1) En los bordes de que la pelota se haga de nuevo Mundial y de que el Mundial sea contado infinitas veces por infinitos cronistas, ¿no sería hora de volver obligatoria la lectura de La gran novela americana, de Philip Roth, para tener derecho a ser uno de esos infinitos cronistas y no repartir estupideces que les jodan la existencia a los demás?
2) En los bordes de que la pelota se haga de nuevo Mundial, es decir, en los bordes de que una lluvia de frases ignorantes y brutales empape desde los medios de comunicación tradicionales y desde las redes sociales a mundos y a mundiales, ¿no vendría fenómeno distribuir entre famosos y no tan famosos comunicadores deportivos algunos ejemplares de La gran novela americana, acaso no la obra sobresaliente de la sobresaliente obra de Philip Roth, para certificar que el deporte es una enorme oportunidad de poner las palabras a disposición de entender la condición humana y no de empeorarla?
3) En los bordes de que la pelota se haga de nuevo Mundial, aunque sea este un Mundial de fútbol, ¿importa que La gran novela americana haya sido escrita por Philip Roth con el pretexto del béisbol (“Mis años de béisbol” se llama un artículo inoxidable sobre su niñez en el béisbol que Philip Roth publicó en el periódico The New York Times en abril de 1973) y de la Segunda Guerra Mundial, y no con la excusa del fútbol y del primer y salvaje tramo del siglo XXI, o lo que importa es que ese tipo que narró como los dioses y, sobre todo, como las personas hace una fábula que, entre mil cosas, anticipa, a mitad de tránsito entre la broma y la severidad, lo que ciertos poderes y ciertos poderosos pretenden del deporte en episodios no tan diferentes del Mundial?
4) En los bordes de que la pelota se haga de nuevo Mundial y de que las lenguas de periodistas y de dirigentes se afilen para lucir listas cuando crean que deben denunciar supuestas conspiraciones para referirse a los tropezones de sus equipos, ¿sabrán esos periodistas y esos dirigentes que Philip Roth urdió la más atrapante de las conspiraciones deportivas cuando en La gran novela americana ironizó sobre la supuesta y delirante campaña comunista para que a un equipo entregado a la razón patriótica estadounidense le fuera mal, mal, mal?
5) En los bordes de que la pelota se haga de nuevo Mundial y los oídos de las multitudes reciban sentencias ruidosas y contundentes de periodistas que desprecian el desusado ejercicio de la argumentación compleja, ¿habrá manera de darles una mano a esas multitudes y sugerirles que se tapen las orejas cuando retumben las gargantas periodísticas escandalosas y, mejor, más provechosamente, además de leer La gran novela americana, marchen en busca de esta observación genial de Philip Roth, que emerge en La mancha humana, otro sus libros luminosos: “La verdad no se revela de golpe. Aunque el mundo está lleno de gente que va por ahí creyendo saberlo todo de ti o de tu vecino, en realidad lo que no se sabe carece de fondo. La verdad acerca de nosotros es interminable. Como lo son las mentiras”?
6) En los bordes de que la pelota se haga de nuevo Mundial y de que no haya tímpano protegido, casi en ningún costado de ningún continente, de autoevaluaciones periodísticas como “qué buen trabajo que hacemos”, “qué cobertura maravillosa la nuestra” o “qué diferencia entre nosotros y el resto”, ¿funcionará como antídoto entrar en La gran novela americana y comprobar que, igual que los personajes deportivos de ese libro, todos somos bastante comunes y todos somos bastante perdedores, y nada de eso es especialmente fulero, ni siquiera a la hora de trabajar con las palabras, porque, como señaló Philip Roth en una entrevista que le efectuaron cerca de sus 80 años, “a menudo es doloroso releerte, ves lo que no conseguiste y el lenguaje que usaste puede resultar un poco embarazoso”?
7) En los bordes de que la pelota se haga de nuevo Mundial y de que el primer dato o semidato nada verificado sea disfrazado de noticia en lugar de estructurar la trama múltiple que exige un relato periodístico, ¿sería o no sería una recomendación sensata –además, siempre además, de clavar las pestañas en La gran novela americana– repasar la pequeña y personal batalla que Philip Roth libró con Wikipedia el día en que encontró allí una mención errada, o asumir que La mancha humana, historia de desprestigios y de absurdos, se parece tanto tanto a los desprestigios y a los absurdos con los que las redes sociales y los periodistas deportivos desflecan a las figuras públicas, que cuesta no admitir que ese escritor sabía, al publicar esa novela en el 2000, cuánto agravio y cuánto sonido sin fundamentos se le venía a la sociedad de ahí en adelante?
8) En los bordes de que la pelota se haga de nuevo Mundial y de que tanta prensa de tantas latitudes endiose a los que vencen y despedace a los vencidos porque eso no es el fútbol pero eso nos cuentan que es el fútbol, ¿qué se puede hacer para que los endiosadores de vencedores y los despedazadores de vencidos se introduzcan en La gran novela americana, de Philip Roth, y comprueben que equipos como ese, los Rupperts Mundys de Nueva Jersey, doblegados en 120 de sus 154 presentaciones, gentes ridículas o patológicas, gentes que no son nada de eso pero no encuentran cómo ganar, igual enhebran un camino glorioso?
9) En los bordes de que la pelota se haga de nuevo Mundial y de que el superestrellismo mediático invite a creer que el propósito del periodismo es el superstrellismo, ¿deberían o no deberían los ávidos lectores y escuchadores de crónicas mundialistas rogar que alguno de los infinitos cronistas que aborden el acontecimiento sea heredero de Word Smith, el periodista anciano y en un asilo que Philip Roth logra parir en La gran novela americana, y tejer los textos más desopilantes, más emocionantes y más audaces del planeta sin mentir, sin gritar, sin difamar, sin convencerse de que el objetivo de la tarea periodística es encaramarse como rey de la audiencia y rey del Twitter?
10) En los bordes de que la pelota se haga de nuevo Mundial, Philip Roth, estadounidense, escritor, jugador de las canchas que justifican tener ojos y corazón para leer, autor de La gran novela americana, un grande, de verdad un grande, se murió, viejo y joven al mismo tiempo, en un mayo que lamenta despedirlo. Para homenajearlo como corresponde y no con ceremonias que quizá hubiera deplorado, ¿no habría que, por ejemplo, contar el Mundial de fútbol o la rutina de cada jornada aceptando que no es un pecado no haber leído a este crack pero, una vez avisados, se vuelve un pecado enseguida no aprovechar cada página suya para hacer de las palabras y de la vida algo bastante mejor?