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Para vivir y revivir el Tour de Francia de 1989

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El último Tour del siglo XX conjuga épica y ciclismo.

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No es poca la gente que dice recordar “el mejor Tour de la historia”. La vivencia es genuina, la construcción de esa aseveración tiene que ver o está fundada en la observación de muchas, muchísimas ediciones del Tour de Francia, hoy en día el evento de ciclismo mejor considerado del mundo. Tan importante es –o se ha transformado– el Tour, que todos quieren haber visto la mejor Grande Boucle.

Si vamos a lo subjetivo, varios pueden ser el mejor de la historia. Sin ir más lejos, se categoriza así a este Tour que se está corriendo, en el que en dos días Jonas Vingegaard hizo explotar los cronómetros, primero con una contrarreloj bestial, casi inhumana, lo que lo confirmó como líder sacándole casi dos minutos a Tadej Pogacar (1:48’’), y después con una etapa de montaña formidable, donde dejó sin fuerzas a Pogacar: “Estoy muerto, no puedo más”, dijo el joven maravilla cuando no pudo seguirle el ritmo a Vingegaard (que le terminó sacando 7:35’’). Aun así, se dice que este Tour entra en la categoría de los mejores, sobre todo por el comienzo, cuando no hubo respiro y las etapas fueron de golpe y contragolpe casi sin cesar, algo que no es habitual en carreras de tres semanas, en las que se regula más al principio hasta quemarse todas las naves en las últimas etapas (por lo general de montaña).

Si vamos a lo analítico, ahí el debate ya cobra sentido técnico-científico, y la categoría no permite que cualquier carrera que uno quiera (o haya visto) pueda ser considerada como única o grandiosa. Volviendo a lo anterior, el periodista vasco Ander Izagirre comentó en su cuenta de Twitter que “2022 y 2023, los mejores Tours del siglo, ¿no?”, comentario que funcionó a modo de debate entre sus seguidores.

En fin... deberá terminar este para ver dónde se sitúa, en qué lugar del ranking de la historia. De lo que sí no hay duda es que en ese ranking son un montón de carreras las que están: los duelos entre los italianos Gino Bartali y Fausto Coppi; los de los franceses Jacques Anquetil y Raymond Puolidor; las epopeyas de Eddy Merckx, que casi no tuvo rival; los pentacampeonatos de Bernard Hinault, primero, y de Miguel Indurain después; la trama de las conquistas de Lance Armstrong; otros duelos más moderno, como el de Alberto Contador y Andy Schleck o el de Chris Froome contra Nairo Quintana, entre tantos; como esas historias, miles, y una de ellas es la de 1989, el motivo de El último Tour del siglo XX (Contra, 2019).

Escaladas y velocidades

Dice la contratapa del libro en cuestión: “El Tour de Francia de 1989 contiene todos los ingredientes para ser considerado uno de los mejores de la historia. Alternancias, despistes, osadías y desfallecimientos constantes estimularon las tardes del mes de julio en que se conmemoraba el bicentenario de la Revolución Francesa. Con una prosa cálida y seductora, entre la crónica deportiva y la literatura, y contando con los testimonios de muchos de sus ilustres protagonistas, Josep Maria Cuenca relata con precisión y rigor deslumbrantes los pormenores de una Grande Boucle que marcó un antes y un después en la historia del ciclismo moderno”.

Es conquistadora. Si uno o una, cuando va a la librería, o mejor dicho al sector que más le gusta de la librería, y agarra lo que le atrae para ver la tapa, primero, y después leer la contra, esta definición es perfecta y uno llevaría el libro a la caja –tal vez sin preguntar el precio–.

Porque, ¿quién no querría leer un libro sobre el Tour, el bicentenario de la Revolución gala, que tenga toda la heroicidad que el ciclismo esparce, y que encima esté bien contado?

En las rutas

Aquella vez la carrera empezó en Luxemburgo, pasó por Bélgica y recién en la quinta etapa, que fue contrarreloj, comenzó a correrse en Francia. El 14 de julio, bien pensado, el Tour llegó a Marsella, algo que tiene que ver con todo.

Conviene destacar, sin lujos ni detalles, porque para eso está el libro, algunos hitos que tuvo el Grande Boucle de 1989. Uno que le va a gustar: fue la primera vez que un tal Miguel Indurain ganó una etapa en el Tour. El navarro fue como gregario de Pedro Perico Delgado, pero aprovechó la oportunidad para empezar a hacerse su lugar en la historia –y vaya historia–.

Vamos por más: así como los dos últimos Tours tienen un duelo directo entre Vingegaard y Pogacar, el de 1989 tuvo el mano a mano entre el estadounidense Greg LeMond y el francés Laurent Fignon, quienes se disputaron el maillot amarillo desde las primeras etapas hasta el final. Cuidado, hubo un tercero en discordia –y qué tercero–, que fue Perico Delgado, quien venía de ganar el Tour anterior. ¿Usted creería si la pluma, o sea Josep Maria Cuenca, narra que Delgado, candidato fuerte, en la primera etapa pasó por vicisitudes que lo hicieron correr de atrás la clasificación general, tales como despistarse y llegar tarde a la salida? Increíble pero verosímil.

Así empieza el libro y da pie a mucho más, contando de forma maravillosa lo imprevisible de aquella edición –pese a los favoritos–, lo cambiante, lo que llaman emocionante, y un final incierto como el de las mejores novelas, que bien podría ser este libro una de ellas, usando 1989 como el final del siglo XX porque después del muro de Berlín el mundo fue otra cosa, y el ciclismo también.

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