En 2023 la filóloga y gestora cultural Irene Pardo fue designada directora del Festival Internacional de Teatro Clásico que tiene lugar en la ciudad de Almagro, en España. En octubre estuvo realizando varias actividades en Montevideo. “Uruguay, hoy por hoy, es el enlace cultural en Latinoamérica del teatro clásico con España”, afirma.
El festival de la ciudad manchega de Almagro es referencia internacional en el teatro del Siglo de Oro. La española Irene Pardo será su directora artística hasta 2028 y estuvo en Montevideo para compartir sus proyectos; entre otras cosas, se acercó a la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (EMAD) para vigorizar el vínculo que conecta el teatro de nuestro país con el del suyo.
El vínculo institucional local con el evento teatral que se realiza en Almagro tiene antecedentes. Por caso, Uruguay fue el país invitado en la edición 2022 del festival. Eso fue antes de que Irene Pardo asumiera la dirección, aunque ya conocía a Gustavo Zidán, director de la sala Verdi e inquieto animador de nuestra escena. “Es una persona que viaja por todo el mundo y que tiene una relación muy estrecha con España. Asiste a ferias y eventos en los que nos fuimos encontrando y conociendo. Recuerdo perfectamente que fue en el Festival de Mueca, un poquito antes de empezar la edición del festival que yo estrenaba, cuando empezamos a hablar”, afirma la directora.
“Yo le conté de esta vocación de seguir con la idea de la internacionalización del festival”, prosigue. “Pero la idea de internacionalización que al menos este equipo quiere poner en marcha no tiene que ver sólo con la compraventa de espectáculos, sino con generar relaciones sólidas que se mantengan en el tiempo”.
Con esa idea, Zidán contactó a Pardo con Laura Pouso, actual directora de la EMAD. “Tuvimos un primer zoom y ahí encontramos también un punto de conexión muy fuerte. Tanto, que al proyecto le hemos llamado Conexión Escénica Margarita Xirgu. Porque Xirgu es la persona que une, a través del clásico, Uruguay y España”, afirma Pardo.
En octubre Pardo brindó un taller en la EMAD sobre cómo hacer dramaturgias contemporáneas a partir de textos del Siglo de Oro. “Ha venido Paula Rodríguez, que es una directora y actriz especialista. Y dimos una charla sobre el festival. De modo que es ahí como de repente se van materializando los sueños”, sostiene la española.
El festival tiene casi 50 años y en el origen estuvo la intención de vincular el mundo académico con el de la práctica teatral. Luego se fue construyendo un entramado institucional importante.
Claro, en 1978 se organizan unas jornadas de teatro clásico en Almagro. Esto tiene que ver con que en Almagro está el corral de comedias más antiguo y con la actividad más continuada a lo largo de la historia. Pero en el marco de la dictadura, el teatro clásico se había estudiado de una determinada manera, con unos valores muy nacionalistas y muy vinculados al poder, por lo que en la salida de la dictadura y durante la transición hay un movimiento teatral de rechazo, que es lo que sucede obviamente en estos ciclos sociales, políticos, ideológicos y teatrales. Y se trató de generar un debate maduro y convivencial de puntos de encuentro en lugar de puntos de distancia.
Ahí la idea fue que la academia, en donde estaba depositado el legado del Siglo de Oro, se uniera a la escena. Porque obviamente en esta mixtura es donde se iban a producir las buenas interpretaciones del teatro clásico. Esto se hace en Almagro y funciona muy bien. Al año siguiente hay alguna función más, al siguiente más.
Luego sucede que en los años 80 se crea la Compañía Nacional de Teatro Clásico, se crea el Museo Nacional de Teatro que se instala en Almagro. En 1996 se inaugura la segunda sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico también en Almagro. Como que todos los astros se van alineando. Tenemos el Corral de Comedias, tenemos el Hospital de San Juan, que ahora se llama Teatro Alfonso Marsillach. Y Almagro es una ciudad maravillosa, con una plaza espectacular, llena de casas señoriales y con una arquitectura absolutamente bien conservada. Yo siempre digo que entrar en Almagro es como pisar el Siglo de Oro.
En general hablamos de un clásico cuando puede dialogar con otros momentos sociales e históricos. Fuenteovejuna, por ejemplo, que recientemente hizo la Comedia Nacional, tuvo una lectura con otros énfasis cuando la hizo El Galpón en los años 60. ¿Cuál es tu enfoque al respecto?
