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La sociedad de la nieve.

La Sociedad de la nieve, sobre los rugbistas uruguayos en Los Andes, se estrenó en Venecia

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Comentario de la película de nuestra corresponsal en el festival.

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Había bastante expectación por ver cómo el español J. Bayona trataba la bien conocida tragedia aérea de Los Andes. Existían ya dos versiones del accidente aéreo que en 1972 dejó a 45 personas en medio de la nieve y de la nada, forzados a sobrevivir durante 72 días olvidados del mundo y tal vez de Dios. La del mexicano René Cardona, Supervivientes de Los Andes (1976), era una serie B que no negaba su toque trash ni su explotación del morbo. En ese sentido era muchísimo más interesante que la lamentable espectacularización que hizo Hollywood, nada menos que Ethan Hawke en el rol del superviviente Nando Parrado, en la inmoral Viven (1993), de Frank Marshall.

En La sociedad de la nieve, basada en la novela de igual nombre de Pablo Vierci, J. Bayona rehuye tanto de los elementos escabrosos de la supervivencia como del show hollywoodense superficial. Por eso su película –la única realizada sólo con actores uruguayos y argentinos- se sumerge en esos 72 días a través de una muy trabajada creación de atmósferas y de microcosmos.

Consigue Bayona que el pulso por la supervivencia rodeada de derrotas y de caídas, que esa montaña rusa emocional se viva como suspendida en el tiempo. Y que ahí, en ese limbo en el que sólo están los imprescindibles excursos de la búsqueda de contacto con la civilización, se respire de manera orgánica lo que es la esencia de ese drama colectivo: la convivencia continuada con la muerte, que se va extendiendo.

En cuanto a la comunión de la carne como sustento, Bayona evita ser demasiado explícito. Porque en ese mundo aparte sentimos que La sociedad de la nieve no se funde como la superficialidad de un survival, sino que trabaja sus materiales dramáticos en la hondura de ese agonismo, de esas inmersiones o salidas a flote que habitan y construyen la máxima honestidad de esta película, concebida como un tiempo detenido, que de pronto fluye del silencio a las sístoles y diástoles de la trascendencia, cuando sabés que vas a vivir lo que te reste no sólo por tí sino por los que has tenido que dejar atrás. En la suspensión de ese limbo, devino un cine de gran planta, noble.

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