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A Brasil hay que traer un sun

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Redacción al margen | Intrascendencias necesarias y otras yerbas; Mintxo, desde Brasil.

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Hay que hacerse amigo de la paciencia. Un poco es así cuando se juega de visitante. Pero también vale el derecho de indignarse. Ya está, bo. Una semana en Brasil y la batalla perdida por goleada. El mate nunca va a estar caliente. Escribilo 100 veces. Puede que te calentés vos, eso sí. Pero el agua nunca.

La primera fue una novatada. Caés con mansedumbre a la cafetería, encarás al trabajador que aguanta el mostrador y pedís en un portugués inferior a preescolar: “¿você meu podería dau agua queche? Obrigado”. El tipo —impecablemente vestido, afeitado a cero, con perfume feo pero con evidentes rasgos de galán de barrio— accede con gusto tirando una sonrisa socarrona. Demoró nada en traer el termo. Primero pensé “mmm…esto no puede estar caliente”, pero después, conocedor del ramo por años de trabajo, le di la derecha con el pensamiento y quité la idea de la mente.

Pero no. Va mate, hinchado con la propia agua del termo —lo que daba para sospechar que estaría como para pelar chanchos—, y aquello estaba tibio.

—Te dije. Pedí fervendo, no quente. No escuchás la voz de los mayores —recriminó mi compañero de ruta.

Los mates se toman igual. No es lo mismo, pero se hace. Maldita costumbre oriental de andar con termo y mate encima por el mundo, como marcando terreno, así como los perros eligen los árboles, hacen, miran y siguen.

Para la segunda, vas de Carlos Gardel. Hotel con más estrellas que la NBA, cafetería pipí cucú, una amabilidad cursi —que casi repele pero a la que estás dispuesto a usarla en tu favor—, y otra vez el pedido: “¿Você podería dau agua pra o cimarrón? Quente não, fervendo. Obrigada”, insistiendo con énfasis la parte de hirviendo y no caliente. Paréntesis: nótese que dije obrigada y no obrigado. Parece que el agradecimiento cambia de género si el otro es mujer o varón. El idioma al servicio. Creo que lo aprendí una vez, qué sé yo.

La maravilla me llegó al cerebro cuando vi salir el humo por el piripicho del termo. No quiero exagerar pero me sentí un paisano en la llanura levemente ondulada apurando el mate para ensillar el potrillo. Pero buf: otra vez la sopa tibia, horrible. Estuve a punto de recriminarle a la mujer, pero, cuando la vi, estaba barajando en lenguaje de señas a una pareja (intuyo que) asiática. Y ta, cosas más importantes de resolver tienen los mozos. Con los caprichos patrióticos a otro lado, señor.

Entre los desahucios y la experiencia acumulada, vas por la tercera. Ahora sí, pensás, y lo único que te falta es dar el saltito con la derecha y persignarte antes de pisar la cancha de la nueva cafetería de otra ciudad. La fe es lo primero, claro que sí. El camarero está distraído. Estirás el brazo y, con los dedos pegados hacia abajo, lo llamás moviendo la muñeca hacia atrás —el mismo gesto con el que el de Los Tres Chiflados se golpeaba la frente—. Altanería incluida, sin detenerte en el portuñol ni en los modos, como si fuera un córner a favor en la hora, o sea una cuestión de guerra; mejor dicho, como si El Padrino le solicitara algo a un súbdito, decís con voz de Obdulio Varela: “Hey, ¿entendió? Fervendo, fervendo, fervendo, meu amigo”.

Me dieron ganas bélicas de reclamar, pero no supe donde presentar la queja, si en ventanilla del consulado uruguayo, si en el ministerio de Relaciones Exteriores brasuca o en la policía. Si la prensa es el quinto poder, que quede bien claro: a quien corresponda, solucionen esto. Porque no es cuestión de tomar jugo de açaí. Eso se hace con gusto porque es riquísimo. Pero si se anda con termo y mate hay que tomarlo como corresponde. Es insalubre trabajar así. A los que vienen en viaje para cuartos de final, traigan sun. Idea millonaria.

Encima, a todo esto, sale favorecido Paraguay que clasificó raspando: todo el mundo habla del tereré. Dejame de embromar.

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