Cultura Ingresá
Cultura

Frankenstein o el nuevo Edipo: el clásico de Mary Shelley por Guillermo del Toro

7 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

La adaptación de la novela fundacional de la ciencia ficción mantiene la línea fundacional, pero desplaza algunos problemas.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

De las más de 120 películas y series que llevan en su título el nombre “Frankenstein”, sólo un puñado parecen interesadas por la idea del libro en el que nació la Criatura.

La primera, un corto de 13 minutos producido por Edison y realizado por J Searle Dawley, tenía como destino el kinetoscopio, un visor individual de películas. La película de Searle Dawley resume, con la mayor justicia que permite su escasa duración, los asuntos de la novela –la responsabilidad del científico, la arrogancia del creador, la angustia del desarraigo– y al mismo tiempo es pionera en la introducción del género de horror en el cine. Aunque el horror está, es cierto, en el clima de la novela de Mary Shelley, lo que resalta del libro es que empuja al lector a la empatía con la Criatura y plantea serias cuestiones éticas y psicológicas. El horror, antes que integrante estructural de la novela, es parte del fondo romántico de su tiempo.

En 1931, James Whale daría inicio a medio siglo de películas y series de horror y comedia en las que el maquillaje de Boris Karloff se establecería como el canon de la apariencia de la Criatura. Fue el año en que otra gran figura proveniente de la literatura británica, el conde Drácula, también vería su adaptación canónica, dirigida por Todd Browning. Pero ni el ciclo de Drácula ni el de Frankenstein encontrarían, durante décadas, directores con el talento, el oficio y la originalidad de Whale o Browning. Recién en 1974, y en una parodia, Frankenstein reencontraría la calidad artística, con El joven Frankenstein, de Mel Brooks, una película que no ha leído a Shelley pero sí ha visto atentamente a Whale.

Después del Bram Stoker’s Dracula (1992), de Francis Ford Coppola, cuyo título sugería, engañosamente, que el guion de su película era más fiel a la novela que otras versiones, Kenneth Branagh hizo lo propio con su Mary Shelley’s Frankenstein, en 1994, con los mismos productores que Drácula. Tampoco había allí total fidelidad a la novela.

Al hablar de “fidelidad” se entra en un terreno pantanoso: ninguna película es fiel o infiel a ningún libro, puesto que se trata de formas distintas, que sólo tienen en común su capacidad de narrar. Pero ni en la literatura ni en el cine lo narrativo es el único componente, y es posible reconocer un parentesco o una enemistad entre libro y película que se manifiesta, más allá de la acción, en su filosofía y en su mundo ético y estético.

El film de Guillermo del Toro forma parte del grupo de películas que intentan dialogar con el libro de Mary Shelley. Estrenada en 2025, completa ese puñado de buenas transposiciones de la novela, por más que introduce cambios sustanciales.

Como en otros casos, los cambios que introducen los realizadores, a veces de manera caprichosa, hablan de la fuerza del libro. Da la impresión de que la novela ha impactado tan intensamente a Whale, a Branagh y a Del Toro, que la sienten íntima, propia y necesitan revisarla, ajustarla y darle el sentido que ellos sienten que debe tener, y que no tiene por la injusta circunstancia de que no la han escrito.

La primera novela de ficción científica

Frankenstein o el moderno Prometeo es la primera novela de ficción científica. Por primera vez en la historia de la literatura de ficción, una novela apoya completamente su trama en la ciencia. Es un científico el que, a través de su saber y mediante la aplicación práctica de su teoría, produce un cambio en el mundo. No hay nada de magia ni fantasmagoría en la trama de la novela, y hasta el tamaño gigantesco de la Criatura –que viene de perillas para convertirlo en un enemigo temible– tiene una razón científica (aunque hoy nos resulte inocente): facilitar al doctor Frankenstein la tarea de unir nervios, arterias y tendones de las partes de cuerpos que la componen.

La Criatura es inocente, y en el curso de su educación solitaria, a través de la observación secreta de una familia armoniosa, de lo primero que toma conciencia es de su soledad y del injusto abandono que ha sufrido por parte de su creador. Cuando, además, se da cuenta de que su aspecto atemoriza, su reacción es la venganza.

Incluso en esa manifestación de odio y violencia asesina, los lectores sentimos más compasión por la Criatura que temor por la suerte de su creador. Se impide, así, tanto en el libro como en la película de Del Toro, el mecanismo que dispara el horror: no sentimos miedo por lo que le ocurrirá al doctor Frankenstein.

Los aficionados del género de horror que busquen el sobresalto o alguna otra clase de temblor no lo encontrarán ni en el libro de Mary Shelley ni en la película de Del Toro. Antes que cumplir con las fórmulas del género, ambas formulan una pregunta existencial: ¿por qué estoy aquí, para qué? La pregunta es particularmente singular, porque a lo largo de la lectura construimos a Víctor Frankenstein como el protagonista de la historia. Pero luego descubrimos su verdadera moral, y es la Criatura la que se plantea preguntas sobre la identidad, la sociedad, la ética del progenitor, que Frankenstein ha evitado mediante el simple procedimiento de la fuga.

Por cierto, después de Shelley se inventó el inconsciente, y Del Toro parece afecto a pasar a sus personajes por la criba freudiana. Sus convicciones externas al libro lo empujan a cambios importantes de la trama y hasta de casting.

