Ninguna situación de la vida se resuelve exclusivamente con emociones, con inteligencia, con idoneidad adquirida, con labor, con razonamiento, con acciones que se ejecutan por naturaleza, sino que hay una mezcla, una combinación precisa para cada momento.
La noche que Plaza volvió a torcer la historia del fútbol profesional uruguayo, y nuevamente puso en cuestión la atención binaria y casi exclusiva en casi todas las órbitas a Nacional y Peñarol, sentí que estábamos ahí para combatir el desprecio y el desdén con el que el mundo fútbol se ha acostumbrado en la mayoría de los casos a tratar todas las temáticas que excedan a lo que pasa en Peñarol o Nacional.
Un rato después de los goles, del triunfo, de la vuelta, cuando ya tuve en mis manos la prueba de edición de nuestras páginas ‒con la imagen del festejo del primer gol patablanca, captada por nuestro compañero Fernando Morán‒, creí entender, impactado por la emoción de un instante reflejado para siempre, que había además cierta transversalidad en la apreciación, la identificación y la búsqueda de cierto tipo de manifestaciones, en este caso futbolísticas, que me conectaban a mí, de igual manera que una vecina de Treinta y Tres, o que un veterano de Paso de los Toros, con Plaza Colonia, sus deportistas, su gente y la búsqueda de la emulación, a través la competencia futbolística, de una excelencia fatua pero asimismo imperecedera.
Atravesados por nuestras cosas
Parece haber algo que emana de los yuyos, de las esquinas, de las bicicletas, de los alambrados de cinco hilos o de las bolsas de arpillera tapando las canchas, que nos une. Los clubes del interior mantienen, aún con todas las agudas y dramáticas transformaciones de la vida, el espíritu señero que los elevó a la condición de tales. La génesis del fenómeno, un grupo de muchachos o muchachas que se unen para jugar, a los que por definición se les van uniendo familia y amistades, vecinos o compañeros, y forasteros atraídos por distintas circunstancias, van construyendo por sí solos la épica de la trascendencia, reforzando adhesiones y pertenencias, que van de generación en generación, de casa en casa, de barrio en barrio, y hasta de pueblo en pueblo.
Pero además hay una serie de circunstancias sociales, de vida cotidiana, de modo de vida, que engarzan la vivencia, la forma, y por eso hay quemaduras con el caño de escape del ciclomotor, escapadas al río, el club, la confitería, los resabios de algunas siestas perdidas y el escaloncito de la puerta de casa.
Algo nos atraviesa, y es más que una pelota o una camiseta. Y pienso que esa es mi razón por la que, en las últimas semanas, como cuando era un gurí, estuve toda la semana esperando el partido.
El precio de la historia
Antes de que Plaza Colonia se coronase campeón del Torneo Apertura, cuando faltaba una fecha para que concluyese el campeonato, yo, dentro de esta estructura colectiva que representa un medio de comunicación de índole nacional, y que tiene como uno de sus cometidos informar y cruzar opiniones acerca del deporte, y en este caso en particular del fútbol, tan trascendente en la vida y en la historia de los uruguayos, ya estaba apuntando de manera particular, otra vez, al club de fútbol de Colonia del Sacramento. La historia se construye con cada día, cada acción, cada intención, cada emoción cimentada en esos días, esas intenciones, esas acciones. La historia no tiene sucedáneos, ni sustitutos armados virtualmente por expertos de marketing, y es la historia un conector importante con las simpatías de los demás que hasta ahora no han sido parte de la historia. Hace ya 104 años que este club centenario viene conectando con la gente. Primero, cuando la enorme y disparadora obra de don José Batlle y Ordoñez articuló desde 1911 la creación de la Comisión Nacional de Educación Física y su inmediato correlato en acción, las plazas de deporte. En 1917 en Colonia del Sacramento había apenas 5.000 pobladores, pero ya tenía su plaza de deportes y un club, que, tomando los colores de la CNEF, nacía tomando el nombre de donde hacían: Plaza de Deportes.
Es esa historia la que me lleva a, sin ser coloniense, interesarme de manera particular por el desarrollo del club en la competencia.
Si me das a elegir
La Primera División del fútbol en Uruguay tiene 16 participantes; por tanto, cada torneo de todos contra todos tiene ocho partidos por fecha, y como Garra ‒y la diaria‒ tiene casi como definición el tratamiento con ecuanimidad de los acontecimientos, todos los clubes, todos los partidos tienen su cobertura, su potencial análisis. Uso el motor de búsqueda y confirmo una sensación: he cubierto periodísticamente siete de los 14 partidos que Plaza necesitó para ser campeón, y en muchos de ellos, sobre todo en los del último tercio, he tratado de analizar y argumentar que el equipo de Colonia tenía herramientas y exposiciones como para pensar que estaría en la definición. Una muy sólida defensa, coronada por un arquero de grandes condiciones y en grandes condiciones, un mediocampo muy batallador, incansable, solidario y con ideas, con el extraordinario aporte, alternado por circunstancias de salud de los mundialistas Álvaro Fernández y Cristian Cebolla Rodríguez, y una delantera con real capacidad que pudo sacar lo mejor del excepcional Nicolás Dibble. Todo ello fuertemente aunado y enriquecido, además de preparado, por el orientador técnico y humano Eduardo Espinel.
No es cierto que querer sea poder. Sí es cierto que para poder hay que querer, y para querer inclinarse al poder hay que hacer las cosas bien; como se pueda, es cierto, pero bien.
Eso hizo Plaza, compitió con lo mejor que tuvo de la mejor manera posible, contra los mejores, y pudo porque quiso, pero quiso para poder hacerlo, y para conseguirlo sumó idoneidad, trabajo, grupo, experiencia y expectativa, que en el pueblo, en nuestros pueblos, se siguen llamando sueños.