Una niña quería jugar. Tenía seis años. Dos amigos la invitaron al partido. De las primeras cosas que vio fue que en el otro equipo, haciendo todo lo que ella soñaba, había otra niña en el plantel. Se preguntó lo básico: “¿Por qué yo no?”. Al final del partido el desparpajo de la niñez la llevó a hacerle la misma pregunta al técnico de sus amigos. Una semana después practicaba fútbol. La historia puntual es de Yamila Badell, hoy profesional en España, pero el ejemplo es aplicable a cantidad de niñas. Fueron muchas niñas, jóvenes y mujeres, las que se animaron a romper lo preestablecido, lo cómodo, lo machista. Se animaron y se animan. Como una enredadera. Porque sí: hay mujeres que están para desatar tormentas.
En 2019 empezó un torneo de fútbol femenino histórico. En la Divisional A de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) juegan diez equipos, en la B son 16 –seis más que el año pasado–, a los cuales hay que sumarle los 15 equipos en la categoría sub 19 y los 18 en sub 16 –lo que significa un aumento de 11 equipos con respecto al año pasado–. La suma da 59, casi un 40% de aumento que en 2018. Ante tanto número trabalenguas, vale un calificativo: impresionante.
No hay casualidades. Quiero decir que, si bien el azar o eso que llaman suerte puede generar cosas, los avances se consiguen con trabajo y dedicación. Es justo apuntar que la primera gran locomotora que incidió determinantemente para que el fútbol femenino creciera fue la FIFA. Alguna vez, cuando hacía carrera atendiéndole el teléfono a João Havelange, Joseph Blatter dijo “el futuro del fútbol es femenino”. Si bien aún hoy el comentario parece exagerado, la realidad demuestra que la FIFA ha dado pasos para consolidarlo. Con los mundiales, primero de mayores y luego juveniles, pero también con exigencias hacia los clubes y las federaciones que la integran. La última medida, sin ir más lejos, poco más que obliga a los equipos masculinos a tener al menos una categoría mayor y una juvenil de fútbol femenino. A quién no le apretó el zapato alguna vez, sacó cuentas y cambió la pisada. La vida misma.
Por muy conquistador que sea el afuera, el apuntalamiento y la posterior proyección del fútbol femenino también se fue dando desde casa. Tal vez no se sabe, pero la Organización Nacional del Fútbol Infantil (ONFI), donde el fútbol es mixto desde hace mucho tiempo, tiene un departamento específico de niñas que organiza o satelita campeonatos entre más de 100 clubes por todo el país; o que la Organización del Fútbol del Interior (OFI) tiene torneos en mayores y juveniles en donde chiquilinas y mujeres recorren buena parte del Uruguay con el deseo entre los zapatos con tapones y la pelota. Valentina Prego, presidenta del fútbol femenino de AUF, y el entrenador y periodista Jorge Burgell coinciden que tanto ONFI como OFI también son factores del crecimiento y han colaborado, en buena parte, a que hoy la AUF tenga cuatro categorías jugando en simultáneo durante casi todo el año.
Si bien por los 70 existieron campeonatos, la historia del fútbol femenino en la AUF es joven. 1996 fue un año histórico: ese día se ficharon las primeras futbolistas. De ahí en más se sucedieron los torneos hasta hoy, no sin tener que atravesar un montón de dificultades. Lo destacable es que son casi 25 años de actividad ininterrumpida. Lo mejor son las sensaciones. Lo flojo es que aún hoy, por momentos, el fútbol femenino se parece a los brazos de un ciego al que han dejado solo contra el viento.
Hay que insistir con el adentro: si no cambiás vos, no cambia nada. Asegura Jorge que “el verbo crecer en niñas participantes tiene sinónimos: darles espacio, darles la posibilidad de jugar. Porque cuando las cosas se han hecho bien nunca faltaron niñas”. Lo sabe la experiencia. Dice Valentina que “queda mucho por hacer. Hay temas culturales relacionados con la participación de la mujer en ámbitos tradicionalmente masculinos. Nuestra sociedad ha cambiado la forma de percibir el fútbol femenino, las nuevas generaciones han colaborado a construir la idea de que el deporte en sí mismo no tiene género y que el fútbol, como otros deportes, puede ser practicado por hombres y mujeres, abriendo oportunidades y liberando prejuicios”.
Sí, hay que empujar ese carro. Lo que más demora en cambiar son los pensamientos sociales. Es muy difícil barrer de una los prejuicios que se han ido acumulando por años en determinados sectores de la sociedad. Sobra gente, la mayoría hombres, pero también alguna señora –como la que una vez le gritó a la niña Yamila que se fuera a lavar los platos–, a quienes les cuesta admitir la realidad del fútbol femenino y lo atractivo que es para quienes lo practican. Hasta les parece una humillación. Lo saben, lo ven, pero no lo aceptan. O peor: tal vez ni se cuestionan qué clase de egoísmo es ese. Parecen los que se llevaban la pelota cuando iban perdiendo.
Lejos se está de poder aspirar a la profesionalización. Quizás sea algo para planificar con criterio a mediano y largo plazo. Es verdad que faltan recursos y se vive debajo de la línea de la pobreza. En eso se parecen el femenino con el masculino. La diferencia son los espacios y las oportunidades. Esa es la primera brecha a atender.
También es cierto que de fútbol femenino cada vez se habla más y que el nivel deportivo aumenta gracias a la preparación de quienes dirigen y al compromiso de las jugadoras. Como sostiene Valentina, también sería recomendable que, a diferencia del masculino, el fútbol femenino busque otras alternativas en la forma de organización y promueva “un modelo que no esté basado en el derroche, sino en la sustentabilidad”. Y, mientras se planifica eso, regar lo que hay, como si se tratara de una criatura llena de futuro.