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Ernesto Cardenal (archivo, febrero de 2017).

Foto: Inti Ocon, AFP

Poeta en disputa: Ernesto Cardenal (1925-2020)

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Poeta mayor de la lengua española. Monje trapense. Cura sandinista. Enemigo de toda dictadura. Enamorado de su dios y de las muchachas. Traductor. Escultor en piedra y en verso. El domingo 1º de marzo, a los 95 años, murió Ernesto Cardenal. Se lo creía inmortal.

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Apenas se encaminó al Paraíso o a la nada, Ernesto Cardenal no atravesó ningún túnel oscuro ni sintió en las entrañas el golpe de la abducción de las almas. Nada más apagarse, se encontró sentado en un ómnibus. Estaba nervioso, pero el conductor le dijo que se tranquilizara, que ya le avisaría dónde tenía que bajar. Al menos eso pronosticó en el primero de los tres tomos de sus 1.500 páginas de memorias –Vida perdida–, publicado en 1999. Un último viaje a la medida del más terrenal de los místicos.

Lo que él llamaba “Dios” no fue nunca una entidad abstracta y lejana, sino un amante en el sentido en que siglos atrás lo habían entendido los también poetas San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús (su entrega final al sacerdocio está relatada en Vida en el amor, de 1970, con palabras que no difieren demasiado del placer sexual). Novio primero, esposo después, la divinidad se disputaba –en la imaginación de Cardenal– el amor de ese joven enamoradizo que por años no supo si entregarse a “Él” o a la belleza de las mujeres: “Dios me perseguía a mí, y yo perseguía a las muchachas”. Con el tiempo, dice en Vida perdida, entendió que quizás el sacerdocio pudo haber sido un error, pero que sin esa equivocación del celibato nunca se habría convertido en revolucionario, “sino en un burgués”. Así que luego de su otra revelación, la política, ocurrida en un viaje a La Habana, fue natural que mezclara amor, religión y compromiso, y que se convirtiera en una figura central de esa “opción preferencial por los pobres” que fue la Teología de la Liberación.

Cardenal había nacido el 20 de enero de 1925 en Granada (Nicaragua), como parte de una de las familias más tradicionales del país. No se perdía ninguna de las fiestas de los jóvenes de la elite ni se ahorraba ninguna de las diversiones de moda, desde ir a las carreras de caballos hasta conducir a velocidad de vértigo los automóviles más caros. Pero era sólo una máscara. En verdad, estaba buscando el ideal de muchacha para concretar la pulsión nupcial que lo habitaba. En esa búsqueda encontró algunos amores intensos y otros pasajeros, pero sobre todo encontró la expresión poética que, con los años, sería la parte más popular de su obra, los epigramas, aunque su mayor espesor poético lo alcanzaría mediante formas más extensas, en poemarios como Oración por Marilyn Monroe y otros poemas, de 1965, y Cántico cósmico, de 1989.

Aquellos versos breves, reunidos en el libro Epigramas (1961), en su pluma se volvieron una forma eficaz y bella para expresar el amor juvenil y el rencor naíf que le acompaña cuando no es correspondido, o cuando se frustra demasiado pronto. Reflejan también la bitácora de una lucha. Si en alguno de sus intentos estaba a punto de dar el paso al matrimonio, se entrometía su dios. Le pedía entonces señales, como un místico demente, y encontraba lo que quería encontrar, por lo que el noviazgo se rompía inevitablemente y Cardenal se acercaba cada vez más a la vida religiosa. Por algo al ir a Estados Unidos para sumarse a un monasterio trapense, escribió a su familia que el trayecto “fue como un viaje de bodas”.

Integrado luego al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), se convirtió en ministro de Cultura cuando la revolución triunfante derrocó en 1979 a Anastasio Somoza (pariente de Cardenal y pariente, a la vez, de una de sus enamoradas de juventud). En 1983, en la tensa visita del papa Juan Pablo II a Nicaragua, recibió la amonestación pública del pontífice. Desde entonces, su relación con la iglesia oficial fue la de un cura disidente, y recién se reconciliaron en 2019, cuando el papa Francisco le levantó la grave sanción que le impedía ejercer el sacerdocio. Entretanto, acosados por una guerra de agresión financiada por Estados Unidos, los sandinistas habían perdido las elecciones de 1990 a manos de una coalición de centroderecha (en el tomo 3 de sus memorias reconoce ese momento como la noche más amarga de su vida). Una década después, Cardenal se aleja del FSLN (aunque no del sandinismo, dijo) por diferencias con el comandante Daniel Ortega. La fractura entre Cardenal y el orteguismo se hizo cada vez más profunda. El sacerdote poeta apoyó las protestas antiorteguistas de abril de 2018 y denunció los excesos del gobierno.

La tensión se reavivó el mismo día de su funeral. Aunque Ortega decretó tres jornadas de duelo nacional, la misa de cuerpo presente en la Catedral de Managua fue escenario de gritos e insultos de militantes del FSLN contra allegados del difunto (y alguna golpiza fuera del recinto). Unos reivindicaban al Cardenal rojinegro, y llenaban las redes sociales de fotos del ex ministro con Fidel Castro o con el propio Ortega de los primeros tiempos. Otros anteponían al Cardenal azul y blanco del final, y fue con esa bandera que cubrieron su ataúd. No era la disputa por un cuerpo inerte, sino por un legado. Por primera vez ajeno a su tiempo, el poeta, acomodado en el ómnibus del galgo, iba camino a la incógnita.

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