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Antonio Grompone, en el Instituto de Profesores Artigas.

Foto: Federico Gutiérrez

Gigantes en las paredes: variaciones sobre el arte mural, la arquitectura como lienzo y la paleta de la ciudad

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Leído por Andrés Alba.
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Una carta remitida por el Instituto de Historia (IH) de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) disparó en las últimas semanas una polémica alrededor de la apropiación del espacio público, en este caso en forma de pinturas murales instaladas sobre superficies arquitectónicas. La pieza que detonó la discusión y motivó la intervención pública del IH fue un mural firmado por GallinoArt que muestra el rostro sonriente de Antonio Grompone, primer director del Instituto de Profesores Artigas (IPA), estampado en la fachada lateral de su sede por encargo nada menos que de la Administración Nacional de Enseñanza Pública (ANEP). El retrato gigante “perpetrado”, según el IH, sobre un edificio de alto valor arquitectónico, desnuda el desconocimiento que la población en general tiene de la riqueza de la arquitectura moderna, más austera y racional que muchas que la precedieron, y expone la necesidad de discutir los criterios estéticos que se siguen para actuar sobre la piel de la ciudad.

Pero este mural no era el primero de José Gallino. Sus trabajos se multiplican incesantemente en una serie que intenta, siempre según la carta del IH, “homenajear a algunas figuras de la cultura uruguaya con un criterio que combina el impacto de la escala con la apelación a la mímesis y el efecto ilusorio asociado a ella”. Para el Instituto, “el intento de animar y colmar los muros blancos” tiene “polémicos resultados” y, peor aún, expone una “debilidad teórica: denota el desconocimiento absoluto de los valores de este edificio singular y la incomprensión de los criterios proyectuales que presiden toda obra de arquitectura”.

El edificio en el que funciona el IPA, proyectado por el estudio De los Campos, Puente, Tournier en 1937, es “una excelente pieza” que, a criterio del instituto, “es ignorada y violentada por completo”. El mural, además, “instala la idea de que la arquitectura es un soporte artístico en potencia, una suerte de esqueleto en espera de vestimenta. Una hipótesis que reduce lo edilicio a un nivel elemental y desconoce su dimensión plástica o estética. Un verdadero malentendido, que ignora la apuesta integral de la arquitectura y su capacidad de asociar ‘lo bello y lo útil’ en un mismo gesto”.

Tanto la carta como el muralismo se volvieron tema de conversación en las redes sociales. “Una gran virtud del comunicado es haber puesto el tema en la calle, haber abierto el debate, haberlo puesto en el tapete, porque es algo que hay que empezar a discutir. Y está faltando mucha discusión, en general”, dice la arquitecta Laura Alemán, profesora agregada del IH, a la diaria. “Estas denuncias, estas declaraciones, son parte del trabajo de extensión que la Universidad tiene que hacer: educar, informar, aclarar”.

Jackson y Chaná.

Sobre el tono más bien sarcástico del texto, dice que “no fue deliberado. Fue una consecuencia del tono de la carta, que es un tono firme, que tiene cierta ironía. No hay ninguna intención de virulencia deliberada, simplemente tenemos no sólo el derecho sino el deber de pronunciarnos sobre estas cosas. Con firmeza y sin tener miedo a las consecuencias, porque de lo contrario uno cae en actitudes condescendientes, demagógicas, de decir lo que todo el mundo quiere escuchar. La labor de quien educa tiene que ser otra: afirmar las cuestiones en las que hay cierta convicción. En este caso, la convicción mayor es que la arquitectura moderna del Uruguay tiene mucho valor, que la sede del IPA en particular tiene mucho valor, y que la intervención que se hizo es, por lo menos, impertinente o inadecuada”.

La cuestión arquitectónica

“La arquitectura como tal no tiene una presencia en el imaginario cultural como lo tienen disciplinas como la pintura, la literatura o la música”, explica Alemán. “La arquitectura no está en el museo, no tiene esa aureola sacrosanta que tienen las pinturas. Está en la calle, y se suma el hecho de que no tiene una inserción clara, que no se ve como parte de la cultura, y que al estar en el espacio público cualquiera se ve con el derecho de alterarla, de agredirla”.

Con la arquitectura del siglo XX, o arquitectura moderna, el asunto se agrava. “Cuenta todavía con menos aprecio popular porque es más difícil de comprender, porque tiene códigos diferentes, porque en general carece de ornamentación. Si el mural de Gallino se hubiera hecho en el teatro Solís o en la fachada del Cabildo, las cosas hubieran sido muy distintas, porque son edificios que tienen otra convalidación cultural; generan otro respeto. La sede del IPA es un edificio precioso, realizado por uno de los mejores estudios de arquitectura del Uruguay, pero he escuchado a gente decir que esa fachada lateral es una sábana blanca, es una medianera. Y es una fachada”.

Eduardo Mateo en Jackson y Chaná.

