En una de las puntas del hilo rojo imaginario que muestra el recorrido del subterráneo está la estación Palmeiras-Barra Funda. Desde Guilhermina Esperanza tenemos un rato. En el medio del trayecto, en la estación Bresser-Mooca, Paulo me habla del mejor gol de Pelé frente a Juventus de Mooca, un equipo cuya camiseta retro está de moda. Claro, en el estadio cabían apenas unos miles, pero los que dicen haberlo visto –porque no hay registro– son millones. Brasil es fútbol. En el Prato Feito, en plena calle, hay una pelota que se devora. Al bajar del metro el calor te abraza, la gente corre como hormigas autómatas a las escaleras mecánicas y se pierde para siempre. Hay camisetas de todos los cuadros. Afuera bocinas, vendedores ambulantes y ese cantito que hace bailar las orejas en plena mansedumbre por el sol. El hotel está frente al impresionante Arena Palmeiras, construido sobre las ruinas del añorado viejo estadio Palestra Italia, en medio de la jungla de cemento interminable de San Pablo. Esperamos en el hall hasta que Matías Viña atraviesa las puertas de vidrio y se inserta en el aire acondicionado. Con él vienen su madre y su hermano. Todos nos alegramos de escuchar el cantito criollo de Uruguay. En lo que dura la espera del ascensor y el viaje hasta el piso 17 entramos en la complicidad familiar, que soporta los embates y se emociona con los centros. “Cuando se vaya mi madre, veremos”, alcanza a decir minutos después el gurí de Empalme Olmos en su habitación de hotel. Por la ventana se asoma el estadio, majestuoso. Son las primeras semanas del mejor lateral izquierdo uruguayo de los últimos tiempos en su nuevo equipo, Palmeiras.
Una nueva vida
¿Sabías con lo que te ibas a encontrar antes de llegar a Brasil?
Cuando se empezaron a manejar las opciones y Palmeiras era una, empecé a mirar todo. El lugar donde entrenaba, el estadio, que es una locura. También por las redes sociales me invadieron de cariño: increíble la gente que me escribía para decirme que me estaban esperando.
¿Encontraste diferencias entre Empalme Olmos y San Pablo?
Esto es un caos. Me dieron algunas opciones, pero ya me decidí por un apartamento acá cerca, frente a la academia donde entrenamos; casi todos los jugadores están ahí cerca. Es que se viaja mucho, entonces es mejor estar cerca. El resto de los lugares ya son a una hora, y el tránsito es tremendo. El cambio fue fuerte, porque yo soy de Empalme Olmos y odiaba ir a Montevideo. En Uruguay somos tres millones, acá sólo en San Pablo son 18 millones de habitantes, y en mi pueblo somos 6.000 personas. Es un cambio muy grande, pero se disfruta. Por ahora la vamos llevando bien; están mi vieja y mi hermano, después de que se vuelvan veremos qué hacemos.
¿El idioma te complica en la comunicación?
Cuando hablan rápido no se les entiende nada, pero lo mismo me dicen ellos a mí. Y aparte no soy de hablar lento, trato de largar todo rápido. Con Gustavo Gómez e Iván Angulo tengo para hablar en español. A veces [Vanderlei] Luxemburgo me pregunta si quiero que dé la charla en español, pero en realidad con los gestos y con los nombres te vas dando cuenta de que si sube uno se tiene que quedar el otro. El lenguaje del fútbol es el mismo en todos lados.
Te encontraste con grandes figuras en Palmeiras.
Por supuesto: Lucas Lima, Dudú, Felipe Melo, Weverton, Luiz Adriano, terribles jugadores; el plantel es de mucha calidad. En las prácticas ya me di cuenta de la técnica que tienen. Durante el primer entrenamiento me costó pila la dinámica. Venía de viajar y terminamos con un circuito en la arena, pero al otro día ya me sentí mejor y ahora ya está.
¿Quiénes son tus referencias en la posición de lateral?
De los uruguayos, el Pelado [Martín] Cáceres: el juego aéreo, la garra charrúa. En la ofensiva miro a Marcelo, pero no lo veo como un lateral, es un fuera de serie; para la toma de decisiones lo miro bastante, y lo mismo a Jordi Alba. La manera que tienen de llegar al espacio con velocidad se parece bastante a mi juego. El más completo en el juego tanto defensivo como ofensivo es [Trent] Alexander-Arnold, de Liverpool.
Los nervios, la ansiedad
Estrenaron la cancha de césped sintético en el Arena Palmeiras. ¿Cómo te trata?
Es diferente, está más acolchonado que otros en los que he jugado. A veces, cuando nos tocaba entrenar en la cancha sintética de Los Céspedes y hacía calor, te cocinaba las patas el caucho. Acá entrenamos en la mañana, y con el calor que hacía no se sentía nada. Para pegarle a la pelota en realidad es lo mismo; si está seca tenés que dar un poco más fuerte los pases, pero es igual que una cancha de pasto normal: la famosa fuerza de rozamiento. Estamos todos en proceso de acostumbramiento, en la primera práctica que tuve acá en el estadio fue la inauguración.
Se ve el estadio desde la ventana, es impresionante. ¿Qué te genera?
