Cuando fui por primera vez a la diaria como trabajador, nos sentamos a una mesa en el viejo local de la calle Soriano. No era siquiera embrionario aquello de transformar el espacio de deportes en un suplemento deportivo, basándose en el mismo espíritu: el deporte de las minorías, las reivindicaciones, el pie de la fotografía, la fotografía. No se lo consideraba siquiera un desafío, era apenas una luz que entra por una ventana rota. La ventana está rota por un pelotazo. Había leído a quienes estaban en aquella mesa, y a quienes estaban más allá. Eran tiempos duros los del fútbol criollo, aquellos cuando empecé a escribir periódicamente o empecé a pensar qué escribir periódicamente en ese espacio. Eran los tiempos de un movimiento social que emergió de un vestuario para pelear por los derechos de los más vulnerados o de todos, frente a una majuga de exfutbolistas ligados al monopolio de la tele de ojos cerrados. Eso parece ser historia, pero hay luchas cotidianas.
Garra es el asidero donde convergen los mundos de los que vengo; en esa mesa del viejo local de la calle Soriano, junto a seres a quienes leo asiduamente y que además son amigos y amigas o fueron haciéndose, algo fundamental, encontré el área grande donde tirar centros o ir a buscarlos. Quizás ese fue el verdadero desafío, al menos en lo personal: hacer de la mesa una cancha de fútbol y de la cancha de fútbol un escritorio y un teclado y un café. Brindar la pasión por el fóbal y por la escriba, ubicar en la cancha los mejores jugadores y recuerdos y reivindicaciones, y en la página, también. Pensar la hoja en blanco como el verde césped que hiede antes de que el juez pite. Pensarlo como un movimiento político. Obviar esa parte de la preparación, de lo estudiado, de hacia dónde vamos, y entender que en la improvisación está la magia y en la supuesta técnica, la decisión final, la del pase, la del foul táctico, la del gol de pedo de cabeza en el área chica. Vamos, carajo.
Para todo eso el equipo es fundamental, fundamental cuando se pierde y cuando se gana y cuando se empata. Escribir como forma de hacer política, escribir de fútbol como forma de hacer política, politizar el fútbol como una forma de jugarlo, politizar la escritura como un arma cargada de poesía. Y para eso el cuadro es fundamental, porque no hay zaguero sin arquero ni lateral sin volante, ni cinco sin enganche, ni nueve sin puntero. No existe ya aquel que juega solo. Dejó de existir, se fue a las nubes verdes de la memoria, a las rayas blancas del cielo. El resto de los mortales y las mortales sabemos que para jugar al fútbol es fundamental tener la noción del otro, de la otra, y para escribir, también.