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Fermín Hontou, Ombú, en su casa, el 13 de diciembre de 2017.

Foto: Ricardo Antúnez, adhocFOTOS

El hojo en la página

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Fermín Hontou (1956-2022)

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Leído por Mathías Buela.
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Fermín Hontou, alias Ombú (o viceversa), parecía destinado a las fechas difíciles de olvidar. Había nacido en Montevideo el 11 de setiembre de 1956 y falleció el jueves 25 de agosto en la misma ciudad.

Si su mano derecha está en la enciclopedia de las artes plásticas uruguayas desde hace rato, uno de sus dedos, el índice de esa mano en particular, está en la crónica de la resistencia democrática. En julio de 1982, como le confesó a Cuque Sclavo, usó su propia anatomía como modelo para el logo de El Dedo, una revista que cuestionó, desde el humor, la dictadura que había surgido en 1973 y que estaba entrando en su tramo final pero que aún tenía la mandíbula firme.

Un año antes sus trazos ya habían sido impresos en la prensa opositora. En el semanario Opción, del entonces proscrito Partido Demócrata Cristiano, comenzó a dibujar a su personaje El Manicero, con textos de Carlos Di Lorenzo. Si Eugène Ionesco había fustigado al fascismo desde el teatro del absurdo con su pieza El rinoceronte (1956), la dupla Ombú-Dilo no se quedó atrás y también apeló a ese animal acorazado, junto con carpinchos, elefantes y teros, para interactuar con ese extraño vendedor de esquina que nunca vendió un solo maní. Primero en páginas interiores, pronto pasó a la contratapa, donde los lectores comenzaron a verlo como una suerte de editorial gráfico.

Es que más allá de su mano, e incluso de su dedo, la parte más importante de su cuerpo era el hojo. Así, con hache. Porque la mirada del dibujante está siempre en el terreno de la “incorrección”. Así fue que, recuperada la democracia, y tras un pasaje del manicero por las páginas de La Hora, comenzó su espacio semanal en el semanario Brecha, al que llamó “Hojo de Ombú” y que era, en efecto, potente dibujo de opinión. Sin renunciar nunca a la contaminación y el diálogo permanente con los maestros, desde Picasso a Goya, pasando por Hermenegildo Sábat, tres de sus admirados. En ese “periodismo plástico” se reflejaban sus estudios con Julio Alpuy o Guillermo Fernández, que coexistían en su bagaje con sus meses de “armador en frío” en los Cuadernos de Marcha de la etapa mexicana de Carlos Quijano. Esas vertientes múltiples están, también, en sus retratos psicológicos de figuras literarias, que no temen lidiar con la oscuridad, realizadas para El País Cultural, o en sus trabajos para el exterior (desde la edición italiana de la revista Playboy hasta Le Monde de Francia).

Su interpretación gráfica del cuento “Rodríguez”, de Paco Espínola, fue “modélica en el tratamiento de un texto literario desde la ribera de la plástica”, según el crítico Hugo García Robles. La obra, con dibujo de Ombú y textos de Carlos Di Lorenzo, apareció en 11 páginas de la edición especial de El Dedo dedicada a la historieta (enero de 1983). La misma dupla venía de publicar en Patatín y Patatán, en 1981 y 1982, “Las aventuras de Juan el Zorro”, a partir de los cuentos de Serafín J García, luego recogidas en libro por Hum en setiembre del año pasado.

Esos registros, tanto la caricatura editorial como el retrato psicológico de figuras nacionales o extranjeras (este año, al aparecer en marzo Le Monde diplomatique Uruguay, ilustró sus contratapas en varias ediciones), la adaptación literaria, o la cuerda del erotismo que cultivaba desde 1982 y exhibió en 2016 en su muestra De la grey que aspira a ser oscura, vuelven a Ombú uno de los nombres más personales de nuestras artes visuales. Querido en profundidad por sus colegas en todas las redacciones que habitó, ahora su fantasma seguirá siendo el azote de cualquier forma de inteligencia artificial: “La mano humana es insustituible”, decía. Ha muerto Fermín Hontou. Queda Ombú. “Mi nombre de guerra como dibujante”, le llamaba.

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