Para William Rey, director de la Comisión de Patrimonio del Ministerio de Educación y Cultura, “la relación entre las artes visuales y la arquitectura tiene larga data y tiene encuentros excepcionales a través de la historia. Incluso en nuestro país, si pensamos en todo el aporte torresgarciano a la arquitectura, en la cual se hace una sinergia enorme y cada una de las partes integradas dan más que cada una de las partes aisladas. Esta relación es posible y muchas veces necesaria. Pero en general prefiero aquellas manifestaciones de las artes visuales en la arquitectura cuando son resultado de una mirada de conjunto. En esta mirada de conjunto es fundamental la participación del arquitecto”.

“En la medida que haya una buena ponderación de esto, puede agregarse valor. Si esa pintura se ubica de manera indiscriminada y a decisión del pintor, vamos por mal camino. Lo que tenemos que hacer es pensar muy bien cómo hacerlo. No estoy descartando para nada la posibilidad de integrar obra artística a la obra arquitectónica, pero, repito, es una tarea de pensamiento, de reflexión, y tratando siempre de que la arquitectura gane en valor”. Sin embargo, entiende que sería difícil construir una norma común, por lo que habría que analizar cada caso. “Se requiere un equipo que evalúe, que valore. Que diga ‘esto aquí no, esto aquí sí’”.

El arquitecto Martín Delgado, director de la división de Espacios Públicos y Edificaciones (EPE) de la Intendencia de Montevideo, dice que los trabajos de este tipo que se realizan sobre edificios de propiedad departamental, “se evalúan con la ayuda de EPE”. En cuanto al mural del IPA, asegura que “si hubiera pasado del lado de la Intendencia, lo hubiéramos revisado”.

“Nos parece que esta discusión que se está dando es buenísima. La celebramos, y queremos discutir el tema de qué es patrimonio. Es una discusión que es cultural y política, porque patrimonio no son las piedras, sino el valor que les damos. Y en estos años de pandemia, en que el espacio público jugó un rol tan importante, la intervención cultural y el arte callejero en el espacio público nos parece muy importante. Que haya arte callejero habla de una ciudad viva y una cultura inquieta. Cuando la cultura es inquieta hay opiniones distintas, y nosotros estamos dispuestos a discutir y participar de esa conversación”, agrega.

Viki Style, en Guayabos y Carlos Roxlo.

La cuestión pictórica

María Noel Silvera, conocida como NoeCor, es pintora muralista. En marzo, su propuesta fue elegida entre más de cincuenta para intervenir artísticamente el muro ubicado en la explanada Ángel Curotto del teatro Solís. En el fallo se destacó que la pieza era “visualmente contundente” y que dialogaba con el entorno. “Sus características ofrecen una presencia que convive y comunica un mensaje claro a través del lenguaje del muralismo. Asimismo, refleja la diversidad cultural de nuestro país y atraviesa las distintas generaciones de artistas uruguayas”, decía, aludiendo al objetivo de la convocatoria, hecha en el marco del Mes de la Mujer.

“Comparto al 200% que tiene que existir un diálogo entre la arquitectura y la pintura mural, así como también tiene que haber diálogo con quienes habitan esos espacios. Pero no estoy de acuerdo con que haga bien hablar en un tono tan general”, dice Silvera sobre la carta del IH. Cree que ni toda arquitectura aporta valor estético, ni toda intervención urbana tiene valor artístico. “Hubiera sido más valioso ese texto si se planteara únicamente como una opinión sobre un caso particular, y no como algo que se pueda transpolar a todos los casos”.

“Comparar a la arquitectura en general con un cuadro de Miguel Ángel es absurdo. Basta ver la cantidad de edificios ‘caja de zapatos’ que se construyen todos los días. Y proponer que la arquitectura no es un lienzo también es un absoluto errado. Puedo nombrar mil casos en los que la pintura trabajó en conjunto con la arquitectura, que sí sirvió de lienzo y con total éxito. Si hay algo ‘gravísimo’, no es que alguien pinte y quiera homenajear a gente que de alguna forma u otra es referente, sino la falta de diálogo de todas y todos para pensar la ciudad en la que queremos vivir”.

Sobre qué iniciativas públicas favorecerían esta clase de expresiones, menciona la generación de plataformas “que unan instituciones o personas que necesiten murales con artistas que los pintan”, el apoyo a artistas “con más fondos para su formación, generación de obra y difusión”, la educación “sobre el inmenso potencial del arte como herramienta para comunicar, modificar espacios y mejorar la convivencia”, y la generación de “espacios de debate en donde podamos hablar sobre qué clase de ciudad queremos, poniendo a todos los pesos pesados sobre la mesa”. Eso incluiría hablar de temas como “publicidades monstruosas y marquesinas que tapan arquitecturas patrimoniales”.

José Enrique Rodó, del muralista Alfalfa, en Andes y Canelones.

Alemán no está de acuerdo con las observaciones sobre el “tono tan general” de la carta pública. “Hay una cantidad de murales de Gallino en la ciudad, que, más allá de gustos, están generando una especie de saturación visual. Lo digo desde el punto de vista personal. Sin embargo, no nos pronunciamos contra eso porque no tenemos autoridad ni legitimidad para hacerlo en términos generales. Si alguien está pintando las medianeras, está en el marco de lo posible. Ahora, cuando hay una agresión a un edificio público y patrimonial, es decir, que es de todos, y que todos hemos valorado como un bien preciado para la sociedad, y quien está detrás es nada menos que la ANEP, se suman diferentes grados de gravedad. Por eso es muy diferente”.

