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Feria en el Kremlin de Izmailovo.

Foto: Sandro Pereyra

El Mundial dentro del Mundial dentro del Mundial

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Iniesta está ahí y mira. Messi está ahí y mira. Neymar está ahí y mira, también Cristiano Ronaldo está ahí y mira. Miran y miran todos juntos, porque juntos están ahí. Ahí, en Moscú. Ahí, en el mercado de Izmailovo.

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La vida es una experiencia que se justifica para ilusionarse. Y el fútbol, lo mismo. Pero ilusionarse y engañarse no son o no deberían ser sinónimos. Si esa colección de cracks comparte el mercado de Izmailovo, no es consecuencia de una jugada maestra ideada y pagada por una de las multinacionales dueñas de demasiadas cosas o por la iniciativa de un organismo solidario que quiere salvar a la tierra. Juntos, juntos, juntos andan esos y más que esos, porque en el mercado de Izmailovo no obran como los futbolistas grandiosos que la humanidad suele ver. En este escenario, son otra cosa. Son matrioshkas.

Feria en el Kremlin de Izmailovo.

Foto: Sandro Pereyra

Por las dudas –por las dudas y para tratar, de nuevo, de no incurrir en el engaño y sí en la ilusión–, las matrioshkas son las clásicas muñecas rusas, el regalo entre los regalos detrás del que van, desde 1890 más o menos, quienes pasan por Rusia en busca de vaya a saber qué y, también, de algo típico. Son muñecas que adentro guardan una muñeca que, a su vez, guarda otra muñeca y así no hasta el infinito, pero sí hasta que la última muñequita es minimísima. A esas muñecas con rostros femeninos y confeccionadas sobre materiales diversos las unen vínculos con la tradición y con el arte, aunque no sólo con eso. También, con el mercado. Y, jugador fundamental en el mercado de esta época, con el fútbol.

Feria en el Kremlin de Izmailovo, en Moscú

“Voy a extrañar a Iniesta en las canchas, pero 1.200 rublos [unos 20 dólares] por esto me parece demasiado”, resuelve Pablo, argentino, delante de un señor que es ruso, es vendedor y pone cara de enamorado de Iniesta antes de empezar el ciclo tenaz del regateo. “En Tristán Narvaja no damos tantas vueltas con los precios”, suelta un uruguayo que ve la escena y se la toma con gracia en una comparación no descabellada entre un rincón de Montevideo y otro de Moscú. El mercado de Izmailovo es eso: una señal emblemática de la economía informal o aproximadamente informal que circunda a las grandes ciudades. Todo tiene una cotización, pero toda cotización puede ser otra, todo es idéntico al producto oficial de una marca famosa pero es otro producto, todo es real pero no necesariamente real.

Larisa vende trajes típicos en la feria en el Kremlin de Izmailovo, el sábado, en Moscú.

Foto: Sandro Pereyra

Cerca de Iniesta, Lenin se dirige a una multitud desde uno de los tantísimos pósters en los que perduran estampados los años de oro de la Unión Soviética y que cuesta dos tercios que la matrioska de Iniesta. Cerca de Lenin, tres bufandas de clubes rusos bajan en un flash de los 1.200 a los 1.000 rublos. Cerca de las bufandas de los clubes rusos, a pesar de que Izmailovo es puro Moscú, brotan camisetas –nunca de fabricación oficial– de las selecciones de los países que intervinieron en el Mundial o de equipos que compiten tan lejos de la capital rusa como lejos queda imaginar las singularidades del mercado de Izmailovo para quien no camina, al menos alguna tarde en su existencia, entre los puestos de ese sitio.

“Prego, i have tres bufandas. Ainda look. Spasiva, spasiva”, encadena un vendedor uzbeko que, dada la condición cosmopolita de sus compradores, tiene extraviado su idioma original y desparrama palabras de tres, cuatro o cinco lenguas en una sola oración hasta acertar desde dónde llegó su posible comprador. Ucranianos, rusos, turcomanos y gentes que nacieron en alguna otra ex república soviética se esmeran en negociar monedas y en colocar artículos en las bolsas de nailon dentro de las que sudamericanos de cualquier latitud, europeos del oeste, chinos y japoneses procuran llevarse obsequios baratos. No está del todo nítido si en las conversaciones alguien le entiende a alguien, pero, en el contexto de internacionalización que propone un Mundial, la actividad económica fluye.

Feria en el Kremlin de Izmailovo, el sábado, en Moscú.

Foto: Sandro Pereyra

“Okey, acepto, da, da, da, benissimo: 1.000 rublos”, concede el propietario de Iniesta vuelto matrioshka. “Yes, perfecto”, le contesta un mexicano al que se le contagia el plurilingüismo. Así que el crack español ya no mira a nadie, no se despide ni de Messi ni de Neymar ni de Cristiano y marcha rumbo a la estantería de una casa o de una oficina en la otra punta del planeta. Plena lógica: si una matrioshka es una muñeca dentro de una muñeca dentro de una muñeca, el mercado de Izmailovo es un mundo de reglas propias, un mundo dentro del mundo, un mundo dentro del Mundial.

Feria en el Kremlin de Izmailovo.

Foto: Sandro Pereyra

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