“Se me durmió la pierna del freno”, dijo por radio Valtteri Bottas promediando la carrera. Posiblemente estuviera siendo literal –varios pilotos han sufrido entumecimiento de las extremidades en esta pista de rectas tan largas–, pero más de uno debe haber pensado en la somnolencia que suscitó la punta de esta carrera, en la que el campeón Lewis Hamilton no fue amenazado en momento alguno. El británico no solo fue el más veloz, sino que además un mensaje de radio dejó claro que el único piloto con una máquina capaz de entretenerlo, el Mercedes de su compañero Bottas, no iba a intentar atacarlo. “¿Puedo meterle, no?”, le dijo Bottas a sus ingenieros en la vuelta 2, cuando todavía tenía a Hamilton en la mira. “No, acordamos que vamos a respetar las posiciones”, le contestaron. “Ah, no sabía”, contestó el finés, y unas vueltas después se le durmió la pierna izquierda.
Para evitar el adormecimiento, el director de la transmisión casi no enfocó a los punteros (excepto en algunos momentos en que, seguramente por aburrimiento, Hamilton cometió pequeños errores) y se concentró en las batallas que hubo en el pelotón: la remontada de Pierre Gasly, que hizo una estrategia contra cíclica que fue arruinada por un accidente de Antonio Giovinazzi, la de Sergio Pérez, la de Lando Norris.
Entre las buenas noticias de Bélgica está el gran resultado del equipo Renault, que finalmente consiguió consolidar un trabajo de años. Daniel Ricciardo logró un merecido cuarto puesto, detrás de los Mercedes y del Red Bull de un inusualmente burocrático Max Verstappen, mientras que su compañero Esteban Ocon finalizó sexto. Los franceses aurinegros precisaban estos puntos, que los recolocan en el lugar de una marca grande.
Las malas noticias, en cambio, afectaron a la hinchada más grande del mundo. En realidad, el desastre de Ferrari era bastante anunciado, aunque no su magnitud. Sebastian Vettel y Charles Leclerc llegaron 12° y 13°, y perdieron posiciones ante todo tipo de coches, pero especialmente ante el Alfa Romeo de Kimi Räikkönen, que porta el mismo motor italiano.
Los pilotos ferraristas debieron contentarse con una breve lucha interna, en la que prevaleció el alemán, pero la debacle en la scuderia es total. Y no solo en lo deportivo, sino también en lo político, ya que el resto de los equipos grandes ya han acordado varias cláusulas con los organizadores comerciales de la Fórmula 1 (los estadounidense de Liberty Media) que perjudican al equipo italiano. El “pacto de la concordia”, como se le llama al arreglo económico que renuevan cada cinco años, esta vez ni siquiera incluye el compromiso de permanecer en la categoría hasta el final del período, a expreso pedido de Renault y Mercedes, con la anuencia de Honda. El intercambio de favores entre los grandes constructores parece haber dejado afuera a Ferrari, que tendrá que hacer valer su pertenencia al grupo Fiat-Chrystler.
Pero lo peor está por venir en la pista: las próximas carreras se corren en Italia, y la segunda de ellas, en Mugello y, por primera vez en este campeonato, con público en las gradas. La de Mugello estaba pensada como un festejo por la carrera número 1000 de Ferrari, que estrenará así su propio circuito en la categoría. Doble localía, entonces, y enorme esfuerzo para mantener la dignidad ante la propia parcialidad, en el año deportivamente más penoso para la historia del ferrarismo.