El sociólogo Ricardo Klein también tiene opinión sobre el asunto. “La creación y presencia de murales le otorga nuevas fisonomías al hábitat cotidiano de la ciudad y sus habitantes, y esto es muy importante. Asimismo, se trata de una práctica artísticocultural que remite a la idea de que ‘la ciudad es de todos’, y confluye en el concepto del derecho a la ciudad. Tengamos en cuenta que toda ciudad está en constante tensión porque se trata de algo que está vivo, y desde la mirada de una ciudad más humana creo que es muy valioso que se haga arte urbano”.

La cuestión cromática

“Hay cierto lugar común que dice que Montevideo es gris y, además, que está mal que sea gris. Como si el gris fuera mala palabra”, dice Alemán. “París es una ciudad gris y es una de las más lindas del mundo. Montevideo tiene su propia identidad, que se construye en el tiempo; no somos el Pelourinho de Bahía (en Brasil), somos Montevideo, con todo lo bueno y lo malo que eso tiene. Nadie va a venir a instalar un régimen autoritario para que todo tenga que estar gris o blanco, porque eso sería terrible. Pero el color se está convirtiendo en una especie de imposición. Deja de ser una expresión libre, casual o accidental, y se transforma en un ‘deber ser’. Tiene que haber color. Tiene que haber verde por todos lados”.

Sobre esta cuestión de “Montevideo, ciudad gris”, Silvera piensa algo parecido. “Esa frase tiene una connotación negativa que no comparto. Uruguay no es un país con cultura de colores brillantes y dudo que lo sea en algún momento, y eso está bien. Me hace ruido usar la palabra ‘gris’ como sinónimo de aburrido o sin gracia. Creo que hay mucho para ver en la ciudad, y dentro de los murales, que es mi tema, cada día veo cosas nuevas y de gran calidad. Así que, ¿es gris? Sí. ¿Es malo eso? No necesariamente”.

Eduardo Galeano, del muralista Cobre, en Sarandí y Colón.

Klein suma otro aspecto: “La idea de ser una ciudad gris no deviene simplemente por la ausencia o presencia de color en Montevideo. Si uno lee, por ejemplo, a Onetti, hay una idea de ciudad en la que está presente ese gris persistente, y jamás habla de arte urbano. Es decir, dentro de los imaginarios posibles que pueden asociarse a Montevideo como ciudad está, precisamente, la idea de la ciudad gris”. Y agrega que “este argumento no sólo parte de los artistas urbanos; hay una ciudadanía, así como instituciones, que también están de acuerdo con esta idea”.

La cuestión académica

Finalmente, Alemán habla de la distancia entre la posición académica, expresada en la carta, y la opinión popular. “Siempre ha habido una distancia entre los argumentos de la academia y el gusto masivo. No se trata simplemente de un gusto, o un tema personal: hay un tema de educación. La academia, la FADU en este caso, tiene argumentos para decir por qué la sede del IPA es un edificio que debe ser respetado”.

“Esa distancia es difícil y es dolorosa, porque hay acusaciones de elitismo, de que hablamos desde una torre de marfil, y yo no creo que sea así. Creo que el deber de la academia es educar y dar argumentos. Después la gente los tomará o no los tomará, pero no hay que ser complaciente, sino que hay que dar argumentos. Por supuesto que las cosas se dirimen en un plano democrático: nadie va a imponer nada. Simplemente tenés que dar criterios, argumentos, y ayudar a proteger las obras que son valiosas por una convalidación que no solamente es académica, sino que muchas veces también es popular”.

Carlos Páez Vilaró, en Guayabos y Vázquez.

En un mundo en el que no todos pueden acceder a la universidad, dice, “hay diferencias entre los que pueden estudiar y los que no, los que tienen ciertos argumentos racionales y los que no. Eso genera resentimiento, es inevitable. Genera distancias sociales, distancias económicas, y lamentablemente es parte del mundo capitalista. Eso no lo vamos a resolver nosotros. Quizás por eso a veces la voz de quienes se dedican a una materia específica puede ser oída con cierto resentimiento”, como pasó a veces con los médicos durante la pandemia. “Así como cuando hay un tema de salud hay que escuchar a los que saben, cuando hay un tema de arquitectura es lo mismo. Tenemos que escuchar a la gente que está formada en eso. Cuando quiero entender la obra de James Joyce, acudo a alguien que sabe de literatura. Hay que tener un poco de respeto por quienes se formaron en determinada disciplina y tienen algo para decir”.

En esta nota falta, como es notorio, la voz de José Gallino. Pero no se debe a un intento de eludirla, sino a que su trabajo ha tomado una dimensión que le exige atender diversos compromisos, incluso en el exterior, y no estaba disponible.

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