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Emiliano Alfaro y su hijo Baltasar.

Foto: Mariana Greif

Almas de vagar pateando

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Entrevista a Emiliano Alfaro.

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El día que Emiliano Alfaro debutó en Primera, lo hizo con la camiseta de Huracán de Treinta y Tres. Ese día, la voz del Parque Colón se vio sorprendida al alinear al cuadro y ver en sus filas a tres de los Alfaro: el papá, el hermano y él. Dicen que es cierto, en este caso, que el hermano jugaba mejor pero se acostaba tarde. El padre se convirtió en un fervoroso hincha, agitador constante de nietos negriazules. La madre siempre, aquel día y en cualquier cancha del mundo.

“Tendría que volver en setiembre a India. Tengo un año más allá. Llegamos a semifinales, cosa que el equipo nunca había logrado. Se juega una primera fase todos contra todos, semifinal y final. Así es la Super Liga India. Perdimos en la semifinal con el mejor equipo”.

Arranca contando las perdidas, el dato deportivo es un detalle en el mundo de Emiliano Alfaro. A partir de ese copete, la conversación se convierte en un diario de viaje. Un relato primo de Almas de vagar de Tato López, libro que el goleador leyó antes de partir, hace unos cuantos años, en este periplo hacia el oriente futbolero del mundo.

“La ciudad de Pune es chiquita, supuestamente, pero viven seis millones de personas. Es cerca de Mumbai, que es la capital económica (la capital cultural es Delhi). En todos lados hay gente que no para. Acá se mueren de hambre de verdad. Yo me meto en el hotel y es otro mundo, pero abrís la ventana y ves niños más chiquitos que Baltasar [su hijo] desnudos por la calle, negros de mugre. Sobreviven así hasta donde pueden. Hay castas sociales que no pueden mezclarse entre ellas, eso sigue siendo así como hace quién sabe cuántos años. Por eso sigue todo igual. Los matrimonios se programan desde la familia, entonces nunca se van a mezclar una persona pobre con una persona rica. Está mal visto por la sociedad, tanto para unos como para otros. Un compañero me decía: ‘El año que viene o el otro mis padres me van a presentar dos o tres mujeres y sus familias y yo tengo que elegir para casarme. Mi familia organiza con la familia de la mujer un encuentro, generalmente en la casa de ella, al que concurrimos todos. Sólo hay cinco minutos en los que se encuentran el hombre y la mujer solos a charlar. Después de esos cinco minutos, controlados por reloj, tienen que tomar una decisión. En ese rato le pregunto si sabe cocinar, si sabe limpiar, esas cosas’. El machismo es extremo. Yo les digo que en mi país los homosexuales se casan, tienen hijos, pero para la mayoría de ellos la vida empieza y termina ahí, con esas costumbres. De Uruguay conocen a [Luis] Suárez, [Edinson] Cavani y [Diego] Forlán. Los más grandes también conocen a [José] Mujica”.

Baltasar rebota de las galletas a los dibujitos, insiste con salir a pasear. Papá Emiliano, con la paciencia del área, le dice que espere a que termine la entrevista. El gurí banca porque en la tele están Tom y Jerry, que siguen divirtiendo niños corriéndose entre ellos.

“El Tato López viajó de mochilero por la India; leí el libro antes de encontrarme con esa realidad, y en cada ciudad que voy a jugar agarro el mate y me voy a dar una vuelta. Aparte caminás tranquilo en cualquier parte. Acá también camino tranquilo, pero siempre te puede pasar algo. Allá te metés en cualquier lado a cualquier hora y la sensación es de tranquilidad. Es una cuestión religiosa. La gente pobre está esperando la otra vida para que les toque algo mejor, no roban, la pobreza no es sinónimo de delincuencia”.

Baltasar insiste en pasear, almas de pasear. Agustina y Trinidad están en casa esperando que vuelvan para cenar. Por la ventana pasa la rambla montevideana como un juego de luces que el niño adivina. Más allá, el Río de la Plata.

“Una vez fui a un templo en Nagajati y de repente veo gente amontonada. Cuando me arrimé, tenían agarrado un búfalo entre 20 y le cortaban la cabeza con un serrucho. Esa sangre se la brindan a los dioses. El búfalo es rico, no es como comerse un asado, pero zafa. Las vacas andan como perros, domesticados; son adoradas por la gente, las visten, las pintan”.

Bienvenido al show

“¿Has escuchado hablar de Bollywood? Los dueños de los clubes son actores o jugadores de cricket. El actor que era dueño de mi equipo llegaba a la ciudad y se paralizaba todo. Se vuelven locos por los actores indios. Un mundo aparte. Nosotros fuimos a filmar un promocional con tres jugadores y nos metieron en un estudio de Bollywood. Miles de personas para rodar algo que después dura tres segundos. La liga la armaron para darle repercusión al fútbol y fomentarlo con los más jóvenes. De repente vas caminando por la calle y hay una imagen tuya gigante. Traen jugadores famosos, como [Dimitar] Berbatov, Forlán, [Alessandro] Del Piero, Zico, y por intermedio de ellos fomentan el fútbol, el deporte fútbol en específico. El dueño de la liga es uno de los tres o cuatro más ricos del mundo. En la India pasa eso, hay un 4% de la población que son multimillonarios a nivel mundial, ese 4% es 15 o 20 veces la población de Uruguay. Cuando les digo que en Treinta y Tres hay 25.000 personas no lo pueden creer. Forlán vivía en una suite del tamaño de un apartamento, de tres o cuatro habitaciones. Pero en el hotel que estaba yo, que era obviamente mucho más chico pero era un cinco estrellas, abrías la ventana todos los días y había una familia criando corderos, que vivía en una carpa sin baño. Era muy común ver por la ciudad unos tanques llenos de agua donde la gente se bañaba. Hay hambre, y la mano de obra es muy barata: estaban haciendo un edificio y no había ni una grúa. Subían los 13 pisos con las bolsas de portland al hombro, mientras otros estaban laburando en un andamio de cañas de bambú. Imaginate cuántas personas mueren por accidentes laborales. Si encima no hay cultura de fútbol, mucho menos está la concepción de verlo como un trabajo”.

