La primera entrevista de la mi vida se la hice a León Gieco en 1981 o 1982. León cantaba en el Censa, e hizo prensa en la boîte Zum Zum, ahí en Montevideo donde hoy está la radio Océano, a la que fue al baño Marcelo Bielsa antes de que echaran a Lubo Adusto Freire y otras decenas de colegas.
No sé cómo tuve la cara de ir ahí, porque hace 40 ñoquis ya lo admiraba a Gieco, y creo que hice como el personaje interpretado por Hugh Grant en Un lugar llamado Notting Hill en la rueda de prensa de Julia Roberts. Tengo una foto en blanco y negro de esa tarde con el León que estaba ya con el comienzo de su gira de punta a punta de la Argentina, de Ushuaia a La Quiaca, que terminó en una serie de discos publicados en los 90.
No hicimos las 24 provincias, pero le metimos, y me acordé de aquello, además de la admiración inquebrantable que tengo por Gieco. ¿Vieron por lo que pasó la selección para llegar a Santiago del Estero, lo de la noche, la ropa y esas cosas? Complicado para una competencia de súper elite en la categoría. Una macana, pero también colocándolo en contexto hay que pensar que este mundial fue reorganizado desde la nada en un mes, y entonces, la verdad es que está bien caerle a la FIFA, pero no tanto a Argentina y los argentinos que le están poniendo todas las ganas y el compromiso.
He tenido la fortuna de trabajar en ocho mundiales, desde la máquina de escribir hasta el mínimo teclado de un teléfono Android de siete pulgadas, y se bien que se trata de una competencia para unos, una oportunidad de negocios para otros y una secuencia macroeconómica de la gran transnacional del mundo del deporte que muchas veces impone políticas, gastos y costos supra Estado. Lo ideal y esperado parece ser para estas competencias, que el país ponga todo lo que tenga, pero sin caer en gastos extraordinarios o inútiles obras de costos inalcanzables, y ahí es cuando empieza a jugar el saber, entender y sentir del fútbol, y es por eso que Argentina pudo cargar con este gran evento de un día para el otro: tiene estadios, tiene capacidad hotelera, tiene (cierta) conectividad, pero más que eso es porque cada protagonista colateral e invisible entienden el fútbol, entonces todo se arregla, con demoras, con errores, con carencias, pero todo se acomoda sin violar el espíritu del juego, del sentimiento, de la competencia.
Llegamos a Santiago del Estero después de casi 18 horas de viaje en ómnibus desde Mendoza. Hablo en plural porque no fue una decisión mochilera económica mía, sino de varios, porque sólo había dos formas de llegar a Santiago del Estero y a La Banda, que es donde está instalada la selección sub 20: o este viaje en ómnibus anunciado como de 16 horas que pasó por Luján de Cuyo, San Juan, La Rioja, San Fernando de Catamarca, Tucumán, Termas de Río Hondo, hasta llegar a Santiago del Estero uniendo las provincias de Mendoza, San Juan, La Rioja, Catamarca, Tucumán y Santiago del Estero -exactamente un cuarto de las 24 jurisdicciones provinciales de Argentina-, o viajar en avión, que el centralismo de tantas naciones hace volver atrás varios casilleros hasta Buenos Aires para tratar de encontrar en Aeroparque el vuelo en el momento indicado para llegar a Santiago del Estero, lo que en un tiempo ideal y casi utópico se hace entre ingresos a aeropuertos papeleos, aduanas y embarques en nueve o diez horas.
la diaria, El País, Radio Oriental y Carve Deportiva elegimos el ómnibus de Andesmar a pico seco porque no quedaba servicio ejecutivo, que arrancó con la advertencia del conductor de cerrar las cortinas porque a veces hacemos desvíos y nunca se sabe si no nos van a tirar piedras y que siguió con películas interrumpidas porque había que apagar todo para dormir –a mí me había entusiasmado Dos contra el hielo que está Netflix y que habla de una expedición danesa a principios del siglo XX para demostrarle a Estados Unidos que Groenlandia era una sola isla y que no les pertenecía-.
Ni me hace más ilustrado a mí ni menos a los demás, pero el único que llevaba su libro en ristre era yogui, tal vez por una linterna de minero de esas con vicha que me acompaña en los viajes desde hace un tiempo para leer o escribir. De escribir ni hablemos, no hay donde poner la computadora si el respaldo del otro me queda en la pera, pero eso no es patrimonio de Argentina, ni de Uruguay, sino que a más asientos menos espacio y más ganancia.
Linda experiencia igual, sobre todo la de la parada para recibir pasaje en San Martín de Tucumán, donde no demoré más que dos minutos en ir hasta un bolichito y llenar el termo por 150 pei argentinos.
Fue recién en la llegada a Santiago del Estero que me enteré que Uruguay estaba en La Banda, y al mismo tiempo que estaba llegando a la tierra de Quimsa, uno de los grandes del básquetbol de Sudamérica, y encima de Ciclista Olímpico de La Banda, y ahí por la cultura deportiva recordé que son dos ciudades en una, separadas por un curso de agua que es inolvidable para nuestros tiempos hídricos: el río Dulce.
Quimsa es kimsa en quechua y significa tres, y es por la fusión de tres históricos clubes del basquetbol santiagueño, Estudiantes Unidos, Santiago Básquetbol Club, e Inti Club.
El Ciclista Olímpico de La Banda, es decir de los de enfrente para los que ahora estamos de este lado del Dulce, ha tenido destacadas temporadas en la Liga Nacional.
Santiago del Estero tiene 470 años de historia, es de 1553, y es madre de ciudades porque por aquellos tiempos de la instalación e invasión española Santiago del Estero recibió el título de Madre de Ciudades porque desde ella partieron las expediciones que fundaron las ciudades de Tucumán, Córdoba, Catamarca, La Rioja, Salta y Jujuy.
Actualmente tiene 250.000 habitantes, mientras que, del otro lado del Dulce, La Banda tiene 100.000.
En La Banda, en el hotel Marías –ahí es donde se queda River, me dijo el taxista- estaba la japonesa Mina, Mina Tokio en redes sociales, conocida hincha y seguidora in situ de la selección uruguaya, que estaba saludando a los jugadores. ¡La japonesa pasó hambre en Santiago según lo testimonia un tweet que dice: “Gente amable en Santiago del Estero! Tengo hambre, pero la mayoría de los restaurantes están cerrados en este momento. Tengo demasiada hambre quiero empanadas”, pero además estaban casi todos los medios de prensa, entendiendo como nosotros lo trascendental de cada participación celeste en la competición que sea, de la categoría que sea.
La llevo tatuada en el pecho.
Abrazo, medalla y beso.