Los atletas en Uruguay, y seguramente en todos los países del mundo, tienen méritos enormes de constancia, autosuperación, disciplina y amor intenso a lo que hacen.
Incluso en lugares donde grandes recursos económicos son destinados a entrenamiento y esponsoreo, no todos acceden de igual modo a ellos, ni los seleccionados parecen vivir en una despreocupada opulencia. Tampoco es poco el esfuerzo que deben dedicar a perfeccionar su técnica, desarrollar su físico y controlar su ánimo.
Hay sí algunos atletas superentrenados y dedicados en exclusiva a su disciplina, con tecnología específica invertida en potenciar sus destrezas, intereses, presiones, poder y ciertas mañas que de alguna manera parecen alterar la balanza artificialmente y poner en duda la competencia pareja.
Hay una brecha inocultable de despegue de la centralidad respecto de la periferia del deporte, que debe multiplicar su esfuerzo y organización para a veces resultar apenas un poco más competitiva.
Imaginar a todos los atletas de Juegos Olímpicos como millonarios abusivos con vida fácil es una simpleza imposible que una mente más o menos despierta descartaría de arranque. Como todo chusmerío maledicente, esta tesitura funciona alimentada por miedo y provincianismo.
También está la cosa papanata del exitista obnubilado de culo en silla: “Tráiganme otros, che, que estos no me sacan medallas”, o “No gasten más dinero en atletas, consumamos deporte importado que es más barato”. La “paridad de importación” como recetita general para todo asunto.
Gente que piensa el mundo como espectador, que no se relaciona con la gloria de la humanidad sino como si fuera un paje asombrado. Sin entender la belleza educativa del asombro. Como gurí de los mandados, como un síseñor subordinado. Sin vuelo, sin alma. Sin sentirse parte.
El olimpismo parece sufrir algunas distorsiones y presiones de intereses poderosos que tironean de algunas de sus manifestaciones. Sin embargo, es una maravilla en muchos otros y más importantes aspectos.
Hay que repasar los objetivos que lo animan, que apuntan a la convivencia armoniosa y en paz. Según la Carta Olímpica, “la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo, la responsabilidad social y el respeto por los principios éticos fundamentales universales”. Es sobre todo, y en la esencia que lo define, un asunto de medirse con uno mismo y superarse.
Más allá de la comercialización del espectáculo remoto y masivo, de las letanías de los medalleros por país, de las gárgaras patrioteras o de algunos desprecios insólitos. Detrás de todos esos envoltorios de consumo rápido y de todas esas construcciones de sentido dudosamente nobles están los atletas y su ejemplo de superación personal puesto a competencia con el azar de compartir el tiempo con algunos otros. Y aunque “nuestros atletas” también son todos los atletas del planeta, busquemos formas de apoyar mejor a los uruguayos que tenemos más al alcance, para así contribuir a honrar a la gloriosa humanidad con su esfuerzo.