Dubái

“De Pune a Dubái estás a dos horas y es completamente distinto. Hace 30 años no existía la ciudad. Descubrieron petróleo y empezaron a construirla: el hotel más caro del mundo, una isla artificial, el rascacielos más alto del mundo. No hay nada viejo en la ciudad. Yo estuve ahí en el Al Wasl, el equipo que dirigió [Diego] Maradona. A Maradona lo echaron y llegué yo. Después estuve en el Fujairah de Emiratos Árabes, llegó él y me fui yo. Estuve seis meses y llegó Maradona, y yo me fui, increíble. Jugando ahí una vez fui a un velorio árabe del hermano del jeque; los otros jeques bajaban en helicópteros, de Qatar, Emiratos Árabes, Arabia Saudita, Kuwait. Entramos a una sala de la casa destinada para velorios; oro como si fuese el Vaticano. De un lado los hombres y del otro lado las mujeres, no tienen contacto. Nosotros con el equipito del club. Nos sentaron en un living que era como el Palacio Legislativo, hasta que en un momento te dan la orden de que vayas a saludar. Pero si se escuchaban que venía un helicóptero, paraban y se abrían todos porque venía un jeque. Tipo película. Una sala de 50 metros por 30, todos los parientes sentados alrededor. Les ibas dando la mano uno por uno a todos. Cuando llegabas al jeque sentías como una energía diferente, no sé cómo explicarte. Yo me iba arrimando y lo iba sintiendo, el hermano de él era el que había muerto. Le di la mano, seguí la vuelta y me fui. Nunca había visto ni sentido nada igual en mi vida. Me pasó de estar entrenando en Dubái y que baje el jeque de un helicóptero en pleno entrenamiento, salude uno por uno, desee suerte para el partido del fin de semana y se vaya, y nosotros seguir entrenando como si nada hubiese pasado. Me tocó también tener un técnico interino que era árabe; los árabes ahí en Emiratos son todos musulmanes, si no querés ser musulmán te tenés que ir del país. Las mezquitas están por todos lados y tenés cinco rezos por día obligatorios. Si empezaba a sonar, por más que en Dubái normalmente no es tan estricto, te hacía parar la práctica y rezar. Se iban para adentro todos, nosotros los extranjeros nos quedábamos ahí, enfriándonos, y a los diez minutos había que arrancar la práctica otra vez, sin calentar ni nada. Incluso me pasó en un entretiempo de llegar re caliente queriendo decir algo del partido y ver a mis compañeros que se hincaban a rezar. Al principio nos mirábamos con los extranjeros, después te acostumbrás. Como en el Ramadán, que es una vez al año, donde ellos hacen la purificación; no pueden ni tomar agua ni ingerir alimentos desde que sale el sol hasta que se oculta. Y eso vos lo tenés que respetar, si te ven en la calle con una botella de agua tenés un problema. Tenés que comer en tu casa, de la puerta para adentro. Ni tomar agua podés, con casi 50 grados”.

Tailandia

“Tailandia es del estilo de India, en menor escala porque son muchos menos. Yo viví en Buriram, una ciudad chica que depende de ese equipo. Es como el Manchester City de Tailandia: meten 40.000 personas por partido y venden millones de camisetas por año. Les gusta el fútbol y tienen el presupuesto para, por ejemplo, pelear la Champions de Asia. El presidente del equipo fue el primer ministro de Tailandia. Hizo que el uniforme de todos los organismos públicos sea la camiseta del equipo. Vas a una oficina de telefonía y están todos laburando con la camiseta del club. Le decían ‘la ciudad de la alegría’. Fuimos una vez a una misa budista por el cumpleaños del presidente y también demoró como tres horas, un discurso en tailandés de unos 15 budas que tienen una vela en agua, y hasta que no se derrita la vela no se termina la misa; mientras, van recitando cosas. Se consume la vela y el agua que queda es agua tipo bendita. Con una escobilla mojada en esa agua les pegan en la cabeza a todos los que están por ahí. En Tailandia la mayoría del tiempo estuve solo. Incluso solo y lesionado; una angustia, unas ganas de irme. Si las recuperaciones son difíciles en Montevideo, imaginate allá y solo, con mi hija recién nacida acá en Uruguay. Era espantoso. Para hablar teníamos 12 horas de diferencia, hablábamos cuando me iba a acostar, tarde, o bien temprano en la mañana, cuando se estaban acostando acá. Por eso a veces me pregunto hasta cuándo vale la pena. Creo que un año más, con estas cosas maravillosas que te cuento y con estas otras. Es una oportunidad económica que acá no existe. Yo sueño con vivir en una casa como la que vivía cuando era chico. Y eso, disfrutar la vida como quiero. Ya ni pienso en los cuadros grandes, aunque siempre se puede dar. Yo pienso en Liverpool siempre. Y si fuera por mí viviría en Treinta y Tres. A veces cierro los ojos y estoy jugando en Huracán en el Parque Colón”.

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