En el libro, los padres del doctor Frankenstein son acogedores y amorosos; Del Toro hace morir a la madre a manos del padre, y al padre –nos enteramos por noticias externas a la película– a manos del doctor.1 El hermano menor no es un niño ni es asesinado por la Criatura, sino que tiene una novia idéntica a su madre (encarnadas por la actriz Mia Goth) que el doctor Frankenstein quiere para sí; ella, en cambio, queda fascinada por la Criatura, que de monstruo tiene sólo las costuras y parece más bien un modelo para esculpir un Adonis.

Si en el libro el doctor Frankenstein se asusta y abandona a su creación porque no logra asumir la responsabilidad que se echó encima, en la película el abandono se transforma de inmediato en intención de exterminio, causada por su egoísmo destructor.

La patrilinealidad del vicio moral

El libro de Mary Shelley tiene dos voces principales: la de Frankenstein y la de la Criatura. Cada uno cuenta los hechos de sus vidas. Lo mismo hace Guillermo del Toro, que divide la película en dos partes, cada una de las cuales es, como en el libro, una versión. Sin embargo, la diferencia entre ambas narraciones es que el libro, si bien asume dos voces, tiene un solo punto de vista: el de la Criatura, cuya violencia se explica por la falta de compromiso de su creador.

El doctor Frankenstein del libro ha avanzado en la vida a impulsos de su falta de valor, su elusión de las responsabilidades y su egoísmo. El lector rompe definitivamente con él cuando, sabedor de que su sirvienta es inocente de la muerte de su hermano, permite que la ejecuten porque teme que, si dice la verdad, las consecuencias sean negativas para él. Víctor Frankenstein es una muy mala persona. La Criatura, en cambio, reacciona con furia contra la injusticia. Tanta es su furia y su odio contra su creador que mata a inocentes (al hermanito y a la esposa) sólo para lastimar a Frankenstein.

Del Toro está de acuerdo con que Frankenstein es el villano de la historia, pero de alguna manera explica ese carácter trasladando la culpa al padre de Víctor. El padre del doctor Frankenstein (también doctor) era una porquería de persona, y así salió su hijo, que fue responsable de crear a un monstruo. Al mismo tiempo, la película matiza bastante, con respecto al libro, la violencia de la Criatura, que no mata nunca por venganza. La culpa de las tragedias, que en el libro se explica por la irresponsabilidad del doctor Frankenstein, en la película se materializa por sus acciones directas. El esfuerzo de Del Toro por que simpaticemos con la Criatura es facilista, pero no traiciona el fondo del libro de Shelley.

Lo espectacular

La narración clásica de Hollywood se viola aquí sólo en la imposibilidad de simpatizar con el héroe, que es, se diría, el doctor Frankenstein, ya que la historia lleva su nombre como título. Esta deriva de protagonismo es muy similar a la que ocurre en el libro. En lo demás la película funciona con el mecanismo usual del canon tradicional: un montaje que sigue la curiosidad del ojo del espectador y un espacio sonoro operístico, que induce al tono emocional que requiere cada escena. Como ya es costumbre en el cine industrial, la cámara está permanentemente en movimiento debido al terror de los realizadores a que la película pierda ritmo. Pero como en este caso los espacios, el vestuario y la distancia focal son bastante particulares, el resultado es de una espectacularidad extrema.

Vestuario y ambientación siguen pautas simples pero muy eficaces, especialmente en el uso de colores bien diferenciados para los distintos personajes, espacios y secuencias. La cámara usa generosamente lentes gran angulares, que, montados siempre en grúas que tienen una notable capacidad de penetración, desplazamiento lateral, giro y latitud vertical, colocan los ojos del espectador en el centro de un espacio que exagera la profundidad de campo, algo especialmente intenso en las escenas de violencia.

Casi no se usan efectos digitales, salvo en las escenas en que atacan unos lobos, que probablemente fueron realizadas un poco a las apuradas para llegar a la fecha del estreno, porque la animación resulta artificiosa. Pero en la casi totalidad de la película el uso de escenarios reales y maquetas a gran escala le dan al total una solidez que caza a la perfección el foco que la historia pone en la materialidad, simbolizada en la historia de Shelley, por el cuerpo de la Criatura.

La película escapa al género de horror; es una ficción filosófica y ética, aunque con menos originalidad y tensión que la obra de aquella muchacha que salía de la adolescencia cuando la escribió, hace dos siglos, y con esa dosis un poco excesiva de Freud característica de Hollywood. Pero, al mismo tiempo, es un espectáculo audiovisual muy disfrutable que, del más del centenar de Frankensteins de la pantalla, quedará casi seguramente entre los más interesantes.

Frankenstein. 152 minutos. En Netflix.


  1. Del Toro dijo que su amigo James Cameron, que vio una edición temprana de la película, le dijo que eliminara una parte importante de la película (casi una hora) en la que se contaba cómo Víctor Frankenstein mataba a su padre. Seguramente se trata de una buena historia que, dentro de unos años, servirá para comercializar el director’s cut de la película. En todo caso, aporta información de la trama que no está en la película, pero que la campaña de prensa se ha ocupado de difundir. 

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesa la cultura?
None
Suscribite
¿Te interesa la cultura?
Recibí la newsletter de Cultura en tu email todos los viernes
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura