Botafogo está en la pelea por un campeonato brasileño que le es esquivo después de muchos años y eso tiene aceitada a su parcialidad. El Fogão sólo ganó la competencia en el lejano 1995 y previamente en el aún más lejano 1968. El equipo donde brilló Garrincha y donde el Loco Abreu cosechó fama, donde el hijo del Loco –como si todo formara parte de un pueblo– también jugó, y donde llegaron últimamente dos de los mejores de los más chicos nuestros, Mateo Ponte y Diego Hernández, perdió de local en la disputa por el primer puesto.
Botafogo ofició de local en el estadio Nilton Santos, como es costumbre, y la presencia de Diego Costa, ex Atlético de Madrid y Chelsea, era de máxima atracción. Su equipo pelea por un campeonato que le ha sido esquivo. El luso-español recibió un centro llovido de Hugo desde la izquierda y en un solo movimiento controló y se dispuso a convertir. Botafogo ganaba rápidamente 1-0. El estadio se venía abajo.
Sin embargo, Gremio de Porto Alegre, que gracias a los goles de Suárez también está en la pelea por el título, encontró el empate cuando todavía no habían pasado diez minutos desde el comienzo del partido. El uruguayo Felipe Carballo –que fue reservado, al igual que Suárez, por Marcelo Bielsa– colocó un pase perfecto para Everton Galindo, quien venció al arquero local y sembró el inicio de un gran partido.
La diferencia con la que se fueron a los vestuarios fue por un gol que consiguió a los 28 minutos Júnior Santos, tras un rebote del arquero Grando, por un fuerte remate nuevamente de Diego Costa, que fue figura en Botafogo.
Un gol al inicio de cualquier tiempo cambia todas las estrategias. El equipo local consiguió el tercero, que parecía liquidar el trámite apenas empezado el segundo tiempo. Fue a los 46, tras un centro de Di Plácido, y el que puso la firma para el delirio en el banderín fue Marlon Freitas.
Aquello pareció despertar a un activo Luis Suárez que veía cómo su equipo se hundía a la vez que el temible Botafogo crecía en juego y en griterío. Ya no puede catalogarse de magia: en cinco minutos hizo dos goles de campito: a los 50 recibió el balón –porque está donde tiene que estar– tras una mala definición de Ferreira, enganchó cuando nadie lo esperaba y pateó de zurda para dejar a su equipo al acecho. Tres minutos después, pidió la pelota porque la vio toda, y el mismo Ferreira la cruzó para que, esta vez con el botín derecho, Luis Suárez volviera a vestirse de ídolo.
Pero faltaba más.
A los 69, el mismo Luis Suárez hilvanó una pared que culminó una buena jugada colectiva. Cuando entró al área, el mundo entero supo que iba a convertir su primer hattrick con Gremio. El goleador convirtió el 4-3 con el que terminó el partido, lo que le permitió a su equipo, Gremio de Porto Alegre, llegar a 59 puntos y a la punta del Brasileirão, igualar a Botafogo, aunque tiene un partido pendiente, y a Palmeiras.
Previo al final, pasando los 80 minutos, el entrenador visitante Renato Portaluppi decidió sacar de la cancha a Suárez, que recibió aplausos, cariño y eternidad.