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Larissa, azafata del Transiberiano.

Foto: Sandro Pereyra

Largo periplo

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Luego del partido Egipto-Uruguay en el estadio de Ekaterimburgo, la principal ciudad rusa de los Urales, considerada una ventana a Asia y parte fundamental en la ruta a Siberia, viajé en uno de los trenes destinados a traslados gratuitos de periodistas y aficionados. Cuando dejé de trabajar, próximo a la medianoche, quise ir a cenar y me encontré con que los guardias cierran la comunicación entre vagones y no llegué a tiempo al vagón restaurante, que estaba a ocho vagones de mi camarote.

En el comienzo de mi viaje conocí a dos egipcios que viven y trabajan en Moscú: Mohamed y Hatem. Luego de las bromas iniciales y posibles anuncios de venganza se sumó otro, Mohamed Zizo, quien compartió conmigo una cerveza rusa y consultó si pensaba dormir. Comenzaron a hablar entre ellos en su idioma, salieron dos de ellos, regresaron cinco minutos después, agarraron su equipaje y Mohamed anunció: “Now your are alone, we in the next room”. Ese gesto me permitió mis primeras seis horas de sueño en varios días, y tener la oficina rodante que me permitió ordenar todo lo producido en Ekaterimburgo, donde sólo había tenido tiempo de armar la valija y volver al movimiento. En definitiva, tuve el placer de tomar tranquilo mis primeros mates, observar el paisaje y trabajar con un placer que me ayudó a olvidar algunos percances previos.

En el almuerzo del sábado, en un salón repleto de egipcios, se sentó a mi mesa Dimitry, un joven ruso que de inmediato comenzó una charla en inglés. Resultó ser un periodista que tiene un programa radial sobre viajes en Ekaterimburgo. Dimitry alternó su charla conmigo con auxilio como traductor a Valereyervna, la moza del restaurante, que tenía la pesada tarea de comunicarles a los hinchas egipcios que para estar en el restaurante debían consumir.

Cuando pagaba mi consumición, Valereyervna les solicitó a unos de los traductores que trabajaban en el tren que me pidiera si tenía algún recuerdo de Uruguay para su hijo. De mi bolso salió uno de los dos pegotines de la diaria que cargaba y el pedido de hacerle un retrato.

De regreso al camarote, continúo el trabajo y el disfrute del paisaje. En el verano ruso oscurece a las 22.00 y amanece a las 4.00. Es interesante ver las casas y terrenos rurales al costado de la vía, todas con sus chimeneas, algunas largando humo a pesar de que es verano, la absoluta mayoría con huertas trabajadas y pequeños invernáculos.

El viaje comenzó el sábado a las 3.20 de Ekaterimburgo (1.20 de Moscú), en la estación Ekaterimburgo-Passazhirsky, y finalizó el domingo a las 6.45 (4.45 de Moscú) en la estación Kazanskiy de la capital rusa. Una papa.

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