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El día que Evangelista se enfrentó a Dios

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Reseña de Round 12, libro de Diego Moraes.

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El dualismo centro-periferia es relevante en el boxeo. Tomar el centro del ring es sinónimo de pelear en una posición ventajosa; por el contrario, en la periferia los movimientos son más largos, conectar un golpe implica un mayor esfuerzo y al alejarse para evitar la réplica del rival, las cuerdas se interponen.

“Tomar el centro del ring” va más allá de la jerga pugilística y se extiende como metáfora. En política, por ejemplo, con frecuencia echan mano a dicha expresión para aludir a la actitud que toma o debe tomar alguna personalidad en determinada situación.

La periferia, por su parte, además de referir a la parte del cuadrilátero más cercana a las cuerdas, tiene un sentido de corte social, puesto que desde la periferia es de donde provienen la gran mayoría de los boxeadores. Para grandes campeones, la marginación, la miseria y el hambre fueron un denominador común, cuestión que no le fue ajena a Alfredo Evangelista, oriundo de La Isla en el barrio Villa Española; tomó el centro del ring de su propia vida y cruzó el Atlántico en busca de mejores posibilidades para él y su familia.

Diego Moraes en Round 12 (Sudamericana) retrata el periplo del siete veces campeón de Europa, Alfredo Evangelista, Bichuchi. La ascensión y el declive de un boxeador que al poco tiempo de abandonar los márgenes, tuvo la posibilidad de pelear por el título mundial de los pesos pesados contra el mismísimo Muhammad Ali.

La novela, que apuesta a la ficción aunque se revela con rigurosidad en materia de documentación histórica, se sitúa a mediados de los 90, cuando el protagonista cae preso en la cárcel de Carabanchel en Madrid. Allí es posible trazar un diagrama centro-periferia. Por un lado, el confinamiento, la angustia del encierro a la espera de un juicio, el dolor y la impotencia. Y merodeando como una sombra, el eco de la memoria que sacude al exboxeador y el recuerdo de los episodios claves de su vida: una infancia y adolescencia rodeada de la miseria en La Isla. La tristeza y el vacío tras la partida de su padre, que dejó a su familia para buscar una mejor vida en el exterior. Su vínculo con Kid Tunero, el entrenador cubano que lo llevó a pelear a España. La relación y ruptura con Martín Berrocal, su representante español, quien tuvo la osadía de subirlo a un avión con la excusa de viajar a París para acordar un combate. Si bien era cierto el motivo del viaje, el mánager decidió comunicarle en pleno vuelo que estaban yendo a Estados Unidos a firmar el contrato por el título mundial de los pesos pesados contra Muhammad Ali.

El combate que se celebró el 16 de mayo de 1977 en el Capital Centre de Landover, Maryland, en principio se presentaba como un trámite fácil para el defensor. Aunque Ali no estaba en su plenitud física, ni era el mismo que se coronó campeón al vencer a Sonny Liston en el 64, ni el que recuperó el título en Zaire contra un temible George Foreman diez años después, ni el que dejó su alma en los tres combates contra Joe Frazier. Con 36 años y un récord de 53 victorias y 2 derrotas, el favoritismo para el nacido en Louisville era de 57 a 1. En la otra esquina, al retador lo presentaban como un paquete. Con tan sólo 22 años, melena al estilo Beatle y un modesto récord profesional de 14-1-1. Pero Bichuchi tenía hambre, cosa que compensaba, en parte, la experiencia y la capacidad de su oponente, y, en definitiva, ese factor es determinante al momento de ir por el cinturón.

En los primeros rounds el campeón hizo su show, bromeó, bailó, provocó. En la otra esquina, conforme avanzaban los asaltos crecía la confianza. Y llegó el round 12. Asalto intenso en donde la vertical de Ali corrió peligro y el boxeador uruguayo tuvo la gloria al alcance de sus puños.

Durante los días de tormento, en los que la asfixia del encierro se vuelve tan insoportable como los rumores de su conciencia, regresan a él esos tres minutos del round 12, como si la proeza que no llegó a ser formara parte de la tortura. Cabe preguntarse si el lamento del gancho errático que se llevó la posibilidad de tumbar al ídolo tiene un correlato con las decisiones que lo llevaron a dilapidar su fortuna y terminar en la cárcel. También vale la pena reflexionar sobre lo que implica tomar el centro del cuadrilátero; posiblemente sea más que un elemento pugilístico o una metáfora de moda, quizás en el frío y la humedad de las galerías de Carabanchel cobre un significado diferente del dualismo centro-periferia.

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