El 7 de abril, las puertas de la cancha de Bella Vista se abrieron para recibir un partido de segunda división que no prometía mayor repercusión. Albion y Cerro Largo, dos equipos de media tabla en un torneo todavía en ciernes, jugaban por la sexta fecha del Apertura.
Hace añares que los diarios ya no publican las entradas vendidas ni mandan periodistas a la vieja B. Entonces, uno se imagina que en los registros de la Asociación Uruguaya de Fútbol el numerito no superará por mucho la barrera de las tres cifras. De un lado, un cúmulo de familiares y amigos de jugadores erigidos en hinchada new age del añejo Albion, que pelea por dejar de ser un sello a caballo de la ley que creó las sociedades anónimas deportivas (SAD). Del otro, el puñado de arachanes residentes en la capital que todavía le aguantan los trapos a un proyecto departamental que supo de tiempos mejores. En el medio, los equipos saliendo a la cancha.
En eso, los rituales previos al partido se alteran: poco después de los brazos arriba y algo antes del apretón de manos de los capitanes, Albion posa para la foto con la bandera de Palestina.
Del colonialismo al antiimperialismo
Hay clubes que conservan un hilo que conecta con su fundación misma, que salvaron el paquetito identitario gracias al pasamanos del recambio generacional. Otros, en cambio, sufrieron las consecuencias de algún eslabón roto y saben lo que es vivir sin sede, sufrir desafiliaciones, jugar sin hinchada, perder la identidad. Albion es el club más viejo de la AUF, pero recién este año pudo acceder al profesionalismo y consolidar un modelo que intenta superar el largo deambular por una Divisional “C” de la que muchas veces fue colista. Pocos saben que fue uno de los cuatro fundadores de la asociación, cuando ya iba para los nueve años de vida. En tiempos de hegemonía británica, inicialmente cobijó a jóvenes uruguayos hijos de padres ingleses.
Mucha cosa pasó en el medio. La sobreviviencia le dio lugar a las oportunidades. En clave empresarial, es lo que hacen quienes hoy dirigen el Albion Football Club Sociedad Anónima Deportiva. En clave social y política –que no partidaria–, es lo que hacen quienes hoy integran el primer plantel profesional en sus 126 años. La raíz conduce a 2017, cuando la transformación en empresa gestó el equipo que ganó el torneo de la ex “C” y el consecuente ascenso. “Venimos de un año pasado en el que encontramos la forma de manifestarnos como jugadores de fútbol y como ciudadanos dentro de una cancha. Sabemos que tenemos un poder muy importante, que dentro de la cancha manifestamos sea con una pancarta, una bandera o lo que fuere. Este año la base del plantel se mantuvo y se mantiene ese pensamiento”, dispara el capitán, Martín Monroy. Y uno empieza a entender.
En la Segunda División Profesional, actual denominación de la vieja “B”, el salario mínimo nominal es de 17.000 pesos. Pero Monroy recuerda algo mil veces denunciado: “Hay un virus en el fútbol uruguayo que es, a veces, hacerte firmar un contrato [por ese monto] y darte menos”. Hoy, ese no parece ser un problema en el Albion 2.0. Pero se sabe que sí lo es para decenas o cientos de chiquilines que juegan en otros clubes.
Recibir el laudo aún es utópico para muchos y, a la vez, insuficiente para vivir. Entonces, uno se encuentra con un ejército de jugadores-empleados, jugadores-estudiantes o jugadores-estudiantes-empleados. Una de esas combinaciones le cabe a Santiago Amorín, arquero del decano no declarado del fútbol uruguayo y estudiante de la Facultad de Humanidades, conocido por las manos y por la cabeza. Al menos, si se tiene en cuenta que fue el que avisó que el 30 de marzo, en la frontera de Gaza e Israel, un futbolista palestino sufrió un disparo que le costó la carrera.
El desafortunado fue Mohammed Khalil, que participaba en la Gran Marcha del Retorno, una masiva y trágica protesta palestina contra las ocupaciones israelíes extendida durante semanas. El ahora ex jugador no perdió su vida pero sí una rodilla, porque ahí fue a dar el disparo de un francotirador de Israel.
Ese fue el estímulo para que el nuevo vestuario del viejo Albion retomara una gimnasia ya practicada. “Se plantea el tema. Por ejemplo, el año pasado pasó con la violencia de género. Empezamos a debatir. Entonces, se genera algo hermoso que es que el grupo se empieza a informar de lo que está pasando en el mundo”, explica Monroy. Y recuerda que, durante 2017, también hubo pancartas tras la desaparición de Santiago Maldonado y en apoyo al movimiento de futbolistas Más Unidos que Nunca.
Con el fútbol no te metas
El cruce de ciertas sensibilidades políticas y sociales con el sentido común futbolero resulta desafiante en un país en el que, pese a la heroicidad de sus fundadores, la Mutual de jugadores nunca se sumó al movimiento sindical, por decir algo. Hay límites no escritos, algo así como líneas invisibles pero poderosas. Pasarlos por encima nunca sale gratis: “La Comisión Directiva de Albion Football Club SAD se desvincula totalmente de dichos hechos, que no representan la filosofía de la institución, vinculada exclusivamente al deporte”, se lee en el primer párrafo de un comunicado emitido tres días después del partido con Cerro Largo.
Una semana más tarde, el presidente de la sociedad relativiza la tirantez a metros de los mismos jugadores a los que rezongó por escrito. Como si la dinámica casi familiar de un club en plena reinvención hubiera servido para acercar a las partes. En las canchas de Carrasco Polo, sobre el final de una práctica, le cuenta a la diaria que “al transformar al club en profesional, el tema de la imagen hay que cuidarlo un poco más” que antes, aunque también “hay que respetar al jugador como es”.
Leonardo Blanco hace equilibrio y tiene su porqué: “Crecí en Pocitos, tengo muchos amigos de la colectividad [judía]. Y, obviamente, al saber que soy el presidente del club preguntaron qué pasaba, pero siempre en una buena. Tuve alguna llamada de amigos y tuve una llamada oficial que fue de Alejandro Balbi [integrante del Consejo Ejecutivo de la AUF] preguntándome qué había pasado”.
El presidente de Albion es hijo de Juan Carlos Cacho Blanco, actual funcionario y gloria de Nacional, club con el que Albion tiene un vínculo histórico. Además de ser bolso, Balbi fue dirigente de El Tanque Sisley y ahí se hizo amigo de Leo Blanco, que supo vestir esa camiseta. Cosas que pasan en la aldea montevideana.
La tranquilidad de Blanco y la seguridad de Monroy evidencian cierta capacidad de manejar unas tensiones que también son de clase. Un presidente-empresario típicamente representante del ambiente del fútbol tiene a su cargo un plantel de jugadores-trabajadores que discuten y toman posiciones políticas. Estas convivencias se dan con más frecuencia desde que irrumpió en la escena local Más Unidos que Nunca, el movimiento de jugadores que tiene entre sus referentes a Santiago Bigote López, actual capitán de Villa Española. Por eso no sorprende que ahí también los vestuarios se abran, como pasó este año cuando se dictó un taller sobre violencia de género.
El tiempo dirá si estamos ante un cambio cultural o ante fenómenos aislados. Posiblemente, en eso también incida el tono político que tome la Mutual tras el final de la intervención en curso. Por ahora, en Albion piensan en nuevas pancartas: “Capaz que sale algo con los desaparecidos”, dice el Manteca Monroy, mientras recuerda que se viene mayo.