El otro día estaba hablando con unos amigos, se los mostraba y ya me ponía nervioso. Me levanto y lo primero que veo es el estadio, imaginate. Soy muy ansioso, en Nacional me jodían por eso. Porque soy bastante cabalero y nervioso, hago todo tal cual antes de los partidos. El día del partido no puedo dormir siesta, estoy a full desde temprano. Al principio nadie se daba cuenta, pero después se empezaron a reír, pasaba todo el día mirando fútbol y tomando agua. Si no me iba a hablar con los cocineros y pasaba rato: caminaba para todos lados hasta el momento de la charla, y de ahí al estadio. Todos iban a buscar sus cosas, y yo ya estaba arriba del ómnibus. Me cambiaba y unos 20 minutos antes del calentamiento ya estaba pronto parado al lado de la puerta. Me hago la cabeza: el partido, el partido, el partido.
¿De gurí en el pueblo te pasaba lo mismo?
Sí, claro, las famosas maripositas en la panza me comen por dentro. Pero lo vivo así y para mí es normal. Todo parece indicar que acá va a pasar lo mismo; miro el estadio y ya tengo ganas de estar adentro jugando.
No te olvides del pago
¿Cómo fue el proceso de pasar del fútbol del interior a la primera de Nacional?
Arranqué jugando en baby fútbol, en Unión, y de los 14 a los 17 años estuve en Ferrocarrilero. Tenía la visión de ser futbolista, pero mi vieja es profesora de Matemática y siempre estaba el estudio, el estudio, el estudio, el estudio. A los diez años me vinieron a buscar de Danubio para ir a la escuelita. Fui a entrenar una semana y mi madre me dijo que no era el momento, que tenía que estudiar. Al tiempo, en 2013, me llevaron a River, pero ahí al que no le gustó fue a mí. Tenía 16, ahí mi vieja sí me dijo: “Si vos querés ser jugador, es ahora”. Pero me tenía que levantar a las cinco de la mañana, ir hasta Batlle y Ordóñez y 8 de Octubre, tomarme el 2 hasta la terminal de Colón y después caminar hasta el complejo. Fui una semana y no fui más. Al año fui a a la práctica de aspirantes de Nacional y quedé en la quinta. Empecé a entrenar con el grupo, me quebré la clavícula y estuve seis meses afuera. Cuando volví a jugar todo se dio muy rápido, y a los dos años estaba en el primer equipo.
Los estudios quedaron truncos. ¿Pensás retomarlos?
Cuando tuve que elegir, en quinto año, me gustaban las proyecciones, el dibujo, entonces empecé en la IEC [Instituto de Enseñanza de la Construcción], para ir con otra idea a la Facultad de Arquitectura. Después se me complicó, porque empecé a entrenar en el primer equipo y me tenía que levantar a las cinco y volvía a las once y media de la noche. Llegó un momento en que no me daba más. Tuve que dejar, retomé, pero a mitad de año me convocaron a la selección sub 20 y empezamos a viajar. De Chile a Catar, Sudamericano, el Mundial, fue imposible. Así que tengo cosas para terminar, aunque estando acá tampoco es fácil.
¿Tener una madre vinculada a la educación te da otras posibilidades?
Cuando tenía diez años el sueño, como el de todo niño, era jugar al fútbol, y cuando me dijo que tenía que estudiar obviamente estaba enojado, pero ahora me doy cuenta de que me hizo un bien bárbaro. Si me venía a esa edad capaz que me aburría. Tengo amigos del pueblo que se fueron de chicos a Montevideo y se pudrieron y se volvieron. Y la gran mayoría tuvo que dejar de estudiar. No me parece que tengan que venirse del interior a jugar al fútbol tan chicos; te desprenden de la familia, de los amigos, del pueblo, te sacan de un entorno y te ponen en otro totalmente diferente desde los nueve o diez años. Para mí eso es fuerte. Vos precisás a tu padre, a tu madre, que estén ahí, y si estás en la residencia no es lo mismo. Los que se vienen de chicos están todo el día con el fútbol. Yo viví de todo antes de ir a Montevideo: la infancia, la adolescencia, los amigos, los cumpleaños de 15. Viví todas las etapas y fue lo ideal, después estaba liberado para dedicarme.
¿Vas a extrañar Nacional?
Yo llegué a los 17 años a Nacional, se dio todo muy rápido, entre la sub 20 y el debut en Primera. En 2015 estaba jugando en juveniles y en 2017 estaba jugando el Sudamericano sub 20 y el Mundial. Pasaron un montón de cosas. Lo mismo pasó después: en dos años no pasó nada, pero en 2019 empecé a jugar y se vinieron más cosas. La selección mayor, el campeonato logrado con Nacional, los clásicos ganados, que fueron finales los tres. Ya estoy extrañando el ambiente, los compañeros, los amigos. Ya era normal estar ahí.
¿Cuándo vas para Empalme Olmos el pueblo lo vive distinto?
Es que nunca me fui de ahí en realidad. Los que sí se copan son los niños, el resto me conoce desde muy chiquito. De gurí yo capaz que era igual. Voy mucho al baby, porque mi hermano jugaba y mis primos también, y los gurises se copan.