“Para los que pensaban que me había ido, no se preocupen, sólo salí un poco”, dijo un felicísimo Daniel Ricciardo tras cruzar la meta en Monza. No es para menos: ganó el Gran Premio de Italia de punta a punta a bordo de un McLaren, es decir, una máquina que no ganaba una carrera desde 2012, y en un año en el que le había costado adaptarse a su nuevo equipo, en el que figuró casi siempre detrás de su compañero Lando Norris, que esta vez llegó segundo.
Pero, aunque la victoria de Ricciardo es histórica y merecida, de lo que se hablará durante años es del terrible choque entre Max Verstappen y Lewis Hamilton, los líderes del campeonato, que colisionaron a mitad de la carrera. Hamilton salía de boxes y Verstappen, que ya lo había hecho, intentó pasarlo en la chicana al final de la recta principal. El campeón del mundo lo cerró, el Red Bull de Verstappen tocó de costado los lomos de burro, voló y aterrizó encima del auto de su rival, que salvó su vida gracias al halo (la estructura que protege la cabeza de los pilotos, que la Fórmula 1 adoptó en 2018).
Aunque no fue agradable –y aunque, al menos en cámaras, Verstappen no mostró ninguna preocupación por la salud de Hamilton–, el accidente que eliminó a ambos competidores fue una ganancia para el neerlandés, que había llegado a Italia con pocas esperanzas de mantener el liderazgo del campeonato y que, gracias a los dos puntos obtenidos el sábado en la carrera sprint, ahora amplió un poco su ventaja.
Hamilton, en cambio, tiene muchísimo que lamentar. Monza era una pista en la que Mercedes debía ganar, y había demostrado una superioridad enorme sobre el resto en las pruebas libres. Para la carrera clasificatoria (la segunda en la historia) del sábado, Valtteri Bottas y Hamilton habían copado la primera fila, pero mientras el finlandés ganó, Hamilton apenas llegó quinto. Verstappen, en cambio, heredó la pole position para el domingo, porque Bottas debía partir desde la última posición como penalidad por un recambio de motor.
Así, Verstappen largaba primero el domingo, pero a su lado partía Daniel Ricciardo. El hombre de McLaren le ganó la posición a Verstappen en la primera chicana, y mantuvo su posición hasta el momento clave, el del cambio de neumáticos, que desató el incidente entre Verstappen y Hamilton.
Tras Ricciardo y Norris llegó Bottas, que había prometido subir al podio a pesar de su sanción y cumplió, ya en su despedida de Mercedes y camino a Alfa Romeo, un equipo del fondo de la tabla.
El público italiano festejó la victoria de Ricciardo –un ítalo-australiano, después de todo– como propia. Las Ferrari llegaron en cuarto y sexto lugar (Leclerc y Sainz), y más de uno debe haber lamentado todas las veces en que la scuderia no optó por contratar a Ricciardo como piloto, primero por el “veto” de Vettel y luego por una inexplicable preferencia por un piloto anodino como Carlos Sainz. Ricciardo repitió, después de mucho tiempo, su clásico festejo en el podio –se sirve champagne en su bota– y McLaren consiguió un inesperado 1-2 que lo deja cómodo en el tercer lugar del campeonato de equipos y le permite soñar con sus años de gloria.