: aquellos eran gigantes y estos, más bien normalotes. Además, aquellos eran de carne, mientras que los de ahora se valen de armaduras tipo Ironman. Por eso, aunque Shinjiro arranca con ventaja genética –es un hijo de Ultra–, no es el único que puede usar el superavanzado traje que provee la Patrulla Científica. Ser Ultraman, en esta vida, también es una lucha, porque hay varios que aspiran al puesto. Y acá es cuando hay que hablar de las guiñadas a los veteranos, o a los simples estudiosos, porque entre esos pretendientes a Ultraman está el experiente Dan Moroboshi, y su nombre resonará entre los fans de Ultraseven, la más sofisticada de las series Ultra que vimos por estos lados, ya que era el del humano que mutaba en superhéroe.

Son muchos los pequeños detalles que remiten a los orígenes sesenteros de los Ultra, y lo más notable es que ese pasado está plenamente imbricado en la historia. Hay, por ejemplo, un Museo de Ultraman, que sirve de cuartel para la misma Patrulla Científica de siempre, aunque ahora obligada a trabajar en secreto para evitar que la ciudadanía se entere de la reaparición de las amenazas extraterrestres. En el mundo de esta serie, Ultraman es nostalgia –igual que en el nuestro–, pero además es esperanza.

Se trata, entonces, de un relanzamiento que evita el reboot (el arranque de cero), y el mérito proviene de un manga guionado por Eiichi Shimizu, que comenzó a publicarse en 2011. La gráfica, por su parte, es un tipo de 3DCG (en 3D generada por computadora) que emula algunos rasgos de la animación tradicional, como los contornos dibujados, y que le da un aire actual, alejado de la credulidad que reclamaban a los tiernos espectadores las primeras creaciones de Tsuburaya. Es que Ultraman, el animé, está dirigido mayormente a adolescentes –hay una estrella pop que flirtea con Shinhiro, entre otras cosas– pero también sabe cómo enrolar a personas más pequeñas, como éramos nosotros cuando veíamos el original en los 70, y más grandes, como somos ahora.

Ultraman. 13 capítulos de 23 minutos en Netflix. Dirigida por Kenji Kamiyama y Shinji Aramaki. Japón. 2019.

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