Es que lo has dicho: un clásico es clásico porque puede dialogar con todo su futuro. De hecho, no somos conscientes porque somos seres finitos, pero la historia se está escribiendo ahora, pero hay autores ya hoy que serán clásicos en el futuro. A mí esa es una idea que me sobrecoge mucho, y también que me llena de responsabilidad, porque cada decisión que se toma en el festival tiene la responsabilidad de estar escribiendo la historia del teatro. Y ese es el planteamiento que estamos haciendo, porque Almagro no es un festival del pasado, Almagro es un festival del futuro.
Yo no soy nada contraria a una visión más fiel a la creación original, pero me fascinan las miradas del siglo XXI sobre las obras del siglo XVI, y que eso suceda es extraordinario. Y por eso son clásicos. Porque la Fuenteovejuna que se hizo en El Galpón dialogaba con su contexto histórico, ideológico y político en ese momento, y representaba un deseo de comunicarse de una manera. La Fuenteovejuna de Xavier Albertí dialoga desde otro sitio.
Algo bueno que está pasando en España, y creo que también en Uruguay, es la fuerte inspiración de la generación joven en los clásicos. En España salen miles de chicos y chicas de las escuelas con unos deseos irrefrenables de subirse en un escenario. Tienen 18, 19 años, ¡es muy difícil que hagan autoficción!, pero sí se sienten inspirados por los grandes dramas del teatro clásico. Y en España hay mucha tradición del teatro del Siglo de Oro. Calderón es el sumun de la reflexión acerca del ser y del estar en el mundo, algo que es universal.
Y luego hay otros temas que están interpelando mucho la creación emergente, como el tema de las mujeres, que es otro de los puntos capitales de esta dirección. No sólo la recuperación de autoras del Siglo de Oro, sino hacer esa bisagra entre los siglos XVI y XVII y el siglo XXI. Las mujeres creadoras de ahora están fijándose en textos con parlamentos que hoy vemos como feministas. Sor Juana Inés de la Cruz tiene ese texto increíble que acusa a los hombres de cortar las alas de las mujeres. O esa defensa de santa Teresa de dejar a las mujeres cultivarse. Hay textos extraordinarios. Ese personaje de Marcela del Quijote, escrito por Cervantes, que también es un alegato tremendamente feminista. Leticia Dolera es una directora española de cine y televisión que ahora se ha puesto a hacer teatro y ha hecho Marcela, con actuación de Celia Freijeiro. Después de una función buenísima terminó con la pregunta al público “si vieran ahora una manada de hombres corriendo detrás de una chica, ¿qué creen que pasaría?”. Y la respuesta es la misma de hace 400 años, el público contesta que seguramente van a violarla. Son muy contemporáneos esos textos en ese sentido.
Es verdad que los clásicos necesitan un contexto educativo. José Sanchís Sinisterra, que es un gran amigo, siempre nombra a Walter Benjamin diciendo que hay que pasar el cepillo de la historia a contrapelo, y yo quiero pasar por los clásicos el cepillo de la historia a contrapelo. Con el respeto infinito que se merecen esos textos, porque son de una belleza enorme, pero con la tranquilidad de hacerlo desde hoy y desde muchas miradas. Porque ¿quién ha contado la historia? ¿Quién ha decidido visibilizar unos textos frente a otros? ¿Visibilizar los autores frente a las autoras? Pues la academia heteropatriarcal. Y creo que eso afortunadamente lo vamos revirtiendo un poco.
Y, además, vamos teniendo más información. Viniendo en el Buquebus vi un documental que se llama La sin sombrero [de Tania Ballo, Manuel Jiménez Núñez y Serrana Torres], que recomiendo. Las sin sombrero son todas las mujeres de la generación del 27 que fueron absolutamente tapadas por sus propios compañeros, que hasta les copiaron. Maruja Mallo, María Zambrano, filósofas, escritoras, pintoras, novelistas, poetas maravillosas que estaban a la par que los hombres de la generación del 27, como le pasaría a Margarita Xirgu, y han pasado sin pena ni gloria. Entonces, bueno, ya toca.
La perspectiva de género, justamente, es una de las líneas de trabajo del proyecto con el que fuiste elegida directora del festival. ¿Qué otras líneas tiene ese proyecto?
