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Foto: Magda Bizarro

Recuerdos del pasado: “By Heart”, una poderosa revelación escénica

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Con el último Festival Internacional de Artes Escénicas llegaron varias obras que confirmaron la expectativa previa (Jauría, de Miguel del Arco, Cão sem plumas, de Deborah Colker), y una poderosa revelación escénica: By Heart, el unipersonal del portugués Tiago Rodrigues que agitó las entrañas de lo establecido y trajo consigo la fuerza de su verdad: la necesidad de seguir fortaleciendo la memoria.

Con una simplicidad y carisma descollantes, Rodrigues convoca a diez espectadores para aprender de memoria pequeños fragmentos (que, luego se sabrá, son los versos del Soneto XXX de William Shakespeare). Mientras se los enseña, cuenta la historia de su abuela Cándida, que fue cocinera, vive en un pueblo perdido entre las montañas, y ahora, antes de quedarse ciega, le pide un libro para poder memorizarlo. El avance de esta historia convive con referencias a escritores, personajes y libros que motivan cruces improbables entre el Nobel Boris Pasternak, cuando desafió a Stalin recitando el Soneto XXX en el congreso soviético de escritores; Ray Bradbury, de niño, antes de proyectar Fahrenheit 451; un cocinero portugués; Nadezhda Mandelstam (cuando su marido Osip fue arrestado y prohibido, ella decidió enseñar uno de sus poemas a diez personas, en su cocina, para preservar la memoria del poeta preso); un programa de televisión, George Steiner, Shakespeare. Sin pretensiones ni artificios, By Heart es un auténtico acontecimiento: fluye entre los pliegues de la Historia y se erige en testimonio de lo oculto y silenciado. Consciente de que, a veces, el olvido no es sólo el fracaso de la memoria.

Desde el comienzo, el ensamble de diez espectadores opera como un coro griego que acompaña y atestigua su relato. Y a medida que el actor configura su obra en un mapa de rescate, resuenan los ecos del soneto shakespeareano: “Cuando a sesión de calmo pensamiento / convoco los recuerdos del pasado / la pérdida de antaño es lo que siento / y el tiempo agoto en un pensar gastado; / se arrasa mi ojo, casi siempre enjuto / por amigos sepultos en la noche, / lloro otra vez con revivido luto / de esfumadas visiones el derroche. / Puedo llorar por penas transcurridas / de pena en pena, así, pesadamente, / contar series de penas ya gemidas / por las que ahora pago nuevamente. Pero cuando en ti pienso, buen amigo, / todo lo encuentro y el penar mitigo”. Un murmullo que nos llega y se instala, entre esa galería de palabras y resistencias que pronto encontrarán su cauce.

“Nunca había hecho algo tan explícito”, le admitió el dramaturgo a El País de Madrid, y contó que, cada tres meses viajaba a Tras-Os-Montes a visitar a su abuela, a la que “siempre llevaba una caja con una docena de libros, y recogía los anteriores ya leídos. Mi abuela tenía los estudios básicos, pero era una lectora ávida. Cuando me pidió su último deseo había cumplidos los 93”. En la obra, dice, se propuso reproducir este reto de generar, en directo, el proceso “físico de reproducir lo invisible; la transmisión de lo que sabemos”. Profundizando, así, en la influencia de las palabras, y en esa apuesta a lo autobiográfico que el argentino Carlos Gamerro tan bien ha trabajado, no la historia de lo que nos pasó sino de lo que nos pudo haber pasado. Esta maniobra de memorizar contra la censura, de estampar en la memoria lo que no se puede imprimir en papel, resucita las voces del pasado, y arrastra una densidad particular que no se muere en la repetición.

En el prólogo a Crónicas marcianas, Borges escribía: “¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima?”. Ahora, me pregunto, ¿cómo escribir sobre esta experiencia definitiva e intransferible de By Heart? Una puesta que confirma la función transformadora del arte, y, como tal, ninguna explicación es capaz de contener. Una potencia teatral incendiaria y conmovedora que se revela, mágicamente, como una intimidad perdida, sin eclipsarse en los pliegues del tiempo.

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