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Henry Borges, competidor de yudo.

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Canción para renacer

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Redacción al margen | Sobre Henry Borges, judoca ciego.

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Hace un buen tiempo que los pasos son junto a Betún, su perro lazarillo, un labrador cruza con Golden que sabe muy bien lo que hace cuando camina y que se sienta de costado, como con galantería, cuando le toca descansar. Betún, bien adiestrado, pone sus servicios a las órdenes del amigo: ser para Henry sus ojos, su libertad. Henry tiene 36 años y un currículum destacado como deportista de elite más allá de las medallas: haber estado en tres citas olímpicas, Atenas 2004, Pekín 2008 y Río de Janeiro 2016. Es el primer y único atleta de judo en alcanzarlo, no sólo paralímpico, sino incluyendo también a los atletas convencionales. Henry Borges es historia viva del deporte nacional.

El 24 de agosto en Lima, Perú, el judoca reforzó su palmarés con una nueva medalla. Tres luchas en un día y se colgó la presea de oro, segunda consecutiva en Juegos Parapanamericanos en la categoría hasta 60 kilos. En una comunicación que tuvimos Whatsapp mediante, gracias al teléfono de su entrenador, Iván Duarte, porque el suyo no tenía batería, Henry contó detalladamente cómo fue cada pelea. En la primera, por más que su rival parecía accesible, peleó sin subestimar. En la segunda, ante el número 1 de América, fue paciente y, cuando el rival buscó ganar, Henry usó su fuerza para tirarlo de espalda. Ippón, que se llama. En la lucha por el título tuvo el control y ganó por errores de su rival, una situación que enseñan las artes marciales desde tiempos inmemorables. Henry cuenta minuciosamente porque hablar también es su libertad y porque hay cosas que no se enseñan, se contagian.

“Este pedazo de tiempo, o de eternidad, que se llama vida, es brutal, salvaje y doloroso. Y hay que sobrevivir. Como sea. Con garras y colmillos. Hay que defenderse y luchar”, escribió el cubano Pedro Juan Gutiérrez en Animal tropical, una novela tan leída como desgarradora. Las garras y colmillos de Henry aparecieron por primera vez cuando apenas era un bebé de seis meses. Una meningitis lo tuvo un mes en coma, o sea en el límite finito entre la vida y la nada. El mundo y sus crueldades. Esa enfermedad le dejó como secuela una discapacidad visual. Poco a poco fue quedando ciego. Eso sucedió en Artigas. Su vida continuó en Montevideo porque allá en el pago no había una escuela que atendiera sus necesidades. Entre los 9 y los 10 años encontró el judo para siempre.

Como en todos los para siempre, hubo intervalos. Con Tokio 2020 adelante, Henry podría intentar ir a un Juego Paralímpico por quinta vez, si no fuera porque en 2012 su chance se frustró por injusticias dirigenciales que prefiere dejar atrás. Como la esperanza es paradójica -ha dicho Erich Fromm-, de aquella frustración -desesperanza, a los efectos- Henry Borges reinventó su propia revolución. Garras y colmillos una vez más, como sustento de vida empezó a enseñar en una escuela de judo y, de tanto conocimiento compartido, como cuando vuelve a la sangre aquello, el tatami reactivó lo que tal vez ha estado en su mente durante toda su vida: luchar.

“No ver nunca dejará de ser una desventaja, pero cuando no tenés un sentido le prestás atención a otras cosas. No se trata de ver, sino de percibir”. No son palabras de un escritor cubano ni un filósofo alemán ni están en Wikipedia. Lo ha dicho Henry Borges.

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