Que sea un festival inmersivo y experiencial, porque creo profundamente que la cultura pasa por la participación activa. Y tomar la cultura como un derecho fundamental. Que sea un festival lo más accesible posible, a nivel de barreras arquitectónicas, para que personas con discapacidad puedan acceder a las funciones, pero no sólo para que puedan asistir a las obras. Este año, por ejemplo, hemos hecho un proyecto precioso que se llama “Acaricia un verso”, que involucra al braille: leer en braille es acariciar un verso. Hicimos un paseo táctil por el corral. Las personas que querían, con baja visibilidad o no, se ponían un antifaz y recorrían el Corral de Comedias. Y es una experiencia difícil, pero fue maravillosa, porque, entre otras cosas, convirtió a las personas con discapacidad visual en personas más ágiles que quienes sí pueden ver. También nos llevamos las máquinas Perkins de transcripción del braille y las personas ciegas transcribieron poemas y leyeron poemas en braille.
Son piezas que componen el puzle del festival. Y es tan importante eso como el estreno de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. O hemos hecho un programa de mediación cultural con las mujeres encajeras de Almagro, y han pasado de estar casi 50 años siendo espectadoras del festival a ponerse de protagonistas en un escenario en la Plaza Mayor, y eso provocó una simbiosis enorme entre el festival y el pueblo de Almagro.
Respecto al verso clásico, hace algunos años estuvo Eduardo Vasco en Montevideo con La estrella de Sevilla y El alcalde de Zalamea, y señalaba la importancia de cierto período de aclimatación para poder disfrutar la experiencia, y que los autores eran conscientes de eso. Después, sí, el verso empieza a fluir en la platea. A veces perdemos la perspectiva de que es natural tener ese tiempo al inicio y la experiencia se frustra.
Eso es lo que siempre decimos las enamoradas del verso y del teatro clásico, es un ejercicio militante, requiere una concentración. Aunque también hay que tener cuidado con eso, porque cualquier persona, da igual que sea del barrio tal o profesor de una universidad, puede disfrutar de la misma manera, cada uno en función de sus capacidades y sus deseos. Pero sí es verdad que hay un ritual. Es ese ritual de sentarte y que se te haga el oído. Que se te haga el oído al verso y a un lenguaje de hace 400 años tremendamente más rico que el que tenemos ahora y con palabras que probablemente no conozcas o giros que probablemente no conozcas porque se han dejado de usar.
Pero de repente empiezas a cabalgar el verso. Esos primeros cinco minutos que estás como subido en el caballo estás un poco torpe, y empieza la primera jornada y vas trotando y en la tercera jornada ya terminás cabalgando y, claro, esa sensación es maravillosa. Porque estás conectado con lo que está pasando en el escenario de manera orgánica, sonora, intelectual, emocional, visual. Pero eso es tan maravilloso, desde mi punto de vista, como ver una obra contemporánea inspirada en el teatro clásico, son diferentes sensaciones. Eduardo Vasco es una persona que ha hecho mucho por el teatro.
Y sucede otra cosa fascinante: el teatro del Siglo de Oro se piensa en la representación desde el minuto número uno. ¿Y por qué empieza una jornada casi explicando la jornada anterior? Porque el jaleo que había en el corral lo obligaba.
Era un teatro popular.
¡Claro! ¡Teatro popular! Y eso obligaba a empezar cada jornada diciendo “¿se acuerdan de que hemos terminado en la jornada anterior así?”. Porque aquello era... entre las cazuelas con las mujeres, los mosqueteros en el patio de butacas, los reyes vete tú a saber lo que estaban haciendo en los aposentos... Aquello debía de ser el fiestón. Eso es teatro popular. Y con este programa de mediación que hicimos con las mujeres me dijeron en una entrevista: “Has bajado el clásico a lo popular”. Y yo dije: “No, no, no, he subido lo popular a nivel del clásico”. Yo no sé por qué se le tiene tanto miedo a la palabra pueblo. Bueno, sí lo sé.
¿Qué perspectivas abiertas quedan a partir de este vínculo con Montevideo?
El deseo principal es que esto sea una relación continuada que se vaya construyendo en función de los deseos compartidos. Se trata de que orgánicamente, como está sucediendo, entendamos que, bajo mi punto de vista, Uruguay, hoy por hoy, es el enlace cultural en Latinoamérica del teatro clásico con España. Lo creo firmemente y creo que ambas administraciones, tanto la española como la uruguaya, tienen que darse cuenta del potencial social, humano y cultural que hay en este vínculo, y que se debe fortalecer.